La ciencia ficción que inspira la realidad

Por culpa de Issac Asimov, Arthur Clarke, y hasta de la cubana Daína Chaviano, quien hoy escribe necesita, de vez en cuando, un “chute” en vena de ciencia ficción. No me oculto, es así.

Mas todo comenzó décadas atrás y en otra latitud. Por aquel entonces, el pichón de científico que fui en la Isla Metafórica conocida como Cuba viajaba a otras realidades —sin necesidad de pasaporte ni permisos oficiales— y siempre a través de letras excelsas que fomentaban el sueño del otrora niño jovellanense. Entonces, me convertí en un científico que ama la literatura.

No es necesario hurgar mucho en la historia para demostrar que la ciencia ficción ha sido y sigue siendo mucho más que un género literario o cinematográfico. Por ganados méritos, se ha convertido en una fuente de inspiración y, en ocasiones, en una brújula que señala el rumbo de los avances científicos y tecnológicos. Al plasmar ideas visionarias y mundos posibles, ha estimulado a generaciones de científicos e ingenieros a desafiar los límites de lo conocido.

Hoy, muchos de los inventos que forman parte de nuestra vida cotidiana tienen sus raíces en la imaginación de escritores y cineastas que, en su tiempo, parecían soñar con lo inalcanzable.

Mas, vayamos por partes.

Las conexiones entre la ciencia ficción y la ciencia son múltiples. Me atrevo a destacar diez ejemplos donde la literatura y el cine adelantaron descubrimientos e innovaciones que han cambiado la humanidad:

Si nos remontamos a Julio Verne, fue él quien predijo viajes espaciales y satélites artificiales en De la Tierra a la Luna (1865). En esa novela, Verne imaginó, he decir que con precisión sorprendente, un viaje espacial mucho antes de que se lanzara el primer cohete.

Décadas más tarde, Konstantin Tsiolkovsky teorizó sobre los satélites orbitando la Tierra, ideas que finalmente cristalizaron con el lanzamiento del Sputnik en 1957 y las misiones Apolo. La exploración espacial, un sueño literario, se convirtió en una de la más audaces de las empresas humanas.

Siguiendo con el escritor francés, fue él quien habló por primera vez de los submarinos modernos. Recordemos su Veinte mil leguas de viaje submarino (1870). En ella el prolífero escritor nos presentó al Nautilus, un submarino ficticio que anticipó décadas de avances tecnológicos. En 1954, el USS Nautilus surcó los océanos como el primer submarino impulsado por energía nuclear, haciendo realidad la visión de Verne.

Mas no todo ha sido epopeyas de viajes por medios inhóspitos. Y aquí entran en escena las hoy populares videollamadas. La idea de comunicarse cara a cara a través de pantallas apareció en Metropolis de Fritz Lang (1927), en 1984 de George Orwell (1949) y en El Sol desnudo de Issac Asimov. Lo que entonces parecía ciencia ficción, ahora es parte de nuestra cotidianidad, gracias a herramientas como Zoom y FaceTime, que borraron las fronteras físicas durante la pandemia.

Por otra parte, está la impresión 3D. ¿No recordáis el famoso replicador de Star Trek (1966)? Aquello podía generar comida y objetos al instante. Aunque nuestra impresión 3D no es tan avanzada, ya permite fabricar prótesis, herramientas, e incluso tejidos humanos. Este avance está revolucionando industrias y salvando vidas.

Otro gran anticipador fue Ray Bradbury. En Fahrenheit 451 (1953) describió pequeños receptores llamados “conchas auriculares”. Es decir, los auriculares sin hilos. Hoy, los AirPods y otros dispositivos inalámbricos materializan esa visión, acompañándonos en cada rincón.

Siguiendo con Asimov, de su mano nos llegaron robots humanoides y asistentes virtuales, es decir Siri y Alexa. Algo que también pudimos ver en Star Wars (1977).  

Viajando un poco más atrás, nos encontramos con Un mundo feliz (1932) de Aldous Huxley. En esta obra maestra se abordó la clonación humana como herramienta de control social. Aunque su visión distópica es motivo de debate, la clonación de la oveja Dolly en 1996 marcó un antes y un después en la biotecnología.

Es evidente que no podemos dejar a un lado a la omnipresente inteligencia artificial o IA. En este sentido, las historias de máquinas inteligentes de Asimov fueron proféticas. Hoy, la IA permea nuestras vidas, desde ChatGPT hasta vehículos autónomos, confirmando el impacto de estas ideas.

¿Y qué hay de la manipulación genética? Sin conocer la prometedora tecnología de edición genética llamada CRISPR, Michael Crichton en Jurassic Park (1993) exploró esta posibilidad para resucitar dinosaurios. Hoy sabemos que la tecnología CRISPR permite editar el genoma con una precisión revolucionaria, abriendo nuevas puertas en medicina y agricultura.

Y, por último, una de mis favoritas, Mary Shelly. Su visión en Frankenstein (1818) sobre la creación de vida mediante tecnología fue pionera. Hoy, los órganos bioimpresos y los corazones artificiales avanzan hacia la solución de problemas médicos críticos.

¿Qué tienen en común estos avances? Todos ellos comparten un punto de partida en la imaginación. La ciencia ficción permite a los científicos visualizar soluciones innovadoras y abordar preguntas que la realidad aún no se ha planteado. En muchos casos, lo que parecía fantasía terminó siendo posible gracias a avances que, posiblemente, tomaron como referencia estas ideas.

Más allá de los inventos tangibles, la ciencia ficción fomenta el pensamiento crítico y ético. ¿Qué implica manipular el genoma humano? ¿Cómo deberíamos regular la inteligencia artificial? Estas cuestiones, planteadas inicialmente en obras ficticias, ahora son temas cruciales de debate en la ciencia y la política global.

De cualquier manera, el impacto de la ciencia ficción no solo es unidireccional. A medida que los científicos desarrollan nuevas tecnologías, estas inspiran historias, creando un ciclo de retroalimentación entre la ciencia y la ficción.

Por ejemplo, el desarrollo de la física cuántica ha dado lugar a relatos que exploran realidades paralelas y viajes en el tiempo, ¿recuerdas Interestelar (2014)? En otra cuerda, el avance en neurociencia y realidad virtual se refleja en series como Black Mirror, que nos alerta sobre los peligros del progreso descontrolado.

Asimismo, no es un secreto que la ciencia ficción ha demostrado ser una herramienta eficaz para comunicar ciencia al público general. Al presentar conceptos complejos en formatos accesibles, ayuda a generar interés, curiosidad y comprensión sobre temas que de otro modo podrían parecer inalcanzables.

Tampoco podemos ocular que el vínculo entre la ciencia y la ficción no es casualidad. Grandes figuras de la ciencia, como Carl Sagan, consideraban que la imaginación es la base de la innovación. Al crear mundos posibles, la ciencia ficción nos permite pensar más allá de las limitaciones actuales, abriendo caminos hacia futuros mejores o, en algunos casos, alertándonos de mundos indeseables.

En un planeta donde los desafíos globales —desde el cambio climático hasta las pandemias— requieren soluciones urgentes e innovadoras, la capacidad de imaginar lo “imposible” nunca ha sido más importante.

La ciencia ficción nos recuerda que lo que hoy es una idea loca podría ser el avance transformador del mañana.





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Por Vaclav Smil

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