Confieso que, cada vez con más frecuencia, muestro sólo una de mis “caras” en reuniones, encuentros formales e informales, al presentarme frente a un desconocido y un largo etcétera.
Si el ambiente es científico, oculto que escribo crítica de danza para un insigne diario cultural. En cambio, si me encuentro en el estreno de una ópera, omito que día a día intento arrancarle secretos a la naturaleza, estudiando la inmunología detrás de las enfermedades infecciosas y el cáncer.
Pero hay más, estando entre colegas científicos del campo en el que trabajo, cubro con un velo oscuro mis orígenes de físico nuclear. Esto lo hago para evitar miradas intrigantes, incomprensiones y hasta desprecios, por estar metido en un área del conocimiento “que no me corresponde”.
No obstante, a veces, y sólo a veces, mando al traste todo y hasta revelo que escribo columnas y cuentos… de ficción. ¿Sacrilegio?
A lo largo de la historia, el concepto de la polimatía ha encarnado una aspiración elevada del ser humano: la búsqueda del conocimiento en múltiples disciplinas. Figuras legendarias como Leonardo da Vinci, Benjamin Franklin o Ibn Sina (Avicena) han sido celebradas por su capacidad para destacar en campos tan diversos como la ciencia, el arte, la filosofía y la ingeniería.
Estos grandes polímatas fueron vistos en su tiempo como modelos de excelencia intelectual, ejemplos vivientes de la interconexión profunda que puede existir entre distintas ramas del saber.
Sin embargo, en la sociedad contemporánea —marcada por la especialización extrema y la compartimentación del conocimiento— la figura del polímata ha sido marginada y su relevancia, subestimada.
La polimatía, entendida como la capacidad de sobresalir en diferentes áreas del saber, no sólo representa una virtud intelectual, sino que proporciona una visión holística y una interconexión que resulta esencial para enfrentar los desafíos del mundo moderno.
En un entorno donde los problemas globales —como el cambio climático, las crisis económicas, los avances en inteligencia artificial— exigen soluciones que trascienden los límites de cualquier disciplina única, los polímatas tienen la capacidad de tejer redes de conocimiento que abarcan múltiples campos y perspectivas.
De hecho, en lugar de limitarse a una única especialización, integran saberes diversos para ofrecer una visión más amplia y matizada del mundo. Esta capacidad de síntesis les permite ver conexiones donde otros sólo identifican fragmentación.
La matemática puede iluminar conceptos de filosofía; la física puede dialogar con la poesía; la inmunología se puede inspirar en la danza clásica. Esta interrelación es más que un juego de inteligencia: es una necesidad, en una época que enfrenta problemas multifacéticos y requiere enfoques muy transversales.
A pesar de la indudable importancia de esta visión integradora, la sociedad actual ha desarrollado una tendencia preocupante: la hiper-especialización. Hoy se celebra al experto en un campo muy específico y se desconfía de aquellos que osan cruzar los límites entre disciplinas.
Las universidades y centros de investigación —aquellos que otrora fueron los guardianes del saber universal— se han transformado en reductos de departamentos cerrados que promueven la fragmentación del conocimiento en compartimentos cada vez más estrechos.
En este contexto, el polímata se enfrenta a la paradoja de su tiempo: mientras su perspectiva integral es más necesaria que nunca, su valor no es plenamente reconocido. Quienes dominan varias disciplinas, a menudo son vistos con sospecha, como si la diversidad de sus intereses implicara una falta de profundidad en sus conocimientos.
Esta actitud, hondamente enraizada en la cultura de la especialización, no sólo socava el potencial del polímata, sino que también priva a la sociedad de las valiosas contribuciones que estos individuos pueden ofrecer.
El rechazo a aceptar la autoridad de la persona versada en varios campos se puede entender, en parte, como un reflejo de la inseguridad que genera lo desconocido. En un mundo cada vez más complejo y acelerado, la especialización ofrece la ilusión de control: “si sabemos más sobre menos, podemos dominar esa fracción del mundo”, dicen.
Sin embargo, esta visión fragmentaria también puede ser una trampa, ya que limita nuestra capacidad de ver el cuadro completo. Los polímatas, con su capacidad de navegar entre distintos saberes, desafían esta visión y, en consecuencia, son vistos como figuras disruptivas.
Es cierto que en la era de la información —donde la cantidad de conocimiento disponible es vastísima— se ha confundido la acumulación de datos con la comprensión profunda, mas esto no es polimatía.
Los polímatas no sólo acumulan conocimiento, también lo interrelacionan y lo utilizan para comprender el mundo de manera más integral. En lugar de conformarse con saber más sobre un tema reducido, buscan entender mejor el todo. Es esta búsqueda lo que les otorga una perspectiva privilegiada y, a menudo, más precisa.
Por ello, debemos preguntarnos: ¿por qué rechazamos la opinión del polímata? ¿Por qué desconfiamos de aquellos que han recorrido múltiples caminos del saber?
En lugar de ver a estos individuos como amenazas a nuestra seguridad intelectual, deberíamos aprender de ellos y celebrar su capacidad de integrar conocimientos que la especialización no permite visualizar.
El enfoque de los polímatas no sólo es válido, sino necesario. En un mundo quebrantado, necesitamos más que nunca a quienes puedan tejer los hilos sueltos del conocimiento en una trama coherente.
Aceptar y valorar sus aportes es reconocer que, aunque cada uno pueda especializarse en un campo particular, es en la interacción entre disciplinas donde reside la verdadera riqueza del saber.
¿Será posible?
Lo seguiremos intentando.
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