El abrazo del Oso Rojo. Expediente Bielorrusia

El pasado 21 de mayo, un tuit de la presidencia de Cuba pasaba sin llamar la atención por las redes sociales:

#Cuba y los Estados miembros de la Unión Económica Euroasiática están unidos por estrechos vínculos de amistad y cooperación. pic.twitter.com/mx7olxeT0K
— Presidencia Cuba (@PresidenciaCuba)

Era apenas un mensaje escueto, que, a simple vista, no dejaba de ser un ejercicio más en la rutina de la propaganda.

La explicación al mensaje, que por supuesto carecía de link, la encontré en Granma

El periódico daba cuenta breve de la intervención virtual del presidente Miguel Díaz-Canel, en la reunión del Consejo Supremo Económico Euroasiático y resumía los acuerdos en “una treintena de acciones conjuntas en esferas prioritarias como la económica-comercial; bancario-financiera; de la salud y la biotecnología; energía, geología y minería; agroindustrial; cultural, deportiva y las comunicaciones”.

Hace poco más de dos años, en febrero de 2019, conversé durante varias horas con el sociólogo ruso Aleksandr Dugin, uno de los teóricos fundamentales del Eurasianismo, una corriente que promueve la integración de los países europeos del Este con Asia. 

Para aquel entonces, la tesis de Dugin sobre la importancia de la unidad euroasiática me resultó, sobre todo, otra forma de nostalgia por la Unión Soviética. Así que no la atendí demasiado y me centré en el propósito de la conversación: el primer viaje de Miguel Díaz-Canel, tras ser nombrado presidente de Cuba

El periplo, que cubría Rusia, China, Vietnam, Laos y Corea del Norte, eludía los principales socios comerciales de la Isla, y validaba, en cambio, el entramado de alianzas de la Guerra Fría. ¿Qué pintaba Miguel Díaz-Canel en parajes tan lejanos?

Entonces, escribí:

“¿Por qué el presidente de un país caribeño, cuyos principales socios comerciales son Canadá, España, Venezuela y México, elegía destinos tan ‘exóticos’ para su primera gira internacional? 

¿Será que la mayoría de los medios de prensa están mal informados y es en Eurasia, en la zona de influencia de Aleksandr Dugin, donde aún se encuentran los intereses reales de Cuba?”.

La noticia en Granma revivió aquella conversación con Dugin y me llevó a teclear la palabra “euroasiática” en el buscador del periódico. La lista de resultados no era demasiado extensa, pero recogía un par de informaciones, al menos, peculiares.

Granma contaba que semanas atrás, el 29 de abril, el primer ministro cubano Manuel Marrero Cruz, había participado —también de manera virtual— en otra reunión de la Unión Económica Euroasiática, esta vez en la del Consejo Intergubernamental, que se desarrollaba en la ciudad rusa de Kazán. 

Durante su alocución —enfatizaba el periódico— Marrero Cruz “reiteró el compromiso de potenciar la inserción de la Isla en ese mecanismo integrador”. Y puntualizaba: 

“La Mayor de las Antillas, que participó por primera vez, en su condición de Estado Observador, el pasado 5 de febrero, reitera su compromiso con la Organización y otorga un significado especial al desarrollo de una cooperación estrecha y multifacética con la Unión Económica Euroasiática (UEEA)”.

Acostumbrado, tanto a las redundancias y a la falta de detalles de Granma, como a la opacidad del régimen de La Habana, indagué entonces sobre cuáles eran los países miembros de la Unión Económica Euroasiática y cuán de efectiva, en términos económicos, podía llegar a ser para Cuba la integración en esta alianza. Coalición a la que Miguel Díaz-Canel parecía someter el destino de la Isla: “… las relaciones económicas, comerciales, financieras y de cooperación de Cuba con los Estados miembros de la Unión, son mutuamente beneficiosas, e hizo saber la disposición del archipiélago a colaborar en todas las prioridades de la Comisión Económica Euroasiática para este año”.

Así supe que la Unión Económica Euroasiática, que ocupa un 15 % de la superficie del planeta, se estableció el 1 de enero de 2015, y está integrada por Rusia, Bielorrusia, Armenia, Kazajistán, y Kirguistán. Además, están en proceso de revisión para su futura incorporación Moldavia, Tayikistán, Turkmenistán, Uzbekistán, y Siria.

De oídas, la lista de países miembros —o aspirantes a serlo— de la Unión Económica Euroasiática me sonaba a un compendio de regímenes totalitarios y presidencialistas, pero solo era una impresión que necesitaba confirmar.

Rusia: Vladimir Putin ocupa el cargo de presidente (que ha alternado en dos ocasiones con el de primer ministro) desde 1999. 

“Bajo el liderazgo de Putin, Rusia ha experimentado un retroceso democrático. Los expertos generalmente no consideran a Rusia como una democracia, citando el encarcelamiento de opositores políticos, purgas y restricción de la libertad de prensa, y la falta de elecciones libres y justas”.

Según el índice democrático de Freedom House, Rusia es “un régimen autoritario consolidado”, con una puntuación democrática general de 7/100.

Bielorrusia: Aleksandr Lukashenko ocupa el cargo de presidente desde 1994.

“Desde su ascenso al poder como candidato independiente en las elecciones presidenciales de 1994, Lukashenko se ha caracterizado por concentrar el poder del país en torno a su figura. Además de ostentar la presidencia, es el Comandante Jefe de las Fuerzas Armadas de Bielorrusia y presidente del Comité Olímpico Bielorruso, entre otras entidades estatales”.

Según Freedom House, Bielorrusia es “un régimen autoritario consolidado”, con una puntuación democrática general de 5/100.

Kazajistán: Nursultán Nazarbáyev ocupó el cargo de presidente desde que Kazajistán declaró su independencia en 1991 hasta 2019, cuando renunció a través de un mensaje televisivo.

Sin embargo, para los expertos “Nazarbáyev sigue siendo el poder detrás del trono, pues su renuncia no afectó al resto de puestos claves que ostenta: jefe del Consejo de Seguridad de Kazajistán, jefe del partido gobernante Nur Otan y miembro del Consejo Constitucional”. 

Según Freedom House, Kazajistán es “un régimen autoritario consolidado”, con una puntuación democrática general de 5/100.

Armenia: “Según la Constitución de Armenia, el presidente es el jefe de gobierno de un sistema multipartidario. El objetivo principal del gobierno armenio es construir un estilo de democracia parlamentaria occidental como la base de su forma de gobierno. Sin embargo, los observadores internacionales del Consejo de Europa y el Departamento de Estado de los Estados Unidos han puesto en duda la imparcialidad de las elecciones parlamentarias y presidenciales y el referéndum constitucional desde 1995, alegando deficiencias en las votaciones, la falta de cooperación por parte de la Comisión Electoral Central y el deficiente mantenimiento de las listas electorales y los lugares de votación”.

Según Freedom House, Armenia es “régimen autoritario semiconsolidado”, con una puntuación democrática general de 33/100.

Kirguistán: “El poder ejecutivo corresponde al primer ministro y su gobierno. Desde la reforma de 2010, el gobierno mantiene gran parte de las atribuciones ejecutivas”.

Para Freedom House, en 2021 el índice democrático nacional “disminuyó de 1,50 a 1,25 debido al colapso sin precedentes del gobierno y la toma ilegal del poder ejecutivo y parlamentario por el ex primer ministro Sadyr Japarov, que formó un nuevo gobierno sin base electoral”. Y considera al país un “régimen autoritario semiconsolidado”, con una puntuación democrática general de 14/100.


Entonces, pensé que quizás todos estos índices ofrecidos por entidades internacionales, podían ser interesados y que lo más imparcial era dar voz a los miembros de organizaciones nacionales, para que nos ayudaran a entender las condiciones reales en que se desarrolla el ejercicio político en la Unión Económica Europea. Esa entidad a la que Miguel Díaz-Canel, como presidente, y Manuel Marrero Cruz, como primer ministro, han decidido encomendar la suerte de Cuba.

La serie que hemos titulado “El abrazo del Oso Rojo” recoge las opiniones de políticos, sociólogos y economistas de cada uno de los países miembros y aspirantes a serlo. 

Bajo el título de “Expediente Bielorrusia” conversamos con Dzmitry Kukhlei, director del Instituto para el Desarrollo y el Mercado Social en Bielorrusia y Europa del Este[1].

¿Qué significó el colapso de la URSS para Bielorrusia? ¿La gente quería permanecer en la Unión o anhelaba un cambio? ¿Cómo se transformó la vida diaria?

Bielorrusia era una de las repúblicas más desarrolladas. Considerada el taller de montaje de la URSS —con un alto nivel científico-técnico—, el colapso de la Unión Soviética destruyó su economía. Y aunque sobrevivieron muchas empresas, luego se terminaron deteriorando durante el gobierno de Alexander Lukashenko. 

Es importante señalar que las autoridades bielorrusas mantienen una alta proporción del sector estatal, por lo que muchas empresas son totalmente deficitarias. Sin embargo, el apoyo al sector estatal es el principal objetivo del Estado, ya que permite el control del movimiento obrero.

La población de Bielorrusia era una de las más sovietizadas, con muy poco sentido de identidad nacional. En el plebiscito de 1991, el 82,7% votó a favor de la preservación de la URSS. Ahora es difícil examinar datos sociológicos, en la medida en que las instituciones sociológicas independientes fueron eliminadas y procesadas. Pero a lo largo de 30 años de independencia creció una nueva generación: muchos quieren buenas relaciones con Rusia, aunque eso no significa fusionarse en un solo Estado o renovar la URSS. La gente quiere salvar las relaciones económicas. Esto se debe a que su cuota de facturación de bienes es de aproximadamente el 50%. Las relaciones humanas, culturales y de otro tipo también son importantes, así como la apertura de fronteras.

Tras la independencia, los bielorrusos comenzaron a viajar más, a visitar países europeos y a comparar la vida en países poscomunistas como Polonia, Lituania o la República Checa. Con la integración de estos en la Unión Europea, la calidad de vida de las personas ha mejorado permanentemente. Sin embargo, en Bielorrusia se ha producido un estancamiento. Mucha gente se marcha. Antes la emigración económica, el desempleo y una búsqueda de mejoras en la calidad de vida eran los principales motivos; ahora, un gran número de bielorrusos abandona el país por razones políticas, de persecución o represión.

Mientras las autoridades permitieron la actividad de los centros sociológicos, se pudo observar el aumento continuo de independentistas. Ahora son la gran mayoría. Así como los que quieren cambios y un nuevo presidente. Hace 5 o 7 años, los sociólogos registraron una tendencia reformista, lo que significa que los bielorrusos comenzaron a desear cambios y una transición. 

Esta necesidad de cambios se tradujo en 2020 en las manifestaciones en apoyo a la candidata a la presidencia Sviatlana Tsikhanouskaya por un gran número de votantes. Es imposible establecer el número exacto debido a los controvertidos resultados oficiales y a la ausencia de encuestas independientes. Pero ella ganó en los centros de votación con un conteo abierto.

Las manifestaciones masivas de miles de personas después de las elecciones muestran la aspiración de cambios de los bielorrusos. Cientos de miles de personas en Minsk y en toda Bielorrusia salieron a las calles a pedir la dimisión de Lukashenko. Desde acciones pacíficas, los manifestantes se enfrentaron al terror y la violencia del régimen.

¿Cuáles fueron los mayores problemas de la sociedad bielorrusa durante los primeros años de independencia de la URSS?

Las instituciones estatales subdesarrolladas fueron uno de los principales problemas. Como solución, Lukashenko logró reforzar la institución de la Presidencia de manera tal, que sustituyó todos los demás poderes con ella. Los tribunales, el Parlamento y las autoridades locales son, a día de hoy, “instituciones inactivas”. El presidente gobierna a fuerza de decretos y estos son más importantes que las leyes del Parlamento. 

En el Parlamento no hay pluralismo en absoluto. Lukashenko construyó la estructura de mando de arriba hacia abajo y los gobiernos locales se someten directamente al presidente. Los jueces también son nombrados por él. La ideología estatal, incluso, intenta crear un mito de que Bielorrusia perderá la independencia sin Lukashenko. Pero más bien es al revés: la dependencia de la política estatal a una sola persona crea una gran amenaza para la soberanía de Bielorrusia.

A pesar de la opresión del Estado durante todo el período de gobierno de Lukashenko, las iniciativas civiles han contribuido en gran medida al desarrollo del sentido de identidad nacional, promoviendo ideas de independencia y soberanía. Las iniciativas civiles en el período de COVID-19 son el ejemplo más brillante. 

En la primavera de 2020, durante la primera ola, Lukashenko negó el problema y sugirió el tratamiento con vodka. En respuesta, la sociedad civil se movilizó y aunó esfuerzos para ayudar con medicamentos a las víctimas. Estas acciones de solidaridad molestaron al Gobierno, quien intenta controlar permanentemente a la sociedad civil. Después de agosto de 2020, pasadas las elecciones, comenzó una purga de todas las iniciativas civiles.

Lukashenko llega al poder en 1994, ¿cómo un político poco conocido se convierte en presidente?

En 1994 la sociedad bielorrusa estaba harta de la prolongada crisis económica y de la incapacidad de las élites gobernantes para resolverla. Entonces, la nostalgia por la URSS comenzó a calar en la población. El populismo de Lukashenko atrajo la atención de la mayoría de los votantes, que no entendía las condiciones del mercado en ese momento, asociándolas con el caos y la decadencia. El poder fuerte volvió a ser el más buscado.

¿Cómo valora los diferentes mandatos de Lukashenko? ¿Qué aspectos han sido positivos y cuáles negativos para Bielorrusia?

A finales de 1990, Lukashenko logró derrotar a la oposición por completo y concentrar el poder absoluto en sus manos. Gracias a las estrechas relaciones con Rusia, en la primera década del nuevo milenio la economía del país se desarrolló con rapidez. Los ideólogos hablaban del “milagro económico bielorruso”. Milagro que existía gracias al acceso privilegiado al amplio mercado ruso, a las regalías de gas y petróleo. Pero cuando el Kremlin comenzó a cortar los subsidios, el milagro desapareció. Durante los últimos 10 años, la tasa de crecimiento económico de Bielorrusia se situó alrededor del 1,1% anual. Al mismo tiempo, la deuda externa nacional creció.  

Algunos sectores de la economía se han desarrollado activamente. Por ejemplo, en la última década, la esfera de las tecnologías de la información experimentó un rápido crecimiento y muchas empresas y productos son mundialmente conocidos (EPAM, Viber, entre otros). Sin embargo, esto fue posible en la medida en que el Gobierno se mantuvo al margen de la actividad del parque de alta tecnología, creando solo condiciones favorables para su libre desarrollo. 

Después de agosto de 2020, las represiones no solo afectaron a los ciudadanos comunes, sino también a las empresas privadas. Muchas comenzaron a reubicarse, sus trabajadores siguen marchándose y nadie puede decir cuándo terminará.

¿Surgió alguna alarma social después de las primeras elecciones ganadas por Lukashenko? 

En los primeros años de gobierno, Lukashenko intentó, como principal medida, concentrar el poder absoluto. Primero, inició un referéndum de prueba, y luego el segundo, con una profunda revisión del poder a favor del presidente. Esto provocó una grave crisis política con manifestaciones masivas. El procedimiento de destitución se inició en el Parlamento, pero no se llevó a cabo. El Kremlin asumió el papel de mediador entre el Parlamento y el Presidente. Una delegación de rusos de alto rango aterrizó en Minsk y convenció al Parlamento de que congelara el juicio político a cambio de concesiones del Presidente en el asunto del referéndum. Sin embargo, Lukashenko se retractó de su promesa. Después de celebrar el referéndum, derrocó al Parlamento y asumió superpoderes presidenciales. No obstante y a pesar de los abusos, el plebiscito se mantuvo. Obviamente, los resultados no fueron aceptados por la oposición ni por comunidad internacional.

¿Cuándo expresaron los ciudadanos por primera vez su descontento? ¿Cómo lo demostraron? ¿Cuál fue la respuesta del Gobierno?

Se ha demostrado a través de las continuas protestas que, una vez que aumenta la tensión social, el Gobierno muestra una disposición al diálogo. Así fue en 1996, cuando el poder del Presidente flaqueó y la oposición controlaba las calles de la capital. 

En agosto de 2020, las violaciones por parte de la policía provocaron una (contra)reacción y miles de personas salieron a las calles durante varios meses. Parecía que los cambios eran inevitables y que el régimen estaba a punto de caer. Pero Lukashenko solo necesitaba el diálogo para ganar tiempo y hostigar a sus oponentes. Después de 1996, una vez superada la crisis, arruinó por completo al Parlamento y, tras este, a la oposición. 

En los últimos 10 meses, se han desatado en el país represiones masivas sin precedentes. Se abren causas penales, cada semana nos informan sobre nuevas redadas y arrestos. Los ciudadanos pueden ser detenidos en las calles por desconocidos con pasamontañas y llevados a un lugar no revelado. Ya se han registrado más de 10 muertes como consecuencia de las protestas. 

En junio de 2021, un activista de la oposición murió en prisión en circunstancias poco claras y, recientemente, un preso político intentó suicidarse justo durante el proceso de juicio. En el país ya hay 476 presos políticos. En las cárceles utilizan torturas contra manifestantes y detenidos, y transmiten sus “confesiones” en la televisión progubernamental.  

¿Podría dibujar un mapa de la oposición política en Bielorrusia? ¿Cuál es su incidencia en la vida política y social? ¿Cuáles son las iniciativas más significativas?

El régimen aísla o expulsa a los líderes populares del país de inmediato. Tan pronto como el banquero Viktar Babaryka anunció su deseo de postularse para la presidencia, la sociedad sintió la esperanza de cambios. En pocos días logró reunir un gran equipo. Su popularidad comenzó a crecer rápidamente, pero Lukashenko lo envió a prisión. Según las investigaciones, hasta ahora Babaryka sigue siendo el político más popular y su equipo intenta crear un partido.

Sviatlana Tsikhanouskaya tiene el mayor crédito de confianza del electorado. En las elecciones presidenciales de 2020, dejó muy atrás a Lukashenko en las mesas electorales donde los votos se contaron de forma transparente. Nadie en Bielorrusia se fía de los resultados oficiales de la Comisión Electoral Central. De hecho, las autoridades la deportaron al día siguiente de la votación. Ahora se encuentra en Lituania, con un equipo experimentado a su alrededor.

Sviatlana Tsikhanouskaya inició el establecimiento del Consejo de Coordinación para las negociaciones con las autoridades. Muchos de los líderes de renombre se convirtieron en sus miembros. Algunos de ellos (Maksim Znak, Maria Kalesnikava) terminaron en la cárcel, otros fueron deportados (Volha Kavalkova) u obligados a abandonar el país (Pavel Latushka, Siarhei Dyleuski). Sin embargo, el Consejo de Coordinación sigue trabajando dentro de Bielorrusia, con mucho cuidado debido a las represiones.

En Bielorrusia el movimiento de protesta sobre el terreno está descentralizado, no tiene líderes claros. El país se acciona desde la clandestinidad y no hay concentraciones de masas en las calles. El régimen dice que está dispuesto a usar armas de fuego contra los manifestantes, haciendo caso omiso de sus propias leyes.

Pero a pesar del creciente descontento y las protestas después de las elecciones de 2020, Lukashenko se mantuvo en el cargo.

En los primeros meses de las protestas se pudo observar la erosión de la lealtad de los empleados estatales, pero solo de los rangos medios y bajos. No se produjo una división seria entre las élites dominantes. Durante muchos años, Lukashenko estuvo limpiando cuidadosamente el gobierno, el Parlamento y las autoridades estatales locales de la disidencia. En las primeras semanas de protestas, los burócratas quedaron impresionados con la magnitud de estas y se mantuvieron callados. Lukashenko dependía únicamente de los servicios especiales, la policía y el ejército. Las leyes dejaron de funcionar en el país. Su lugar fue ocupado por una voraz maquinaria represiva. Y, a día de hoy, aún continúan la represión, las violaciones, torturas y detenciones.

Moscú también vino a rescatar a Lukashenko durante las primeras semanas de protestas. El Kremlin envió a sus propagandistas para ayudar a los medios de comunicación estatales bielorrusos, pues muchos periodistas se negaron a trabajar para Lukashenko y culparon a la policía antidisturbios de la violencia. 

Moscú también prometió enviar a su policía antidisturbios para ayudar a Lukashenko a mantenerse en el poder. Rusia asignó un préstamo de 1 500 millones al gobierno bielorruso debido a la inestabilidad de nuestra economía.

Hace dos semanas, el gobierno de Bielorrusia se apoderó de un vuelo de Ryanair que sobrevolaba su territorio para detener al periodista Román Protasévich, ¿este acto abre un nuevo escenario en la persecución de la disidencia?

Con esta acción, el Gobierno llevó la crisis política a un nivel superior. La comunidad internacional pudo observar cómo podía comportarse realmente el régimen. Ahora se ha iniciado una investigación sobre esta barbaridad de Lukashenko, pero lamentablemente no se ha abierto en Bielorrusia, sino en el Tribunal de La Haya.

¿Cómo pronostica el futuro político de Bielorrusia en los próximos años?

Sin duda, el régimen está obligado a responder a la presión de la sociedad. Ahora, las autoridades están pensando en la posibilidad de excluir al máximo a los votantes del proceso político, posponiendo fechas de posibles elecciones. Durante este tiempo, quieren hacer cambios en la Constitución y blindar el sistema. En el aparato estatal, muchos están cansados ​​del gobierno a largo plazo de Lukashenko y les gustaría que se fuera. Pero en este momento están más preocupados por su futuro. 

Las instituciones gubernamentales son extremadamente débiles. El régimen personalista no facilitó el desarrollo del Parlamento, de los tribunales independientes o del gobierno local. El crecimiento gradual de las instituciones con la preservación de la influencia de Lukashenko en las decisiones clave, o en la respuesta temprana en caso de crisis, es la opción más probable. 

Las élites gobernantes están tratando de encontrar elementos estabilizadores para salvar el sistema anterior. Por el momento, en su mayoría quieren construir una institución de la legitimidad, al menos para fortalecer la lealtad del aparato estatal. La Asamblea Nacional de Bielorrusia parece ser una institución de este tipo, ya que sus líderes y delegados son elegidos por los burócratas y confirmados por el Presidente. 

El Consejo de Seguridad parece ser un estabilizador más, que debe activarse no solo en un momento crítico, sino también para la toma de decisiones importantes.

Sin embargo, si el régimen se mantiene cometiendo errores que afecten los intereses de un gran número de personas, las protestas masivas comenzarán de nuevo. Lukashenko está tomando demasiadas decisiones impopulares y explosivas. La retroalimentación de los votantes es mínima y el régimen no la va a compensar. 

Es difícil decir cuál de los errores de Lukashenko se convertirá en uno fatal para su régimen, pero, sin duda, seguirá cometiéndolos. La oposición también está analizando lo sucedido, elaborando su propia estrategia en caso de nuevas protestas. La situación podría evolucionar de manera que el Estado no tenga suficientes recursos para disuadir las protestas. 

En 2020, también se agotaron los recursos. Entonces, Alexander Lukashenko pidió ayuda al Kremlin. En agosto, los propagandistas rusos vinieron a Bielorrusia a sustituir a sus colegas locales cuando estos comenzaron a abandonar los medios estatales. Lo mismo se aplica a los organismos encargados de hacer cumplir la ley, muchas personas han dejado el servicio y han abandonado las fuerzas del orden. Durante las protestas, Lukashenko también le pidió ayuda a Putin con efectivos represivos. Sin embargo, probablemente, la próxima vez la ayuda rusa no será suficiente.

Bonus track: ¿Y Rusia?

La situación en Rusia evoluciona de forma similar a la de Bielorrusia en muchos aspectos. Rusia también enfrentará la amenaza de una crisis política, que podría verse forzada con la movilización social en el momento de las próximas elecciones. Putin está estimulando a Lukashenko para la reforma del sistema político y, probablemente, su deseo es probar varias prácticas de transformación controlada y también la reacción de la sociedad a esos cambios.


Imagen de portada: Escudo de la República de Bielorrusia (Belarús, según la nomenclatura de la ONU).




Nota:
[1] Esta entrevista se realizó en inglés, una lengua franca entre Dzmitry Kukhlei y yo, por lo que me hago responsable de su traducción, así como de cualquier imprecisión, redundancia, u omisión en ella.




El extraño viaje de Miguel Díaz-Canel

El extraño viaje de Miguel Díaz-Canel (I)

Ladislao Aguado

Una entrevista con Aleksandr Dugin. Sociólogo, filósofo, asesor geopolítico del Estado Mayor del Ejército Ruso. Para muchos, la inteligencia detrás de la política exterior de Vladimir Putin. También conocido como el ‘Rasputin de Putin’ o ’the Putin’s Mind’.