Esta entrevista coral no surgió al calor de un happy hour ni en casa de uno de los implicados. Sucedió como suceden tantas cosas hoy en día: por serendipity, a través de las redes sociales.
Publicaba la entrada de mi primera columna en LinkedIn, cuando me tropiezo con el tráiler de El último balsero (2020), filme independiente cubano que se estrenaría en la primera quincena de marzo durante el Festival de Cine de Miami. Y me dije: “Aquí hay materia prima para avivar a esos lectores hiperactivos, hypermediáticos”. Entonces contacté a Oscar Ernesto Ortega, uno de sus directores. Intercambiamos teléfonos y así logré ver la película un par de veces por Vimeo.
A Héctor Medina ya lo había entrevistado antes para El Nuevo Herald, en ocasión del estreno de Viva (2015) en los cines de Miami, hace ya varios años. Recuerdo que esa vez sí le hice una visita. Hablamos bastante. También recuerdo que terminé rodeado de patos frente a un lago de Fontainebleau. Esta vez le escribí por Instagram y al día siguiente contestó todas mis preguntas por mensajes de audio en WhatsApp, mientras cuidaba de sus dos hijos pequeños.
En El último balsero, Ernesto (Héctor Medina) es un profesor de Filosofía que, tras la muerte de su madre en Cuba, decide echarse al mar con el fin de llegar a Estados Unidos para investigar el paradero de su padre. Después de naufragar cerca de las costas de Miami, logra llegar vivo a tierra firme. Entonces descubre que ese mismo día, 12 de enero de 2017, Barack Obama había derogado la Ley “Pies Secos / Pies Mojados”, dejándolo en el limbo: sin oportunidad de ajustar su estatus migratorio, ni recibir amparo o beneficios del gobierno como emigrado cubano.
Es una película entretenida y sincera que no pierde tiempo en el drama marítimo, como otros filmes, sino que aborda las innumerables peripecias para sobrevivir en tierra firme en una era difícil para la emigración cubana, exenta ya de privilegios en los Estados Unidos. Aderezada por continuas elipsis que aceleran el ritmo de la narración, y elocuentes movimientos de cámara que traducen los estados de ánimo de sus personajes, además de un elenco joven que nos regala interpretaciones creíbles (Cristina García, Néstor Jiménez Jr.), esta cinta entra de inmediato en la lista de películas entrañables sobre la diáspora.
Bien cuidada en su estructura y con interesantes puntos de giro, le muestra al mundo la ciudad de Miami desde múltiples aristas, en su diversidad de estilos de vida, desde el rascacielos hasta la casa rodante; así como las simpáticas transiciones del spanglish en tanto lengua viva o la práctica de la santería como estereotipo de la cubanidad.
Se trata de un drama de actualidad, que cuenta una historia de orfandad, de pérdidas, de huida, pero también de amor, de reconocimiento, de identidad. Una aventura, un viaje hacia adentro, hacia el dolor, hacia las infinitas opciones de la libertad, al milagro de la salvación… Como dice uno de los personajes: “Íbamos a hacer un brindis por Kant, pero que sea por Yemayá”.
Cuando yo pienso en la palabra “balsa”, o “balsero”, es como si se me inundara la cabeza con un chorro de agua salada, siempre teñida de rojo. Entre los recuerdos de mi infancia, retumban siempre las voces de mis vecinos, susurrando de portal en portal que Fulanito no había llegado, que escucharon la lista de nombres de los sobrevivientes por Radio Martí, y el nombre de Fulanito no estaba, que Fulanito era un saco de huesos, pero aun así se lo habían comido los tiburones.
Junto a esas desafortunadas imágenes, me llegan de forma intermitente palabras como Mariel, Fidel Castro, Maleconazo, buque madre, Bill Clinton, aguas internacionales, corriente del Golfo, cámaras de tractor, y muchos, muchos remos, como en un juego de palitos chinos o alguna de las instalaciones de Kcho.
Por otro lado, veo la cara anémica de Elián González en aquellas postalitas que nos repartieron en la secundaria, donde lo pintaban como un príncipe enano escoltado por delfines… La cantidad de veces que tuve que marchar para que el mocoso regresara a la Patria, y hoy es un oportunista indeciso y retrasado, con salitre en los oídos.
Después, me acecha el fastidio de la cultura y se me juntan el buenote de Robinson Crusoe (Pierce Brosnan) con La balsa de la Medusa (1819), del pintor francés Théodore Géricault. Y el naufragio romántico del Titanic (1997) de James Cameron, donde siempre termino con la punzada del guajiro —gracias al puñetero iceberg— y la voz afectada de Claudia Rojas en 90 millas (2005) y aquel silbato metálico en la boca… ¿o era Kate Winslet?
Todos van a bordo del yate Granma —como si se tratara de un cuadro del pintor cubano Rubén Alpízar— recién salido del puerto de Tuxpan.
Un par de coincidencias me motivan a hacer esta entrevista: Oscar Ernesto Ortega llegó a Miami en 2015 y, como yo, pronto se hará ciudadano americano. Héctor Medina también es pinareño, y ha hecho una intensa carrera en el cine.
Los tres somos cubanos, cinéfilos, vivimos y creamos en las entrañas del “monstruo”.
Somos tres jóvenes náufragos, salvados por el cine.
Imagino esta conversación así de casual: trepados sobre salvavidas, con el cuerpo metido en el agua hasta la cintura, en uno de esos cines al aire libre donde todos van a ver Jaws (1975), de Steven Spielberg, tomando limonada Minute Maid. Pero en realidad vemos El último balsero, pregón de una especie que se extingue, que desaparece.
La noche es oscura y cerrada. Y otros balseros tiritan a lo lejos.
Miami es el escenario natural de la televisión hispana, pero no es frecuentada con la misma sistematicidad por el cine, con la excepción reciente de Moonlight (2016), el multipremiado filme de Barry Jenkins, que nos devolvía locaciones familiares de nuestro entorno urbano. El último balsero nos lleva hasta South Point Park, Books & Books, Brickell, Venetian Causeway, Downtown Miami, Hialeah, Calle 8, el restaurante El Exquisito y el Parque del Dominó, entre muchos otros sitios pintorescos y reconocibles para quienes vivimos aquí. ¿Qué los llevó a decidirse por esta ciudad para narrar su historia?
Oscar Ernesto Ortega (OEO): Miami fue uno de los escenarios principales de nuestra película porque es imposible hablar de la identidad cubana fuera de Cuba sin que Miami ocupe uno de los primeros puestos. Además, es una ciudad con tremendo potencial para el cine, muy diversa y donde se han formado y se siguen formando excelentes filmmakers.
¿Por qué el cambio de política migratoria les inspiró un largo de ficción y no otro documental, género que ha ocupado mayoritariamente su labor como realizadores? ¿Guarda alguna relación esta película con los materiales anteriores de El Central Producciones? Estoy pensando en Alamar, la ciudad del hip hop cubano; La isla de corcho o Running Shadow.
OEO: Decidimos hacer una ficción y no un documental porque en la ficción encontramos más libertad para desarrollar una historia que, además, especula sobre el posible futuro de los nuevos emigrantes cubanos. Además, como fotógrafo, la ficción me permitía libertades estéticas que, en el documental, por las características del género, no iba a poder desarrollar.
Si tuviéramos que relacionar esta película con algunos de nuestros trabajos anteriores, La isla de corcho es el material que más se le acerca. La ficción es algo que, una vez que te atrapa, no te deja ir, y La isla de corcho fue como una suerte de embrujo que no solo nos ató a la ficción a Carlos Rafael y a mí, sino que me mostró lo divertido y apasionante que es crear juntos.
¿Hiciste junto a Carlos Rafael Betancourt —el otro codirector de la cinta— algún trabajo de investigación antes de escribir el guion?
OEO: El trabajo de investigación que realizamos fue mayormente la exploración de la realidad y de las experiencias diversas de los cubanos que emigraron en las primeras oleadas. Por suerte, al contar con un crew cubano-americano tuvimos muchas opiniones que nos ayudaron a ser lo más verídicos posible.
Por otra parte, el tema de la película nos toca muy de cerca, tanto por la historia del padre de Ernesto como también por la realidad de los cubanos que recién llegamos, por lo que también volcamos experiencias nuestras durante el tiempo que llevamos viviendo en Estados Unidos.
¿Analizaron otros referentes audiovisuales que han abordado el fenómeno de la emigración cubana hacia Estados Unidos? Ahí está Balseros (2002), documental catalán codirigido por Carles Bosch y Josep Maria Domènech, nominado en su momento al Goya y al Oscar; 90 millas (Francisco Rodríguez, 2005), Una noche (Lucy Molloy, 2012), Afuera (Vanessa Portieles y Yanelvis González, 2012), El acompañante (Pavel Giroud, 2015) y Agosto(Armando Capó, 2019).
OEO: Esta película se nutre de muchísimas obras audiovisuales cubanas, tanto documentales como ficción. Pero digamos que en realidad le hacemos homenaje a Memorias del subdesarrollo y a Fresa y chocolate.
¿Pretenden defender alguna posición de índole política con este relato?
OEO: No pretendemos defender ninguna posición política, pretendemos poner opiniones diversas sobre la mesa y exponer experiencias humanas. Tratamos de buscar personajes que de alguna manera pudieran mostrar opiniones diferentes.
Ahora que la 19ª Muestra Joven ICAIC ha sipo pospuesta en La Habana, debido a la polémica en torno a Sueños al pairo, ¿qué opinas sobre la censura institucional y la política cultural reciente contra los artistas cubanos? Es curioso que el eslogan de esta edición, visible en el afiche, enfatiza en el gerundio “descentralizando”, como alusión a la zafra cañera, una práctica ya extinta, pero también como diatriba contra el poder… ¿Se dan ustedes por aludidos, teniendo en cuenta el nombre de su productora El Central? (Risas).
OEO: En mi opinión, la censura de cualquier obra artística por razones políticas o por decisión del establishment es inaceptable. El arte debe ser un acto de libre expresión y es algo tan genuino que, por más que los poderes intenten silenciarlo, cada día nacerá un nuevo creador con una nueva verdad.
¿Manejan la posibilidad de estrenar este filme en la Isla?
OEO: Nos encantaría presentar la película en Cuba. Fue un trabajo realizado por cubanos que viven fuera pero también dentro de la isla, como por ejemplo Harold López Nussa y Ruy Adrián López Nussa, quienes estuvieron a cargo de la música original, o Raupa, quien diseñó el cartel y toda la gráfica de la película.
Además, Carlos Rafael y yo nos formamos como realizadores en Cuba y sería un privilegio compartir este proyecto con todos nuestros amigos realizadores y con nuestras familias.
¿A qué se deben los recurrentes guiños a Fresa y chocolate en el filme? ¿No creen que Últimos días en la Habana(2016), de Fernando Pérez, era ya un homenaje suficiente al filme de Titón y Tabío?
OEO: Fresa y chocolate y Memorias del subdesarrollo son dos películas a las cuales, en mi opinión, nunca le alcanzarán los homenajes. Pero en especial con Fresa… quisimos hacer más que eso: Diego es un personaje que de alguna manera vive en nuestra película. Recuerdo que cuando estábamos trabajando en el guion y creando uno de los personajes más importantes de nuestra historia, esta pregunta nos visitaba todo el tiempo: ¿Qué sería de Diego si hubiese emigrado a Miami?
Te refieres al personaje de Lenin (interpretado por Chaz Mena): “capitalista y maricón, bueno, gay, que es como se le llama hoy en día”. Una reencarnación del Diego de Fresa…, aunque devoto de Marilyn Monroe, José Martí y Virgilio Piñera; a su cargo están los parlamentos más sagaces y humorísticos de la película. Los puntos de giro en el argumento lo acercan bastante al personaje de Titón y Tabío, incluso hay un abrazo… ¿Algún interés especial de parte de ustedes por denunciar las injusticias contra la homosexualidad en Cuba?
OEO: El Sol no puede taparse con un dedo ni la historia borrarse de un plumazo, por más que lo hayan intentado. Por eso esta película presenta historias humanas soportadas desde el dolor y la injusticia.
¿Cómo lograron financiar la película? ¿Recurrieron a alguna campaña de crowdfunding?
OEO: Esta película no tuvo financiamiento, ni inversionistas, ni sponsors. Y uno de los grandes valores que tiene, me atrevo a decir, es que muestra que en Miami hay mucha gente con ganas de hacer cine y con ganas de sacrificarse y donar su tiempo y su esfuerzo para hacer trabajos por pasión. Eso tiene un valor incalculable. El poco presupuesto con el que contamos fue el ahorro de las ganancias de los trabajos comerciales, que los utilizamos para poder realizar este proyecto.
¿Qué tiempo demoró en concretarse la película desde que empezaron a escribirla hasta su posproducción? ¿Cuáles fueron sus expectativas con el estreno mundial?
OEO: El proceso desde que comenzamos a escribir la película hasta que la terminamos fue un poco más de dos años. Tuvimos un estreno mundial maravilloso, la sala se llenó y la reacción del público fue mejor de lo que imaginamos; estamos muy agradecidos por los comentarios y por la manera en que recibieron esta película. Tenemos tres nominaciones en el Festival de Cine de Miami.
¿A qué público va dirigido El último balsero?
OEO: Al ser una película realizada mayormente por cubanos, se podría interpretar que va dirigida a una audiencia cubana, pero nuestro interés fue universalizar lo que podría ser local y conseguir que cualquier tipo de audiencia, no importa de dónde sea, conecte con las historias humanas que presentamos en este largometraje.
Héctor, ¿cómo es que Ernestico, cuya madre “no lo dejaba ir solo ni al Coppelia”, encuentra valor para convertirse en balsero? Con este personaje asumes otro papel protagónico: ¿te consideras un actor talentoso o con buena suerte?
Héctor Medina (HM): Sí, me considero un actor con bastante suerte. Mi madre es cristiana. Ella suele decirme que yo soy un niño mimado del Señor, porque a veces me porto bastante mal e igual sigo teniendo suerte.
Lo que pasa es que a mí también me gusta cuidar esa suerte, sobre todo por respeto al público. Quizás por eso a veces puedo ser un actor un poco pesado, no desde el punto de vista de diva o de estrellita, me gusta la perfección.
Me gusta que, si estoy haciendo cine, si ya estamos ahí, si hemos pasado tremendo trabajo para llegar al rodaje, hacerlo todo lo más perfecto que se pueda. Por respeto al público que es el que lo lleva a uno a donde está.
En cuanto a lo del talento, creo que eso es una cosa que no se tiene y ya. Todos los días hay que levantarse y luchar por ese talento, estudiar, ver buenas películas, leer, tener buenos referentes. Y sobre todo, con el eslogan que me aprendí desde el primer año de la Escuela Nacional de Arte (ENA): “Sé bueno en la vida y serás bueno en la escena”.
¿Cómo llegas a este proyecto?
HM: Cuando decidí quedarme en este país recibí una llamada de Oscar Ernesto Ortega. Él estaba trabajando en un estudio de filmación que hay por el Downtown, y me dijo: “Pasa por aquí que tengo un receso y quiero contarte algo”.
Pasé tremendo trabajo para llegar allí porque hacía muy poco tiempo que había sacado mi licencia de conducir y era una de mis primeras experiencias manejando.
[“Lucas, trata de no hacer bulla”, le dice Héctor a su hijo mayor mientras graba estos mensajes de audio para mí en WhatsApp, y luego continúa].Entonces, nada, me encontré con Oscar Ernesto y él me dijo: “Mira compadre, yo tuve un sueño. Es esta película. La he ido trabajando durante varios meses, y esto es lo que tengo”.
Me contó la película que tenía en su cabeza. A mí me encantó, y él me dijo: “Si tú decides protagonizarla, yo la escribo, la hago, la dirijo”. Le respondí: “Cuenta conmigo”.
Yo estaba recién llegado. No sabía si podría seguir trabajando como actor. Me dije: “Este tipo está loco”. Para mí era un regalo, la verdad, un sueño. Ese fue nuestro primer acercamiento. Así fue como llegué a la película. Luego él escribió, y empezamos el trabajo de mesa. Arregló algunos detalles, cositas, y ahí empezó todo.
Para mí El último balsero es como Robinson Crusoe, pero a la inversa. Ernesto va de la escasez tropical al desarrollo, de la crisis permanente a la sobreabundancia capitalista. Me complació ver que la producción pensó en todo: tu pelo largo, la barba espesa y las marcas de sol en los brazos… Cuéntame sobre el recorrido emocional de tu personaje.
HM: No creo que el recorrido emocional de mi personaje en esta película sea complicado. En algún punto decidimos no complicarlo demasiado, ni hacerlo tan polémico. Queríamos hacer una película que fuera vista por la gente, sin meternos mucho en el tema de la censura. No por nada, sino por que solo queríamos mostrar sin juzgar.
Entonces jugamos un poco con esa primera visión de un cubano acabado de llegar a Miami: ver a través de sus ojos todo lo sorprendente que puede llegar a ser esta ciudad. Siempre tuvimos dudas y esa espina clavada sobre el gran punto de giro; pero creo que, luego, a través del proceso de la película, ella misma nos mostró que no había que buscarlo, sino que era como un cúmulo de cosas que ya le habían ido pasando a este personaje desde que llega.
Incluso, yo mismo no quise mostrar a este tipo —un profesor de Filosofía en La Habana, que llega en busca de su padre— como un héroe, sino como ese cubano que está lleno de dudas y llega con cierto adoctrinamiento en su cabeza. Queríamos mostrar cómo choca con este mundo, y con el resto de los personajes con los que él se reúne.
¿Qué desafíos y asperezas te supuso este trabajo?
HM: Fueron muchos retos para mí. Primero, confiar. Por lo general, yo soy un actor que, cuando decide trabajar, es porque hay un guion bien estudiado y con bastante peso. En este caso me lancé a trabajar en la película con dudas, con cierta incertidumbre. De hecho, en algunos momentos llegué a polemizar con los directores en plan “Eso lo hago, eso no lo hago”. Por respeto sobre todo, porque estábamos tocando el tema migratorio cubano.
Dije hace poco en otra entrevista que para un cubano actuar es difícil. Ser cubano ha sido difícil durante 60 años. Ya eso en sí es muy polémico.
Y los retos de este trabajo no fueron solo para mí, sino también para mi esposa y mis suegros, que me ayudaron mucho. Es difícil estar filmando una película en la calle, con pocos recursos, pero también es difícil llegar a la casa y ver cómo pagas las cuentas y atiendes a tu esposa embarazada, a tu niño.
Los retos más grandes los asumieron todos ellos, así como todos los actores que me acompañaron. Amigos actores que convoqué. Fue un reto para todos. Yo se lo dedico a ellos. A todos los actores que hacen Uber o que trabajan en restaurantes, y también a todos los artistas que están presos en Cuba, gracias al Decreto 349.
Recuerdo que hubo una escena para la que habíamos rentado una lancha, y el dueño nos dijo que no podíamos andar a cierta velocidad o hacer ciertas cosas. Entonces llamé a dos amigas que tenía en Brickell, ellas sacaron su lanchita rápida y nos salvaron ese día. Gracias a eso logramos filmar las primeras escenas de la película.
Hay una escena muy emotiva en la que Ernesto se une a la masa de protestantes en contra de Trump y le dice a Ale: “Compadre, yo nunca he podido decir lo que me dé la gana en el medio de la calle, sin que me pase nada”, y comienza a gritar, de forma anacrónica: “¡Viva Cuba libre, coño!”. ¿Cómo te apropiaste de la historia de Ernesto? ¿Le ha sucedido algo similar a alguien que conoces? ¿Te identificas con sus motivaciones e ideas políticas?
HM: Yo no diría que me apropié de una historia o que me basé en alguna experiencia similar de alguien que yo conozca. De hecho, conozco muchas personas a las que les han sucedido cosas peores o cosas más locas. Hay muchos cuentos. Es que Miami está lleno de historias para contar una película. Si te pones a indagar sobre cada familia cubana que anda por aquí, todos tienen algo que contar.
Yo lo que siempre traté fue hacer mi personaje verídico, real, llenar espacios vacíos. Y, sobre todo, hacer una película entretenida, que se pudiera ir a ver al cine. Nunca he pensado en un premio, y creo que los directores tampoco.
¿Este personaje le aporta algo nuevo a tu carrera como actor? Teniendo en cuenta que ya habías hecho bastante el rol de gay, travesti o drag queen en filmes como Vinci (2011), Una historia con Cristo y Jesús (2014), El Rey de La Habana (2015) y Viva (2015).
HM: Sí, a mi carrera como actor le aporta mucho. Siempre es una experiencia nueva y los actores somos eso. Vamos haciendo camino al andar, como dice Joan Manuel Serrat.
Me aportó ver a Oscar Ernesto y Carlos Rafael tratando de hacer su película, y cómo salvaban las cosas. Creo que cuando ya me decida a hacer mi próximo trabajo como director sacaré bastante de esta experiencia.
Lo que más me llevo es que puedes tener mil ideas, un guion, lo que sea, pero tienes que hacerlo. Yo me quito el sombrero con estos dos directorazos. Lograron hacer una película. Aquí está. Y eso es lo que cuenta.
¿Habías trabajado antes con Jennifer Rodríguez?
HM: En el cine nunca: había trabajado con Jennifer en el teatro. Mi primera película fue Boleto al paraíso (2010) y Jennifer aparece al inicio, pero nunca habíamos compartido escena. Esta es la primera vez que coincidimos, y me encantó.
Yo estoy muy orgulloso de ella. Su pequeña escena en la película para mí es brillante. Se ve como una actriz con oficio y talento. No lo digo porque sea mi mujer. La admiro mucho como actriz, como productora, por lo que sea que haga.
Esta es una película de amigos. Los únicos que faltaron fueron mis hijos y mis suegros. Todos los que yo sabía que podían actuar y aportarle algo a la película, los convoqué y gracias a Dios me acompañaron en esta aventura. Si no hubiera sido por eso, esta película no existiría.
¿Sabes lo que es el balserismo? ¿Consideras a tu personaje como un balsero típico?
HM: Sí, yo sé lo que es balserismo. Tengo un tío que quizás sea uno de los últimos balseros. Vivió todo el tiempo en Cayuco, en lo último de Pinar del Río. Siempre ha sido pescador, desde hace muchos años. Nunca se había lanzado al mar, y cuando lo hizo fue uno o dos meses antes de que Obama quitara la ley. Por suerte llegaron a México, y luego a Florida. Hoy en día radica en Tampa. Vino con un sobrino y con su hijo menor.
Conozco cantidad de balseros. Por eso traté de hacer mi personaje lo mejor que pude, pues respeto mucho a los balseros. Son gente valerosa y son gente buena. Al menos, todos los que yo conozco, y no me gusta cuando se usa ese término con desprecio.
Entiendo tu punto, traduces la desesperación de esas personas como valentía. Pero, por otro lado, el balserismo es un fenómeno sociocultural, imponente, carnavalesco. No todos los que han llegado hasta aquí sobre una tabla son filósofos, como tu personaje. Desde un punto de vista cívico, muchos representan los peores hábitos de una sociedad cubana decadente y sin valores: la gritería, la ostentación, la vulgaridad, la estafa y el amor incondicional por la manteca de puerco… ¿Crees que Ernesto, o algún otro personaje de la historia, refleja la identidad del cubanoamericano en el exilio?
HM: Yo creo que sí, que Ernesto me pudiera representar a mí, por ejemplo, o al mismo director, que se llama igual. Y a los otros personajes también, porque el resto de los personajes con los que se cruza Ernesto son cubanoamericanos. Chaz Mena, actor que admiro y respeto mucho, es hijo de cubano. Él me ha regalado libros de Martí. Es más cubano que mucha gente que conozco.
Nuestra propia identidad fue la que alimentó a los personajes. Yo defendía mis verdades, mis errores, y ellos también. Gran parte de eso se refleja en la película.
¿Te sientes orgulloso de vivir y hacer carrera en Miami?
HM: Yo me siento orgullosísimo y agradecidísimo de la ciudad de Miami. Al principio, cuando uno va en el avión rumbo a Cuba le da mucha alegría; pero últimamente, cuando viajo, me da más alegría cuando regreso a Miami y empiezo a ver sus luces.
Yo llegué aquí pensando que a tal vez no iba a actuar nunca más. Y ha sucedido todo lo contrario. He hecho tremenda carrera acá. He hecho teatro con éxito, con el show Amparo, que recién terminó hace unos meses. He hecho cine con esta película, y con un corto que también presenté en el Festival.
Yo me siento parte de Miami. Cuando uno ve la grandeza de La Habana y la junta con lo que es Miami, uno se da cuenta de lo que podía haber sido Cuba. Miami es La Habana que construyeron los cubanos que tuvieron que salir o los sacaron de allí.
Bueno, esto es todo, compadre. Discúlpame si ha sido muy cortico. Si tienes otra pregunta, dímela. La verdad es que hoy Jennifer está trabajando, está produciendo el programa de Alexis Valdés y yo estoy aquí con los dos chamas. Es muy difícil. Lucas está arriba de mí y todo eso. Cualquier cosa que te haga falta, sabes que puedes contar conmigo.
Íbamos a hacer un brindis por Kant, pero que sea por Yemayá.