En octubre de 2014, hace exactamente 6 años, escribía este texto como ejercicio final del curso Cine documental: Historia, procesos de realización y teoría, impartido por el ahora desparecido Enrique Colina, como parte de un Diplomado para Jóvenes Críticos de Cine, organizado por el ICAIC y la Asociación Cubana de la Prensa Cinematográfica.
Poco después, en enero de 2015, lo invité a participar en mi Proyecto Equilátero (Cine-debate por la Diversidad Cultural), espacio académico que lideraba en el Colegio Universitario San Gerónimo de La Habana, donde mis estudiantes y yo tuvimos el privilegio de escuchar sus ideas sobre cine documental y crítica social, pues Enrique Colina sentía primero como ciudadano, y luego como esteta. Allí debatimos, junto a él, el documental que motiva este análisis.
Sirva esta columna de hoy para decirle adiós a quien, desde su legendario programa de televisión 24 x segundo, nos enseñó los secretos del lenguaje cinematográfico en Cuba.
Nuestro gremio se duele con su pérdida. Era un intelectual inconforme, un comunicador excepcional y un cineasta divertido.
Rubens Riol y Enrique Colina.
La vaca de mármol
La vaca de mármol (2013), último documental del realizador y crítico cubano, Enrique Colina, constituye un generoso ensayo audiovisual de enfoque antropológico acerca de “la exageración” como marca idiosincrática, verificable en la dimensión épica construida por la prensa y el discurso oficial en torno a Ubre Blanca, una res que sufrió tantos ordeños diarios como Cuba provocaciones del imperialismo. De ahí que el prestigioso rumiante se convirtiera en símbolo del orgullo nacional, casi en detrimento del tocororo (nuestra bandera emplumada).
Semejante fenómeno no podía ser abordado sino desde un acercamiento crítico, mientras se nos brinda la oportunidad de mirarnos al espejo y comprobar nuestra vocación histórica por una desmesura que no conoce límites.
En este sentido, lo verdaderamente patético radica en el lugar que llegó a ocupar la vaca como paradigma de fe en la existencia del cubano de aquellos años (competencia infantil, obsesión ridícula, banalidades del poder, extravíos de la emulación socialista…); todo porque el animal llegó a producir 110,9 litros de leche un día cualquiera de enero de 1982, arrebatándole el título de campeona mundial a su rival norteamericana, Linda Allen, que poseía dicho crédito desde 1975.
Como si no bastara para conformar el repertorio de un circo, el documental nos revela que la bestia disponía de alta seguridad para evitar el mal de ojo, así como música indirecta y aire acondicionado; además, a propósito de las frecuentes visitas de Fidel Castro junto a delegaciones oficiales, debutó ante las cámaras de televisión, convirtiéndose en un verdadero suceso mediático.
Un milagro genético que se produjo debido al cruzamiento de un toro de la raza Holstein (de alta producción lechera) con una madre cebú (muy resistente al calor), catapultó a Ubre Blanca de su vaquería natal (en el distrito La Victoria, Isla de la Juventud) al Olimpo zoológico, compartiendo el mismo estatus de Leo, el león de la Metro; la perra Laica; Babe, el cerdito valiente; y el Pato Donald, entre otros.
Pero la historia no era aún lo suficientemente descabellada y surrealista: como toda estrella que después de conquistar la fama conoce un período de decadencia, Ubre Blanca fue sacrificada en 1985 (víctima de un cáncer de piel) y embalsamada como Lenin y Ho Chi Minh. Lo cual nos demuestra, otra vez, la falta de discernimiento bajo el calor del trópico: ¡otorgarle a un mamífero difunto la misma relevancia que a un líder político de jerarquía internacional!
Más tarde, la vaca fue inmortalizada por el artista Abelardo Rodríguez en una escultura de mármol blanco.
Como bien señala Enrique Colina, Ubre Blanca fue apenas “metáfora de una realidad enajenada”: la extensión de planes utópicos concebidos desde la mentalidad optimista del subdesarrollo, como la Zafra de los 10 millones, el Cordón de La Habana, el plátano micro-jet, la moringa, etcétera.
Fidel Castro, en una de sus visitas oficiales a Ubre Blanca, en la vaquería La Victoria.
El documental presenta de forma detallada la biografía de Ubre Blanca mediante la voz en off del propio Colina, quien se vale de un tono sarcástico y varios guiños, tal vez inconscientes, a La isla de las flores (documental admirado por él), en una madeja permanente de asociaciones culturales, más parecida a un juego de palabras: fragmentos animados, infografía intencionalmente didáctica, imágenes de archivo y convencionales talking heads (figuras representativas de la cultura nacional, acaso mal seleccionadas, como Nelson Herrera Ysla o Leonardo Padura, cuyos puntos de vista aportan exiguos elementos a la narración; no así el caso de Rafael Zarza, por ejemplo, quien ha trabajado sistemáticamente la imagen del ganado vacuno como elemento distintivo en su poética).
Más allá de ese probado interés por revisitar la historia de la nación y el festinado imaginario de nuestro pueblo, Colina insiste en agotar (en pos de una coherencia mayor, su ardua lucha por amasar la hipérbole) todos los conceptos del diccionario y los antecedentes internacionales que relatan la vida, pasión y muerte de las vacas, desde la antigüedad hasta nuestros días, para luego problematizar el asunto en el controvertido escenario nacional.
Iniciativa, esta última, más que plausible, teniendo en cuenta el hecho de que esta especie fue importada. O sea: no es oriunda de nuestro país. Sin embargo, y paradójicamente, posee un lugar privilegiado en nuestra idiosincrasia.
Recordemos la limitada distribución de la carne de res en Cuba, la dura penalización que condena el hurto y sacrificio de ganado mayor, la racionalización de la leche para niños de hasta siete años, el yogur de soya y la leche en polvo. Además de las figuras publicitarias y las canciones populares que perviven en nuestra memoria: la vaca Matilda, ¡tolón, tolón!, el buey cansao y “¡Pijirigua, quiere seguir a la antigua!”, campaña contra la inseminación artificial.
Alejandro Campins, Sobrecumplimiento, 2018.
A propósito de todo esto, recordé de inmediato una pintura de Alejandro Campins, titulada Sobrecumplimiento (2008) —que curiosamente no viene referida en el material, lo cual me parece extraño, teniendo en cuenta la exhaustiva investigación de Colina—, donde vemos a una vaca vertiendo toneladas de excremento. Franca burla a aquella utopía de querer producir más leche y mantequilla que Holanda.
En este sentido, y por contraste, el montaje privilegia escenas de nuestros deportistas más gloriosos, como Javier Sotomayor, Juantorena y Deborah Andollo, para mediante esta analogía aplaudir el triunfo vacuno y hacer alguna que otra observación respecto a la identidad del cubano, a partir de aquella vieja frase devenida axioma cultural: “el cubano no llega, o se pasa”.
La vaca de mármol es un interesante trabajo desde el punto de vista temático, que se suma a la extensa obra documental de Enrique Colina: Vecinos (1985), Chapucerías (1986) y Los bolos en Cuba (2011), entre muchos otros; una obra confrontamos su ánimo de hacer crítica social desde los habituales costados del choteo y el costumbrismo, con una especial vocación reformadora.
Molino de sangre (para leer en Halloween)
El pueblo donde crecí tenía una sola calle, larga y negrísima. Los lunes por la mañana, cuando todos iban para el trabajo, se pisaban los juanetes como en las pinturas de Marcelo Pogolotti. Daba náuseas mirar el gentío tropezando sobre aquella cuerda floja.