De la palabra política

El sacerdote de veintitrés años sube al púlpito del Santo Cristo del Buen Viaje en La Habana, y pronuncia un discurso político.

No se embullen: fue en 1812.

Ya no hay púlpitos en la Iglesia de Cristo.

¿Cómo es que un muchacho está siendo autorizado a esta osadía?

En la metrópoli, el monarca se ha dejado quitar el trono por los franceses y unos patriotas promulgan una Constitución que abole la monarquía absoluta. Las colonias intentan independizarse. Cuba parece estar lejos de ese esfuerzo, pero las conspiraciones de Joaquín Infante y José Antonio Aponte van en esa línea. 

Infante ha logrado exiliarse; al negro Aponte lo ahorcan en abril. El obispo habanero manda a su sacerdote estrella, ordenado antes de la edad reglamentaria, a que exhorte a sus feligreses a votar en unas elecciones dentro del marco constitucional de la metrópoli.

Infante y Aponte estuvieron impedidos de hablar en público. La palabra política del primero reside en su proyecto de Constitución para Cuba, que publicó en la Venezuela de Bolívar en 1811: aún hoy, pocos cubanos la conocen. Aponte fue, hasta donde sabemos, un hombre de actos. Al presbítero Félix Varela le corresponde, pues, el mérito de iniciar la palabra política pública propiamente cubana, en un marco religioso y legal.

El curita orienta a sus feligreses a que amen la verdad y la paz, apoyado en una cita del profeta Zacarías. Según él, ese amor “es el único principio de la felicidad política”. Si acababan de ahorcar al negro y sus seguidores, sospechemos que esta insistencia en la paz trasciende la teología, o la aterriza. 

“No quebrantéis por pretexto alguno esta tranquilidad”, dice. Pero ya finalizando el discurso, añade: “Los horrores de la guerra suelen ser la defensa del cuerpo político de los males eternos que le aquejan”. 

Males eternos, de ningún modo circunstanciales. Con todo, el cura, que desde luego tiene que decir lo que le manda su obispo, supone que la circunstancia es favorable, hay unas elecciones, es necesario “pedir al padre de las luces el acierto en un acto civil, que siendo justo producirá una gran parte de la felicidad pública, y cuyo vicio puede ocasionarle su miseria”. 

La lengua del curita es de una precisión filosa. El acto civil en cuestión tiene que ser justo, la legalidad es insuficiente. Y en ese caso produciría una gran parte, no la completa felicidad pública. Está previsto que el acto sea vicioso, en cuyo caso generará miseria. El discurso está lejos de ser una defensa del establishment

En un año y medio desapareció el pretendido orden liberal español, que insistirá en 1820, y otra vez el cura se incorporará a la palabra política para defender ese orden. Varela asume la Cátedra de Constitución, la primera en Hispanoamérica. 

La palabra política cubana comienza con dos constituyentes liberales: Infante y Varela, ambos católicos. Infante muere quién sabe dónde, en el exilio. Varela será electo a Cortes, defenderá la libertad americana, se enfrentará a los políticos españoles mediocres y fracasados, y avanzará hacia el independentismo como doctrina. 

Ha aprobado y probado la paz de la legalidad, y ha resultado viciosa. Porque la verdad se ha impuesto: no habrá felicidad política en Cuba a menos que se separe del desastre español, que durará todavía unos añitos: hasta 1981.

El cura se planta frente el planisferio: ¿Usted cree que esta manchita, España, puede dominar a este continente?

Y ahora dígame: 

¿Usted cree que esta manchita, Cuba, puede hacer que el socialismo funcione?

Porque la verdad es que jamás funcionó en esta área.

Señalar, por favor, Europa Oriental, el Imperio Ruso, la China.

La verdad de que la manchita fracasaría en dominar siquiera a Cuba, le costó la paz al cura. 

A tantos cubanos, hoy día, nos cuesta el acoso susurrar que el socialismo fracasó.

Ni siquiera la verdad empírica, flagrante, alcanza a ser considerada en determinadas épocas, en determinados países. ¿Sospechaba Félix Varela que Cuba estaba entre ellos?

Es interesante que ya en este discurso de su primera juventud, se refiera a la impiedad y a la superstición como monstruos que minan el Estado. A esos dos fenómenos dedicará las Cartas a Elpidio de su madurez. Entonces añade el fanatismo: tema que rehúsa abordar después de que sus Elpidios le den fanáticamente la espalda. Y aunque aquí defiende la tranquilidad, una vez que la verdad y la paz colisionen en nuestras realidades, él será el detector y denunciante de los tranquilistas.

A mi juicio, nos conocía muy bien.

Nosotros lo conocemos muy mal.

Ni siquiera existen unas Obras Completas.

La canonización de Félix Varela interesa más a los yanquis que a los cubanos.

Los restos de Varela están en una universidad, no en un templo. Nunca deberán moverse de ahí.

Por otro lado, ya vamos a cumplir un siglo de la canonización del Relajo.

La República nos regaló, democráticamente, nuestro ser: Yarini.

Varela nos enseñó a pensar, o como dicen otros, en pensar, que es peor.

Yarini nos enseñó en gozar.

Aunque el goce sexual es individual (ni siquiera hace falta la pareja), siempre tiene un aire de colectividad, de unanimidad, de socialismo.

Gozar es antisocial, pero también es socialista.

A todos nos gusta eso.

A casi todos.

Y como me decía un amigo gay en mi juventud: “El mucho pensamiento mata el rabo”.

Ya en la República, el vuelo de pensamiento de Varela y Martí, excepcional en cualquier parte del mundo, está ausente. Pero persisten OrtizMañach, Mariano Aramburo, ilustrados discípulos. 

Jamás lograron convencer a sus conciudadanos de que ser ciudadano es mejor que ser proxeneta.

Ahora Cuba es una nación muy, muy chula, que vive del dinero de otras naciones. 

Yarini ha triunfado.

Ni pensar en pensar.

El escritor de moda dice: en Cuba nunca hubo nada, no hay nada y nunca habrá nada (él mismo ha nacido aquí).

La verdad y la paz siguen en una convivencia para nada pacífica.

El picadillo de soya y el socialismo son lo mejor que hay.

¡Perpetuos!

¡Para siempre!

A fin de cuentas, en la Iglesia del Santo Cristo del Buen Viaje debió estar sentado un negrero fidelísimo a la Iglesia y al Estado, que pensó en pensar: “al obispo español y a este curita criollo hay que partirle los cojones”.

Con los años, los negreros mandaron a encarcelar al obispo por diversionismo ideológico (judío y masón), pero se murió antes, y hubo que pagarle el entierro. 

Multitudinario.

Pagaron un asesino para el cura, pero se quedó con las ganas.

El cura periodista murió solo.

Personaje decimonónico. 

Anterior a la Salsa.

¿Una columna para Félix Varela en este magazine?

Máscaras, tranquilistas.

Eso del Padre de las Luces y la felicidad política, un abuso para “gente sencilla y tierna, descendiente de esclavos”, como cantaba el poeta comunista Guillén Batista.

Religión, teología, filósofos, ciencia, ética, elecciones… 

¡Qué va, asere!

No somos así.

No tenemos por qué ser así.

¿Qué macho quiere ser así? 

Semiótica de la Mentira.

El macho se impone y goza.

Con su palabra propia, auténtica, simple, chusma.

La chusmería es la verdadera y eterna palabra nacional.

Impolítica.

Infeliz.

Impía.

Supersticiosa.

Fanática.

Venerable Félix, ora pro nobis.