Me gusta rectificarme, y confieso que durante cierto tiempo creí —creer es una disposición del alma que, por ser natural, es peligrosa y debiera estar bajo estricta vigilancia personal— que las confusiones de la gente en materia de realidad eran un privilegio de los que malvivimos en el socialismo.
Si no tenemos fuentes cabales de información, por carencia de libertad de expresión y de prensa; si nadie puede acertar ni con lo que ocurre en la esquina, aun conociendo a esos vecinos desde que estaban en la cuna; si intentar no saber incluso lo que se sabe de sobra es la única manera de pasar con tranquilidad la miseria inexorable, los socializados estamos condenados a un extravío fundamental, a gritar en una noche ideológica en donde los gatos son unánimemente pardos.
Esa fantasmagoría sigue en funciones, desde luego. Pero aquella ilusión de que las libertades producen necesariamente objetividad en el pueblo, o por lo menos en la clase intelectual —que tiene una responsabilidad de primer orden en lo que el pueblo piensa o deja de pensar, en lo que se conoce y lo que se ignora, en la diferencia entre la dificultad de la verdad y la facilidad del fraude—, ya no me anima a escribir para Hypermedia Magazine.
A fuerza de leer noticias me siento confundido, mareado. Especialmente ese asunto de la izquierda y la derecha.
En un parlamento francés de hace unos doscientos años, unos diputados se sentaron de un lado o de otro. Cada cual se ubicaba de acuerdo con sus convicciones políticas. Todavía se sigue haciendo así, en cualquier asamblea con más de un partido; y lo que me llama la atención, en primer término, es que quieran hacerlo, y que les permitan hacerlo (aunque son ellos mismos los que determinan cómo se van a ubicar ahí). Cada cual con sus correligionarios, para sentirse fuertes y para enfrentar al otro bando (igualmente desamparado e ineficaz).
Es divertido a veces ver cómo se paran los de un lado y gritan unánimes contra el otro lado, como si estuvieran en un partido de fútbol (aunque en el estadio la sinceridad es absoluta). Enojados están, quién lo duda, pero a mi juicio lo disfrutan. Se desfogan, se relajan en esa oposición que habitualmente es solo verbal (aunque las broncas a puñetazos no son demasiado raras en los hemiciclos).
¿Por qué se sientan juntos? ¿Se sienten débiles solos, a pesar de que están ahí representando, o eso creemos, a un número inmenso de conciudadanos?
Si la democracia solo funciona sobre la base del consenso, ¿no sería mandatario en las legislaturas que los diputados depositaran sus traseros de padres de la patria en orden alfabético, para que estuvieran convenientemente mezclados, que es lo que ocurre en la realidad con los ciudadanos que los eligen?
Pero no: la realidad es la irrealidad de la necesidad del conflicto, de la izquierda y la derecha, de la centro-derecha y la centro-izquierda, de la extrema derecha y la extrema izquierda, y cualquier otra variante de dirección que nos recuerda que esos políticos tienen licencia de conducción para muy buenos autos. Y algunos, aeronaves.
Ya el ojo derecho del lector está juzgando que, viviendo yo en un país que no tiene ni idea de los mecanismos de la democracia, acuso de estrabismo a los Políticos de la Representación. Voy a mortificar ahora al ojo izquierdo con la revelación de aquel resultado histórico en la Historia de la Ciencia, cuando el Capitán Stalin inventó la Genética Burguesa. Al joven que crea que estoy haciendo un chiste, tenga en cuenta que la existencia de ciencias de derecha —o ciencias marxistas-leninistas—, como la genética o las matemáticas, le costó la vida a más de un científico honrado en la Desunión Soviética.
Era yo un adolescente cuando los jefes de los talleres literarios me advirtieron de que debía parar de escribir sonetos. Teniendo yo quince, y habiendo leído a los clásicos del Siglo de Oro, me parecía obligatorio empezar a competir de inmediato con un soneto en versos de dieciséis sílabas. Pero no era esa idiotez métrica lo que generaba el rechazo, sino esa forma burguesa, de derecha: el soneto, absolutamente muerto por la transformación de la sociedad hacia formas libres de vida y literatura en el socialismo.
Julio Cortázar, cuyo primer y olvidado libro fue un poemario en sonetos (bastante bellos, decía él), también evolucionó hacia posiciones de la izquierda, al menos en materia de retórica, y se manifestó como los jóvenes de 1968 en contra de esa forma aburguesada, derechista, cerrada como una caja fuerte con un contenido envidiable dentro, que es el soneto.
Yo respondía mentalmente que existían sonetos de izquierda, como los de Nicolás Guillén. No son bastante bellos, como los de Cortázar, que me he abstenido de buscar y leer, pero por ser de Guillén Batista son sonetos combativos de izquierda, excepto por aquello de: “En Guáimaro el Mayor forjó la pura / arquitectura de la patria amada”, hermosos y verdaderos endecasílabos en homenaje a la República Mambisa, liberal hasta los tuétanos y anticomunista gracias a Ignacio Agramonte.
Sin embargo, ese adolescente de los setenta que, por serlo, según Poe (que a mí me huele a derecha, pero odiaba a los Estados Unidos), acababa de salir de la mente de Dios como en un Big Bang, dotado de esa energía siguió escribiendo sonetos con la mano derecha, pues carecía de una máquina de escribir, aunque ya era mecanógrafo.
En cuanto a la anticipación del Big Bang en el libro Eureka de Poe, ténganse en cuenta que todavía a finales de los ochenta un profesor universitario de física me declaraba, apenado, que él le ocultaba la Teoría del Big Bang a sus alumnos. Se trataba de una concepción dudosa, de derecha, que inducía a sospechas de Creacionismo, y un físico revolucionario tiene que tener claro que la materia es, como los dirigentes del Partido, eterna e indestructible.
Por demás, estas evidencias de mi propio Big Bang divino son compartidas por muchos otros ciudadanos cubanos de izquierda, de derecha, de centro y sobre todo de retaguardia. Pues una ceremonia tan absurdamente dextrógira como la Puesta de Largo, costumbre burguesísima de poner lindas a las jevitas para vendérselas enseguida al capitalista con más dinero, ha sobrevivido a más de medio siglo de vituperaciones y carencias materiales en Cuba socialista. Las nenas se toman en serio sus Quince y se ponen de largo, incluso con material de cortina. ¿Hasta cuándo los Quince de Yaquelín?
Los que sí van desapareciendo son Yaquelín, Yusimí, Yametsi, Yuliesky y (peor) Yuniesky, onomásticos de la Innovación de la Izquierda con un impropio sabor fonético gringo, en aras de Lorena, Mónica, Irene, Mario o Álvaro: nombres conservadores, milenarios, extranjerizantes, claramente reaccionarios, de derecha. Originados por el desmerengamiento del Muro.
Tengo mis dudas de si podré satisfacer ahora al ojo izquierdo con esta iluminación (que se me ha impuesto a fuerza de gritería en las redes sociales) de que Elizabeth Warren es comunista. Hace años que simpatizo con esta señora mayor que defiende un Capitalismo Responsable, porque la irresponsabilidad del capitalismo actual resulta más evidente que el cambio climático, que dicen que inexiste, pero a mí me tiene enfermo de la presión. Resulta que la senadora, después de haber envejecido defendiendo a los capitalistas, se ha vuelto enemiga de ellos y quiere que sobrevivan, pero sin abuso.
Una deliciosa amiga del Norte, de origen cubano, me aclara que de ninguna manera se puede permitir que la raza anglosajona se vuelva nórdica, que haya que pagar impuestos, que la vida, a fuerza de justiciera y pacífica, se vuelva aburrida, sin ningún tiroteo en las secundarias. ¿Qué tipo de demócrata conquistador va a salir de un instituto de enseñanza que prescinde del uso de armas largas, o cortas, o sierras del pavo del Thanksgiving?
Me amenazan con un Nuevo Orden Mundial que desplazará al Potus y al Putin. Que nos mantienen en la paz del coronavirus y los misiles hipersónicos. Horrendo: el Mundo de Soros estará presidido por Noruega. Yo estoy aterrado porque, como decía Wilde, puedo resistirlo todo, todo, excepto la tentación. Con el calor que me está matando, que Noruega invada a Cuba con unos fiordos me resultaría francamente refrescante.
¿Y en la República Centroafricana? Ahí da igual, porque son negros, y en Black Lives Matter reinan los comunistas.
Una prueba de que los comunistas —o socialdemócratas, o anarquistas, o cualquier cosa menos narcisista— están dominando el mundo, está en esa decisión del Ducado de Luxemburgo de dejar de cobrar el transporte público. Pero hay unos publicistas conservadores que, en discursos a velocidad, para que no podamos reflexionar en la andanada de sus afirmaciones insólitas, me aclaran que la Duquesa es de origen cubano, lo que prueba hasta dónde pueda llegar la infiltración de las ideas destructivas de la izquierda incluso en el seno de la más rancia nobleza europea.
¿La Verdad estará relacionada con la Simetría Bilateral?
Estoy muy deprimido. Ahora que mi Facebook está repleto de turbantes, quizás sería mejor dejarle el gobierno del mundo a los hindúes, que están a punto de conquistar la Luna y se ponen un punto rojo en el centro de la frente.
Aunque si te fijas con atención, siempre será ingenuo, y muy poco matemático y por lo tanto nada hinduista, darte cuenta de que el punto jamás estará en el justo centro. Y además es un punto rojo. Y tampoco un punto, sino un círculo.
Para colmo, nací zurdo. Pero me derechizaron, y ahora no sé qué pudiera hacer con la izquierda, después de haber sido marxista.
Recuerdo aquel día de mi infancia en que me mandaban a alguna tarea en el barrio, y me decían que doblara a la derecha en la esquina. Algo del zurdo original quedaba en mi cabezota, porque yo pedía orientaciones más precisas. Entonces el tío Emiliano me susurró al oído: la izquierda es por donde te cuelga.
Y creo, solo creo, que doblé a la derecha. Y que llegué.
En el centenario de Eliseo Diego
Habría que repetirlo con todas las sílabas, como un mantra: el 2 de julio de 1920 nace en La Habana Eliseo Diego, uno de los nombres mayores de la lírica del idioma. Útil por siglos, Eliseo Diego es el poeta cubano arquetípico, hijo noble de una época de esplendor de la palabra en la patria.