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Cacharro(s) es eso: cachirulos y chirimbolos sobre la alfombra (“mágica”) de cualquier nacionalismo literario (sublime o patético). Bártulos y cachivaches en el uniforme (y a veces uniformado) campo literario cubano, tan pacificado y conformista que ya no es campo sino edén para ciertas ficciones de Estado.
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Ante la imposibilidad (material y legal) para la existencia de revistas independientes, Cacharro(s), que también sufre de angurria física y metafísica, le da un fotutazo a cualquier Papaíto Mayarí que pretenda, desde tribunas consensuadas, dictar el destino de la cultura nacional.
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El provincianismo de la literatura cubana es municipal. Vivimos (y escribimos) en el limbo de una patafísica patriotera, folclorista, desahuciada… ¿Se nos olvidó aquel grito de Rimbaud de ser absolutamente modernos?
Portada de la revista ‘Cacharro(s)’ número 1.
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Claro, Rimbaud no es parte de la tradición insular… Ni Poveda, ni Mañach, ni Labrador Ruiz, ni Lino Novás, ni Calvert Casey, ni Cabrera Infante, ni Reinaldo Arenas, ni Manuel Granados, ni Guillermo Rosales, ni Jesús Díaz, ni Jacobo Machover, ni Rafael Rojas, ni Antonio José Ponte, ni los autores del proyecto Diáspora(s), ni, ni, ni…
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“Ser cultos es el único modo de ser libres”, grafiti encontrado en los muros de cualquier institución cultural oficialista (todas son oficialistas, pero no todas son oficiosas).
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“Ser libre es el único modo de ser cultos”, dicen algunos maldicientes.
Portada de la revista ‘Cacharro(s)’ número 2.
7
En el diccionario Larousse, después de la palabra oficioso/-sa, encontramos el vocablo ofidios: orden de reptiles que comprende las culebras y las serpientes. Poco más abajo, Oflag: nombre dado en Alemania a los campos de concentración reservados a los oficiales.
8
“La ruleta rusa del origen y destino”, dice un amigo obsesionado con el espacio nacional, y agrega con ese ritmito propio de poeta en ciernes:
nacionalidad sin nación (Saco)
república sin nación (Varona)
patria sin nación (Mañach).
Lo interrumpo porque, como Flora, estoy buscando un poco de aceite por el barrio, y le pregunto sin maldad, a la manera de los poetas adánicos que menciona Bloom: “¿dijiste nacional o necioanal?”
Ríe y se aleja advirtiéndome que debo tener mucho cuidado con chistes de mal gusto. Me siento ridículo y lamento ser un automarginado de ciertas “políticas identitarias”.
Portada de la revista ‘Cacharro(s)’ número 3.
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Northrop Frye habla de la transvaluación como un mirarse en El Otro. Mirarse después que El Otro nos ha mirado. Por tanto “deberíamos dejar de hacer muecas para que El Otro nos mire”. Pero, ¿quién es El Otro?
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Para saberlo (al menos intentarlo) “hay que abrirse al mundo”, como repite un amigo. Cualquier nacionalismo es pura encerrona que termina en “malinchismo cultural”, en el victimismo del “buen salvaje” o en el anacrónico e idealista “buen revolucionario”.
Portada de la revista ‘Cacharro(s)’ número 4.
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Pero Paco, Juan, Pepe (que son varones, blancos, revolucionarios, detractores de la “globalización”) continúan con sus monólogos y se niegan a “conversar o dialogar”. Y me obligan a que acepte la idea de que la Tradición Nacional es asunto de herencia, continuidad, historicismos, esencialismos, trascendentalismos. Y nunca de accidentes, fugas, desvíos, equivocaciones, de robar y travestir fuera del “ámbito de la nación”.
Portada de la revista ‘Cacharro(s)’ número 5.
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Paco, Juan y Pepe sostienen que La Nación es “el reino de la cultura”. ¿Y “el reino de lo civil”? ¿Y “el reino de lo político?”
Paco, Juan y Pepe son autistas enamorados de las Entelequias, los Fetiches, los Mitos Fundacionales y los Destinos Luminosos.
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Según Eco, deberíamos distinguir entre Poder y Fuerza (la incapacidad de distinción conduce a comportamientos políticos infantiloides). Puede ser “útil” cuando Barthes se vuelve “elusivo”; Foucault, “ambiguo”; y el Estado crea categorías fictivas como “Identidad Nacional”, “Cubanidad”, “Diáspora” (en vez de exilio), “Automarginación” (en vez de censura o insilio). O reduce (¿confunde?) la ideología y retórica fascista exclusivamente con el nazismo.
Portada de la revista ‘Cacharro(s)’ números 6 y 7.
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La literatura cubana (y no escapa una parte de la que se escribe “fuera-del-territorio-nacional”) busca siempre las esencias, quiere ser “profunda”. “Lo puro, lo verdadero, lo que nos salvará” siempre está en el fondo-de-algo. Existe un miedo patológico a las superficies, a diseminarse, a-dejar-de ser-barrocos, a “dejar-por-un-ratico-de-ser-proféticos”.
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No debe extrañarnos que Derrida no se haya publicado nunca en Cuba. “La diferencia y la exterioridad”, parece decirnos la Voz Oficial, son “elementos” ajenos. Nada que ver con nuestra cultura y nuestra tradición.
Portada de la revista ‘Cacharro(s)’ números 8 y 9.
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Hay que citar, porque Cacharro(s) también es puro canibalismo, “tráfico y lavado” de textos, latrocinio, “guerrilla literaria”. Un gesto mínimo por “nuestra” libertad residual, en el país donde la mayoría de los eventos literarios, revistas, manifiestos (si los hubiera) es “arqueología, antropología, sociología, política o ideología de Estado”.
Por tanto, citemos a Foucault: “Escribo para perder el rostro, no me pidan que permanezca invariable”.
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Cacharro(s) es lo que queda: borra de café, chirimbolos, cachaza, y andar huyuyos. Beber y bañarnos con el agua-de-palangana-de-culo de Jarroncito Chino.
© Imagen de portada: Cubiertas de la revista ‘Cacharro(s)’, collage, por ‘Hypermedia Magazine’.
Del diálogo como estructura para Cuba
Si a veces cuesta dialogar al interior de la familia, ¿por qué resolvemos tan fácilmente una guerra entre dos países, tan pronto como nos enteramos por las noticias?