A Aurora Carmenate, que se resiste a ser millennial.
El chamaquito me llama al móvil y me dice que me quiere hacer una entrevista. Que no es por nada, que está entrevistando a algunos de los artistas que trabajan con la galería El Apartamento.
Lo de “que no es por nada” me gustó.
Me pregunta si yo no había leído las pinchas que él y su novia ya han estado colgando en la redes. Le digo que no.
Me sorprende un poco que este chamaquito me llame al celular porque nunca hemos hablado ni media palabra. Pero ya cualquiera le da el teléfono a cualquiera.
Al chamaquito y a su novia sí los he leído, pero muy poco. Siempre en Facebook. Siempre por arriba. Escriben críticas de arte en sus perfiles de Facebook, casi con el mismo tono. No me gusta ni lo que escribe él, ni lo que escribe ella. A veces lo hacen a cuatro manos. También escriben para un sitio con un tufillo oficial que tampoco me gusta nada.
Hace menos de una semana, una socia me reenvió un texto donde ellos se mostraban muy convencidos de estar legitimando una serie de artistas que, de otro modo, nadie iba a saber quiénes eran. La socia me mandó el texto y abajo me puso la carita amarilla vomitando. No me lo leí, pero el título sí se me quedó: “La pintura ya no es más lo que tú te crees”. Después me contaron de qué iba aquello.
Esos niños son de una generación de millenials salidos de la Facultad Artes y Letras hace muy poco: tres, cuatro años.
Algunos de esos millenials me desarticulan con su escritura repleta de arrogancia, una especie de poscrítica del disparate.
El chamaquito seguía insistiendo en lo de la entrevista. Me repitió que yo no debía preocuparme porque iban a ser preguntas rápidas, preguntas que se le ocurren en el momento. Le dije que tenía neumonía, que todo el que pasa por el estudio sale tosiendo, que parece una pandemia, que yo casi no podía hablar por la tos y que lo mejor era que se cuidara.
Lo de cuidarse se lo solté con ironía. También le dije que, de este lado, las ganas de hablar de arte eran bien pocas. Pero el chamaquito volvió a insistir. Con el descaro irremediable que caracteriza a los millenials, cambió la voz y me dijo:
―Chico, yo creo que tú lo que estás es aburrido. Si quieres te llevo un nasobuco.
Yo llevaba casi una semana encerrado en el estudio. Solo recibía videos y stickers por WhatsApp. A veces abría Facebook. De pronto me vi diciéndole que sí, que viniera. No entiendo por qué.
Un impulso de esos. Un arrebato. Yo que no estaba para hablar de arte, ni con él ni con nadie.
Quedamos para el otro día.
Era un miércoles.
A las tres de la tarde, el chamaquito estaba en el estudio con su nasobuco. Me dijo que me lo pusiera si yo quería. Que por él no lo hiciera. Según él, yo no tenía idea de lo rápida que iba a ser aquella entrevista. Dio play a la grabadora de su móvil y empezó a preguntar:
―Tú no vas mucho a inauguraciones, ¿no?
―No, no mucho ―respondí.
―Yo nunca te veo en ninguna. Pero después te apareces por las exposiciones… ¿O ni eso?
―Depende.
―¿De qué? ¿De que el artista te guste?
―Ajá. (Tos). Aunque igual a veces pasa el tiempo y quitan la exposición y ya no la veo… Mira, Jorge Machi me gusta bastante y aún no me he portado por su exposición en Continua. Ahora mismo no te sabría decir si está todavía ahí…
―Estaba. Yo nunca te he visto a ti en Continua.
―No tengo idea si nos hemos visto o no. He ido alguna vez. No muchas. Aunque he estado en una sola inauguración allí, creo.
―Pero a tus inauguraciones sí te gusta que la gente vaya.
―Si la gente quiere ir, que vaya. Yo invito a quien yo quiero que esté. Con que esa gente esté, ya me parece ok. Si después va más gente, me da igual.
―¿Y a cuántas personas invitas tú? ¿A diez? ¿A quince? ¿Quién se va a sentir ok en una inauguración con quince personas en una galería?
―Ah, no sé. A mí eso no me ha pasado… (Tos). Pero igual te digo que me parece ok si los quince que tú dices están ahí. Personalmente, no creo que yo llegue a invitar a quince personas… Lo demás es lo de siempre: una inauguración, gentío, habladeras de otra expo… No soporto las inauguraciones. (Tos).
―¿Has ido recientemente a alguna expo que te haya cuadrado?
―Me gustó mucho la exposición de Miguelito.
―A esa sí no fuiste a la inauguración, porque yo estaba y no te vi por todo eso.
―Pues para que veas, sí fui. Pero cuando llegué ya no había casi nadie. Disfruté mucho ver aquello yo solo. Como casi todo el mundo, era la primera vez que estaba ahí. El espacio ese es bestial.
―Mi novia quería escribir sobre esa expo. Yo soy de esos a los que el lugar les gustó más que los cuadros. Aunque había cuadros bien potentes.
―Si tú lo dices… Yo hasta llegué a creer que se había transformado el espacio a nivel de color, que se habían desconchado varias paredes. Y no. (Tos). Miguelito me enseñó la única pared que se pintó. Ahí fue cuando aquello me gustó más. Lo único que se hizo allá adentro fue limpiar. Lo demás fue puro engranaje de la atmósfera de los cuadros con las paredes que los soportaban. El espacio jugaba con cierta extrañeza y eso hizo mayor la complicidad de todo lo que se exhibía adentro. Había una narrativa ahí, casi cinematográfica, donde cada pieza era un plano en sí mismo y se conectaba con otro. No dudo si me dicen que es tal o más cuál película…
―Me acuerdo del díptico de un perro, un bulldog en una piscina…
―Bueno, te aclaro que aquello no era un bulldog. Creo que era un pitbull.
―Yo no sé nada de perros. Era como un perro de esos de peleas.
―Ese cuadro no es mi preferido, pero igual es un dardo. Hay como una soledad ahí muy bonita. El perro está ahí, a sus anchas, en lo que parecería una mansión fabulosa de Los Ángeles. Esa mezcla de soledad y desconcierto la provocan también otros animales en otros cuadros. Me gusta el de los tigres en llamas corriendo por la playa. Hay tigres, hay pavos reales… (Tos). Y hay otro cuadro que me gusta mucho: el díptico que parte a la cebra en una mitad no muy justa.
―¿Tu sabías que Miguelito pinta donde pintaba Servando? Su estudio, digo.
―Oye, es increíble cómo tú haces la tarea… Sí, un día estuve en ese estudio. Es como el estudio ideal, vaya. No por lo de Servando, porque me enteré de lo de Servando a punto ya de irme. Me da igual que sea el estudio de Servando o no. La casa me gustó mucho. Allí vi unos cuadros de paisajes oscuros de gran formato, que son como ensoñaciones de Miguelito, y me gustaron mucho también… Podría quedarme a vivir ahí. Aunque Miguelito me dijo que allí se había matado alguien, y ya eso me da cierta cosita… Recuerdo unos mosaicos en el balcón. (Tos).
―¿A ti te gustó la exposición de Mesías?
―¿A qué viene eso? ¿Lo de las preguntas rápidas es así?
―Sí, puede ser. No sé, te pregunto. Me dijiste que te podía preguntar sobre lo que me diera la gana.
―No recuerdo haberte dicho eso… ¿Qué exposición de Mesías? ¿La de Maceo? ¿O la de los relojes?
―La de Maceo. Esa sigue siendo la exposición de Mesías, ¿no?
―Eso creo. Mira, ahí casi todo el mundo coincidió en que fue una muy buena exposición. Yo soy de esos. Aunque algunos exquisitos dijeron que la rigurosidad histórica de Mesías dejaba colgando a la pintura. Que Mesías no era tan buen pintor para soportar la importancia del detalle que la pintura le demandaba en algunas piezas… Lo cual me sigue pareciendo un desatino. Mesías no tiene que ser Menocal… (Tos). El revival del oficio no tenía ningún sentido allí. La expo era buena y punto. Ahora mismo no recuerdo ninguna muestra personal en Factoría Habana donde no me haya sobrado un piso o una serie. Esa galería no me gusta mucho. En la expo de Mesías recuerdo que no me gustó una vitrina, y algo más, pero eso no me hizo mella para ir en contra de los exquisitos de la pintura que acusaron a la muestra de cierta cojera…
―¿Y qué me dices de la exposición de Yornel Martínez en 23 y 12?
―Ah, es así la cosa… De saltico en saltico. Mira, para que veas, a esa inauguración sí fui. Pero he vivido demasiado rato alrededor de esos cuadros. Vi muchos de los bocetos antes de que brincaran al lienzo. Con Yornel, tal vez por cercanía, por compartir casi diez años de estudio, yo ya no tengo mucho criterio. Y él lo sabe. Porque jugamos bastante a eso de “qué crees”, con la libreta de apuntes. Mis apuntes yo se los enseño menos. Yo soy más creído. Y tampoco tengo libreta de apuntes. Con Yornel puedo ser bastante destructivo… (Tos) Creo que sobre él debes preguntarle a otro.
―¿Qué crees de lo del Premio Nacional de Artes Plásticas en el MNBA?
―¿Qué creo de qué?
―Que si has ido a ver lo de José Ángel Toirac.
―Ah, pensé que me preguntabas de Lesbia…
―Te preguntaba por lo de Toirac. Pero si quieres hablar de Lesbia…
―Quien te dijo que no va casi a exposiciones ahora parece que va a todas… A lo de Toirac fui porque vino una amiga y quiso ir al Museo a ver lo de Raúl Cordero. Y ya de paso, Toirac estaba ahí. Lo de Raúl eran nuevamente esos paisajes con braille que a mí me interesan cientos de veces más, con todo y su carga decorativa, que lo pretencioso de la expo de Toirac. Hay un adjetivo que no se usa mucho en la crítica, creo que debe ser por el carácter convencional que desprende: “feo”. La curaduría de Toirac es muy fea. (Tos).
―Si tuvieras que escoger un artista de la lista de El Apartamento…
―¿Puedo escoger dos? Es que esa lista crece un tin más cada día.
―Ok, dos.
―A lo mejor te suena a cliché: Orestes Hernández y Ezequiel Suárez. Igual puedo quitar a cualquier de los dos y poner a Ponjuán. Me cuadran mucho los modos de reinventarse de Ponjuán. Cosa que en su generación solo hacen poquísimos.
―¿Qué cosa es “Suavitas su habitat”?
―“Suavitas su habitat” sale de un poema de Omar Pérez. Es un proyecto curatorial que llevamos a cabo Aurora Carmenate, Jamila M. Ríos y yo. Y fue precisamente con Omar Pérez que abrimos esa idea. La cosa es exhibir, entre las expos programadas por El Apartamento, muestras que no sean propiamente de artistas. O acciones que no sean propiamente expos. Omar ha llevado el dibujo y la pintura paralelo a la escritura. Dibuja y pinta para él mismo. Un día le dije que quería hacer algo con eso y ahí fue que empezamos. Esa muestra se llamó Hoy frío, mañana no. Están pensadas para que duren, entre montajes, un día o dos.
―Si te doy una memoria, ¿podrías copiarme los textos que escribieron sobre Omar Pérez? Para ver cómo lo ponemos en la entrevista… Mi novia estudió con Aurora, y dice que ella escribe muy bien desde que estaban en la escuela.
―Si quieres se lo digo. (Tos). De paso te copio los textos esos que dices.
El chiquillo saca una memoria y habla sobre algo que escribió la novia. Antes de que se vaya le pongo una carpeta con los tres textos. En el mismo orden que circularon en la muestra:
“Oía hablar del gato de pelea, el hombre oscuro. Oí del poeta zen, del traductor traidor, de su concierto a trío en Casa. Lo leí cuchichea(n)do en inglés y holandés. Después ya es más confuso: una fiesta de santo, un violín, un muelle, y su cajón, canta(n)do en lengua franca. Por capicúa, llego a Omar. Por carambola. Soleída Ríos me contó que una vez él se cayó de una palma, de cabeza”. (Jamila M. Ríos).
“Esta vez las medicinas de tu abuela las lleva Omar. Cuando mi tía da ese aviso yo no me detengo en el fulano-del-paquete. No me interesa mucho ponerle una cara, ni otra seña. Pero a ese Omar lo vi casi todos los días antes de que tocase la puerta con las medicinas. Larry le hizo un busto. Cinco poetas y dos héroes de segundo orden, dice la pared. A Omar lo puso al lado de Nara, más arribita. Cerca de Legna […] La última vez de Orestes en Cuba salimos con Omar. Ahí hablamos de poesía, de sus cajones, de Cuba, de mí, de cualquier cosa, y yo fui algo torpe. Quizás por la cerveza. No sé por qué le dije que me gustaba un poema ahí de Pessoa que a él le pareció frase de camisetica. Me preguntó si en la terminal vendían libros suyos, si yo sabía algo. No sabía, pero en mi siguiente viaje a Cárdenas, antes de anotarme en la lista de espera fui a la librería. Me llevé un libro de Calvert Casey que me recordó a su viuda, y uno de Nara. Más abajo en la estantería estaba Omar. Hay una pizarrita en su casa que en estos días dice: Singnevermindthewords…” (Aurora Carmenate).
“A esa casa se la está comiendo el mar. A mí me gusta un montón, pila, burujón, la casa esa. Repleta de salitre. No he estado en esa casa mil veces. Pero he estado unas cuatro veces. Cinco. De día y de noche. De noche los balcones de esa casa prometen. Siempre he ido allí por un poema. O por una traducción. O por un dibujo. Y lo primero siempre había sido eso. Hasta el día que vi por primera vez al gato de Omar. El gato de Omar es idéntico a un gato que yo dejé morir. Dos gatos como dos gotas de agua (de manguera de regar patio). El gato de Omar se llama Margarito. Mi gato se llamaba Rudolph. En las dos últimas visitas, Margarito me miró demasiado fijo. Un gato subido a un pedestal. Congelado. A punto de decirme: ¿Tú te creías que la poesía era otra cosa, verdad, asesino?” (Larry J. González).
―¿Y con quién piensan hacer la segunda entrega de “Suavitas su habitat”?
―Aún no sabemos si haremos expo o no. De hacerla será con Orlando Hernández y su colección de arte, incluyendo también dibujos y apuntes que Orlando hace casi con la misma intención que Omar. Veremos cómo sale esa expo… (Tos). Con Omar fue un gusto pensar todo el proceso. Pero es que Orlando se porta más mal que Omar…
―Dicen que hace poco ibas caminando por Línea y hubo un título en Galería Habana que te sacó del paso… ¿Te preocupan mucho los títulos que le ponen a las exposiciones?
―Me importan los títulos de lo que yo hago, no los títulos que la gente le pone a lo que hace. Aunque igual te digo que no sé quién le puede poner Amora a una expo… Si te refieres a esa expo, quiero decir. Aquello fue un instante. No me duró mucho. Tampoco yo entro con frecuencia a Galería Habana.
―¿Qué crees del casco azul de Luis Manuel Otero?
―No lo he visto aún con el casco. Dice una socia que lo vio en la FAC que ella cree que el casco le queda chiquito. (Tos). El Luisma sabe muy bien aquello que dicen los yorubas: que si su cabeza no lo vende, no hay quien lo compre. Total: si cabeza gana o cabeza pierde, a ese casquito azul del Luisma lo vas a ver en un pedestal blanco impoluto de galería pro. O pseudo-pro. Yo lo que no te digo es que vaya a ser mañana.
―¿Qué lees más, Hypermedia o Rialta?
―Mira, yo tengo columna en Hypermedia pero prefiero Ensayo Cero. (Tos). Cada vez yo leo menos.
Suena el celular del chamaquito. Se disculpa con quien le habla y en menos de un minuto se va a estar disculpando conmigo. Le oigo decir que va a tratar de estar ahí lo antes posible.
Cuelga y me dice que era su novia. Se le olvidó que habían quedado con Lorenzo Fiaschi, uno de los directores de Galería Continua. No sabe cómo se le pudo olvidar eso. Lorenzo es tremenda exclusiva. ¿Te imaginas?, me dice el chamaquito. Muy pronto aparecerán también entrevistas de los artistas que trabajan con Continua, en el mismo sitio donde han estado apareciendo las de El Apartamento.
Me dice que ellos no paran. Que entrevistas como estas parecen boberías, pero que cuando se juntan hablan de una pila de cosas: mafias, decadencias, mucho dinero…
Los dos quieren estar juntos en esta primera entrevista en Continua. Pero ya su novia debe haber empezado a preguntarle a Lorenzo.
Le doy la memoria.
―A lo mejor podemos seguir otro día ―me dice, ya en la puerta.
¿De dónde sacan fuerza estos millenials para ir de estudio en estudio haciendo preguntas al azar?
Si le diera la oportunidad, tal vez el chamaquito me responda:
―Mírate a ti. Al principio no tenías ganas de nada, y luego estabas respondiendo preguntas que a lo mejor te parecían sin pies ni cabeza… Para eso hace falta fuerza, ¿no? La misma que para estar fingiendo la tos.
Nothing Breaks Like a Heart
Es demasiado obvio que has cogido a Madonna como pretexto para hablar, una vez más, sobre mi disidenciay sobre tus gustos musicales; pero más que nada es un ejemplo muy obvio para hablar de desamor. Te voy a responder hablándote, entre otras cosas, de mi añejo fanatismo, del grunge y también sobre el libro de texto de segundo grado en todas las primarias.