Nothing Breaks Like a Heart

Es verdad que en los dos últimos párrafos de mi mensaje anterior se leía Madonna varias veces. Como si hablara un fanático. Recuerdo que te dije que el poema con que abre tu libro se llama casi igual a una de mis canciones preferidas de Madonna. Ahora que lo leo detenidamente, es cierto que pudiera, por momentos, sonar a euforia mi mensaje. 

Nunca le había escrito a nadie de ese modo por WhatsApp. Pensaba dejarte solo un mensaje corto, pero aquello comenzó a coger cuerpo y no paré de teclear en buen rato. Aun así, no fui muy explícito en dejarte claro que Madonna a mí ya no me interesa. No sé de dónde sacaste tú que yo sigo siendo fan a Madonna.

Es demasiado obvio que en tu respuesta has cogido a Madonna como pretexto para hablar una vez más, largo y tendido, sobre mi disidencia y sobre tus gustos musicales; pero más que nada es un ejemplo muy obvio para hablar de desamor. Te voy a responder hablándote, entre otras cosas, de mi añejo fanatismo, un poquito del grunge y también sobre el libro de texto actual de segundo grado en todas las primarias.

Me preocupa un poco que no se sepa a qué le estoy respondiendo exactamente. Pero lo que sí no voy a hacer es poner fragmentos entrecomillados de nuestras conversaciones por WhatsApp. Ojalá que los que tienen que entender, lo entiendan. Esto está escrito para los que realmente saben quién eres tú. Porque esto es también otro modo de dejar de hablar ya de nosotros. Y tú apareciste ayer, como quien dice, así que ahí mismo te puedes quedar: ayer. 

Voy a empezar explicándote algunos detalles salteados sobre mi añejo fanatismo. Serán párrafos donde el añejo fanatismo va y viene. Como ideas sueltas que digo más para mí que para ti. Como si el supuesto fanático no hablara contigo. Cuando hable contigo te lo diré. 

Desde un principio me dejaron muy claro que esta columna en Hypermedia Magazine podía ser sobre cualquier cosa. De lo que yo quisiera. Así que allá voy: 

Te cuento que Madonna tiene un nuevo disco y yo no he oído ni un solo tema. Ahora se ha inventado otro alter ego: una tal Madame X. Como aquel Dita de su Erótica. Y el video ese que tiene con Maluma lo vine a ver hace unos días, por flashazos. Estaba en un bar, apareció el video en una pantalla, y la persona con quien yo hablaba me dijo: “¿Vas a ver a Maluma o me vas a atender a mí?”. 

Supuestamente estábamos hablando algo serio, según él. Para ese niño, nacido en mitad de los noventa, en el video solo existía Maluma. Aunque ese niño debe saber bien quién es Madonna, creo. No pregunté.

De adolescente, yo estaba conectadísimo con Madonna. De esos plan fula. De libreta de canciones copiadas a mano. En mi mochila del pre tenía dibujada a pluma la caricatura aquella de Madonna que corría por los créditos de la película Whoʼs That Girl, y alrededor estaban todas las canciones que más me gustaban de la Madonna de los ochenta. 

Igual podría escribirte sobre mi arrebato por Madonna desde la secundaria. Pero en el pre apareció alguien con otra libreta de canciones. Mucho más ordenada que la mía. Con notas al pie. Nombres de productores. El compositor de cada canción. Una joyita. Y me arrimé a ese ser hasta hoy. Ese era tan o más fan que yo. Creo que más. 

Ahí mismo en el pre me quedé sin comer como dos sábados seguidos (a las ocho menos cuarto cerraba el comedor) porque en los minutos finales de Contacto ponían por partes el documental aquel de la gira, Blond Ambition World Tour.

El regalo más grande de mi adolescencia fue el disco Erótica. Quitarle el nylon al disco para ver el librito con las canciones. Las manos en el desespero, como todo buen fan. Igual yo no tenía equipo donde oír Erótica y le regalé el disco a ese que era tan o más fan que yo. Igual Erótica fue un regalo a medias. Porque yo también quería el libro SEX, que se lanzó casi pegado al disco, con la carátula de aluminio y las fotos de Steven: Madonna con Naomi Campbell, Isabella Rosellini, Vanilla Ice y malanga. 

(Cuando Jamila Medina se leía esto, de pronto me dice: “¿Y sin internet cómo tú sabías de la existencia de ese libro?”).

De adolescente yo era de esos fan a Madonna a los que nunca les gustó nada-nada la pinta de Michael Jackson. Me gustaba este o aquel video, pero no me gustaba el Michael. Igual en mi pre si eras fan a Madonna no podías hablar de música con los que adoraban al Michael. Estoy casi seguro que tú hubieras estado en la lista de los adoradores del Michael. 

Todas las discusiones sobre ese dúo terminaban en que Madonna era un tronco de puta, por un lado, y en que Michael era un tronco de pájaro racista, por el otro. 

Yo no soportaba al Michael. Ni su vocecita patética. Ni su pavorosa jeta. Ni su candidez por la UNICEF. Y aún no estaba a la cara, por los cuatro vientos, todo lo que desató luego el documental sobre ponerse a “jugar a las casitas” a puertas cerradas en Neverland. Yo soy de los que me creo casi todo lo que se dice en el documental ese, porque al mulatico se le notaba mucho, demasiado, la cabeza enferma. No me mientas más, Macaulay Culkin. 

Lo que a mí sí siempre me encantó fue el videoclip de Thriller. Como a todo el mundo, creo. Pero yo quería que fuera Madonna la que saliera de la tumba. Una vez, en una clase de Televisión y Video, para sacar del paso a cierto profesor que no me gustaba mucho, dije que Like a prayer podía ser mejor video que Thriller. Acabábamos de echarnos Thriller dos veces, pero eran pocos los que se acordaban de Madonna en Like a prayer, plano a plano, para poder comparar algo. 

Allí se hizo muy patente mi cizaña obstinada contra el Michael. Y como ya estaba en la Universidad, aquello de que el rey del pop me parecía ante todo un tronco de pájaro racista, no me iba a salvar de la respuesta que se esperaba de mí. 


Madonna


De adolescente —y ahora te estoy hablando directamente a ti— yo no tenía cabeza musical para más nadie que no fuera Madonna. No sabía quiénes era David Bowie, Iggy Pop ni Blondie, por ponerte solo tres ejemplos de tres amigos míos de siempre que a ti te parecerán cool

Digo cool porque es una palabra que te he oído usar hablando de música. Yo nunca digo cool. Siempre me ha dado risa que sea una palabra que tú no usas para hablar de otra cosa (no la usas para hablar de arte, por ejemplo). Lo que tengo con esos tres amigos cool, hasta el día de hoy, es algo más allá de lo musical. Justo hoy, cuando Madonna para mí ya no existe. 

A esos tres los conocí ya entrado en mis veinte largos (casi tenía la misma edad del socito del inicio, que me decía que le pusiera atención a él y no a Maluma); por tanto, eso de “amigos de siempre” está un tin cojo, porque cuando yo tarareaba Papa donʼt preach no sabía nada de esa tríada. Tampoco tenía manera de saber quiénes eran porque en mi casa lo que se oía era radio, casi siempre el patetismo de Radio Enciclopedia. Y ni a David, ni a Iggy, ni a Blondie los recuerdo tampoco en Colorama.



Una vez oí el exitazo de Blondie, Heart of Glass, que salía de la peluquería de mi pueblo, y se me quedó pegada la canción. Yo estaba dando vueltas en bicicleta por el parque, que quedaba justo al frente de la peluquería, cuando sonó aquello. Después aquella cancioncita no se me iba de la cabeza. 

Heart of Glass puesto a todo volumen por un amigo de las peluqueras. Sonando desde una de aquellas grabadoras de casete que yo siempre quise tener y no tuve. Esas de bocinas a los lados. Me encantaban. 

Ahora hay otras de esas grabadoras que me desquician y que ponen en el parque donde se coge la wifi, cerca de mi casa. También quiero una de esas. Aunque esas son solo para poner memorias. Un altoparlante con forma de grabadora de los ochenta. Donde hoy, en el parque, también a todo volumen, sonaba el tema Mi cama (Karol G, J. Balvin y Nicky Jam echándola altísimo). Yo me senté en un banco a contemplar tranquilo aquel escenario repleto de niños de secundaria en el perreo y en Instagram. A mejorarme la tarde. El tintineo del flash en la memoria flash. Con aquella tríada gritando: “Mi cama suena y suena”.

Es que, ¿cómo te tengo yo que explicar que a mí en música me mata todo lo que a ti te parece cheo? Que no oigo jazz si no se canta. Que necesito siempre una voz negra en el jazz (o al menos que parezca negra). Que ya no oigo rock alguno y que no sé nada de música clásica. 

El año pasado, cuando nos presentaron, la única música que yo tenía en el celular era el tema Amor Foda de Bad Bunny y dos temas del Welcome to Kanyeʼs Soul. Ser cheo de oído, como tú bien dices, es una condición innata en mí. No voy a perder un minuto más respondiendo a gritos tus ofensas sobre mis carpetas de música. Porque la primera tríada que te mencioné arriba, la cool, la de alteregos más persistentes que los de la mismísima Madonna, pueden volverse nada ahora mismo ante una tríada como la del parque. O ante cualquier otra de las que roza mi gusto. 

Ahora voy a parar un rato con lo del añejo fanatismo. Es que quisiera, mientras te escribo, darle oídos a una de las tríadas añejas y deliciosas y soberbias como las que escuchan mis vecinos del segundo piso y que me arreglan el día: Rocío Jurado, Raphael, Juanga (mis vecinos tienen varios temas de esos tres que yo no tengo en carpetas). A tales soberbios tú jamás los oirías porque prefieres oír a Joaquín Sabina, por ejemplo. 

Por suerte tú no llegas al patetismo lamentable de un Ricardo Arjona, como los vecinos del fondo. Si fueras una de esas personas que tratan de salvar a Ricardo, diciendo que algunas canciones de Ricardo te parecen mejores que otras, que hay su buena letra por ahí, ya eso hubiera sido suficiente para no haber hablado de nada contigo. 

Sobre Joaquín, te pido que no me obligues a justificar la respuesta. Demasiados enemigos tengo ya por el tema Joaquín y su “poesía”. Es lo mismo que no quiero hacer con tus ídolos locales, Silvio y Carlos, o cualquier otro de esos que se te antoje para completar una tríada de los que perdieron el rumbo. Aunque esos dos a mí, a estas alturas, ya ni con rumbo me dicen nada. 

Igual me quedaría ahora mismo con Carlos, creo; al menos él no ha mutado hacia ese afán de conciertos cederistas que me parecen tan patéticos. Al menos a Carlos le suspenden un concierto, porque “la cosa” cree que no estamos en un buen momento donde Carlos deba cantar sobre quién debe o no debe tener poder para esto o para lo otro. Aún así yo no oigo ya a Carlos. Tampoco. 




Ahora debería, acto seguido, entrar aquí una tríada añeja y soberbia y local que tú jamás oirías, como las que escuchan mis vecinos del primer piso y que me arreglan otro día cualquiera. Ese día cualquiera en que suenan desde el primer piso: Mirtha, Annia, Vicente Rojas (de Vicente sí no tengo ni un solo tema en carpeta alguna, aunque creo que preferiría ver todos sus videosclips, uno detrás de otro). 

Esta tríada local es tan camp y trans como la anterior añeja y soberbia. Ante estas dos tríadas, para mí no hay trova que valga. Ni lo que tú denominas “buena letra” o “tremenda poesía”. Ante estas dos tríadas no hay ni masa. Ni cantera.




Recuerdo ahora aquel audio donde Nara Mansur decía que cuando en Argentina le preguntan por Silvio ella quisiera responder, a veces, que de los altoparlantes de la epopeya revolucionara salían también auténticas sediciones pop. Aunque a Nara le guste recordar la guitarra del Silvio clásico, son demasiadas las gatas bajo la lluvia alrededor de la guitarra: Pimpinelas, Mirtha, Beatriz, el programa Buenas tardes

Kitsch bordándolo todo con pespuntes verde olivo. En cada pespunte de aquella efervescencia, la estampa de alguien pidiendo el último para las entradas de un concierto antológico de Mirtha en el Teatro Mella. (Por sus quince, los abuelos de Nara la llevaron a un concierto de Mirtha en el Mella: el regalo).

En esta laptop desde la que te respondo ya solo hay espacio para carpetas de tríadas añejas y reguetón. Me quedan solo muy pocas carpetas de las que tú llamarías cool. Y me queda solo una carpeta de Greatest Hits de Madonna.

Vuelvo al añejo fanatismo porque hace un rato me acordaba de cuando yo renegué de Madonna y me hice grunge. Cuando Madonna era “lo cheo” para los alternativos que me rodeaban. Cuando Madonna aún me gustaba pero yo decía que no. 

Yo me hice grunge dos o tres años años después de que se lanzara el antológico disco Temple of the Dog. Aquella furia mía por Crish Cornell y Eddie Vedder uniendo fuerzas para el disco Temple of the Dog no era, en el fondo, muy auténtica. Aunque yo hablaba supuestamente con mucha propiedad de Eddie en Pearl Jam y de Chris en Soundgarden.

Por otro lado, Kurt Cobain era quien realmente robaba mi atención de aquellos piquetes. Luego me marcó su suicidio y la carta que dejó dedicada a su amigo invisible cuando él era niño y que publicó Courtney Love para los fans. La carta que volvió loco a medio mundo grunge

El año del suicidio de Kurt el disco de Madonna fue Bedtime Stories. Solo recuerdo de ahí la canción Take a Bow. Con el suicidio de Kurt vino mi etapa de vestirme imitando al vocalista de Nirvana. Como quiera: botas, camisa de cuadros amarrada en la cintura, y aquel jean con un hueco, un poco overzise. Ya empezaba a crecerme el pelo.

Para ese entonces yo no sabía quién era Marc Jacobs y lo que provocó su colección Grunge en el New York de principios de los noventa. Cuando supe quién era Marc Jacobs, ya no me interesaba rock alguno. Casi como cuando me regalaron Erótica: ya Nirvana y Pearl Jam andaban tocando podios en las listas de Billboard y yo decía que nunca iba a oír rock, y no me sabía el nombre de casi ninguna banda. A no ser algún tema salteado, plan baladita número uno.



Todo ese afán rockero no fue más que una pantalla mía de adolescencia, una perretica para encajar no sé dónde. En el Patio de María tal vez. Allí estuve en un concierto de ni me acuerdo quién. Allí, donde se cabeceaba estrepitosamente y también se daban estrepitosas sesiones de jaico, todo me sonó a grito y lata. Primero escuché varios temitas grabados de Pearl Jam y luego empezó aquel concierto que no tenía mucho que ver con lo que sonó grabado. 

Hace tres años, cuando Chris Cornell se ahorcó, me acordé de una rockerita que yo veía a cada rato. La rockerita era muy alta, tenía casi la misma pinta que la modelo Kristen McMenamy cuando se tiró arriba toda el grunge que diseñaba Marc Jacobs para que la fotografiara Steven Meisel. La rockerita tenía varios pulóveres de esos con estampados de giras y lanzamientos de discos. Tenía uno de Temple of the Dog que querían todos los rockeros de esta ciudad. Primero querían comérsela y después quitarle el pulóver.

Dos de mis mejores amigos tienen una hija que se llama Hylé. A Hylé le importan muchas cosas y habla de casi todo con una actitud superior a su edad. Ya nos va pareciendo que lo único que realmente le va a importar es la música. El último día que estuvimos juntos, Hylé me buscó en internet dos videos y varios pedazos de conciertos de Post Malone, un video de Halsey que le encanta, y me enseñó el segundo video que le hacen a Nothing Breaks Like a Heart de Miley Cyrus porque ya se sabe la canción casi completa. 

Yo le enseñé la descarga a dos pianos de Alicia Keys en los Grammy, porque le dio por hablar de un movimiento que a ella no le sale y su maestra de piano insiste e insiste. Ella siempre quiere que le enseñe los videos viejos que a mí me gustan. Videos viejos de Madonna. 

Hylé es lo único que me mantiene cerca del añejo fanatismo. El primer día que le enseñé un video de Madonna me dijo que le caía mejor que Taylor Swift y que Katy Perry. Dice que Ariana Grande se parece demasiado a una niña muy tonta de su aula. El grunge sí no le gusta mucho. El Higher Love de Whitney Houston con Kygo le encanta más que I Will Always Love You.

El padre de Hylé estudió filosofía, y la madre es filóloga. Estos dos seres juntos son una bomba. Separados igual. Y han parido una niña que es una bomba pero que yo adoro. Con tres años me dijo que tuviera mucho cuidado con uno de los huecos en la terraza del patio, porque parecía un hueco pero realmente era un cráter de los que hay en la luna. Por esos días los padres le estaban leyendo un libro sobre el sistema solar. Hylé no paraba de decirle los niños del círculo infantil que su abuela vivía en la luna. Y que ella iba a la luna una noche sí y una noche no. 

Hace menos de una semana, le dijo a la maestra que ellas dos no tenían por qué pensar lo mismo sobre el libro de lectura, porque ella era una alumna disidente. Se puso a leer un artículo en Facebook sobre tres periodistas independientes a los que no dejaban salir del país, y empezó a preguntar qué era ser disidente y quién era el dueño del aeropuerto. Los padres estuvieron dos días seguidos en la escuela. Uno con la maestra. Otro con la maestra y el director de la escuela. 

Yo luché hasta el último momento porque Hylé no se llamara Hylé. Aún no veo muy saludable cargar con la cruz de tener como nombre propio la palabra griega que designa a la materia. 

En la escuela dicen que a Hylé le va muy bien, pero yo lo dudo. Algún bullying tiene que haber sobre una niña que va a la escuela pelada casi a rapé. Ella quiere parecerse a Halsey cuando andaba con ese look. Le preguntó al padre si así se podía ir a la escuela y el padre dijo que sí. La mamá también dijo que sí. 

Hylé está en segundo grado y no le gusta lo que dice el libro de lectura. Ni le gusta ninguna de sus maestras. Le gusta leer el Facebook del padre, que trabaja todo el tiempo conectado a Facebook. Le gusta llenar todas las semanas su carpeta de video con el paquetero que vive en el pasillo al frente de su edificio, y con quien comparte adoración por el cantante Post Malone. Le gustan mucho sus clases de inglés, y con la misma pasión del inglés va a sus clases de piano. 

El otro día nos quedamos Hylé y yo solos. Estuvimos solos casi el día completo, hasta la noche, cuando llegaron los padres. No había nadie que se quedara con Hylé. Siempre que nos quedamos solos, la pasamos muy bien. El padre filósofo nos deja un celular con internet para que seamos felices. Solo había que leer, de tarea, algo del libro de lectura para el otro día. 

Hylé me preguntó si era verdad lo que decía su papá de que nosotros habíamos tenido el mismo libro de lectura que ella. Dejé correr par de páginas y choqué con el trabalenguas de María Chucena. Se lo repetí sin mirar el libro. Hylé se rió. Dijo que sus padres también se lo sabían de memoria. Corrí otras páginas y ahí seguían “El Vaquerito” de Denia García Ronda y el “Abel Santamaría” de Mirta Aguirre. Antes de cerrar el libro le dije que sí, que casi era el mismo pero que habían lecturas nuevas. Que yo estaba casi seguro que el texto sobre Raúl, titulado “Un combatiente ejemplar”, era una lectura nueva. 

Hylé no tenía ganas de leer. Nos pusimos a ver La Voz Kids. El paquetero le dijo a Hylé que había una niña que cantaba Wrecking Ball con la misma voz que Miley Cyrus. Pero a Hylé no le pareció que la niña cantara bien Wrecking Ball. Pusimos el video de Miley.

“¿Tú crees que Miley se lleve bien con Madonna?”, me preguntó Hylé antes que se acabara el video. 

Preguntaba como pregunta un fanático añejo. 





Aquí hay un fisiculturista muerto en la carretera

Aquí hay un fisiculturista muerto en la carretera

Larry J. González

El Conde se parece un poco a Billy Porter, el actor de la serie Pose. Y El Conde lo sabe. Porque si no, no tuviera sobre la mesa los dos últimos números de ElleAnother: ambas portadas con Indya Moore, la transexual de Poseque le tiene la boca hecha agua a medio mundo.