Benjamín decide morir un 10 de octubre. Tengo en casa dos blísteres de Fenobarbital para mi madre. Benjamín indaga con un vecino médico la forma más certera de salirse de la vida. Es para una novela, dice.
Cuarenta pastillas tengo en la gaveta de mi mesa de noche, exactamente la dosis para morir. Yo no quiero morir. Yo nací en los ochentas, soy heterosexual, tengo dos títulos de carreras diferentes; uno de ellos universitario. Yo no quiero morir, tengo un hijo; un hombre me ama. Yo no quiero morir: tengo sueños y motivaciones socialmente aceptados.
Benjamín tenía veinticuatro años cuando su madre lo encontró sin vida. Era un muchacho culto, inteligente; sensible; agudo y homosexual. Tenía amigos. Era amado. Pero eran los sesentas y Benjamín debía ser duro y amar el arte solapadamente para no llamar la atención. No ir a teatros, ni deambular con sus amigos, ni hacer tertulias en los parques o en el Carmelo; tampoco debía serhomosexual ni elvispresliano.
Benjamín era creativo. Tocaba el piano, escribía poemas y se graduó de San Alejandro. En los sesentas la homosexualidad era una enfermedad. Purgar a los enfermos, a los desviados; purgar la blandenguería a toda costa en aras de una sociedad de acero. La juventud de acero dispuesta al sacrificio no debía aceptar a los enfermitos.
Los enfermitos fueron reclutados. Llegar a Camagüey. Campos de concentración camagüeyanos fueron la “cura” para los Benjamines “desviados”. Arbeit macht frei. El trabajo sin motivación es una fábrica de zombis; quizás los zombis son tan necesarios que nunca parecen demasiados.
Leer la historia de Benjamín me ayuda a entender tantas cosas. Benjamín tuvo la suerte de ser amado y tener familia. Benjamín tuvo una madre y una hermana; amigos que no lo dejaron desaparecer. Hay muchachos que no superan un campo de concentración. ¿Es tan difícil de entender esto?
Leer a Benjamín, cuando morir es más sensato que esperar es develar lo inolvidable. La justicia necesita permanecer intacta gracias a la memoria de lo injusto. Leer a Benjamín es lo mismo que leer a Ana Frank.
Los sobrevivientes deberíamos salvar las memorias de aquellos que no logramos ayudar. Los sobrevivientes necesitamos saber y divulgar la vida de aquellos que fueron tan valiosos que llevaban en la frente la marca del peligro para los sistemas enfermos.
Ahí está la historia clínica de un país, de un lugar donde los errores se mantienen en silencio y las victorias se lanzan al cielo como fuegos artificiales.
Lean Benjamín, cuando morir es más sensato que esperar de Carolina de la Torre Molina. Lean este libro; es importante y conmovedor. Lean para muscular el recuerdo y no dejar caer en el olvido lo inolvidable.
© Imagen de portada: Benjamín, autorretrato, UMAP, 1966.
Sobre ‘Gimnasio’ de Juan Abreu
Juan Abreu es un enemigo declarado, militante, de la vulgaridad e imbecilidadde la sociedad contemporánea, contra las que hay que escribir.