‘En muletas por la vida’: Un libro muy humano

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La última vez que vi a Noel González, tenía yo unos 17 o 18 años. Había tomado la decisión de dejar a un lado el ajedrez —mi pasión de entonces— para dedicarme a la preparación de una carrera universitaria. 

Nunca más supe de mi primer profesor y entrenador del juego ciencia. Casi treinta años después, conversando con un compañero de trabajo sobre mi pasado ajedrecístico en competencias juveniles y primeras categorías en Ciudad de La Habana, hice en Google una búsqueda de su nombre con la ilusión de hallar alguna foto o algún comentario sobre un hombre que influenció positivamente a muchas generaciones de niños y jóvenes en el municipio capitalino del Cotorro.

Descubrí En muletas por la vida, de Nilo Noel González Cabrera (1950), Editorial Guantanamera, 2017. La curiosidad y la nostalgia me indujeron a comprarlo inmediatamente. 

Tres días después de la llegada del libro a mis manos, ya lo había terminado. Cuarenta y una son las escenas autobiográficas —más prólogo y epílogo, 126 páginas en total— que conforman esta colección de imágenes y divertimentos. La prosa es clara, sencilla y fácil de leer. Es uno de esos libros colmados de evocaciones, recuerdos y felicidades. 

Noel González —poeta, narrador y excelente mentor— fue un ser con profundas limitaciones físicas, pero de inmensas capacidades mentales y espirituales. Enfermó de poliomielitis a la edad de dos años y anduvo desde entonces en muletas por varios rincones de Cuba. 

Murió en el 2018, según me informó uno de sus alumnos, pero nos dejó este manojo de versos y relatos bien contados.

Yo perseguí tomeguines
a bordo de mis muletas
y eché a volar cien cometas
para extender mis confines.

Es la primera estrofa de un largo poema —“Autobiografía”— ubicado justo al inicio del libro. Luego le siguen capítulos como “Los mangos”, “Murió un amigo”, “El primer amor”, etc., todos pintados con esa calidez humana característica de un alma rica en valores, consejos, caballerosidad, intrepidez y un amplio concepto de la amistad. 

El buen humor es el color predominante en las historias. Las hay unas más hilarantes que otras, como era de esperar, pero en conjunto crean una obra armoniosa donde prevalecen la aventura, el optimismo, la picaresca y hasta la decencia de una época extinguida.

A través de estas páginas descubrimos a un Noel impensable para quien no lo conoció bien. Confieso que, a pesar de haber sido su alumno durante años —y creo que su amigo también, aunque yo era un adolescente y él un hombre con más de 40—, ignoraba su pasado de niño inquieto en los campos y las montañas de San Juan y Martínez, en Pinar del Río, donde nació y se crio hasta que su padecimiento lo condenó a La Habana, alejándolo de sus ríos, montes y vegas de tabaco. 

La naturaleza poética se entremezcla siempre con la broma, como en este fragmento del cuento titulado “Arnaldo”:

Así continuamos nuestra marcha y, con la demostración de la fuerza del Willys, llegamos hasta las orillas del cristalino río, donde comenzamos nuestro campismo. Cuando ya el alcohol comenzaba a hacer efecto en mi interior, decidí acostarme en la corriente, en una parte donde podía tener la cabeza fuera del agua; mientras esta me acariciaba desde el cuello hasta los pies causándome gran placer. Tuve que dejarme los pantalones puestos para que las piedras del fondo no me arañaran. Así quedé dormido varias horas. Sergio me llamó y cuando iba a salir me di cuenta con horror, que mis pantalones se habían ido navegando río abajo.

—¡Señores, me quedé sin pantalones! ¿Cómo me bajo cuando lleguemos?

A propósito, el Sergio mencionado no soy yo —creo necesaria la acotación—, pero al unir todas estas vivencias pícaras y divertidas con la piel y el carácter de un hombre muy limitado físicamente, pero que se entregó por entero a su labor de profesor de ajedrez, veo entonces material suficiente para una de esas producciones cinematográficas donde la virtud, la fuerza de espíritu y la bondad vencen cualquier adversidad, haciendo de la vida no un rosario de llantos y lamentaciones, sino de victorias unas tras otras. 

Siempre admiré a Noel. Cuando él llegaba a la academia de ajedrez, las piezas sobre los tableros se iluminaban. El sonido de su moto desde la calle Central o el tic tac de sus muletas al entrar por la puerta, creaban el orden de los alfiles, la solidez de las torres, el brío de los caballos y la disciplina de los niños que lo esperaban sonrientes. Fundó una escuela a fuerza de Apertura Rusa, con negras, y de Ruy López, con las blancas.

Nos dice el autor en el capítulo titulado “El profesor”:

En los comienzos, como es lógico, el equipo del Cotorro no le ganaba a nadie. […] Nunca me desanimé y seguí luchando. […] Finalmente en el 80 aparecieron los primeros campeones. […] En la actualidad me siento orgulloso de haber entrenado a más de 15 campeones nacionales en diferentes categorías, así como a una que se coronó campeona nacional de Cuba y España.

Su energía era inagotable. En el libro se respira esta fe desde el inicio hasta el fin. Nos habla de sus peripecias con las mujeres de su vida, desengaños y amores prohibidos, que en ocasiones se materializaron; de la familia, como pilar de su existencia, y de la amistad, como alimento cotidiano; de su apego a la naturaleza y de la admiración por sus alumnos. 

Siempre lo acompañaba un grupo de discípulos-amigos. La academia, su segunda casa, era un criadero de ajedrecistas errantes, medio poetas, que acudían allí a pasar la tarde junto a Noel, con el pretexto de golpear relojes y de gritar ofensas a los oponentes. 

Entre las reinas y los peones, los jaques y las jugadas de doble signo de admiración, se hablaba de literatura, de historia y de profundos problemas personales, a veces muy íntimos, de muchos iniciados en aquel mundo de enroques y defensas. Veían en Noel a un psicólogo, un padre espiritual o un Sócrates que corrompía a la juventud enseñándoles a pensar y a sentir. Así nos confiesa con humor y honestidad:

“Piquito de oro” me decía una responsable del salón de la academia, pero en muchas ocasiones solo hablaba otras cuestiones de la vida. Soy un bohemio y como bohemio al fin, soy mujeriego; pero más o menos como decía René, un gran amigo pinareño, las mujeres no son hombreriegas conmigo… Es una pena.

En muletas por la vida, de Noel González, es una demostración de talento y perseverancia. Después de leer estas páginas intrépidas, simpáticas y humanas, no existe justificación alguna para culpar al destino de nuestras inapetencias y mediocridades. La energía narrativa en estos cuentos autobiográficos son un reflejo íntegro del alma del autor, un alma noble que muchas generaciones de adultos agradecen hoy desde el recuerdo. 

Un amigo, que lo conoció bien —y al que le hablé de este libro—, me dijo que Nelo, como muchos lo llamaban también, fue uno de esos personajes que merecen una estatua. 

Quedé pensando. Es cierto. 

En un país donde abundan los monumentos dudosos, bien podría adornarse un rincón con la imagen de quien labró, con respeto y calidez, el camino a muchos niños que llegaban casi perdidos a la academia de Noel. Por cierto, vi en Internet que, desde hace dos años, existe en Cuba un torneo nacional infantil que lleva su nombre: “Noel González in Memoriam”. 

Mis piernas se apoyan en mis manos
para poder andar el universo…

Así rezan unos versos en el epílogo. Pertenecen a un poema que el autor le dedica a una niña, alumna de él, que le confiesa a otro niño su deseo:

—Dice Margarita —me contestó— que si ella tuviera la flor mágica del cuento, tiraría un pétalo al aire para pedirle que usted caminara sin muletas. 

No tienes que gastar la margarita
para pedir al viento tu deseo,
el desencantamiento que tú quieres
yo lo puedo lograr con el esfuerzo.

Lo único lamentable, y debo decirlo, es el pésimo trabajo de la Editorial Guantanamera. Nadie leyó el texto. Ningún corrector profesional lo revisó antes de publicarlo. Los errores abundan. Faltan puntos, comas, mayúsculas y un largo etcétera. Una verdadera pena. El libro necesita, para honrar a quien honor merece, una reedición más limpia y cuidada. 

Ojalá, porque bien lo vale la lectura de este libro tan hondamente humano.





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