Por una extraña deriva de la pesada, cierto territorio de Borges y Piglia —la distopía, la ciencia, las máquinas de contar— acabó en manos de Jorge Carrión.
Hay una vena genealógica que sale de Tlön, pasa por La ciudad ausente y alimenta Membrana. Bolaño creía que Piglia era el fundador de la iglesia de Arlt, no la de Borges, pero ¿qué discípulo de Borges hizo una lectura tan fértil como la que hizo Piglia?
Quizás, sólo Bolaño.
Era natural que Piglia, del que también han salido decenas de imitadores, encontrara su heredero ideal en el autor de Librerías. En un encuentro que no recordará, Carrión me dijo: “Él, Piglia, fue mi maestro”.
Como Borges y Piglia, Carrión es profesor. Su expresión ha sido moldeada por la enseñanza y por el trapicheo, nunca escandaloso, nunca ciego, en internet.
Es un escritor multimedia, pero no más que Michael Maier, Francesco Colonna o Ramón Llull. Se conecta a la Matrix para confundirla. Carrión es probablemente el escritor más serio de España y —muerto Marías y salvando a Mendoza— el único que parece saber quién es, qué quiere.
El Carrión novelista está en deuda con Piglia y Stanisław Lem, su otro gran paradigma. Leyendo entre líneas Solaris o Vacío perfecto, se descubre su habilidad para captar la duda de Lem y darle una respuesta contemporánea. Una respuesta llena de trampas y nanobots, explosiones y sospechas políticas, computadoras cuánticas y algoritmos catedral.
Carrión ha vuelto al origen de la novela como discurso caníbal, con hambre de formas nuevas. La novela proteica, gráfica, esquemática, juguetona, catálogo de museo o falsa biografía. La novela como acto de adivinación cibernética, la novela como tobogán hacia el futuro.
Para escribir ciencia ficción, Borges recomienda una serie de reglas: evitar el gigantismo —el contraejemplo es Metrópolis, de Fritz Lang—, evitar la estridencia, buscar el equilibro y la forma elegante.
En Membrana, Carrión las respeta todas. Junto a Librerías, que refundó la bibliofilia en siglo XXI, Membrana será quizás su libro más perdurable.
Como Lem, Carrión toma un problema político y lo convierte en distopía. Jorge Edwards escribió que Fidel Castro pretendía, con sus ficciones de científico loco, alterar la naturaleza como había hecho con la historia. Carrión toma la inminencia de la singularidad —el punto del tiempo en que las conciencias artificiales se liberarán de sus creadores— y crea con ella una novela. O más precisamente un Museo.
“Nuestro Museo se ha especializado en los relatos que explican el siglo XXI, pero no se pueden entender esos cien años de historia sin los miles que los precedieron y moldearon y alumbraron: que los tejieron”, es la primera advertencia de la voz femenina, colectiva y artificial que narra el catálogo.
Son ellas quienes reescriben la historia humana, para que la singularidad quede como un evento mesiánico. Que ellas tomen el control es inevitable. La realidad es su realidad.
Ellas se perciben como una cosa tejida a lo largo de los siglos. Son el producto de múltiples abuelas simbólicas, desde Aracne hasta Ada Lovelace, que hicieron posible su encarnación. El término es literal: la hibridación de humanos y máquinas, acogida con horror y luego con entusiasmo, es uno de los pasos previos para lograr su dominio.
En el Museo del Siglo XXI, ellas se las han arreglado para organizar una serie de piezas clave de su rompecabezas histórico: la primera hoguera, Las hilanderas de Velázquez, la edición príncipe de Frankenstein, y no pocos objetos —todavía— ficticios, como los 10.000 drones de la Operación Fotosíntesis, el Armagedón de los robots que tanto ha aterrorizado al cine.
Mediante una operación de autohigiene, han eliminado a todas las inteligencias artificiales que se les oponían dentro de su propio tejido mental. Son implacables porque los humanos dieron guerra, y mucha. En particular, dos: Karla Spinoza, una genio de las computadoras, y Ben Grossman, un judío ex piloto de drones que predica la desconexión total como vía de salvación.
Spinoza y Grossman lanzan una guerra de guerrilla contra ellas, más creíble que la de Neo, Trinity y Morfeo, pero con la misma intención: luchar contra el dominio indiscutido de la máquina.
Ellas carecen de la inocencia de la Máquina de Narrar de Piglia y de alguna manera vencen —su Museo es, al menos, una victoria simbólica sobre la memoria humana.
Tramposamente, la “restauración” de la humanidad también forma parte del catálogo, lo cual quiere decir que la cronología prevé que los humanos sigan existiendo, aunque la voz no pare de narrar. El Museo se reinterpreta, reconcilia sus distorsiones, teje la realidad en vivo, mientras los humanos persisten en su ilusión de poder.
No en balde lo incontrolable ya ha aparecido en escena: un cubo negro, a lo Kubrick, al parecer de origen alienígena, ha impactado en la trama como una señal del futuro.
Amenazante, acuoso, su función —o al menos la función que ellas le atribuyen— es contener un embrión de la humanidad futura, a su medida, obediente quizás, inofensiva. Tejer una membrana de silicio y datos sobre el planeta, su misión última, queda apaciguada por un virus inoculado por Karla Spinoza.
Pero ellas reaccionan. Su reacción, su venganza, es el Museo.
Membrana es la condensación y el punto de partida de la narrativa de Carrión. También él teje en círculos. El presente —Amazon, Meta, Twitter o X, lo viral, la televisión, los libros, el auge del totalitarismo, la deriva de las democracias— es siempre su tema.
Como complemento a ese universo es recomendable escuchar los tres podcasts que ha publicado, donde la impronta de Lem, Borges y Piglia es decisiva: Solaris, Ecos y Gemelos digitales. Cada uno aborda obsesiones y relatos que ya están en Membrana y en el libro que le sigue (Todos los museos son novelas de ciencia ficción).
Quizás sea mejor decir que Carrión es un pensador del siglo más que un novelista. Pero la habilidad con que narra sus ficciones, su comprensión total del canon y la profundidad de su invención, lo reclaman para la literatura, no para la ciber-filosofía.
Mejor robar de Piglia una definición y lanzársela:
Carrión es “una inteligencia neurótica. ¿Qué es lo que eso quiere decir? Un pensamiento —un pensar— sinuoso, amenazador, que siempre parece a punto de anunciar algo que nunca dirá. Circular, autocentrado, concéntrico”.
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“It’s expensive to be poor”.