Digamos que llegué al final del día aplastado por una montaña de mierda noticiosa y augurios inquietantes del tiempo, y un libro, como otras muchas veces, vino a rescatarme. Un libro que puedo considerar una joya en el sentido que suele utilizarse este término al hablar de literatura. Porque me refiero a uno que encierra en un todo homogéneo los atributos necesarios para que se le pueda considerar (con independencia del juicio que luego, con algo de suerte, deberá hacer la posteridad, en el cual ya no tendremos parte) una «obra maestra» o magnum opus, que se dice.
Y lo digo con absoluta confianza a pesar de que la definición académica aconseja cautela en estos menesteres, porque el libro al que me refiero, ‘Mariposa en la cueva del majá’, no tiene por qué llegar a ser el mejor de la obra completa de José Hugo Fernández, aunque solo sea por el hecho de que la obra de este gran autor felizmente aún no ha sido completada, y el libro en cuestión es tan solo el último que ha publicado. Así que, para no arriesgar, me quedo con la idea de “joya literaria”. E insisto en lo dicho.
Se trata de un bello tomo de 131 páginas, compuesto por 63 textos de José Hugo y 63 fotografías del poeta Juan Carlos Mirabal, que cuenta, además, con la traducción al inglés de la también poeta Lídice Megla. Equivalencia esta (la del número de fotos y de textos) que me recordó, en cuanto a estructura, a ‘El uso de la foto’, de Annie Arnaux. Una simple coincidencia que José Hugo transitó sin darse por enterado, pues él iba por un lado bien distinto y, me atrevo a decir, mucho más ambicioso. En el proemio que tuvo a bien incorporar, nos lo explica generosamente:
El hecho es que, por hereje y retozón, el fantasma de Guillermina se vio precisado a escapar del Inframundo. Y al no disponer de otro sitio más acogedor para pernoctar, aterrizó en la habitación de su mejor amiga de la infancia, viva aún, o pasando por viva, así que reacia a recibir visitas del más allá.
Aquí también nos advierte algo muy importante para la contextualización de la historia:
El proemio de estos encuentros entre las dos viejas compinches tuvo lugar en La Habana, diez años atrás, justo a través de las páginas del libro de relatos ‘La novia del Monstruo’.
Esta referencia a un libro anterior, del que este puede considerarse una (disculpen el neologismo) precuela, podría llevarnos a pensar que la lectura de ‘La novia del Monstruo’ es una condición necesaria para su mejor comprensión. Pero no. ‘Mariposa en la cueva del majá’ se deja leer sin ningún requerimiento previo. Las únicas condiciones que parece exigir son: (1) un mínimo de sentido del humor y (2) suficiente perspicacia para traspasar el texto y descubrir lo que se oculta, por así decirlo, entre bambalinas.
Con este presupuesto ya uno puede hacerse una idea del modo con que José Hugo ha decidido enviscar sus páginas para que no podamos huir. Una tesitura semejante no puede situarse fuera de un universo absurdo y… humorístico. El absurdo ya lo hemos visto y comentado con antelación en la obra de José Hugo, también el humor, dos elementos (absurdo y humor) que no son exclusivos suyos ni mucho menos, pero que él utiliza de un modo muy peculiar al situarlos entre el absurdo y el humor criollos (es decir, específicamente cubanos) y el absurdo y el humor neutros (es decir, genéricos o universales). Idea que el exergo, en cierto modo, viene a completar. Está tomado de la novela «El astillero» de Juan Carlos Onetti, y dice:
Esta parte de la historia se escribe por lealtad a un fantasma. No hay pruebas de que sea cierta y todo lo que podemos pensar indica que es improbable.
Con tales premisas (el exergo, el proemio) el lector queda completamente apercibido. Apercibido, sí, también, en la acepción que suele atribuirse a este término en el Derecho, pues el humor puede ser así de transversal. Ya en la primera foto y el texto correspondiente (“Foto de familia”), se cumple (se empieza a cumplir) este gran acierto. Lo que el fantasma de Guillermina hace con esa foto es digno de un cuento tan clásico como, pongamos por caso, el famoso «El fantasma de Canterville”, de Oscar Wilde. Y a partir de ahí y hasta “Viñetas del fin del mundo” con que cierra, el lector hará un viaje trepidante, hilarante y rico en reflexiones y en circunstancias que sin duda movilizarán también sus neuronas propias. Como hace el Woody Allen escritor, José Hugo produce algo divertido, solo que no ligero. Y escribir cosas divertidas y no ligeras es algo que únicamente han hecho, de Cervantes acá, unos pocos. Para que se tenga una idea más acabada de lo que quiero decir, les copio este último texto (“Viñetas del fin del mundo”), que vale la pena y no solo porque sea el último y acabo de mencionarlo:
Hay ilusiones que son como la carne enlatada, fácil de llevar a la boca, pero tienen fecha de vencimiento. Guillermina continúa diciendo que le ilusiona escribir un libro basado en nuestras charlas nocturnas. Quiere titularlo “Viñetas para el fin del mundo”. No sé quién podría leer tales viñetas después que el mundo se acabe. Aunque eso no parece preocuparle, pues, ella dice que para los fantasmas el mundo se acaba todos los días al amanecer, pero tan pronto anochece surge un mundo nuevo. Se trata de un enfoque esperanzador. Y no digo ya para los fantasmas, sino hasta para los libros, a los que nada mal les vendría un nuevo mundo donde haya menos escritores y más lectores.
Y hay un componente en el que no puedo dejar de insistir porque completa armónicamente el embrujo de este libro: las fotografías. Juan Carlos Mirabal seleccionó una serie que sobrecoge. Y tuvo el buen tino de presentárnoslas en blanco y negro, que son los colores de la realidad de los textos y de la realidad-real de que se nutren. Esto es: las ruinas del tiempo, la sorda resignación y la tristeza, a veces solapada y siempre fantasmagórica, de la desesperanza. De modo que se trata de un soporte gráfico que establece un diálogo extraño, quizá un poco paradójico, con el literario. Es como si el fantasma de Guillermina anduviera por ahí, por la desolación de esos rincones oscuros y averiados, haciéndonos reír hasta, y sobre todo, de la desgracia.
Por ello celebro que ‘Mariposa en la cueva del majá’ haya sido traducido al inglés, como ya dije, por la poeta Lídice Megla. Un libro así debería poder ser leído en los más de siete mil idiomas que existen. Seguro que en cualquiera de ellos provocaría la misma sonrisa, un tanto amarga, que el original. La sonrisa amarga y sabia de los fantasmas. Como todo gran libro.
Abel Germán
España, diciembre de 2023
* A propósito del libro ‘Mariposa en la cueva del majá’, de José Hugo Fernández, con fotos de Juan Carlos Mirabal y traducido al inglés por Lídice Megla. Editorial Lunetra, 2023).
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