¿Qué es lo que transcurre?
Aunque no estoy muy segura, parece ser que lo que transcurre es el tiempo, como el gran envoltorio que nos cobija, dentro del cual crecemos, sufrimos, amamos, perdemos y ganamos.
¿O será que no transcurre?
Porque lo cierto es que el tiempo existe y es nuestra única auténtica riqueza, con la cual llegamos al mundo y sin importar cuánto lo consumamos, siempre habrá tiempo. Pues él nunca nos abandona, somos nosotros quienes lo dejamos, voluntariamente o no, para que lo usen aquellos que nos sucedan.
No es la primera vez que la poesía de Odette Alonso me obliga a pensar en temas como éste. Odette es una relatora del tiempo y, como tal, lo que cuenta incide en la vida de los demás, no como coincidencia; más bien como incisiva descripción de lo que suele pasar cuando se usa el tiempo.
No voy a decretar que Lo que transcurre es el mejor poemario de Odette porque vendrán otros y porque creo que todos tienen un lugar importante en la trayectoria que la ha conducido hasta aquí. Sólo que éste me arroja una conjunción de ideas y referencias alusivas a su mundo poético, que han ido apareciendo en los anteriores durante un proceso de construcción que la coloca entre las grandes voces de su generación.
Como suele suceder con la madurez: las evocaciones son tan firmes que se escuchan como convicciones; el lenguaje se precisa; los finales, cerrados o abiertos, son más conclusivos y la narrativa interior, como la cronista que es, fluye sin interrupciones para asirse a la nostalgia como eje transversal de este libro y me arriesgaría a decir que de toda su obra. La nostalgia aferrada al alma del inmigrante. El inmigrante aferrado a su nostalgia. Y ella, como ingrediente principal de la poesía.
Es lo que dice cuando no queda más qué hacer que interrogar a las fotos, para recuperar la memoria en esas respuestas que llegan del silencio evocador frente a la imagen. Es lo que sostiene ese “Segundo poema de Estefanía”: nostalgia del olor y el sabor, de las voces que cambian de un país a otro, de una zona del mundo a otra. Exilio de la nostalgia, migración. Son efectos emocionales que la poesía, con sólo nombrarlos, trasmite como ninguna otra expresión literaria; justamente porque la poesía marcha con el ritmo interno de su autora, por eso se asocia con los sonidos musicales, el pálpito de los olores, la salivación emotiva del paladar, la mirada frente al paisaje luminoso o terrible, la certeza de la piel sobre la hoja.
Leí Lo que transcurre como un largo poema, único, en cuyo recorrido encontré casas erigidas sobre cuatro puntales que me recordaron aquella en la que habité en mi infancia, semejante a muchas otras casas cubanas, humildes y abrigadas, porque sus cuatro puntales se habían edificado con los ingredientes más apreciados de la amistad, la buena vecindad, el amor. Con discusiones y desavenencias también, por supuesto, pero sin ese odio corrosivo, destructor de todo lo que toca.
Es la casa, como un ente único, de la cual se despide Odette, con la elocuencia de saber que permanece, viaja con ella, como la más segura propiedad; tan firme, como que esos cuatro puntales son capaces de expresar la sencillez en un tono de incomparable grandeza.
El último poema visible de este libro, “Casas del verano”, demuestra lo que digo:
Una casa en la palma de mi mano.
(..) Las casas que habité viajan conmigo.
(…) Las casas que habite son esas aguas.
El hogar es a veces un tatuaje/ un ruido de tambores/ un adiós/. El hogar es entonces soledad.
(…) una casa que es todas/ y ninguna.
El largo poema que compone este libro, concluye con tres afirmaciones de acento trágico, que en sólo tres versos revelan la esencia de un tiempo que transcurre en el entorno de esa nostalgia, de la cual no pueden liberarse los migrantes, ni a golpe de puñal:
De pronto canto y luego callo y luego lloro
mientras hundo el puñal
contra mi propia sombra.
Cierro el libro con la firme convicción de que la poesía será eterna, como el tiempo mismo. Porque fue ella la que estuvo desde el principio, la que se encargó de entregarnos los primeros mensajes de la palabra, para construir con ella la memoria de la humanidad, su historia emocional.
Pero antes de cerrarlo, descubro una suerte de epílogo imbricado como poema oculto en la parte intermedia del libro. Se trata de una secuela, no me extrañaría que fuera un juego, una trampa, una adivinanza a revelar por quienes se niegan a dar por terminada la lectura de Lo que transcurre.
Los versos finales de cada poema, a veces entrecortados, se unen para referir el tiempo inamovible en nuestra memoria y sostener, sobre los cuatro puntales de la nostalgia, la eternidad de la poesía.
POEMA OCULTO
Mil esquirlas de luz.
Es un duelo de pánicos la noche
como postal de cumpleaños
no habrá otro rastro que la humedad del llanto
súplica de cielo y de palabra
Ese verso inconcluso en la raíz
Simple es tal vez mucho decir
Sólo fantasmas quedan
Tal vez la luz de aquel verano
Sobre esa tabla vieja
Golpe de aldaba sobre la puerta en ruinas.
Nada puedes hacer.
Una gota temblando en el espejo
Intentar algo que la salve
El miedo como hoguera nos incendia
Cada rincón tiene un grito, un olor
El silencio es la única respuesta
Por no quedarme muda
Sobre el papel silencio
Recomienza todo
Se desliza una gota sobre su piel
El labio deja un hálito sobre la piel
Adiós
Solo ecos en el despeñadero
Quizás alguna vez fuimos tú y yo
Solo la oscuridad espera fiel en los rincones.
Poesía trascendente, la de Odette.
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