‘Narcisos’, de Eduardo López-Collazo: un espejo literario de múltiples fondos y superficies


Narcisos’, una novela de Eduardo López-Collazo.


Hay novelas que buscan conmover. Otras aspiran a provocar. Las hay que entretienen con gracia y ligereza, y aquellas que persiguen un fulgor filosófico o un ejercicio de estilo. Raras, sin embargo, son las obras que logran amalgamar todas esas capas —la del placer inmediato, la de la inquietud intelectual, la ironía fina y el vértigo narrativo— en un solo cuerpo orgánico y vibrante. Narcisos, la novela de Eduardo López-Collazo, es precisamente una de esas escasas piezas literarias que operan simultáneamente en varias alturas del pensamiento y la emoción.

López-Collazo, polímata de nuestra época —científico reputado, divulgador agudo, crítico de danza y novelista—, se adentra en el territorio siempre resbaladizo de la ficción con una osadía desprovista de afectación. No busca imponer su figura sobre el relato. Con elegancia y hasta cierta humildad creativa, se retira de escena y cede la voz a Carmen, una psicóloga apasionada por las letras, cuyas sesiones de terapia se convierten en la estructura secreta de la novela.

Es, quizás, uno de los mayores logros de Narcisos: la despersonalización del autor, su capacidad para diluirse en la mirada y en la sensibilidad de una mujer que observa, que escucha, pero que también carga con sus propias sombras. Aunque, por supuesto, él también es uno de los Narcisos a descubrir por quien lee.

Por su parte, Carmen –la psicóloga— no es una heroína épica ni una narradora omnisciente; es humana, vulnerable, inteligente y llena de aristas. Por su consulta desfilan ocho hombres —ocho Narcisos modernos— cuyas historias se van entretejiendo en un tapiz inesperado de contradicciones, soledades, heridas invisibles y batallas interiores. López-Collazo traza estos perfiles masculinos con precisión quirúrgica y una ternura irónica que no cae jamás en el sarcasmo fácil ni en la caricatura. Hay una valentía evidente —y necesaria— en abordar la fragilidad masculina, sus zonas ciegas y sus máscaras, desde la mirada de una mujer que tampoco está a salvo de sus propios laberintos emocionales.

La novela se mueve con naturalidad entre la intriga, el humor sutil, el juego de espejos y los giros argumentales lucidos. No es extraño que quien viene del mundo de la ciencia, habituado al rigor y al asombro, haya construido un relato donde cada historia es una hipótesis vital que se confirma o se desmorona a lo largo de las páginas. Los diálogos son filosos, vivos, pero lo que verdaderamente sostiene la novela es esa tensión invisible entre la necesidad de entender al otro y la imposibilidad última de hacerlo del todo. Porque Narcisos es también un libro sobre la incomunicación. Sobre el abismo que existe entre lo que decimos y lo que callamos. Sobre las capas de ficción que construimos en torno a nosotros mismos para sobrevivir a los naufragios cotidianos. Cada personaje lleva consigo un pequeño enigma, una herida secreta, un giro final que descoloca y desvela. Y es ahí donde López-Collazo despliega su pericia narrativa: cuando desarma las certezas del lector y lo obliga a reconfigurar sus juicios.

Es también inevitable leer Narcisos como un reflejo crítico —y a veces implacable— del propio país natal del autor, Cuba, y de ciertos rasgos culturales asociados a esa identidad. Hay un ajuste de cuentas sutil, nunca panfletario, que recorre la obra como una corriente subterránea. Pero sería injusto reducir la novela a una lectura generacional o geográfica. Su verdadero alcance es universal: los miedos, las filias, las fobias, los sueños rotos, la fragilidad de los vínculos afectivos… son paisajes reconocibles para cualquier lector sensible. La prosa de López-Collazo es limpia, contenida, eficaz. No abusa de la metáfora ni del adorno. Su estilo es el de quien sabe mucho, pero escribe con la sabiduría de quien no necesita demostrarlo en cada línea. Esta sobriedad es también un acto de respeto hacia el lector, a quien se le entrega una historia poderosa sin subrayados innecesarios, confiando en su inteligencia y sensibilidad.

En definitiva, Narcisos es una novela que se lee con deleite pero que también deja un sedimento inquietante. Es un libro que entretiene y hace pensar, que cuestiona y a la vez abraza la condición humana en toda su vulnerabilidad. Un debut literario de madurez insólita, escrito por un autor que —consciente de sus múltiples talentos— ha preferido ponerlos al servicio de una historia que, como los mejores espejos, nos devuelve una imagen inesperada y más profunda de nosotros mismos.

Un libro para leer, para regalar, para releer. Porque, al fin y al cabo, todos somos —en algún rincón secreto de nuestra alma— un poco Narcisos.





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