Paterson o la muerte de Épica

Un filme donde pasa Nada. Una historia donde a Épica la recluyen en un bar de buena muerte en las noches de Paterson, New Jersey. Allí Épica juega ajedrez contra sí misma, bebe una cerveza, se disfraza de enamorado celoso, o pone un disco de blues para acompañar el entrechocar de bolas de billar. 

Si el Paterson de William Carlos Williams inicia con una afirmación que es puesta en jaque inmediatamente —“El rigor de la belleza es la búsqueda. ¿Pero cómo encontrarás la belleza cuando está encerrada en la mente, más allá de toda queja?”—, el Paterson de Jim Jarmusch, gracias al camino ya trazado por Williams, está de vuelta de aquella sentencia, no necesita acorralarla con las artimañas de Duda.

Si en el poema de Williams confluyen Verso y Prosa, en el filme de Jarmusch Verso es parte indisoluble de la Prosa de lo ordinario. 

El proyecto de Williams fue trasfigurar el poema “americano” en poema global —“un orgullo local; primavera, verano, otoño y el mar”—; el de Jarmusch carece de proyecto: se sostiene en el tedio, las alegrías, los sueños y frustraciones de un hombre “sin atributos” —escribe poemas—; esto es, en la sempiterna réplica de un patrón universal.   

En el filme, el personaje protagónico regresa a su casa una noche y encuentra que su perro ha destrozado el cuaderno donde escribía sus poemas. Al día siguiente, con una contenida tristeza, Paterson —así se nombra también el personaje, que bien podría ser el último hombre— sale a dar un paseo. Luego de caminar las calles que a diario recorre para ir a su trabajo —es chofer de un autobús publico—, se sienta en un banco, con la mirada perdida frente a las cataratas del Passaic River que cruza el condado de igual nombre. Quizás Paterson sea una de las ciudades más decadentes de la Unión.  

(Sí, the silk city es una ciudad realmente fea: con F de Falstaff y de Fausto.) 

Una vez allí, ve llegar a un hombre de rostro asiático. Este le pregunta si conoce a William Carlos Williams, habitante y creador —a través de sismos versales— de aquellos parajes de New Jersey. Hablan unos pocos minutos sobre poetas y poesía y entonces el asiático —nos hemos enterado de que es japonés— se marcha, no sin antes dejarle de regalo un cuaderno de apuntes sin usar.  

Las voces de America, esas que se escuchan en el Paterson de Williams, las trae de vuelta un peregrino poeta japonés, en forma de cuaderno en blanco. (Ah, Metáfora mallarmeana; ah, Espíritu moderno que sobrevuelas todavía sobre nuestras cabezas y sobre los versos e imágenes por venir.) Un nieto de los asaltantes de Pearl Harbor regresa en son de paz, para recordarle a America su pasado poético. Un sosegado descendiente de los abanderados de Iwo Jima lo recibe.     

La America que propone Jarmusch es aquella que, aunque ya escrita, debe volver(se) a “cantar” desde Cero. 

¿Por qué?

O porque America se ha quedado muda y necesita del decir ajeno, del cantar de los bárbaros (idea atractiva a la mente anti); o porque es Nadie el que hoy lee y, por lo tanto, a falta de Letra, debe construirse un relato de Historia a partir de Imagen; o porque el bisoño Cine —como todas las demás formas de Arte— está condenado a repetir los caminos de Verso; o porque Pasado es un idiota, según sentencia la conjura de los necios; o just because.

Todo principia en Página en blanco, o en Verso, su alter ego

“Paterson yace en el valle bajo las Cataratas Passaic /y sus aguas forman el dibujo de su espalda. /Está situado a su derecha, con la cabeza cerca del estruendo /de las aguas que llenan ¡sus sueños! Eternamente dormidos, /sus sueños deambulan por la ciudad donde él permanece /incógnito”, reza el poema “El boceto de los gigantes”, del Libro I del Paterson de Williams, que no es otra cosa que el guión del filme de Jarmusch. 

O podemos decirlo al modo borgiano: Jarmusch, el precursor de Williams. En esta época toda inventio es precursora del pasado. 

Un filme donde pasa Nada. Una historia donde Épica ha muerto, porque ya no se auto-percibe como tal, reducida (o elevada) a los dictámenes de Nada. 

Un filme donde aquella Musa que debiera cantar la cólera, queda cosificada en una black-and-white “harlequin” guitar en las manos de una tierna neófita. 

Ahora Épica devino transgender, “más allá del bien y del mal”, para soltar la atractiva canallada de Federico. 

Williams Carlos Jarmusch resulta el director de este filme; es Williams y es Jarmusch; o Nadie, o Todos… ¿Da igual?