Pensamientos despues de leer ʻThe New Leviathansʼ


John Gray, The New Leviathans, Thoughts After Liberalism (Farrar, Straus and Giroux, 2023). 


No abundan entre los libros del presente, y que cada año se nos anuncian conteniendo las revelaciones del siglo, aquellos que sean ciertamente anticipadores del contorno que va tomando nuestra época, luego de la pasada centuria. 

Tal excepción es el caso del libro de John Gray, The New Leviathans, Thoughts After Liberalism (Farrar, Straus and Giroux, 2023). 

El tema, como su nombre indica, es el liberalismo, esa ideología que conformó el pensamiento político moderno desde Hobbes (cuyas citas Gray usa como exordio en cada capítulo de su libro) y que, tras el fin del comunismo en 1989, fue proclamada como la única posible destinada a triunfar. Este mismo acontecimiento, considera Gray, marca el fin de la ideología liberal.

Comenzando por un extenso análisis sobre Rusia, precedido por el de las consecuencias de la guerra de Ucrania y cómo esta nos ha retrotraído a una situación similar a la de 1914, Gray entra a definir la estructura del régimen de Putin. 

No es, como se ha dicho, un nuevo zar: la presencia de la religión ortodoxa ha sustituido el papel que antes tenía el marxismo-leninismo, pero esto se fundamenta en una estructura de control político basada en el órgano sustituto de la otrora KGB. 

Acudiendo al método anunciado por Hegel de que los cambios cuantitativos redundan en cualitativos, Gray expone el salto que dio el número de esbirros empleados por el último zar al que tuvo la Cheka, luego llamada KGB, bajo Lenin. Aquella estructura supervive en la Rusia de Putin, mostrando los límites del liberalismo en su expansión. 

Sobre su futuro, ve más bien posible que, tras una derrota en Ucrania, el país entre en una guerra civil que lo fragmente: en términos de Hobbes, que retorne a un “estado de naturaleza”.

Y es Rusia también un ejemplo de cómo una nación dio lugar a una refinada clase intelectual, intelligentsia, que en el siglo XIX y principios del XX se decidió a minar las bases del Estado ruso, algo que Gray encuentra también en la clase intelectual norteamericana. 

A través de la ideología woke y la insistencia en los derechos de las diferentes identidades, se va minando el contrato social que constituyen los Estados Unidos.

Aquí es donde Gray llega al que quizás es el análisis más importante del libro: que la ideología woke es resultado del liberalismo y no del marxismo, como se repite una y otra vez desde la derecha. 

Se trata de un liberalismo extremo que, en palabras de Gray, poco tiene que ver con las ideas de Marx: 

Contrario a lo que afirman sus críticos de derecha, el pensamiento “woke” no es una variante del marxismo. Ninguna ideología “woke” se acerca a Karl Marx en rigor, amplitud y profundidad de pensamiento. Una de las funciones de los movimientos “woke” es desviar la atención del impacto destructivo del capitalismo de mercado. Cuando las cuestiones de identidad se convierten en el eje central de la política, los conflictos de intereses económicos pueden ser ignorados.

En efecto, para Marx lo relevante en la sociedad no eran los derechos de las minorías sino los conflictos de clase. De ahí que diera la razón al colonialismo inglés en la India, como potencia que estaba introduciendo allí el capitalismo. 

Se ignora muchas veces que, si bien Marx es el padre del comunismo moderno, era también un entusiasta del capitalismo como generador del primero.

Si bien el filósofo marxista Herbert Marcuse planteó que las reivindicaciones de lo que hoy se llaman “colectivos” conducirían a una revolución anticapitalista, más bien vemos a las grandes corporaciones asimilando la ideología woke

Tampoco parecen interesados en ser conducidos por una vanguardia de clase, como se definían los partidos comunistas. O ni siquiera por la clase obrera, cada día más reducida en una sociedad posindustrial.

Gray muestra como esta ideología ultraliberal, pues pretende que nos definamos a nosotros mismos, se aparta de la esperanza que tenía Herbert Marcuse de que los colectivos con dichas identidades realizaran la revolución que la clase obrera de los países occidentales se negaba ya en su tiempo hacer. 

En el nuestro, mucho del apoyo de los habitantes del cinturón industrial de los Grandes Lagos a Trump proviene de la idea de que los políticos tradicionales los han relegado, en favor de la globalización y la ideología woke. En esto último, de la manera explicada por Gray. 

Este análisis de Gray me hace recordar un ensayo casi olvidado, Jacobinismo y liberalismo, de José Enrique Rodó, quien mostraba cuán importante era la tolerancia para el liberalismo y cómo la insistencia en asegurar la igualdad puede afectarla. Gray cita aquí a Dostoievski, cuando este afirma que la libertad absoluta conduce al despotismo absoluto.

El autor de The New Leviathans ve en el liberalismo notas al pie de página del cristianismo. Es, según explica, el cristianismo el que hizo posible introducir la idea de igualdad, al ser todos los hombres creados por Dios. Mientras que la universalidad del liberalismo refleja la idea de que todos han sido creados a su imagen. 

Por otra parte, “la creencia de que las instituciones humanas son definitivamente mejorables replica la fe teísta de que la historia es una narrativa moral del pecado seguido por una redención”. Esta dependencia del liberalismo para con sus raíces cristianas es un elemento más para mostrar su contingencia.

No ve Gray esperanza para el liberalismo mirando a Europa, a la que vaticina un destino similar al Sacro Imperio Romano-Germánico, que era un conglomerado de principados y reinos autónomos, y tenía de imperio solo el nombre. 

Podemos añadir que, por la falta de un verdadero Estado en lo que hoy constituye la Unión Europea, es la incapacidad que esta ha tenido de darse una estructura estatal. 

Estados Unidos, por otro lado, puede terminar siendo un estado híbrido que combine fundamentalismo, ideología woke y dominio de técno-oligarcas, aunque no nos aclara como ambas visiones del mundo puedan coexistir entre sí, quizá porque para Gray ambas se hermanarían en el rechazo a la tolerancia, que es para este filosofo el más valioso legado del liberalismo. 

Por otro lado, China, otra de las potencias que debería mostrar el triunfo del liberalismo, más bien presenta una sociedad que el filósofo británico compara con el “panóptico” de Jeremy Bentham, un capitalismo de vigilancia y no un socialismo de mercado. 

Gray, sobre el capitalismo de este país asiático, aclara que tanto Estados Unidos como China son capitalismos de estado, solo que el primero hace de este un instrumento de las grandes corporaciones y el otro hace del mercado un instrumento del Estado chino. 

Para decirlo sucintamente, Gray rechaza la universalidad del liberalismo que, como advertíamos, había entrado en declive justo después del fin del comunismo en Europa Oriental. 

La Primavera Árabe no significó la llegada de la democracia y los principios del liberalismo político para las sociedades del Medio-Oriente donde ocurrieron, salvo quizá con la excepción de Túnez. 

La intervención en Afganistán terminó con el regreso de los talibanes y el fin de un experimento político semiliberal. 

Iraq, aunque mantiene una democracia, se ve amenazado por el terrorismo y la posibilidad de una guerra civil. 

En América Latina, además, se vivió el retroceso en términos democráticos en Venezuela, Bolivia, El Salvador y Nicaragua.

Dicho sea de paso, Gray no dedica una línea a América Latina, quizá porque la ve parte de Occidente y no inmune de esta crisis del liberalismo que observa en Europa y en los Estados Unidos. 

Y aquí se encuentra la clave de este libro, a ratos un poco enjundioso en la abundancia de autores, muchos de ellos recién rescatados, como sucede con las obras inéditas de Bujarin (el comunista heterodoxo condenado a muerte por Stalin), publicadas hace menos de veinte años.

Gray ve en Hobbes al único liberal que merece ser leído. Y es curioso, porque siempre se ha señalado su vocación absolutista, pero al menos Hobbes entendía la importancia de la paz como valor social y del contrato social para lograrla. Es decir, de renunciar a nuestra libertad natural y absoluta en aras de lograrla.

Aunque Gray cree que el Hobbes relevante para el momento actual es aquel nominalista que desconfiaba de las ideas generales o abstractas, donde su compatriota contemporáneo incluye además a la de “naturaleza humana” o “humanidad”, este libro puede ser leído como un llamado a la tolerancia, en una era del despotismo de estas ideas generales en el mundo occidental.





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Por Vaclav Smil

La historia moderna puede verse como una secuencia inusualmente rápida de transiciones hacia nuevas fuentes de energía, y el mundo moderno es el resultado acumulativo de sus conversiones.