Se miran los caballos

Ahora que la poesía es “producida” por softwares, y que los diarios se hacen eco de ello publicando la noticia como sensacional, a tutta la voce. Ahora que se cuestiona la cantidad de poemas que puede escribir un poeta comparado a la inmensidad que produce el aparato —aunque siempre aparecen algunos del lado acá que se unen a la carrera—. Es regocijante poder sentarse a leer la verdadera poesía, esa que produce en el hombre la magia que estremece.

Tengo en la mano el libro Se miran los caballos (Hypermedia, 2018), de la cubanoamericana Lleny Díaz, y el regocijo es real, tácito. De esto es de lo que hablo, de la posibilidad, la oportunidad, de aciertos y errores en el ser humano, pero surgidos desde adentro, sin la intención de competir, ni ninguna otra intención, porque la poesía no es intencionalidad.

Se miran los caballos es un libro de metáforas y símbolos que convierten el significado de las palabras en el verdadero valor del lenguaje, en la esencia del poema que lo hace valedero al lector. Esto puede verse desde el título e inmediatamente después, en el primer poema:

Laboratorio 

El huevo de la serpiente
edifica al mundo
parece gastado y envenena.
Se necesitan minas para resistir.
Corteza
hemisferio
no te rompas todavía
la serpiente abre piedras
sin el germen.
El huevo nos edifica.
Parece que mañana
mataremos con las manos.

Díaz es una observadora minuciosa del mundo en que vive y por eso se inquieta y elige nombrar las cosas, decir lo que cree sin miedo. “Computable es Dios”, dice porque siente que tiene que alertar al mundo, porque le preocupa el hombre como centro de este. “¿Y el sueño?” sí, también le preocupa el sueño.

El poemario es un libro sobre el amor, pero no el sentimiento al que estamos acostumbrados a llamar así, el que existe entre dos seres, entre familia y amigos, es sobre el amor otro, el grande, el que coloca al ser humano a transformarlo todo en beneficio de los demás, y sitúa al poeta levantando el índice para mostrar el peligro que corre ese amor, porque bien puede destruirse y también destruir: “Hacia arriba/ antiguos ecuménicos/ muñecas de trapo/ madres con espinas”. La poeta cuestiona el amor porque a veces suele aparecer disfrazado de oveja cuando en verdad se ha convertido en lobo.

Banderas

Mientras los perros
se desnudan
el presidente levanta su cabeza
rompe cielos interiores.
Acomoda firmas en su lengua.
Afuera los perros han izado
las banderas.
Ladran
y se visten
como si nada.

Hablando de disfraces y banderas, volvamos a las metáforas y símbolos para ver el uso de los animales como recurso. No es raro que un poeta apele a ellos para armar sus versos, ya que ellos representan y hasta se mimetizan con las dignidades y averías de los hombres; sobran los ejemplos: Poe y su doliente cuervo, Borges y su cierva inmaculada, Neruda y su majestuoso gato, y Bukowski y el buen pájaro azul, entre muchos otros.

Lleny Díaz es generosa utilizando animales, usa más de una veintena de ellos y sus variedades, desde pájaros vivos, muertos, bellos, y con dudosa libertad, pasando por un ornitorrinco que canta, caballos alados, mangosta perfecta, y un avestruz espía de redes sociales.

Su universo zoológico personifica comportamientos, actitudes, y cualidades usando la tradición, pero como buena iconoclasta, la moderniza con nuevas interpretaciones que superan las establecidas por Plinio en el mundo grecolatino, e incluso a las de la simbología bíblica.

Díaz cuestiona los fines morales y éticos, pero también los políticos y filosóficos de las especies representadas. Es un tema intenso, muy vivo dentro del poemario, algo que merece y exige una reflexión acuciosa.

Este poemario de piezas breves, fuertes y escritas en un lenguaje enjuto, y con sonido de hard music en el trasfondo, no va a resultar una lectura fácil ni de conexión inmediata con el lector común; por eso aconsejo el silencio.

Muchas referencias se interpondrán, algunas son necesarias, otras tan espléndidas que nos muestran la grandeza de nuestra lengua y de los dialectos indígenas; de eso se trata la poesía, no de “producir”, sino de buscar adentro de uno mismo la armonía de lo que se dice, de instalar pasión a lo que “se saca”, y publicar un buen regalo para el lector.