Dispongámonos a una travesía en un coche-motor, el viaje en el Carro de Puertas. Arribaríamos a un pueblo del que no muchos han escuchado. Está ubicado en el centro del país —a principios del siglo XX fue fundado por un español de apellido Falla, propietario de uno de los más grandes centrales azucareros del país—, a la vez constituye el centro de un documental. El tren de la línea norte fue filmado en Ciego de Ávila, específicamente en el poblado que por nombre lleva Falla.
No es un road movie el primer largometraje del cineasta cubano Marcelo Martín, estrenado durante la edición 37 del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano. Si acaso, es una suerte de soul movie o body movie, cuya banda sonora comenzó a componer Santiago Feliú. Tras su fallecimiento, fue concluida por los hermanos Harold y Ruy Adrián López-Nussa. ¿La intención de Martín?: un recorrido por el alma y/o el cuerpo político y social de quienes (sobre)viven en este pueblo varado todavía en el peor escenario del Período Especial.
Este documental tiene en su origen una experiencia de vida. La de Marcelo. Nació en Morón. Tras la temprana residencia en La Habana, a lo largo de su infancia, y en el verano con su familia, abordaba el Carro de Puertas para trasladarse a Falla. Los viajes en el coche-motor se originaban, explica Martín en una entrevista con Dean Luis Reyes, “desde el radiante Morón hasta el desolado Punta Alegre. Este fue precisamente el punto de partida para lo que sería después El tren de la línea norte”.
Como es de suponer, la intención no es otra que escrutar en el devenir de Falla y sus pobladores, conocer los mecanismos de sobre o supervivencia, entender el sentido de la vida allí. Porque este pueblo no está sumido en el ocaso, sino en el álgido instante que puede alcanzar una larga estadía en el infierno. En este punto advierto que lo ideal es un acto de desplazamiento: ceder el espacio de observación, análisis y enunciación a los protagonistas. Esa fue la estrategia de Martín en su documental, realizado con el apoyo del Centro Martin Luther King.
El año 1959 es el borderline.
Uno de los protagonistas es un joven, por razones ajenas a su voluntad no pudo graduarse de informática. Describe su vida, una vida que busca encontrar sentido tanto en la computación, la Iglesia Católica y los amigos, como en una familia que en un futuro desearía formar. Este joven tomó la decisión, dice, de quedarse en casa los fines de semana. De viernes a domingo alcohol, música y broncas son lo cotidiano en la discoteca y las fiestas de quince.
Este joven no repara en detalles para comparar pasado y presente de Falla. Los recuerdos de su pasado y su presente se ubican a partir de los años 80.
Otro de los entrevistados es una mujer de la tercera edad. Ya no vive en Falla, pero es vital su testimonio. Buena parte de su vida transcurrió en la biblioteca del pueblo. El devenir de esta mujer abarca dos períodos importantes para el documental. Hay un antes. Y un después. El año 1959 es el borderline.
Para el joven católico, la mujer y, por supuesto, para no pocos habitantes de Falla, no debe obviarse de cualquier análisis el hecho de que este pueblo no recibiera la categoría de “ciudad cabecera” del municipio. Para los residentes, Falla contaba con el mayor potencial económico del municipio, sin embargo se lo otorgaron a Chambas.
En la descripción realizada por la bibliotecaria se encadenan recuerdos de fiestas populares, un liceo, actividades culturales, florecimiento económico teniendo como centro la industria azucarera, bares, restaurantes, un hotel. Sí, un pasado capitalista, con sus clases y diferencias sociales, evocado sin traumas. Luego, el triunfo de la Revolución. Y con el paso del tiempo y el recuento, no falta en el relato de esta mujer el progresivo deterioro del pueblo en (casi) todos los sentidos.
Se suceden las imágenes. Y los entrevistados. Tan elocuentes como lo fotografiado. En ellos encontrarías ex convictos, campesinos, jóvenes dedicados a negocios ilegales, amas de casa. ¿Su visión del presente y el futuro en Falla? Los negros dicen, sin temor o dudas, que ellos no tienen posibilidades de obtener, por ejemplo, una plaza en la industria turística, a diferencia de “los blanquitos”, mucho menos tras haber cumplido una sanción. Para ellos, solo es posible cualquier tipo de “travesura” —según palabras suyas: sacrificio de ganado vacuno, el robo, la venta de alcohol.
Todos en un mismo saco en donde solo les queda beber alcohol en la casa, en la discoteca, en el “termo” (muros, una arboleda, bancos y una pipa de cerveza), el dominó, el sexo, las broncas y los carnavales.
Blancos y negros. Regulares y peores ingresos. Todos en un mismo saco en donde solo les queda beber alcohol en la casa, en la discoteca, en el “termo” (muros, una arboleda, bancos y una pipa de cerveza), el dominó, el sexo, las broncas y los carnavales.
En Falla, la carne de res es fuente “segura” de ingresos, aunque implique cárcel —según los entrevistados, buena parte de los hombres del pueblo viven tras las rejas por esa razón; entran, salen, y reinciden—. Un campesino lo certifica en cámara, conduce a los realizadores a sus tierras. Un verdadero cementerio donde la siembra más de una vez ha sido destruida por las reses. Incluso, en plena ira, dice que en estos actos ilegales no solo hay matarifes y compradores. Para ilustrar su denuncia, la palabra corrupción.
De las condiciones de los inmuebles, la precariedad campea. Dos asentamientos son muy buenos ejemplos: El Cartón y El Miedo. Ante la falta de una ayuda estatal, sus ingresos, que no alcanzan ni siquiera para comer, no son suficientes para reparar o construir una vivienda —dicen los moradores de esos asentamientos.
Sí, Falla parece arrasada por la plaga y la furia de los elementos. Tanto los asociados con la madre naturaleza como por la naturaleza del hombre. Construcciones demolidas a partir de nociones y decisiones políticas. Construcciones (casi) abandonadas tras nociones y decisiones económicas y políticas sin proponer alternativas.
Esta no es solo la realidad de Falla. También podrías constatarlo en no pocos pueblos del país. Punta Alegre, otro de los pueblos en la ruta del Carro de Puertas, es muestra de ello. Marcelo Martín, con el apoyo del Centro Martin Luther King, quiso dejar constancia.
Los realizadores obtuvieron el permiso de las autoridades municipales para la filmación. Sin embargo, según Martín, esas mismas autoridades trataron de impedir la continuidad de la grabación de las entrevistas. Incluso fueron detenidos mientras filmaban: “No se nos pudo levantar cargos ni impedir que continuáramos con nuestro trabajo, porque teníamos los permisos correspondientes y ninguno de nosotros era un disidente, como pretendieron demostrar”, dice Marcelo.
El tren de la línea norte es un grito social y político. Personal y colectivo.
¿Hay un error en la acusación? ¿Hay un error en la apreciación del realizador?
Es cine político. También social. Hay en el gesto un franco acto de disensión toda vez que no se desea pasar por alto tal problemática.
El tren de la línea norte es un grito social y político. Personal y colectivo. Nace de la idea de un realizador, fue ejecutado por un colectivo y apoyado por una institución. Por otra parte, el documental cobra orden y sentido gracias a los testimonios de quienes no pueden comprender tanto abandono, pero que, paradójicamente, tras más de una década habitando una suerte de Inferno, lo entienden, (casi) lo han aceptado, y han encontrado mecanismos para (sobre)vivir.
¿Podemos concluir que el problema de Falla estriba simplemente en un asunto económico, tal como sucede con el cine del pueblo? Las autoridades municipales no dieron la cara para responder las inquietudes de los realizadores del documental. ¿Cómo interpretar el gesto? Supongamos que esa autoridad municipal necesita el permiso de una instancia mayor. Más de una vez los periodistas pertenecientes a los órganos y medios de prensa nacionales se han visto imposibilitados de acceder a entrevistas con directivos cuando se les ha encargado una investigación.
“Ninguno de nosotros era un disidente, como pretendieron demostrar…”, no concuerdo con las palabras de Marcelo Martín en la entrevista concedida a Dean Luis Reyes. Esta suerte de soul movie, body movie o grito en forma de documental, es un muy saludable gesto de disenso.