Un libro de Triff, el castrismo y el nuevo desorden mundial

¿Por qué una buena representación de ex disidentes, ex presos políticos, artistas, escritores, curadores, periodistas, fueron vistos en una de las salas del controversial Museo Americano de la Diáspora Cubana acompañando a Alfredo Triff en la presentación de su libro ¿Por qué el pueblo cubano (aún) apoya el castrismo

¿Por el título tan atractivo, porque era diez de octubre, porque el convocante es una persona(lidad) imposible de soslayar en este Miami nuestro? 

No se puede negar que el título publicado por la editorial española Exodus levanta gran expectación. ¿Sabremos alguna vez por qué esa masa amorfa llamada pueblo cubano es cómplice y partícipe de un proceso político que lo desprecia y castiga y lo aúpa para despreciarlo y castigarlo otra vez? 

Una de las razones para que este libro exista está en este enunciado: “Hoy en los Estados Unidos, nuestra patria adoptiva, vivimos una repetición de aquellos años aciagos. Las repeticiones no son calcos, pero las similitudes son pavorosas”, nos introduce el autor al libro que se divide en dos partes: La invasión de los woke y Castrismo nuestro de cada día”.

O sea, que el prefacio se fuga de la condición inquisitiva inicial y, sacando carta de abajo de la manga, nos enfrenta a otra incógnita: ¿Por qué el castrismo es wokismo?

Agradezco a Triff, hombre culto y muy al tanto de los dilemas de su época, que me haga encarar un tema que he tratado de postergar, como si al obviarlo le restara fuerza al fenómeno y se extinguiera por sí solo. Muy pronto nos da su santo y seña: “Soy cubano, exiliado, marielito”. 

De muchos modos, los cubanos estamos preparados para descubrir la demagogia de quienes intentan “salvarnos de la constante amenaza de un capitalismo salvaje y brutal”. Presentismo, catastrofismo, identitarianismo, racismo inverso, son algunos de los conceptos que Triff desmenuzará en el libro, con un lenguaje al alcance de todos, sin regodeos de sabueso académico.

En el segundo capítulo nos espera una metáfora inusitada: la del huevo del cuco puesto en nido ajeno: el parasitismo del bastardo que elimina luego a los otros huevos y termina acaparando el cuidado de la madre postiza. “Este resultado bizarro —común en la naturaleza— es lo que fabrica el marxismo en el nido ideológico del cubano ‘progre’ woke”, dice el autor. 

Tendríamos que empezar por desmenuzar de dónde viene el término que nació asociado al movimiento Black Lives Matter y que es el resultado de una corrupción gramatical que distorsiona el “stay awake” por el “stay woke”.

Despierto, concientizado, alerta… No en el sentido búdico, sino con ese toque de urgencia histórica que imprime a algunas frases o términos un sello de consigna que no nos es desconocido. Pero no solo el marxismo es wokismo, de acuerdo con lo que propone el libro que nos ocupa. El castrismo también lo es y para sustentarlo reserva los últimos capítulos. 

No sabría convenir con Triff en que el wokismo sea castrismo, pero definitivamente sí es castración de pensamientos plurales a favor de un solo bloque de verdad certificada por el cuco y sus adeptos. Esto iría contra la libertad de expresión que está contenida en la Primera Enmienda de la Constitución norteamericana, lo cual ya hizo antes el macartismo en su momento y con lo cual también pudiera decirse (compruebo que mi idea no es original, sino que se ha expuesto antes) que el wokismo sería una especie de macartismo de nuevo tipo. 

La llamada cancel culture no es más que la policía ideológica de una época donde ya el Peligro Rojo quedó atrás y lo enemigos tienen otros rostros y otras culpas. En un ensayo titulado “Elogio y refutación del pensamiento woke”, publicado en el año 2021, su autor, el filósofo español José Antonio Marina, refiere que pensadores como Margaret Atwood, Noam Chomsky o Steven Pinker, denunciaron en una carta publicada en Harper’s Magazine la censura que se va expandiendo en universidades norteamericanas.

Es cierto que el castrismo, al menos demagógicamente, pretendió sanar las diferencias raciales de la sociedad cubana, pero los resultados son muy distantes de aquellas pretensiones. Un movimiento de verdadero reclamo de derechos raciales no se consumó, pues el castrismo no podía reconocer su necesidad o legitimidad al considerarlo resuelto por decreto. 

Por ello intelectuales negros como Walterio Carbonell, Carlos Moore, Enrique Patterson, no fueron vistos con agrado por el castrismo, que actuaba como si hubiese barrido los conflictos raciales de un plumazo. 

Este ensayo de Marina me ha servido para complementar la lectura del libro de Triff, al recordarnos que en sus inicios el movimiento woke trató de reivindicar el derecho de las víctimas. En primer lugar, de las víctimas de la injusticia racial “a ser reconocidas, a no ser olvidadas, a ser indemnizadas”. 

Pero, ¿a dónde condujo el movimiento Black Lives Matter sino a desencadenar una ola de saqueo, exacerbación del odio y más extremismo? Marina lo resume de este modo: “El movimiento tiene razón en sus reivindicaciones, pero aceptó para justificarlas una mala filosofía que lo ha llevado más allá de lo racionalmente aceptable”. 

Amalgamando este sustrato ideológico está el pensamiento de Foucault y su premisa de que solo el poder da conocimientos. Por lo que no le es difícil relacionar “los excesos del wokismo con un fracaso de las Humanidades (incluida la filosofía) como especialidad universitaria”. El problema de la descalificación en bloque de la cultura occidental “por ser blanca, patriarcal, machista, opresora, colonialista, es que al cancelarla se cancelan también sus grandes creaciones…”

El capítulo que Triff llama “Las falacias del catastrofismo climático” abre con un punto importante donde no niega que el calentamiento global existe, de hecho, por causas naturales, dado lo inestable del clima. Concuerdo en su manera de desenmascarar las inconsistencias y oportunismos de una agenda que obra de modo similar a ciertas sectas, que intimidan con el apocalipsis y el ajuste de cuentas de un dios que nos va a cobrar por nuestros pecados no redimidos. 

Pero no hay modo de no ver que el desenfrenado ritmo de consumo y explotación de los recursos naturales está llevando al planeta a un punto de inflexión delicadísimo. Preferiría que, antes que voceros del fin del mundo, los gobiernos se dedicaran a hacer realmente lo que les toca en favor de cambiar las reglas de un juego que hasta ahora no ha hecho más que desestabilizar todo el conjunto: naturaleza, sociedad, humanidad; todos quebrados por haber priorizado el tener frente al ser

Habría que ser empeñadamente negacionista para no reconocer que nuestra supervivencia como especie y como mundo está en juego, dada esa voracidad que parte de una ruptura esencial que separó al hombre del sentido armónico de convivir en un delicado ciclo de integridad vital. Pero esto pertenece a un orden ontológico que no es parte del lenguaje seglar, protocolar, fariseo de gobierno o agenda algunos. 

Esta sabiduría ancestral se perdió cuando pueblos enteros con sus cosmogonías armónicas, fueron y son devorados por la rapacidad. Y no tengo que ir al Amazonas a hablar con un yanomami. Me basta con ir a la playa aquí mismo en la Florida y ver como el sargazo cubre grandes tramos de mar, donde hace muy poco podías bañarte con amplitud.    

Al castrismo y sus miserias, a la especulación sobre los motivos de su larga duración, le dedica el autor el último tercio del libro, muy bien condimentado con estadísticas, listas ejemplificantes, una serie de citas anticastristas de Castro, humor, efectos teatralesfragmentos de narraciones publicadas con antelación en tumiamiblog, donde el autor deconstruye la mítica ampulosa de un proceso que comenzó anunciándose como revolucionario y ha terminado arruinando la armazón material y psiquíca de una nación. 

Estoy plenamente de acuerdo con sus argumentos que sustentan el enorme, irreparable fallo del castrismo. Lo que sí me gustaría no olvidar es que el milagro económico de Batista, su predecesor, va aparejado con una alianza estrechísima con la mafia norteamericana, que controlaba un porciento crucial de la economía, incluyendo la entidad financiera BANDES. 

El castrismo vino a congelar un plan mucho más ambicioso por parte de los magnates de la mafia que operaban en Cuba y que, justo en ese momento, apostaban por hacer de La Habana la Montecarlo del Caribe. Un país monoproductor de azúcar, que tuvo su Danza de los Millones en la coyuntura de la Primera Guerra Mundial, años después tenía que encontrar medios de diversificar sus finanzas, lo cual sería posible con la afluencia de turismo mayormente norteamericano. 

La mafia pudo proveer los recursos necesarios para construir hoteles y casinos, acrecentando la prostitución y la droga que venían con ellos. ¿Pero cuáles fueron las alternativas en el período comprendido entre 1944, cuando Batista dejó el poder, y su próximo mandato, tras el golpe de estado de 1952? 

Un par de gobiernos corruptos, que condenaban el juego pero robaban a manos llenas. Con lo cual quiero apuntar que el milagro económico cubano no estaba basado precisamente en la parte más virtuosa del capitalismo, aunque sí es cierto que pequeños y medianos comerciantes, muchos de ellos inmigrantes, prosperaban en Cuba, aportando capital material y humano al tapiz de la nación. 

Las desigualdades entre las ciudades y el campo cubano no fueron sanadas con el proceso revolucionario y eso en gran parte ayudó a consolidar el fenómeno que Triff llama en su libro “la tugurización de la Habana”. 

Conocí pueblos y bateyes en Cuba donde no parecía haber sucedido “el milagro revolucionario” y donde el sueño de los jóvenes “mosqueados” era hacerse policías para irse a la capital. Y es que cuando en La Habana gozábamos de algún transporte, algunos insumos, algunos productos básicos, en provincias del interior y mayormente en Oriente carecían de ellos. 

La Habana se llenó de “palestinos” que se colaban en casas abandonadas, que compraban ilegalmente un cuarto en una casa que dividían y subdividían, mientras los policías recién llegados se amancebaban con las capitalinas y se quedaban. Personas que, las más de las veces, carecían del más mínimo gusto o interés estético y daban lugar a vandalismos y atrocidades en inmuebles y vecindarios. Pero, ¿acaso el mismo Estado no los cometió, cuando aquellos planes de la defensa que horadaron el país como un queso, o con la práctica continua de la indolencia urbana? 

Quedan muchos puntos del libro por comentar; yo solo he querido detenerme en algunos elementos que llamaron mi atención. ¿Por qué el pueblo cubano (aún) apoya el castrismo? es un libro importante, que se suma a una bibliografía que quiere intentar comprender, sin clichés y con profundidad, los temas que lo ocupan y que convergen en una intención: desentrañar entre lo fatídico y lo consustancial del destino de una nación fallida. 

Tan fallida que en el mismo exilio una gran parte apoya el trumpismo con gran furor, como si no pudiera deshacerse del impulso de adoración hacia el caudillo, hacia el poder autocrático, con su desprecio a todo lo que roce los reinos de la conciencia o la cultura.

Por eso un libro así es de agradecer, porque nos induce a pensar y a ser pensados. Porque, como la mayéutica, nos obliga a dar de sí luz sobre tantas oscuridades que nos acompañan en estos tiempos de confusión y pereza intelectual. 

Me gustaría volver sobre unas líneas de Oriana Fallaci, publicadas en el 2004 en su libro La fuerza de la razón: “Hay el declive de la inteligencia. La individual y la colectiva. La inconsciente que dirige el instinto de supervivencia y la consciente que dirige la facultad de entender, de aprender, de juzgar, y por lo tanto de distinguir entre el Bien y el Mal… Porque el cerebro es un músculo. Y, si no se entrena, se entorpece… Y al atrofiarse se hace menos inteligente, incluso se vuelve estúpido. Al volverse estúpido, pierde la facultad de razonar, juzgar, y se entrega al pensamiento ajeno. Se entrega a las soluciones ya listas, a las decisiones ya tomadas, a los pensamientos ya elaborados, confeccionados listos para usar. A las recetas que, como la balanza electrónica o la cocina de gas o los ordenadores, suministran adoctrinamiento a través de las fórmulas de lo politically correct. La fórmula del pacifismo. La fórmula del imperialismo. La fórmula del pietismo, la fórmula del buenismo. La fórmula del racismo, la fórmula del ecumenismo”. 

Estemos alerta contra estas fórmulas y las agendas de la sinrazón. Como nos advierte Alfredo Triff: “El tiempo apremia”.





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Por Hypermedia

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