Desidia, desencanto y vacío simbólico: la generación 11J

Yo sé que este invierno fue más duro que otros 
Pero ya está llegando el final
Carlos Varela 


¿Cuándo es que nace una generación? ¿Cuándo es que nace una generación política? ¿Cómo una generación sabe que debe efectuar un cambio? La noción de generación, tanto en la teoría social como en la sociología, puede ser rastreada desde Augusto Comte (1798-1857) hasta los estudios de Ignacio Lewkowicz en “Generaciones y constitución política”.

Aunque mucho se ha dicho sobre quienes tomaron las calles el pasado 11 de julio 2021, lo cierto es que una nueva generación política rompió con el nominalismo clásico para convertirse en la generación del cambio; una generación constitucionalmente nueva, en la que los lazos de identidad se estrechan al interior de un grupo, subjetivando a un “nosotros” colectivo.

Esa unidad espontánea hizo añicos la profilaxis del discurso sistémico, echando a un lado todos los recursos ideológicos que han sobresaturado la conciencia de los cubanos de las últimas seis décadas. Pero esa misma unidad espontánea no solo arremetió contra la frustración política, sino que desconoció a cierta oposición que, para sobrevivir, se opone desde la disfuncionalidad. 

Al mismo tiempo, el 11J puso en perspectiva la necesidad de una nueva noción de soberanía, adquirida desde la catarsis colectiva. La acumulación de la desidia, el desencanto y el vacío simbólico, junto a la violencia instrumental del Estado totalitario —quien ha detentado el monopolio de la violencia—, desacralizó una normatividad y una unidad forzada, expresada desde un discurso y una ideología política.

Los tiranos pocas veces renuncian, todos lo sabemos.

Para quienes han dudado —ingenuamente— del carácter totalitario del régimen cubano, el 11J hizo evidente —aún más— el colapso de esas ilusiones. De hecho, muchos historiadores cubano-americanos, al argumentar que no es un recurso legítimo la demarcación que hacemos cuando enfatizamos el carácter totalitario del poder en Cuba, no solo están sujetos a un estado de fascinación profunda por una dictadura de más de sesenta años, sino que desconocen un carácter a partir del cual el sistema político cubano se ha organizado históricamente.

Como siempre, la historia es un referente indispensable. “Por favor, señor, escóndanos que nos persigue la Tiranía”,[1]decía Cabrera Infante, quien también tenía claro el miedo histórico que tienen los comunistas a la historia. Solo las multitudinarias manifestaciones que en 1933 derrocaron a la tiranía de Gerardo Machado, donde una esquizofrénica brutalidad policial pretendía preservar una “utopía” desecha, cuyos pasos condujeron a una nueva generación constitucional que adquirió cuerpo en 1940, son un precedente indispensable para comprender lo ha acontecido en Cuba a un año del 11J.

Los tiranos pocas veces renuncian, todos lo sabemos. La izquierda —histórica y mayoritariamente— ha llegado al poder por vías democráticas para, una vez allí, enquistarse. Por eso el 11J encarna el espíritu de una nueva era, el espíritu de una nueva constitución de país; sobre todo, de un país que ha vivido un profundo vacío constitucional fomentado por el golpe de Estado de Batista y capitalizado por Fidel Castro. Recordemos que en la Revolución cubana, desde 1959 hasta 1976, hubo un profundo vacío constitucional donde no se reconoció de modo tácito la Constitución de 1940, si bien tampoco se negó. 

Así, ante este juego de representaciones y ante la ausencia de un amparo constitucional, se desmantelaron todas las instituciones políticas y civiles. Las cosas no han cambiado mucho, en 2018 el exdecano de la Facultad de Derecho de la Universidad de La Habana aseguraba: “Esta Constitución va a organizar el diagrama estatal del país, pero hay una fuerza que está por encima del Estado que es dirigente y superior, es el Partido. La Constitución no puede trazar directrices al Partido”.

Por primera vez en la historia de Cuba se ha roto la ficción nacional.

El 11J puso de manifiesto como nunca antes que la Revolución cubana está muerta, como bien acotara mi colega y amigo Julio Lorente, si es que alguna vez estuvo viva. Y ha muerto, entre otras, cosas porque ha “agotando minuciosamente su reserva simbólica: su compromiso social”.

El capital simbólico que el 11J ha generado, ha desmantelado el “legado” retórico, uno del cual ya nadie se siente deudor. La gratitud y la deuda con la Revolución han sido históricamente los elementos que han subrayado el carácter providencial y mesiánico que, como metarrelato paralelo, ha enfatizado la discursividad política de Fidel Castro. El 11J ha hecho evidente el ocaso simbólico, el ocaso de los metarrelatos, el ocaso de los ídolos de los que hablaba Nietzsche. 

Por primera vez en la historia de Cuba se ha roto la ficción nacional; es decir, esa imagen que de sí mismo se ha tenido y que le ha ganado históricamente también a la realidad. La misma revolución que capitalizó su triunfo institucional con el reclamo de tomar las calles para hacer efectiva la huelga general del 2 de enero de 1959, es la que reprime a los que espontáneamente han tomado las calles para hacer definitivo el traspaso generacional que emerge como agotamiento político y social.

Por primera vez, desde 1933, los ciudadanos han salido a la calle para demostrarle al mundo, pero sobre todo a ellos mismos, que todos los tiranos son iguales aunque no lo parezcan.




Nota:
[1] Guillermo Cabrera Infante: Vista del amanecer en el Trópico, Seix-Barral, Barcelona, 1974, p. 105.


© Imagen de portada: Marcos Évora.




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