A un año del 11 de Julio, el paisaje político en Cuba no puede ser más descorazonador. Cientos de protestantes están hoy presos, en sus casas o tras las rejas. Unos pocos lograron o los dejaron fugarse del paraíso-prisión. Todos con condenas desquiciadas, dictadas de antemano en esos tribunales tan propios de nuestra utopía totalitaria, donde la Verdad es propiedad privada del Estado y donde todo ciudadano es traidor mientras no sea reclutado por la contrainteligencia, llámese GAESA o G-2.
A un año exacto del 11 de Julio, podría decirse que en la Isla todo cambió ese día para siempre. O que, por 1959ª vez, ahora sí que no hay vuelta atrás. Mas lo cierto es que, antes o después del 11-J, nada nunca termina de cambiar en Cuba. Al contrario, el castrismo se comporta ancho y ajeno, gracias a la continuidad del mayor complejo corporativo-militar de las Américas, así como a la complicidad de las personas libres en el mundo occidental.
En los Estados Unidos, por ejemplo, imperio fósil de la libertad al que el pueblo cubano mira implorando un mínimo gesto de piedad —o de ocupación armada― varios políticos e intelectuales saltaron de inmediato tras el 11-J para justificar la violencia del militariado insular. Nada nuevo bajo la sombrilla del socialismo. Y ya sabemos que la represión es real únicamente en las decadentes democracias, jamás en las tiranías con título de Revolución.
El senador Bernie Sanders escribió que el estallido social del 2021 en decenas de ciudades cubanas ocurrió porque, desde hace décadas, se debe levantar el embargo estadounidense which has only hurt, not helped, the Cuban people.
La representante Ilhan Omar culpó a los Estados Unidos precisamente por imponerle dicho embargo a la dictadura cubana y, de paso, porque desde la Casa Blanca se vulnera el derecho de todos los people around the world, including the US, to dissent.
El representante Jim McGovern se negó a condenar a La Habana en una resolución de emergencia del congreso federal. Con una lógica análoga, alegó que es hipócrita denunciar las violaciones de derechos humanos en Cuba, sin antes cambiar la ley norteamericana para conferir crédito financiero a los violadores de dichos derechos humanos en Cuba. Lo primero que hay que condenar es the role the U.S. plays in contributing to the suffering of ordinary Cubans.
La también representante Alexandria Ocasio-Cortez se enfocó, por supuesto, en su tótem favorito del terrorismo: el ex presidente Donald Trump. Y casi llega a la conclusión de que el embargo empezó con las terribles Trump-era restrictions that are profoundly contributing to the suffering of Cubans.
El movimiento Black Lives Matter se quejó de que Estados Unidos niega a los cubanos el derecho to choose their own government, y enseguida le agradecieron a La Habana por protecting Black revolutionaries like Assata Shakur, acaso recién inmunizada con las vacunas soberanas anti-Covid, que por entonces salvaban a once millones de cubanos of which 4 million are Black and Brown.
Incluso mi propia congresista en la Cámara de Representantes, Cori Bush, a quien le imploré por escrito que se solidarizara con el pueblo cubano en nuestras ansias policromáticas de emancipación, replicó en sus redes que esa energía mejor habría que atizarla en contra de la policía estadounidense abusing protesters defending Black lives over the last year.
Hay muchísimos más ejemplos a lo corto y estrecho del siglo XXI, tanto en la academia y la prensa primermundista, como en los pasillos multiculturales del Departamento de Estado, donde, en otro julio de 2015, casi me expulsan de una conferencia de prensa, por órdenes expresas del Ministerio del Interior cubano.
A la vez, hay también contraejemplos del desencanto ideológico del extranjero respecto a Cuba, pero es mejor olvidarlos en este aniversario de nuestra alegría ahogada en lo atroz. Tampoco se trata de raspar con un bisturí la cicatriz incurable entre derechas e izquierdas (total, si ambas se han comido cándidamente al castrismo, con y sin el clan Castro).
Olvidar, contrario al lugar común de repetir el horror de la historia, es una alternativa límite que los cubanos pronto tendremos que interiorizar e implementar, si es que habrá un renacer físico para nuestra nación fantasma. Olvidar con un olvido de verdad. Renacer en un renacimiento de verdad.
Imaginar que nunca hubo Revolución, por ejemplo, en aquel paisajito incivil en el que cada cubano era feliz durante sus quinquenios de fama, cuando estábamos excepcionalmente en casa, reforestando el fascismo de la fidelidad, que sigue siendo todavía nuestra única referencia de una vida en la verdad. Olvidar como último recurso para ser otros, más verdaderos y menos biográficos.
Olvidar no sólo el dolor de los cuerpos craquelados por el poder. Ni la ira con que tanta mentira oficial nos fue haciendo mediocres e infantilizados. Olvidar para no ser ignorantes. Olvidar ese neohabla con que los cubanos reciclamos hasta la gesticulación de nuestro caudillo cadáver.
Olvidar no sólo el mal, sino también a sus mártires. Olvidar, en definitiva, como la mejor manera de no habitar en la banalidad de las víctimas, que somos todos, incluidos nuestros victimarios tan viles como vacuos.
Olvidar el 11 de Julio para redescubrirlo, por fin, en toda su majestuosidad magnicida, como un empujón espontáneo de pueblo que nos empuje, no hacia la ratonera Hamelín del malecón de La Habana, sino hacia una Plaza permutada en Patíbulo de la Revolución.
La culpa de ese holocausto cubano la podrán tener Bernie Sanders, Ilhan Omar, Jim McGovern, Alexandria Ocasio-Cortez, Black Lives Matter y Cori Bush, entre otros, pero con suerte, no, Orlando Luis Pardo Lazo.
© Imagen de portada: Marcos Évora.
El 11J: la misma guerra de razas
Hay que advertir que, tras las protestas del 11J, quedó claro muy pronto que la delincuencia, la marginalidad, la indecencia y el anexionismo, para el Estado,tenían una geografía: la de los barrios.