¿Qué no es el 11J? ¿Por qué debe haber alguien y no hay nadie?

Tal vez los ciudadanos cubanos serán los últimos en saber que el 11J no es un epígono del romanticismo político, pues se distancia a la vez del liberalismo, el nacionalismo y el socialismo. Han salido de una vez del relato el líder, la ideología y el partido político. No se precisó un Martí, un Fidel, un Partido Revolucionario Cubano o cualquier otro. ¡Y mucho menos un partido comunista! 

El poder sin disciplinar que es la fuerza del sentimiento común, la pospolítica del 11J, es peregrina, sagrada y restauradora de la chispa de la política originaria: estar juntos y compartir destinos con apenas un proyecto negativo, pero con un sostenido ¡basta! El 11J no tiene cabeza(s), es anarchico puesto que lo que es originario es la pluralidad. Pluralidad vs.unidad monolítica.

Carla Gloria Colomé nos secuencia unos hechos y enseguida sabemos que no se trata de una receta para el estallido. Tal vez podríamos reafirmar con ella las nociones de esperanza y persistencia, la naturalización de la expresión del descontento de maneras muy elementales y cada vez más crecientes. 

El totalitarismo ha amenazado las dos capacidades que permitían cambiar: la facultad de la pasión y de la acción, pero no las ha podido extinguir porque son de una humanidad radical.

En un pueblo con una tradición de estallidos suspendida aproximadamente por medio siglo y con limitada posibilidad de conexión con alguna otra tradición de la región o del globo, también deberían estallar nuestras categorías de comprensión y estándares de juicio moral, para evitar dar viejas respuestas a una nueva situación, convirtiendo la combustión popular, que todos los gobiernos de espalda a los reclamos legítimos de su pueblo deberían temer, en inofensiva. 

La historia reciente ha dejado claro que esta cuestión no es solo académica. Sobre todo, no es académica. La realidad no es un objeto del pensamiento, sino aquello que lo activa. La obra se representa entre actores sin autor. El totalitarismo ha amenazado las dos capacidades que permitían cambiar: la facultad de la pasión y de la acción, pero no las ha podido extinguir porque son de una humanidad radical.

La realidad a la que corresponde el 11J no se sofoca en aquel día. El pueblo de Cuba ha reencontrado y recuperado una manera originaria de expresión de la soberanía. Ha pasado de escuchar la historia a realizarla. Ha puesto por primera vez, en mucho tiempo, un límite colectivo visible a su sufrimiento. En la aparente tranquilidad —rota múltiples veces en universidades, localidades y familias atormentadas por la carencia de servicios públicos básicos— del año que le ha sucedido hay una semilla de posibilidad. 

El imaginario de la política que llegaba a su éxtasis con líderes varoniles como única esperanza y respuesta se ha descabezado en favor de una hidra de pueblo.

Un amigo dice que, si esto ocurre en La Habana, les va a costar el gobierno. El estallido es la única manera de civilidad que nos ha quedado, la única prueba de que organización e ideología no pueden más que hambre y desesperación. Se recupera el problema central de la política: la cuestión de la obediencia y de la coacción. 

¿Por qué debo —yo o cualquiera— obedecer a otra persona? ¿Por qué no puedo vivir como quiera? ¿Tengo que obedecer? Si no obedezco, ¿puedo ser coaccionado? ¿Por quién, hasta qué punto, en nombre de qué y con motivo de qué? Aquellos que otorgan el poder han elevado la barra a quienes lo reciben y mal usan. 

Toda defensa de las libertades civiles y de los derechos individuales, y toda protesta contra la explotación y la humillación, contra los abusos de la autoridad pública, contra la hipnosis de masas de las costumbres, o contra la propaganda organizada, nos previenen de la tentación de que queramos liberarnos de la política y considerar que en el lugar del poder no hay nadie. “No hay nadie que pueda hablar con nadie ni protestar ante él”. El 11J es una actualización de la natalidad del pueblo cubano hasta ese momento indistinguible de la verticalidad, la homogeneidad y el desamparo. 

La realidad no es un objeto del pensamiento, sino aquello que lo activa.

El 11J no fue un golpe de Estado, pero pudo serlo. Díaz-Canel anticipa quizá el resultado lógico de un sistema cuya fuente de autoridad es establecerse por medios violentos. En todo caso, debería ser más respetuoso de la pospolítica que ha generado el mismo sistema que la condena y la desprecia. El imaginario de la política que llegaba a su éxtasis con líderes varoniles como única esperanza y respuesta se ha descabezado en favor de una hidra de pueblo: muchas cabezas, muchas localidades, muchas identidades contra el gobierno, la administración, la economía y la policía estatal corruptas y abusadoras. 

Cuba no solo tuvo un antes y un después del 11J, sino que se dividió entre quienes salen a la calle para protestar poniendo en riesgo su cuerpo y los que, por cualquiera sea su privilegio, no. Entre aquellos que ya solo les queda un grito, una coordenada física, imposible de compartir simultáneamente, irrenunciable, y aquellos que quieren convencer de lo contrario con fantasías de trascendencia, pensamiento o autoridad. Los seres humanos son libres mientras actúan porque ser libre y actuar es una y la misma cosa. 

Los seres humanos son libres mientras actúan porque ser libre y actuar es una y la misma cosa.

El 11J ilumina su propio pasado y jamás puede ser deducido de él. La teoría debe abandonar sus pretensiones. El 11J no puede ser jamás pensado en términos de repercusión de energía a lo largo de una cadena de causas y efectos. Los cubanos vivos y sufrientes han asumido su espacio de singularidad, un paisaje inesperado de acciones y pasiones, y de nuevas posibilidades. 

En “Díaz-Canel singao” se han sintetizado todo tipo de carencias y a los otros cubanos embutidos de privilegios que impiden alcanzar los fines más elementales de la subsistencia. Quiero ser un sujeto y no un objeto; quiero persuadirme por razones, por propósitos conscientes míos y no por causas que me afecten, por así decirlo, desde afuera. Quiero ser alguien y no nadie. Quiero actuar, decidir. No que decidan por mí mismo y no ser accionado por una naturaleza externa o por otros hombres como si fuera una cosa, un animal o un esclavo incapaz de jugar mi papel como humano. Esto es, capaz de concebir y realizar fines y conductas propias. 

La relación que existe entre la mala administración y el desastre es ineludible, irreductible e implacable.

El tirano me amenaza con la destrucción de mis propiedades, con la prisión, con el exilio o con la separación de los que amo. Basta con manipular la definición de hombre y podrá hacerse que la libertad sea lo que quiera el manipulador. Las multitudes del 11J apuntaron claramente contra la policía, el Partido Comunista en el poder sin alternancia, y las tiendas MLC. Bien se puede recurrir a ese spot de la televisión que pasaban en mi infancia: los accidentes ni son tan imprevisibles ni tan accidentales. 

La violencia ininterrumpida ejercida sobre una población confiada de la bondad, generosidad y sapiencia de sus líderes conduce a la catástrofe. Los desafortunados acontecimientos recientes no se pueden considerar un castigo divino. La relación que existe entre la mala administración y el desastre es ineludible, irreductible e implacable. Exijo responsabilidad o renuncia. 




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El 11J: la misma guerra de razas

Francisco Morán

Hay que advertir que, tras las protestas del 11J, quedó claro muy pronto que la delincuencia, la marginalidad, la indecencia y el anexionismo, para el Estado,tenían una geografía: la de los barrios.