Un fantasma recorre Cuba: el fantasma del racismo. Viaja por la Isla en guagua y en coche oficial, viaja en la sangre que alimenta nuestra cultura. No se fue en 1868 ni 1959. No salió por el Mariel ni en una rueda de camión a mitad de los años 90; aunque también los que se fueron cargaron con su racismo y lo plantaron allí donde cayeron, entre la comunidad cubana de Miami, por ejemplo.
Como decía Nicolás Guillén: “¡Hay que tené boluntá, que la salasión no e pa toa la vida!”, también hay que tener memoria; memoria y voluntad política para sacudirnos el fantasma.
El mundo que habitamos cultural y corporalmente, eso que se llama Occidente, es indiscutiblemente racista. Cuba puede considerarse Occidente en cuanto a que su universo intelectual está occidentalizado, hoy todavía. Y Cuba es un país racista, somos racistas, no todos y no todo el tiempo y no con todo, pero lo suficiente como para revolvernos.
No soy negra, no soy afrodescendiente, soy cubana y emigrante; vivo en un país donde suelen decirme que no parezco cubana. Escribo desde esa subjetividad.
Los términos racismo e igualdad, de tanto repetirse, se reducen y se vacían. El análisis de Ramón Grosfoguel acerca de la concepción fanoniana del racismo es un referente fundamental en la revisión de los mismos. Y esta actualización y reconocimiento son el primer paso del recorrido que nos permitiría empezar a dejar de ser racistas como sociedad.
El racismo es una jerarquía de dominación de superioridad/inferioridad sobre la línea de lo humano. Esta jerarquía puede ser construida/marcada de diversas formas. Las élites occidentalizadas del tercer mundo (africanas, asiáticas o latinoamericanas) reproducen prácticas racistas contra grupos etno/raciales inferiorizados, donde los primeros ocupan la posición de superioridad sobre los últimos. Por tanto, dependiendo de la historia local/colonial la inferiorización puede definirse o marcarse a través de líneas religiosa, étnicas, culturales o de color.
Alguien dijo un día: Cuba ha erradicado el racismo, y se corrió la voz. Entonces relegamos el antirracismo a un estamento superior, estatal, que era racista como los ciudadanos, pero lo negaba. Así las prácticas racistas diarias, íntimas, individuales, profesionales, intelectuales, epistemológicas, quedaron en el limbo irresuelto de los privilegios, arraigadas en lo profundo de un proceso político que detesta mirarse al espejo.
Es cierto que la Revolución mejoró la situación de una parte del pueblo que había sido marginado históricamente en aspectos fundamentales de la igualdad social como el acceso a la vivienda, a la salud y a la educación públicas. Pero también es cierto que se generaron nuevas castas, como la militar o la afecta al Partido, en contraposición con los desafectos; la de familias que reciben remesas de sus parientes en el extranjero, frente a las que no; la de trabajadores cuyo empleo incluye viajes al extranjero o contacto con dólares, en contraposición a los que perciben su salario en moneda nacional y nunca han podido, ni podrán, salir de Cuba.
Las diferencias sociales y raciales que se generaron en la Cuba colonial no fueron erradicadas. Incluso, tomamos la denuncia racial en la obra de Guillén como un mal del pasado, un error fosilizado entre los errores de ayer, como si los cubanos educados antes de 1959 no fueran los padres y los abuelos de los cubanos de hoy; como si no bastara repasar la formación de la sociedad cubana para ver cómo se mantiene la racialización de la pobreza y la exclusión.
La base de la sociedad colonial del siglo XVI hasta el siglo XVIII era aborigen, europea, africana y criolla. Las tres tribus que conformaban nuestra población indígena: Guanahatabeyes, Siboneyes y Taínos, estaban distribuidos por toda la Isla y gestionaban su convivencia mediante un sistema caciquil de tribus pacíficas. La rápida caída de población aborigen en Cuba por explotación extrema y enfermedades, tras la llegada de los españoles, redujo el impacto de lo indio en la construcción de la sociedad cubana posterior.
Se dice que Jiguaní fue el último pueblo fundado como indígena en 1701, y dejó de serlo en 1818 por decreto de España, aunque la mayoría de los historiadores coinciden en que a principios del siglo XVII la población india había sido aniquilada bajo la invasión colonial.
Es fácil que Cuba mire satisfecha a otros territorios de Abya Yala y se diga que nosotros no tenemos esa clase de racismo. Es fácil que en Cuba no haya racismo contra el indio porque no hay indios.
En cuanto a los orígenes europeos, estos son fundamentalmente españoles y su clasificación social podría dividirse entre hidalgos (nobleza pobre) y personas establecidas en las colonias mediante la compra de cargos públicos, habitantes de ciudades (mercaderes, artesanos) y campesinos.
Con respecto al componente africano y sus posteriores procesos interétnicos, cito directamente uno de los manuales de Historia de Cuba que el Ministerio de Educación ofrece en su sitio CubaEduca:
Existe constancia de que hacia 1515 comenzaron a introducirse en la Isla los primeros esclavos africanos como fuerza de trabajo que complementaba a la aborigen. Fue el grupo social más marginado y en la primera mitad del siglo XVI era absoluta minoría, pero con tendencia a crecer a medida que disminuía la población indígena. Sus propietarios los cuidaban porque para ellos tenían valor, su compra les había costado dinero (tomado de José Cantón Navarro: Historia de Cuba. El desafío del yugo y la estrella, p. 27).
¿Cuáles son los rasgos distintivos de los esclavos africanos? En primer lugar era una inmigración que se traía a la Isla por la fuerza, arrancada de sus tierras, encadenada y sometida a la esclavitud individual y directa. Procedían del África Occidental Subsahariana y no constituían una unidad sino un conjunto de etnias que tenían economías, lenguas, religiones, costumbres y tradiciones diferentes, por eso entre algunas de ellas existía gran hostilidad.
Este conglomerado multicultural había alcanzado un desarrollo económico y social superior al de los aborígenes antillanos, lo que les permitió enfrentar con mayores posibilidades de sobrevivencia las condiciones de explotación a las que fueron sometidos.
En estos primeros tiempos la esclavitud no tenía el carácter intensivo que tomó a finales del siglo XVIII. Los esclavos africanos se emplearon como fuerza de trabajo en las labores mineras, en la agricultura y en las construcciones.
Existía la costumbre en algunos dueños de alquilarlos a otras personas para que trabajaran como jornaleros. También los amos autorizaban a sus esclavos a trabajar los domingos y días festivos en pequeñas parcelas, podían vender lo que cultivaban y esto les permitía ahorrar cierta cantidad de dinero para comprar su libertad, se les llamaba —negros horros— o libres.
Sobre los negros horros se ejercían restricciones que limitaban su libertad. Ganaron la condición de vecinos y se les concedieron tierras pero cuando el cabildo tenía que otorgar terrenos a los blancos reducía las posesiones que les había entregado a los negros. Era una población marginada que se concentraba fundamentalmente en las ciudades. Desempeñaban labores urbanas en diferentes oficios, el artesanado y actividades comerciales menores”.
¿Les suena?
Hacia 1570, la población cubana afrodescendiente era un 85,47% frente a un 6,84% de población blanca y un 7,69% de indígenas. En el resto de Abya Yala, la distribución era inferior al 3% de afrodescendientes, cerca del 1% de blancos, siendo más del 95%, pobladores indios autóctonos (Falcón Ramírez, J: Clases, Estamentos y Razas, CSIC, 1988).Con estos datos podemos comprender lo peculiar de la situación de Cuba con respecto a su entorno geográfico. La paridad poblacional era un problema para algunos observadores de la época que empezaron a temer que el aumento de población africana y los consiguientes mestizajes posteriores pudiera volverse en su contra. De estas mezclas y de los hijos de blancos nacidos en las colonias con la realidad económica del comercio de azúcar como telón de fondo, nace el concepto de criollo:
Su relativa abundancia, provocó que también se les temiese, y más aún si se considera su actitud rebelde, ya que se consideraban superiores, al ser hijos de españoles. La proliferación de los mulatos se debió fundamentalmente a la preferencia de los españoles por las negras y mulatas jóvenes, que aunque menos apacibles que las indias y mestizas, eran mucho más bellas y eróticas, vistiéndose además de forma provocadora e insinuante (José Luis Martínez: Pasajeros de Indias, Madrid, 1983).
¿Les suena?
El país se volcó con la plantación de cañaverales. Dice Javier Laviña en Doctrina para negros (Sendai Ediciones, 1989): entre 1740 a 1795 Cuba va transformando su fisonomía, la sustitución del cultivo del tabaco y la cría de ganado por el cultivo de azúcar ( ) llevó, entre otras cosas, a la reestructuración de la propiedad de la tierra.
Según Moreno Fraginals en La historia como arma (Editorial Crítica, 1983), el 65% de los esclavos eran forzados a trabajar en el cultivo del azúcar y justamente eran las plantaciones —aunque también la minería— el ejemplo más típico de estructura de clases mezclada con estructura racial.
Añade un apunte muy interesante con respecto a la deculturación que los empresarios blancos lograron perpetuar. Las dotaciones de esclavos se constituyeron mediante la cuidada selección de hombres y mujeres de distintas etnias, con distintos lenguajes e incluso con odios interétnicos y apunta que dicha selección estaba amparada en el fomento de la debilidad de estos grupos: Así se obstaculizaba la formación de una conciencia de clase frente a la explotación común, fomentando en su lugar la constitución de grupos excluyentes.
Sobre esa base de miedo blanco se fundó y se justificó el miedo al negro, a lo negro, a la negritud. Los mecanismos de supremacía económica, cultural, política y de cualquier índole con los que convivimos actualmente se sostienen en las mismas ideas.
Más adelante, cuando se acercaba el fin de la esclavitud oficial y se crearon los cabildos, podría decirse que por una parte ayudaron a la pervivencia de credos y costumbres africanas, pero por otra parte se obtuvo con ellos un nuevo elemento de segregación, porque las prácticas que traían consigo los africanos quedaban reducidas y aisladas. El historiador lo resume: en las zonas urbanas se institucionalizó el cultivo de las diferencias étnicas.
Ninguna de estas segregaciones logró frenar la interracialidad. Y mientras las diferencias étnicas originarias de los africanos se mantenían, estos se iban mezclando con blancos o entre sí, dando lugar a nuevas distinciones, cada vez más precisas, sobre el tono de la piel a medida que este se iba convirtiendo en algo más complejo.
La lexicografía cubana ha generado desde entonces una larga lista de denominadores para cada matiz racial diferente; a pesar de que el gobierno no se haga eco de ello y eluda enfrentar esta complejidad. Para cada uno de esos matices, existen matices discriminatorios a día de hoy.
Mientras la población afrodescendiente sufría serias dificultades para mejorar sus condiciones de vida, otras comunidades, como los mestizos, corrían mejor suerte. La riqueza de una parte importante de la sociedad cubana se iba construyendo sobre ellos sin permitir su participación más que como mano de obra. La nobleza criolla surge del aprovechamiento continuo y no siempre legal de las prebendas de los conquistadores y los encomenderos. Estas gentes acumularon grandes patrimonios y se convirtieron en terratenientes, en una comunidad criolla endogámica con intereses propios que abarcaban de lo económico a lo social, lo educativo y lo político.
Por ejemplo: en el siglo XVIII se reajusta el tráfico comercial, en medio de un proyecto aperturista que junto al incremento del comercio azucarero mejora el acceso de los mestizos al pequeño y mediano comercio, pero estas posibilidades, obviamente, no llegaban a la comunidad afrodescendiente. Esto también nos suena.
Un texto del historiador cubano Tomás Fernández Robaina, lo expresa con absoluta claridad: “La historia de los afrodescendientes en Cuba recoge cinco tendencias fundamentales para luchar por sus derechos, todas surgidas durante la etapa colonial: a) la cimarrona, b) la económica, c) la educacional, d) la política dependiente, f) la política independiente.
La política independiente, explica el propio Fernández Robaina, surgió como consecuencia del desencanto sobre la opción anterior —la de política dependiente—, por no haber sido más que una politización estética de las necesidades de los colectivos discriminados por cualquier variante de racismo. La política independiente seguirá siendo el mecanismo fundamental de solución del racismo en la Cuba de hoy.
El pasado se parece mucho al presente. Las diferencias que se observan en la construcción racial y de clases de la Cuba contemporánea están basadas en las estructuras creadas a partir del esclavismo y el régimen socialista no las pudo vencer.
A partir de 1959 no se fraguó una lucha antirracista desde dentro y desde abajo, no se repararon, desafortunadamente, las bases de nuestra sociedad. Moreno Fraginals decía que la Revolución cubana había logrado el milagro de la eliminación del prejuicio racial, pero no es cierto. La base social que se encuentra tras los estamentos de poder en la Cuba de hoy son la inversión privada extranjera y nacional, la Iglesia Católica y Evangélica, el Partido Comunista de Cuba que rige el Estado y las Fuerzas Armadas; una base mayoritariamente blanca.
En Cuba la gente reconoce desde hace tiempo entre un gallego y un catalán, pero apenas abordamos nuestra etnicidad propia. La penetración cultural española y norteamericana es inmensa en nuestro país; las comillas son por la bajísima calidad de las series de televisión, el cine y la música que desde hace años están empapando las mentes.
Mientras tanto, se concede a lo afrocubano un espacio más folclórico que académico, más comercial que cultural, así se inferioriza y se destruye. Mientras tanto, se desplazan las prácticas religiosas afrocubanas a los márgenes y sin embargo en los procesos sociopolíticos de los últimos años se han tenido en cuenta las palabras de un Papa blanco, representante de una religión opresora, y las opiniones de los evangelistas sobre una opción civil —el matrimonio entre personas del mismo sexo— que no practican con sus cuerpos. ¿Por qué no hay una oficialidad en torno a otras prácticas religiosas que, seguramente, serán más cubanas que el peligroso evangelismo?
Los retos actuales de nuestro país no son solamente de índole económica y en lo que compete a lo social, ni siquiera deben centrarse en mantener las conquistas de la Revolución que tanto nos enorgullecen; eso ya fue, está pasado, vencido. Lo primero sería aceptar que nuestro socialismo no logró eliminar los prejuicios y las diferencias de clases formados sobre raza, religión y origen. Aceptar que existen diferencias de acceso a los recursos, diferencias en las posibilidades de habitar la cubanía.
El telón renovado con el viraje ultraderechista de la política continental ya no es de acero sino de hierro oxidado, y sangra. Los países no tienen poder para cambiar sus economías frente al gobierno supranacional. Sin embargo hay cambios estructurales para mejorar la vida de los cubanos que no dependen de la geopolítica. Cambios urgentes, justos, necesarios, que se pueden emprender y concluir con voluntad política local.
No tenemos lo que teníamos que tener, nos falta descolonizar el pensamiento, la cultura y la economía; entonces podremos despojarnos del fantasma.
El racismo estructural en la Cuba de hoy
Las políticas de igualdad social de la Revolución no resolvieron la integración de los afrocubanos en igualdad de condiciones. La pobreza está generalizada en Cuba. Estimados de varios economistas cubanos la colocan en más del 50% de la población.