Creadoras latinoamericanas en Berlín se compone de entrevistas y reseñas en torno a las prácticas artísticas de mujeres artistas nacidas en América Latina y actualmente residentes en Berlín. Coordinado por tres licenciadas en Artes con mención en Teoría e Historia del Arte por la Universidad de Chile —Dalila Muñoz, Melisa Matzner y Valeska Navea, también residentes en las Alemania—, este dosier surge de una gestión editorial autónoma cuya perspectiva crítica persigue mostrar los procesos creativos de dichas artistas, cruzando la categoría de migranta con las perspectivas de género y visibilizado sus tránsitos y desplazamientos tanto migratorios como culturales.
En una primera instancia, pareciera que la artista Sandra Vásquez de la Horra (Viña del Mar, 1967) tomase historias y símbolos de épocas, geografías y culturas ajenas; pero en realidad han sido una serie de cruces que se le han ido presentando a lo largo de su vida los que la han conducido a representar historias transcontinentales y anacrónicas a su propia biografía. Su obra se compone de un sinfín de dibujos que representan a distintos personajes que parecen venir de los cuentos que nos contaron cuando éramos pequeñes. Sus figuras aparecen aisladas en medio de la hoja: sin suelo, sin paisaje, sin contexto, flotando en medio de la nada.
En sus dibujos podríamos reconocer personajes y temáticas provenientes de lo que el investigador alemán Aby Warburg reconoció como el Nachleben (pervivencia), referido a la sobrevivencia de las imágenes a lo largo de la historia de las culturas. Explicado en palabras del historiador del arte francés Didi-Huberman: corresponde a la capacidad de retorno fantasmal de las imágenes. Y, efectivamente, las diversas referencias de la artista provienen de la historia de la cultura, del arte, los mitos y la literatura, pero para llegar a convertirse en Ausdrucke (formas de expresión) se permean necesariamente por el espacio íntimo de sus afectos.
Sandra Vásquez de la Horra, Virgen Dolorosa, 2017.
Una posible lectura de la obra de Sandra es que, en su conjunto, sus dibujos nos hablan de los traumas y goces que se van repitiendo en el trascurso de la historia, donde retorna una y otra vez lo reprimido por los juicios de la moral. Si bien temáticamente su obra podría leerse desde lo ficcional, en realidad cada personaje y símbolo resultan ser claves para que, autónomamente, quienes se enfrenten a sus dibujos sean capaces de leerlos en plena libertad de interpretación: se trata del hermoso momento del desborde interpretativo de una obra que, de pillarnos desprevenides, puede calar muy hondo, incluso hasta el inconsciente.
La representación de la mujer constituye una constante en su trabajo. Es interesante, pues pareciera ser representada a partir de la presión moral que se genera entre lo que podríamos llamar la mujer “honorable” y la “infame”, división que en realidad se remonta y tiene su origen en la sociedad romana. En la obra de Sandra las mujeres aparecen como brujas, prostitutas, monjas, madres o diosas, por lo que podrían ser leídas desde esta división moral binaria.
Sandra Vásquez de la Horra, La madre del Cordero, 2016.
Tal como plantea la historiadora del arte española Patricia Mayayo: en el 18 a.C. el emperador romano Augusto habría promulgado las leyes familiares en las que queda explicitado que el objetivo primordial de una mujer corresponde al de la procreación. Por lo tanto, podríamos adelantar que, a grandes rasgos, una “mujer honorable” para estos estándares sería aquella que cumpliera con aquel mandato sobre su cuerpo, vinculándose en consecuencia con la figura de la virgen, la madre o la fiel esposa.
Por otro lado, una “mujer infame” o “desviada” desobedecería a dicha obligación, asociándose con el placer carnal, el trabajo sexual, la bi/homosexualidad o la brujería. En su origen, tal como concluye la historiadora marroquí Aline Rousselle, esta diferenciación moral se explicaría a partir del orden sexual.
En los dibujos de la artista se puede percibir la doble moral que se ejerce sobre el cuerpo de las mujeres: deben seducir a los hombres, complacerlos, pero sin ser demasiado promiscuas; deben cumplir además con el rol de madres y el invisibilizado trabajo reproductivo que esto implica. Que la artista represente estos estereotipos, no significa que los reproduzca desprejuiciadamente, sino todo lo contrario: los tensiona a partir de un lenguaje visual irónico y juguetón, y de esta forma despierta una reflexión en torno a las diversas representaciones que ha tenido el cuerpo de la mujer.
Sandra Vásquez de la Horra, El mamón de Afrodita, 2012.
Las representaciones de las mujeres a lo largo de la historia del arte, influenciadas por el catolicismo, sobre todo cuando hablamos de la tradición occidental, han sido resignificadas según sus contextos, pero ante todo según los intereses del statu quo patriarcal que lamentablemente atraviesa fronteras y siglos. Por lo tanto, podríamos decir que estos valores morales, tanto del ideal de mujer como el de su opuesto, han sobrevivido por razones sistémicas de dominación.
Para comprender la profundidad del asunto podríamos remontarnos a la primera pareja que existió, según los relatos bíblicos que configuraron a Occidente y a los países occidentalizados. Según un Midrash (una interpretación de una exégesis), Dios habría creado primero a Adán, quien pronto se habría sentido muy solo, por lo que habría creado a una mujer; pero esta mujer no habría salido de su costilla, sino que habría sido hecha de arcilla igual que Adán. Por lo tanto, la primera mujer no habría sido Eva sino Lilith, quien abandonó a Adán tras negarse a la obligación que le imponía el hombre de tener sexo con él, posicionándose abajo.
La primera mujer es un dibujo de Sandra en el que representa a Lilith. Sus dibujos son más bien sintéticos, por lo que llaman la atención los detalles de los labios vaginales y el vello púbico de Lilith. No quieren pasar desapercibidos. Como queriendo provocar, la artista marca la vulva sin pudor, enfatizando su intencionalidad con la postura de los brazos de Lilith sobre su cabeza; con estas decisiones, demuestra que a esta figura mitológica se le reduce y reconoce por su sensualidad. Varios de sus dibujos son provocativos y explícitos con respecto a la sexualidad, quizás con la intención de normalizar la sensualidad o, al menos, detenerse a pensar en ella.
Tras el abandono —o liberación— de Lilith, Dios habría creado a Eva, quien, por la tentación de una serpiente, a la cual se la ha representado como Lilith, come el fruto prohibido que los habría terminado transformando, a Adán y ella, en mortales. Convenientemente, fueron dos mujeres las culpables del pecado original: una por incitar y la otra por llevarlo a cabo.
Según la filóloga española Golrokh Eetessam, en la Antigüedad Lilith se habría vinculado con lo hermoso y lo sensual, pero el cristianismo se habría encargado de resignificar su sentido. A partir del rechazo a Adán, se vincula a Lilith con la perversión, la tentación y el placer sexual: obviamente para manchar su imagen, luego de haber rechazado a un hombre. De hecho, en algunos escritos se decía que Lilith mataba niños, cuestión que nos conduce a pensar en la satanización que se puede llegar a hacer de una mujer que desobedece al placer masculino, vinculándose en consecuencia con el opuesto radical de su mandato de crianza.
Proviene de la antigua Mesopotamia, la figura iconográfica de Lilith reaparece (y por lo tanto logra sobrevivir) a partir del siglo XIX, con el claro objetivo de satanizar a las mujeres en un contexto en que surgían movimientos sociales por la emancipación femenina y, simultáneamente, comenzaba a darse un auge del trabajo sexual, cuestión que evidencia el poder de las imágenes.
Sandra Vásquez de la Horra, La primera mujer, 2008.
Este dibujo de Sandra podría conducirnos a pensar que, al parecer, para la tradición occidental, la mujer es pecaminosa por definición: se le culpa siempre por incitar a lo sexual. El “don de la procreación” de las personas con vulva se transforma así en una maldición.
Tal como señala la historiadora italiana Chiara Frugoni, la mujer ideal que tiene su encarnación en la virgen María es inimitable, porque se niega el proceso corporal que implica procrear. En este sentido, la misoginia se encuentra implícita en la esencia de lo que se espera de una mujer: dar a luz, pero sin sexualidad ni placer, por instintivo que este sea. La doble moral se evidencia cuando se espera de una mujer que permanezca “virginal”, pero a la vez se les permite a los hombres saciar su deseo sexual, ya que siempre se le puede culpar a ella.
Hay que comprender este y el resto de los dibujos de la artista desde su origen: una familia que transitaba entre la costa y el campo precordillerano, inserta en una sociedad absolutamente conservadora en las que no se hablaba de ciertos temas y reinaba el tabú, cuestión que la artista se ha propuesto abordar en su vida y obra.
Podríamos decir entonces que los dibujos de Sandra surgen de imágenes sobrevivientes, que quizás sobreviven justamente por la trascendencia de los juicios de la moral que, a su vez, se configuran a partir del estatus quo que la artista busca tensionar. Entonces, que sus personajes no tengan suelo y, por tanto, habiten en medio de la nada, quizás se debe justamente a que habitan el todo.
Juliana Streva: “Las mujeres no somos una masa homogénea”
Comprometida con epistemologías antirracistas, feministas y decoloniales, Juliana Moreira Streva (Río de Janeiro, 1990) trabaja en pos de situar los legados coloniales de violencia. Conversamos sobre su documental Mujeres en movimiento, un trabajo independiente y experimental sobre mujeres activistas en Brasil.