Con motivo del año que llevamos de Covid-19, Hypermedia Magazine ha despachado las siguientes preguntas a un amplio grupo de escritores cubanos:
1) ¿La pandemia ha modificado sus hábitos y/o métodos de escritura? ¿De qué modo?
2) ¿Han variado este año sus hábitos de lectura? ¿Ha leído más? ¿Ha leído menos?
3) ¿Cuáles han sido las lecturas (títulos, autores, plataformas) más reveladoras durante esta pandemia?
4) ¿La nueva situación global le ha inspirado algún proyecto literario?
5) Cuéntenos cómo es actualmente un día en su vida de escritor(a).
Compartimos con nuestros lectores los mensajes que retornan a nuestro buzón.
1.
Lejos de modificar mis hábitos o mis métodos de escritura, la pandemia, de alguna manera, ha venido a reajustarlos de manera favorable. Por lo general (y desde siempre) escribo de noche. Hábito que sí tuve que modificar cuando nacieron mis hijos —de 7 y 10 años—, sobre todo por el hecho de que, al tener que levantarme muy temprano para prepararlos y llevarlos a la escuela, ya no podía quedarme escribiendo hasta las cinco de la madrugada (si luego tenía que levantarme a las 6:45 a.m.); aunque no por ello en varias ocasiones la alarma del despertador me agarró aún frente a mi pantalla.
Durante los largos meses de la primera oleada, donde suspendieron las clases, y ahora con la llegada de la segunda —y nueva suspensión escolar—, ha sido maravilloso el reencuentro con esos tiempos en que nada me obligaba a levantarme temprano, escribía sin preocupación de horarios y compromisos, apagaba mi computadora cuando salía el sol (escritura vampiresca) y me despertaba al mediodía.
Sería un poco cínico si dijera: “Bendita pandemia, que me has devuelto una costumbre muy cercana a la felicidad…”, pero nada más parecido.
2.
Por su parte, los hábitos de lectura no han variado mucho. Pero sí he leído más, mucho más. La casi obligatoriedad que por momentos ha significado quedarse en casa, cuando no ha coincidido con la angustiosa y deplorable tarea que en este país significa encontrar algo de comer para tu sustento y el de tu familia, ha sido un regalo. Siento pena por esas legiones que se aburren, que no saben, y tal vez nunca sabrán, lo que significa una buena lectura.
3.
Varias, diversas, de muchas cosas que ya tenía acumuladas. Recordando rápido: descubrir la obra de Fleur Jaeggy (El último de la estirpe, Los hermosos años del castigo, Proleterka…) y Joan Didion (El año del pensamiento mágico, Sur y oeste, Según venga el juego y Los que sueñan el sueño dorado); Kentuky seco, de Chris Offutt, los Diarios de John Cheever, El ruido de las cosas al caer, la novela de Juan Gabriel Vásquez, El nervio óptico, de María Gaínza (una maravilla), la Trilogía de Mozambique, de Mia Couto; las relecturas de Bomarzo, la trilogía de Los sonámbulos, de Broch, y los Cuentos completos de Chéjov; Petersburgo, de Andréi Bely, La dimensión desconocida, de Nona Fernández, algunos relatos de la Dinesen, siempre (¡El acre del dolor!); la poesía de Sharon Olds y Anne Carson, descubrir esa joya inimaginable que es Contrapunto, de Don DeLillo, La muerte de la tragedia, de Steiner… Ahora que lo pienso, lo que menos he leído es teatro. En fin…
Atilio Caballero.
4.
No, absolutamente ninguno.
Sin embargo, entre una pausa epidémica y otra, gracias a la ayuda del Instituto Goethe de La Habana, pude hacer un espectáculo de teatro que llevaba mucho tiempo pensando: Todos mis hermosos caballos, una versión muy particular (es decir, muy libre) del Michael Kholhaas, de von Kleist; especie de environment escénico y trazos de “teatro documento” con chelista y escenógrafo sobre el espacio de representación, que alternan y construyen los espacios sonoro y físico, respectivamente; junto a la historia que relata el actor, una historia personal muy cercana a la vivida por el personaje de Kleist, “contaminada” ahora con textos de Cormac McCarthy, Tolstoi, Onelio Jorge Cardoso… Fue un proceso muy estimulante. Y un resultado feliz.
5.
En las últimas semanas, no ha habido vida de escritor. Afortunadamente, he logrado mudarme (he pasado de vivir en un lugar muy hostil en la periferia de la ciudad, a radicar ahora en el mismo centro de Cienfuegos, ¡a una cuadra del malecón!), por lo que la mayor parte del tiempo se ha invertido en arreglar conexiones eléctricas, hidráulicas, raspar y reparar paredes, hacer equilibrios muy peligrosos sobre una escalera, dirigir antenas, pintar, ordenar, cuidar que los niños no se escapen (me pueden multar severamente, además del riesgo de contagio), ¡buscar comida! (esfuerzo casi siempre infructuoso), buscar café —pura non-fiction…
En condiciones “normales” (nunca lo son): dejar a los hijos en la escuela, reunirme con mi grupo de teatro, recoger a los hijos al salir de la escuela, ayudar a mi mujer, conversar con ella, recibir a algún amigo, acostar a mis hijos (les gusta que lea cuando se van a la cama, o que simplemente los acompañe; a veces lee mi hija Natalia Adela), y cuando todos se duermen: escribo.
Conjurar la imaginación y la poesía
En los últimos tiempos pandémicos leo casi todo lo que se publica en las redes sobre los trágicos, pero también esperanzadores acontecimientos insulares en torno al Movimiento San Isidro. Tengo mucha fe en esa juventud. Recuérdese que la fe, según San Pablo, es la sustancia de lo invisible.