La noche del 26 de noviembre yo estaba hecho leña por problemas personales. Estaba tirado en la cama.
Un socio me tiro por el fijo: “Oye, parece que le están entrando a esta gente, el Internet, las redes sociales están cortadas”.
Me levanto a millón y trato de conectarme. No puedo. Después de varios intentos, con mucho trabajo, empiezo a recibir whatsapps de confirmación. Unos supuestos médicos estaban dentro de la sede del Movimiento San Isidro; desde la esquina habían visto golpes, violencia, prepotencia.
Esa noche no pude volver a conciliar el sueño. Aquello me parecía una aberración, una innecesaria demostración de fuerza, el horror. Terrible. Había mucha gente que ya estaba despertando y se habían pronunciado en contra de los métodos de la policía política cubana, pero esto ya marcaba un antes y un después.
Eso hay que agradecérselo al Movimiento San Isidro: gracias a ellos, hubo un antes y un después en el escenario político y social de este país.
Sobre las once o las doce de la noche, una decena de personas del ámbito la cultura cubana (no voy a decir sus nombres por cuestiones de seguridad) me empezaron a escribir: “¿Para dónde vamos? ¿Dónde es la cosa?”.
Me sentí extraño. Tenía miedo, y al mismo tiempo me parecía raro que me vieran a mí como un conocedor de la materia. Se empezaron a sumar personas en los mensajes: algunos hablaban de reunirse en un lugar X, otros decían de ir a las afueras del Museo, otros que si el Ministerio de Cultura.
Yo tengo un problema grave con los diálogos con ministros y viceministros. Luego de Santa y Andrés me hicieron un minijuicio donde tuve que enfrentarme a Abel Prieto, Fernando Rojas, Miguel Barnet, Luis Morlote y dos tipos raros ahí de la AHS que habían cargado con Abel Acosta, Alex Pausides, Pedro de La Hoz, Lesbia Vent Dumois y una veintena de gente más. Era una especie de muro de choque para contenerme.
O sea, que a mí la cuestión del Ministerio me parecía una bobería. Pero yo no era parte del grupo y no tenía voz ni voto.
No digo esto por temor a las represalias, sino porque no merezco ningún crédito. Yo soy un cobarde. Hay un millón de gente bien puesta que sí son los tipos y las tipas.
Al amanecer, salto de la cama con el cuerpo adolorido y la cabeza a mil. Como muchos, llevaba varios días conectado las 24 horas, lleno de preocupación por las vidas de San Isidro. Enseguida mi madre se me tira arriba y empieza a llorar. Tiene miedo. Tiene mucho miedo. Miedo a que me maten, a que me hagan algo. La calmo: le digo que yo no soy tan importante, que las cosas que yo digo no son tan graves. Además, me queda una visa que puedo usar en caso de que la cosa se caliente mucho.
Mi madre no para de llorar.
La gente empieza a ponerse en contacto. Veo los videos una y otra vez. Trato de averiguar por la salud de esa gente. Fue una larga noche para todos ellos, y no los dejaban. Los querían cansar. Atosigar. Horrible.
Con tremendo miedo me prometí, por mí y por mi madre, que no iba a salir a la calle. Refrescaba las páginas de las redes sociales y veía cómo poco a poco las afueras del Ministerio de Cultura se iban llenando de gente. El terror, el malestar, invadía mi cuerpo.
Agarré hielo con una toalla y me froté toda la cabeza. Náuseas. No podía más. Llamé a una socia y a un socio. Estaban saliendo para allá. Otro amigo ya estaba llegando.
Llegué al Ministerio de Cultura cuando había como 70 personas. En varias cuadras alrededor ya estaba la policía, la Seguridad del Estado, gente de civil, motos, carros…
Estaba nervioso. De hecho, no pude ni saludar mucho a los conocidos. Pero se respiraba un aire de tranquilidad, y todo el mundo estaba muy puestecito, como para no dejarse provocar. Me brindaron café y prendí un tabaco para echar humo, abrir los caminos, espantar los nervios.
Una persona se me acercó y me dijo: “Ahora sí te ganaste una pila de puntos conmigo”.
“Yo no me tengo que ganar ningún punto contigo”, le dije.
Aquello me empingó, pero seguí en mi talla. No me senté. Caminé de allá para acá. Poco a poco la gente de la Seguridad fue entrando al grupo; suave, sin problemas.
Había dos tipos bien raros que querían ir para el Capitolio, armar líos. Pero el grupo de jóvenes frente al Ministerio estaba bien claro: Aquí nadie va para ningún lado, esto es una talla pacifica, así que por favor…
Poco a poco fueron llegando más gente.
Lo que estaba pasando era algo muy importante, más allá de nuestras diferencias, de nuestras broncas personales; más allá de estar o no de acuerdo con el MSI: todos y todas estábamos allí para decir BASTA. Era una señal clara al gobierno: “No pueden hacer lo que les salga de sus reverendos cojones”.
Por muchos años, la gente ha estado callada por miedo. Pero a partir de hoy, por nosotros, por ellos, por lo que sea, el día que se les vaya la mano va a salir una pila de gente, gente que está clara, gente que no está confundida ni pagada por ninguna CIA, para decirles: BASTA YA.
Tomen nota. Esto es importante. Las cosas cambiaron.
Mientras estaba allí, viendo gente llegar, gente diversa, gente linda, gente pacífica, me llamaba la atención cómo algunos ponían un perro plato de comida en sus redes sociales, o se iban a un concierto en el Karl Marx; seguían con su vida sin problemas. Me dieron ganas de interpelarlos, pero por suerte ese odio se me fue de la mente.
No se puede dividir más a este pueblo. No se puede tirar más mierda a los ciudadanos. Cada cual con su conciencia. Cada cual sabrá qué cuento se cree o qué hay que pensar para poder dormir tranquilo.
Había gente en huelga de hambre. No se podía estar en otra cosa. Había que salvar. Había que vivir. Había que vencer. Este gobierno no podía seguir sordo. Tenía que escuchar a su pueblo.
El embullo por lo que estaba pasando, el hecho de que era inédito, histórico, hizo que la gente, además de pedir por los del MSI, también quisiera pedir unas cuantas cosas que desde hacía años no habían tenido la posibilidad de pedir.
Esto no se puede criticar. El proceso estaba vivo y eran los primeros pasos en un terreno desconocido. Pasos que dábamos por nuestros abuelos, por nuestros padres, por nosotros y por nuestros hijos…
Yo no estoy de acuerdo con los que dicen que la sentada no fue una buena idea. Es hora de sumar, no restar.
Con respecto a las peticiones al Ministerio: empecé a ponerme paranoico, porque veía gente que estaba metida ahí de encubierto.
Yo soy de la teoría que el Ministerio de Cultura no es un ente independiente que puede mandar o hacer cosas. Este ministerio, y todos los demás, están bajo el mando directo de la Seguridad del Estado.
Cuando a mí me cogieron por la película, me llevaron al Centro de Estudios de la Televisión, en Línea e I. A Anamely la han metido en la EGREM. Algún día saldrán las historias de horror de las instituciones cubanas que se han prestado y se siguen prestando para el horror.
Después de varias horas frente al Ministerio, caminando para allá y para acá, me dolía todo el cuerpo. Había llegado más gente. Gente diversa, pero con una misma idea.
Sobre las seis de la tarde me ponen en la lista de los 30 para entrar a hablar con el viceministro Fernando Rojas; pero aquello, en el fondo, no tenía ningún sentido para mí. Lo importante, lo significativo, lo lindo, había sido la sentada, los aplausos. La llegada allí, el hecho de que la gente se fue sumando y viendo llegar a los otros. Lo demás era agua al dominó.
Yo ya sabía lo que se iba a hablar y lo que iba a decir el señor Rojas, que tiene su historial.
Salieron videos, y amigas de mi mamá me vieron allí, y la vieja se puso nerviosa. Iba cayendo la noche y pensé que aquello se iba a calentar y que al final no iba a haber ningún dialogo. Y si lo había, eso de entrar solo 30, con 300 personas afuera, no me cuadraba. Estaba para irme. Ya había vivido una cosa bonita. No quería empañar mi recuerdo.
Un momento bien lindo fue cuando pude abrazar a la poeta Katherine Bisquet. Se me aguaron los ojos.
Nos fuimos, un grupito de tres, y hablamos para que escogieran a otros tres y los pusieran en la lista para entrar. Nosotros no estábamos para eso.
Salimos con miedo por la barrera de los policías. No nos pasó nada. Pero ya se veía el despliegue que estaban armando.
Esa noche me di una ducha caliente, pero tampoco dormí. Entre las historias de los gases lacrimógenos, la llegada de más personas, el Internet que no caminaba, la emoción de haber podido estar en este país para este momento de libertad…
Mis problemas personales estaban empeorando y en la mañana me fui a dar una vuelta. Pasé por delante del Centro de Estudios de la Televisión, para acordarme de mis momentos con la policía política. Pasé cerca del Ministerio, donde había par de patrullas. Llegué a la playita de 16 y miré el mar. Luego, como una patada, escuché las directas de Omara Ruiz Urquiola.
Aquello me dolió mucho.
Coño, tanta gente que venció el miedo y salió a la calle…
No le hagan juego a la división, madre. Por Dios. Hay que estar unidos. Ya bastante poco espacio tenemos para maniobrar.
Abatido, mal, regresé a la casa. Nadie se estaba conectando. Empecé a escuchar a Leoni Torres, a Haydée Milanés, a Carlos Varela…
Estaba decepcionado. En el piso.
La tarde y la noche fueron peor. Desde el Ministerio continuaban saliendo artículos. Cojones, ¿cómo es posible que el Ministerio esté para tirarle a los artistas, y para machacar en vez de apoyar?
Luego, lo de la televisión fue un asco.
Cayó la noche y cogí calle.
Los camiones de policías iban y venían. Cortaron el Internet.
La gente ya no se iba a quedar callada. La gente ya sabía la verdad. Más allá de estar o no de acuerdo con el MSI, con la sentada, con lo que fuera, había algo claro: el gobierno estaba mintiendo a la cara. Y la respuesta del pueblo era tan sincera que no les quedaba otra que tumbar Internet.
Las máscaras habían caído. La verdad ya no se podía esconder. Podían inventar, destruir reputaciones desde las mismas plataformas de siempre. Da igual. Hubo un antes y después.
He tenido que parar de escribir esto dos veces, porque mi madre llora. Está preocupada por mí.
Una vecina, viejita, ha venido a hablarme mal de la gente del MSI. Luego de que yo le hablara y le hablara, se ha ido con otra idea. Poco a poco, mentir se va haciendo más difícil. La verdad está ahí.
El gobierno lo que quiere es desacreditar, aguar el dominó. Cuba no salva. Los que en otras provincias salieron a apoyar al MSI, han sido golpeados también.
Hay que estar alertas, porque muy pronto podemos estar ante un gran apagón de las redes sociales en Cuba. Nos quieren devolver a la Edad Media, a la oscuridad. Como ya hay tanta gente despierta, lo único que tienen para eso es cortar el Internet.
Ayer el gobierno armó un circo en el parque Trillo, una “tángana”. Pero las mentes detrás de eso no son jóvenes: son gente de 1959. Olía a viejo.
Llamo a la unidad, a la paz, a estar conectados.
Cuba, hoy, no es la misma. En algún lugar nuestros dioses, héroes, mártires, nos miran con orgullo.
Evitemos las provocaciones y la violencia.
Hypermedia Interroga (feat. Cubadebate)
¿Se puede debatir en Cuba tomándole la palabra a Cubadebate? ¿Es posible enriquecer el debate cubano a partir del nivel de debate que propone Cubadebate? ¿Cómo podemos hacer nuestras las “Lecciones de San Isidro”, según Cubadebate?