Los sucesos de las últimas semanas en La Habana en torno al MSI y la solidaridad de artistas e intelectuales que infructuosamente han tratado de promover un diálogo con el MINCULT para que represente y defienda (como debe ser su función institucional) los intereses y derechos de los creadores que están siendo perseguidos, violentados y difamados ante la opinión pública por los medios de comunicación controlados por el Estado, además de otras exigencias por la libertad de expresión, la derogación del Decreto 349, etc., ha traído aparejado un conflicto familiar en cada hogar cubano, acrecentando la brecha generacional e ideológica entre padres e hijos.
No conozco a ningún amigo o amiga, a nadie de mi generación, que no haya sostenido con sus progenitores una acalorada discusión en estos días debido a estos temas. Las llamadas a través de WhatsApp entre los padres cubanos y sus descendientes en la diáspora no recuerdan en nada a aquellos añorados encuentros virtuales donde las sonrisas y las lágrimas devenían en un mismo signo de afecto y las pantallas acortaban la distancia. En estos días, esas pantallas han traducido los gestos amargos y el miedo eterno que tímidamente confesara Virgilio Piñera en aquella reunión de 1961 en la Biblioteca Nacional.
Los tweets del actual presidente han proclamado la misma arenga de una supuesta libertad acotada a sus conceptos estrechos y ciegos de revolución. Nuestros padres nos han regañado, nos han suplicado que callemos, que no nos expongamos. Nuestros padres tienen miedo, llevan temiendo toda su vida. Temen que no nos dejen regresar a nuestra tierra por decir lo que pensamos. Temen por nosotros y por ellos, por las represalias que puedan sobrevenirles dentro de la isla.
Nuestros padres padecen las miserias que nosotras tratamos de paliar con remesas, pero se niegan a admitir los extravíos del sistema político con el que han envejecido. La tensión que provocan nuestras diferencias y desencuentros en esas llamadas es usualmente rebajada por el argumento que esgrimimos para auto convencernos de la inutilidad de la discusión: son viejos, ya no pueden cambiar su forma de pensar; no pueden negar su historia de vida; qué les queda si reniegan de todo su pasado…
Pero cuando hay vidas humanas en juego, cuando la gente a la que reprimen son tus compañeros de universidad, tus amigos, tus alumnos, personas como tú, que hacen o piensan el arte como tú, esos argumentos dejan de tener sentido.
Madres y padres, sabemos que muchos de vosotros no estáis de acuerdo con lo que intentamos hacer, no vamos a tratar de convenceros, pero al menos os pedimos que respetéis nuestras decisiones y que confiéis en los hijos e hijas que habéis criado y educado con vuestros principios y valores. ¡Ahí tenéis el ejemplo de la madre de Julio Llópiz-Casal![1]
Suset Sánchez
Carta a Fernando Rojas
Inés Casal Enríquez
Fernando: si te parece irrespetuoso que te dirija una carta por esta vía, te pido disculpas. Y te aseguro que lo hago de esta forma porque no tengo ninguna otra vía para comunicarme contigo. Quién sabe si tampoco leas esto que escribo, pero “el que mi mensaje no sea nunca recibido, no significa que no valga la pena enviarlo”.
También me disculpo por tutearte, pero esta “carta” va dirigida al ser humano que conocí hace años (aunque tal vez tú no te acuerdes de mí), y no al funcionario que hoy eres. Y me cuesta mucho tratarte de usted cuando te conocí como Fernandito, como te llamaban tus padres. Confío en que tampoco lo veas mal.
Sé de la estirpe de donde provienes. Tus padres fueron mis compañeros de trabajo, mis jefes y mis amigos durante mucho tiempo en la Universidad de la Habana. Tu padre, Fernando Rojas, Rector de la UH por varios años, fue un hombre íntegro y honrado, que dedicó toda su vida a su país y a su Revolución, que educó, junto a la dulce Fefa, a cuatro hijos en el sentimiento de la verdad y la honestidad ante todo. Aunque algunos miserables (siempre los hay) le puedan haber criticado y hasta acusado por algunas “debilidades humanas”, pero nunca por corrupto u oportunista.
Pero así como yo conozco bien a tu familia, tú puede que hayas olvidado de dónde proviene y quién es mi hijo Julio César Llópiz-Casal.
También mi hijo proviene de unos padres íntegros, honestos, que entregaron todas sus fuerzas, todas sus energías, todo su conocimiento, todos sus sueños revolucionarios a la UH y a su país. Y que también educaron a sus dos hijos en el respeto a la verdad y al decoro, que es lo que tienen las personas cuando no ocultan lo que piensan.
Yo sé cuáles son los deberes de un cargo o un partido. Yo fui militante del PCC durante casi 30 años, y lo fui a conciencia, porque creí en la Revolución, de corazón. Aunque desde hace años me sienta traicionada en mis sueños más puros. Pero ningún cargo, ninguna orientación partidista me hizo mentir o traicionar a mi conciencia. Por suerte, estuve siempre rodeada de compañeros que fuimos capaces de discutir lo que no entendimos. Cuando me sentí traicionada por la Revolución (porque no fui yo quien traicionó), simplemente dejé de creer en ella.
Mi hijo, Fernando, no es terrorista, y tú lo sabes.
Mi hijo, Fernando, no busca desestabilizar al sistema, y mucho menos incitar a un levantamiento popular, y tú lo sabes.
Mi hijo, Fernando, no está manipulado, dirigido, pagado por ningún gobierno extranjero, por ninguna organización, por ningún medio de prensa, y tú lo sabes.
Mi hijo, Fernando, no es un delincuente, es un artista cubano que también trabaja por Cuba y para Cuba, y tú lo sabes.
Mi hijo, Fernando, dice lo que piensa en cualquier lugar y circunstancia, y tú lo sabes.
Mi hijo, Fernando, es un hombre bueno, y tú lo sabes.
Por eso, desde el fondo de mi corazón, te pido que trates, ahora sí desde tu deber como funcionario, de atajar a tiempo una campaña difamatoria y cobarde que se ha desatado en los medios de comunicación oficiales contra personas pacíficas que solo han querido ser oídas. Este circo mediático puede llegar a consecuencias inimaginables y terribles.
Y eso, Fernando, tú también lo sabes.
Con todo mi respeto y consideración,
Inés Casal Enríquez
Contra el racismo
Exposiciones y voces afrodescendientes en el arte cubano (1997-2017).