Cuban Dissident Factory

Cuba solo tiene un ramo económico productivo: fabricar disidentes. Más de sesenta años etiquetando personas desafectas a cualquier cosa. Entiéndase que “cosa” tiene un valor que tiende a infinito. “Cosa” es el territorio geográfico más el territorio ideológico y político, que se funden, además, con la cultura nacional, la que han descafeinado hasta volverla incolora, creando un solo mapa.

Una geografía de diseño proletario, donde la dictadura se desplaza a las cumbres de un Olimpo inventado y cada vez más decadente, omnipresente, cuyo mito se ha fraguado a partir de una internacionalización de las leyendas insulares de solidaridad, libertad, salud y educación; productos importados, de forma rechinante casi siempre, para deslumbrar el mercado patético de los que viven el socialismo cubano como una novela muy mala de realismo mágico, una novela que leen de vez en cuando y reinventan cuando retornan a sus predios de Scay.

Una vez más hemos tenido la prueba de que, para el gobierno cubano, los disidentes son una mina de oro. Cuando en el país la gente empieza a crisparse, cuando los intelectuales, artistas, personas pensantes, cuyo único anhelo es operar con libertad en todos los sentidos, deciden caminar de a mil por una céntrica calle habanera, entonces empieza el pésimo Reality. Entonces los agentes de la ley (que es cualquiera que necesite una migaja más para resistir, es decir, muchos o casi todos, excepto los que quieren caminar) hacen una “batida victoriosa”, en terminología castrante, donde detienen, desaparecen, pegan, humillan, juzgan a personas cuyo material bélico incautado no pueden mostrar como prueba: las ideas.

Y crean, sin darse cuenta, militantes. Militantes que, cada vez más, se quedan: no eligen el exilio como fin de la polémica. Han cambiado las reglas del juego. Como acciones performáticas de contenido efímero, pero constante, estos ciudadanos del pensamiento adquieren cada vez más notoriedad, autoridad y visibilidad, por la integridad con que definen y defienden la dignidad de un pueblo errático por imposición, y por descalabros de toda índole.

El sabotaje a la presentación del Dr. Ruiz Urquiola en la ONU, y el encarcelamiento al periodista Jorge Enrique Rodríguez, han dejado claro ante la opinión pública internacional, en primer lugar, que el engranaje maquiavélico del desgobierno cubano está más que desgastado, y en segundo, que su aversión por los intelectuales viene de un complejo de inferioridad y de un isleño y procaz “machanguismo”. Basta mirar la figura del viceministro de Cultura, el “comisario chambón” Fernando Rojas.

Ambos hechos, sin duda, guardan relación, y la relación es tan evidente que da vergüenza ajena. En la ONU, la mezquindad saltó a la vista; para desdibujar la voz del Dr. Ruiz Urquiola no solo mandaron a un desleído emisario, sino que fueron en una piña con los escasos países que actualmente apoyan al poder tiránico. Caro le costará al pueblo esa labor solidaria. 

Pero la dignidad de muchos cubanos, en Cuba y en la gran diáspora, no pasó inadvertida, porque el Dr. Ruiz Urquiola, con su sola presencia, dio el disparo de salida. Llegar y conseguir hablar en esa organización financiada y dominada por el dinero rojo (no solo por ideales, sino por la sangre inocente) es ya una proposición poderosa ante cualquier excusa. Se puede. Se tiene.

El caso del periodista Jorge Enrique Rodríguez juega en dos sentidos. Al detenerlo, este no podría cubrir la emisión de la ONU, y al mismo tiempo crearía una carrera de velocidad entre los activistas pro derechos humanos para Cuba, que residen en la Isla, con el fin de evitar el juicio que lo condenaría. Pretendieron que la atención de los activistas se desviara del Dr. Ruiz Urquiola. Pero ese burdo aparato del que se vanaglorian los representantes del totalitarismo cubano, sigue anclado en técnicas de la Guerra Fría.

Siguen sin enterarse de dos cosas: una, que Internet amplifica la señal y los de fuera también contamos la verdadera historia; y la otra y más importante, que quienes ejercen hoy el periodismo de conciencia son miles de activistas, intelectuales y artistas, todos con voces respetadas y reconocidas, a los que nos vamos sumando los que, como yo, llevamos años de exilio y segregación (practicada con sutileza cruel por los académicos carceleros, crecidos desde el miedo y el odio en los predios culturales de la Isla), pero que nos hemos labrado una autoridad intelectual desde el respeto y la transparencia, ejercida allí donde nos hemos anclado.

Resumiendo: la figura del disidente cubano es un personaje creado a partir de una marca en la frente sobre aquellos que viven y crecen pensando por sí mismos, escribiendo, reclamando, activando el arte

Para el poder ilegítimo de Cuba, los disidentes siempre han sido, desde el comienzo, aquellas personas vinculadas a la intelligentsia del país. Lo que ayer funcionó para un ególatra, en un amenazador congreso en 1971, hoy se convierte en el acto suicida de sus continuadores. Estamos en tiempos donde todo se ve, se oye y se sabe, a partir de ese complejo democrático que es el mundo online. Hasta ahora, quizá les haya funcionado. Pero creo que los que están hoy, no saben jugar el desgastado ajedrez imperial de la castrofagia.

Sumemos a esto que el juego intelectual de los nuevos guerrilleros del pensamiento es urbano, es vital, en movimiento perpetuo, a tono con sus lecturas, con sus másteres, con sus doctorados: una compleja yincana que esta vez se hace interminable, que conduce a conceptos y articulaciones que las cabezas que manipulan el país y los decadentes intelectuales y artistas de postín y del provecho ya no pueden interpretar. 

Ha comenzado la transformación hacia una libertad verdadera y sostenible: información, pensamiento y visibilidad, tres factores que hasta hoy no habían coincidido en el patio cubano. Quedan inaugurados, pues, los nuevos juegos.


Imagen de portada: Arrestro del periodista Boris González Arenas.




Sergio García Zamora: la poesía entre el símbolo y su ausencia - Virginia Ramírez Abreu

Sergio García Zamora: la poesía entre el símbolo y su ausencia

Virginia Ramírez Abreu

Quizás, a los casi cincuenta, ocurren estos descubrimientos reservados. Sergio, tus versos y tu libro Resurrección del cisne, ganador del Premio Internacional Rubén Darío, me han devuelto, una vez más, como antes lo hicieron otros, a la trepidante agonía que para mí es signo de que aún habito en la esperanza.