La revolución de la pandemia

La pandemia, COVID-19, coronavirus, etc. No importa cómo llamemos a este período de tiempo que nos obligó a estar en casa, lejos de nuestros seres queridos. Aislamiento o distanciamiento social: todos nos hemos visto privados del roce, los besos y los abrazos de una parte de la familia y los amigos. En cualquier caso, siempre es difícil aceptar los retos de la distancia, aunque en algunos casos, como el mío, estemos acostumbrados al trabajo desde casa.  

El primer efecto del coronavirus en mi vida, y en la de quienes me acompañan en este pequeño sueño llamado Cubalex, fue la ruptura de una rutina recién adquirida: levantarse todos los días para ir al trabajo y cumplir con un horario de la jornada laboral. Después de vernos forzados al exilio en 2017 y de superar los obstáculos de la migración, finalmente habíamos logrado nuestra propia oficina y, de pronto, otra vez nos vimos desde casa, ahora gracias a Zoom y otras aplicaciones. 

Estoy acostumbrada a trabajar desde casa. En Cuba la oficina estaba en mi vivienda, la diferencia es que era el lugar donde casi todos los días se reunía nuestro equipo de trabajo. Tiene sus ventajas. Ahorra en trasporte y tiempo, pero hay muy poco tiempo para el descanso u ocio. Cualquier hora de la mañana o de la madrugada está bien para trabajar, hasta que te creas una adicción o un refugio para escapar de tu realidad. 

El trabajo se incrementó, como también lo hizo la represión en la Isla. Detenciones, incomunicación y desapariciones forzadas, en la mayoría de los casos de corta duración; pero que nos pone en modo alerta. Un estado en el que la frustración hace estragos. Un chat que acorta la distancia, mientras del otro lado un familiar o un amigo te pregunta qué más puede hacer. 

No es solo el detenido: alguien espera un consejo del otro lado para reducir su ansiedad e impotencia. Mientras, en mi mente se activan esos recuerdos que te autorevictimizan y te colocan en la piel del que sufre el encierro. El frío en la celda, el hedor, la rata que desde el hueco del turco te mira apaciblemente. En tu mente preguntas a lo incierto qué pasará en tu casa, con la familia, o si alguien se acuerda de ti.

Documentar, analizar y elaborar estrategias para denunciar otro decreto que amordaza, multas draconianas, muertes por armas de fuego y violencia policial. Estuve varias veces a un milímetro de sufrir un infarto de miocardio por un ataque de ira, mientras leía los artículos de Granma o veía el Noticiero estelar. Ver programas de la televisión cubana, fuentes de derecho durante la pandemia, se convirtió en un insufrible castigo y parte del contenido de mi trabajo. 

Muchos asuntos que resolver, poco tiempo y personal para tramitarlos. Así ha sido el trabajo de Cubalex durante estos meses de cuarentena. Quizás por eso no sentí con tanta fuerza los efectos psicológicos del aislamiento. Quizás sea porque estoy acostumbrada a vivir con ellos desde que decidí convertirme en una abogada defensora de derechos humanos. 

Algunos se alejaron por desconfianza, otros me veían por como un peligro o mala influencia en su ambiente. De otros me alejé sencillamente para protegerlos. Mi familia, aunque numerosa, se redujo. No todos se atrevían a visitar mi casa, y yo les respondí con reciprocidad. Tampoco me generaba confianza sentarme a tomar un café con el vecino. 

El aislamiento te protege de esa mirada indiscreta que te juzga por tomarte una cerveza, o disfrutar de una cena en un buen restaurante con tu familia. Del que se te acerca con la intención de hacerte pecar, para presionarte y obtener al fin tu rendición. Te aíslas, aunque tu vida sea pública y las personas teman saludarte. El refugio político no cambió mi situación. La barrera lingüística hizo más inexistente mi vida social. 

El nuevo coronavirus no ha revolucionado mi vida personal, pero ha trazado retos inimaginables en mi entorno más cercano, donde solo están, y continúan, mi hijo y mi teléfono. Bendito aparato que me trae a diario la voz de mi madre, como una caricia. 

La COVID-19 aumentó mi sufrimiento, el miedo a que enfermara alguna de las personas que llevo años añorando abrazar, a no volver a sentir el mimo de buena parte de mis seres queridos. Me trajo de nuevo a casa exceso de trabajo, acompañado de muchas tazas de café, pero también recuerdos tristes de otros tiempos.




Tratando de encontrar esa idea... - Sergio Boris Concepción Silva

Tratando de encontrar esa idea…

Sergio Boris Concepción Silva

Pensar, pensar como si no hubiera un mañana, o quizás pensar en todo lo que quería hacer ese día de mañana, y así, dándole vueltas a mi cabeza, tratando de encontrar esa idea, me volqué completamente en mi lucha: la protección animal.