Mi desinterés por la política y sus predios me alejó durante toda mi vida de las dinámicas propias del llamado arte político y, por extensión, de los dominios de sus censores.
Sin embargo, en el transcurso del último año algo cambió, la atmosfera se tornó demasiado plomiza. De respirar ese aire enrarecido surgieron las pinturas de los libreros ardiendo, que están inspiradas en lo que he dado en llamar el “Efecto Torquemada en la cultura cubana”.
En medio de semejante estado de cosas surge también Algo vivo dentro de algo muerto, como parte del proyecto independiente Salón de Protocolo. Esta es una pieza que he dedicado a todas las personas que han sido confinadas, de uno u otro modo, por disentir del poder político imperante en Cuba. Habla de la necesidad de rebasar los límites impuestos por un espacio reducido. Ese espacio que puede ser una celda, un país, un cuerpo o un concepto rígido.
Luego aparecen las instituciones “culturales” con esta locura de la Bienal de La Habana, que se propone en un contexto y momento en el que luce más como un objeto anacrónico que como un evento de arte.
La Bienal es un pequeño parche, un circo de gradas vacías donde pretenden que abunden los payasos dóciles y los malabaristas astutos.
Algo vivo dentro de algo muerto, 2021. Masa de pan leudada y horneada dentro de jaula metálica.
Simplemente por disentir
Tengo mi historia personal. Fui invitada a la Bienal de La Habana de 2003. Presenté mi proyecto acompañado de un texto de la crítica cubana Clara Astiazarán. Ambos fueron censurados.