Soy una artista e intelectual cubana de 60 años, con treinta y cinco de labor profesional. Fui excluida —por la puesta en forma de mis principios— del contexto artístico y promocional oficial de Cuba desde hace veinticinco años; llevo veintisiete como curadora y productora de Espacio Aglutinador, donde se realiza un trabajo cultural altruista, democrático y realmente independiente —sin caer en politiquerías ni demagogias de ninguna índole— creando proyectos y becas para apoyar a artistas titulados, autodidactas y estudiantes de arte —todos de bajos recursos— como es el caso de los proyectos PERRO (Experimento # 1 y 2), concursos sin jurado, eventos colectivos y personales, conciertos de música, talleres de arte, lecturas literarias, charlas con artistas y escritores, muestras de tesis del ISA, etc. Estudiantes de Artes y Letras de Cuba y del extranjero han realizado sus tesis de graduación, en sus respectivas universidades, basadas temáticamente en Espacio Aglutinador y en mi obra. En diversas bibliotecas, centros de arte y museos del mundo se encuentran en colección algunos libros y catálogos nuestros.
En 2008 Espacio Aglutinador quedó entre las 110 mejores galerías del mundo y entre las 3 mejores de Latinoamérica, en una encuesta que hiciera la revista Flash Art de New York con importantes críticos, teóricos, curadores y artistas.
A pesar de todo esto, el 19 de febrero de 2017, a mi regreso de New York, fui tratada como una delincuente común en la Aduana de la Terminal 3 de La Habana. Se me retuvo el pasaporte durante cinco horas en el chequeo de aduana, lo cual me hizo suponer que me estaban esperando; posteriormente, me dijeron que pusiera todo mi equipaje en el piso para pasar por los perros, lo cual también hicieron conmigo, —como si yo fuera una traficante de drogas—. Tuve que abrir mi equipaje para una exhaustiva revisión y me fueron decomisados 17 catálogos de arte pertenecientes al programa Malditos de la posguerra que se realizó en Espacio Aglutinador, durante el período 2016-2018.
Los catálogos decomisados fueron colocados sobre una mesa en el mismo salón de arribo, con un cartel con grandes letras —que sujetaron por detrás— que decía “EVIDENCIAS”. Procedieron a fotografiar la mesa con toda esta arquitectura diabólica.
Posteriormente, un funcionario de la aduana tomó uno de los libros y se fue a otro departamento, a la media hora regresó con el libro y me dijo, sin mirarme a los ojos, que era propaganda contrarrevolucionaria y que yo estaba violando la Resolución 5-96 (Gaceta Oficial de la República, 21 de marzo de 1996):
“Primero: Se prohíbe la importación y exportación por viajeros y mediante envíos de libros, pinturas y cintas magnetofónicas y de video, grabados, publicaciones, figuras y cualquier otro objeto cuyo contenido sea contrario a la moral y a las buenas costumbres o que vayan contra los intereses generales de la nación”.
También retuvieron mi equipo de trabajo, un videoproyector y, entre mis objetos personales, un disco externo, un tablety una cámara fotográfica, y me dijeron que tenía que esperar sesenta días para saber si me los iban a decomisar o no definitivamente. Estos equipos —parte de una donación que realizaron artistas, profesores, amigos, curadores, teóricos e intelectuales, a través de un crowdfunding, para un mejor funcionamiento de las actividades de Espacio Aglutinador— cumplían con los requisitos de las normas aduanales y, por tanto, no existía ningún alegato para ser retenidos.
Luego de varias horas de espera, de no sé qué, fui conducida a un cubículo en donde había una mesa con tubos de ensayo llenos de sangre extraída supuestamente a otros pasajeros y me dijeron que me sentara allí un rato. Después me pasaron a un pequeño cuartito en donde me tomaron rayos X. No se me ofrecía ninguna explicación de por qué estaba siendo tratada de este modo.
Al rato intentaron que yo firmara —a lo que me negué— un documento en el cual se me imponía la sanción de decomiso de los catálogos y mis artículos personales ya que, supuestamente, yo había violado dicho decreto aduanal. Como no lo firmé, lo hicieron por mí dos testigos del personal de Aduana.
Las apelaciones duraron tres meses; se logró la devolución de los equipos, pero nunca la de los libros.
Descripción del libro-catálogo
Título: “Malditos de la posguerra”. Otro libro de Arte proscrito.
Edición: Espacio Aglutinador.
Textos críticos e informativos a cargo de los artistas, curadores, periodistas y críticos de arte: Orlando Hernández, Iván de la Nuez, Maite Díaz González, Magaly Espinosa, Gerardo Mosquera, Coco Fusco, Yanelys Núñez, Sandra Ceballos, José A. Évora, Alejandro Valdés, Paco Barragán y Chago Armada.
Este libro responde a un programa de exhibiciones de obras y documentación —en su mayor parte— de proyectos y performances realizados por diversos creadores víctimas de la intolerancia y la prepotencia.
El objetivo fue recopilar los resultados de una investigación que llevara yo a cabo, apoyada por importantes testimonios de artistas, familiares, profesores, investigadores, periodistas e historiadores de arte, sobre las injusticias cometidasdesde 1959 hasta 2016 contra algunos artistas dentro del sector de las artes visuales (víctimas de la censura, ataques mediáticos, discriminación por raza, estatus social, tendencias sexuales, personalidad, no poseer un título académico, creencias religiosas, inclinaciones políticas, filosóficas e ideológicas) por parte de algunos ejecutivos institucionales, periodistas, críticos de arte, especialistas, curadores y también artistas “consejeros”, vinculados fielmente a estos arañadores/decantadores con poder. En este punto vale mencionar la actitud valiente y sensata de profesionales que sí renunciaron o que fueron expulsados de sus cargos por negarse a bajar la cabeza sumisos ante los represores de la cultura; entre ellos, algunos funcionarios de instituciones, galeristas, especialistas de arte, críticos y curadores.
Con Malditos de la posguerra se intenta hacer justicia —al menos para un grupo de creadores—; es historia, se narran hechos, se muestran fieles testimonios como prueba, opiniones de profesionales; es una declaración de principios y una lección de libertad de expresión. Sin embargo, este libro-testimonio y yo fuimos víctimas de lo mismo que se denuncia en él.
Pero esto no tiene fin: nuevas generaciones se gradúan de las facultades destinadas a la cultura e inmediatamente se colocan en cargos oficiales, revistas, galerías, etc., y organizan sus pequeños guetos de artistas —polillas de instituciones— que apoyan —muchos de ellos oportunista e hipócritamente— el sistema totalitario pseudoestalinista cubano. Siguen quedando afuera los OTROS (90% de los creadores). Presentes están también los que, aunque muchas veces no estén de acuerdo con las metodologías represoras, finalmente se abstienen ante ellas para poder escalar y, en algún momento, no muy muy lejano, cruzar el puente hacia el otro planeta, es decir, el planeta Tierra.
Han pasado cuatro años de los sucesos y los conflictos se han endurecido a tal punto que el país se encuentra en una extrema decadencia político-humanitaria.
Ahora, más de 700 jóvenes y mayores, de diversos estratos sociales (entre ellos nuestros colegas artistas y periodistas), están presos injustamente en cárceles de alta seguridad; otros activistas, curadores, creadores y fotógrafos son mantenidos bajo prisión domiciliaria en sus propias residencias, acusados por exigir libertad y derechos; es decir, por expresar y proponer fundamentos progresistas y democráticos. Ese es el único delito.
La Bienal de La Habana no se puede desligar de este fenómeno; pero como expresa Toirac en su cínico comentario, apoyando al Gobierno totalitario, siempre se ha hecho con dificultades, y sí, porque existen desde hace sesenta y dosaños, pero nunca bajo una crisis como la que está sobreviviendo este pueblo en estos momentos: Agresiones físicas a las personas que pretenden establecer diálogos y manifestarse pacíficamente, golpes, disparos horizontales con víctimas mortales, abusos y ensañamiento con menores de edad, difamaciones mediáticas contra algunos artistas y opositores, amenazas, insultos, chantajes, vejaciones, desapariciones, destrucción de obras de arte, allanamientos de morada sin orden judicial en donde se apropian de bienes personales, documentos y hasta fotos de familia que nunca son devueltos.
Encarcelamientos de personas —sin haber cometido delitos que justifiquen este tipo de sentencia— muchos sin derecho a defensa, ni siquiera a las llamadas telefónicas —reglamentarias para reos— a familiares o amigos; prisiones domiciliarias de más de ciento sesenta días, mítines de repudio en los cuales gritan obscenidades en el medio de la calle —creando “desorden público”—, agrediendo —además— las residencias privadas de los activistas con pintadas y lanzamientos de objetos, suspensión de Internet y teléfonos privados fijos, destrucción o apropiación de los teléfonos celulares; por último, la aplicación del exilio a artistas que no son criminales ni terroristas, ni han violado ninguna ley constitutiva.
Por otro lado, en estos momentos se sufre una pandemia letal que ha costado la vida de más de mil personas en Cuba, muchas de ellas muertas por falta de medicamentos, personal de salud —que es exportado por Gobierno como si fueran mercancía—, oxígeno y ambulancias.
Los médicos y las enfermeras se quejan de la falta de equipamiento de protección, algunos han sido apresados, amenazados y expulsados por denunciar la negligencia gubernamental y la falta de apoyo. Otros están renunciando por temor a contagiarse por la insuficiente protección y limpieza, y un buen número ha muerto por Covid como consecuencia de esta nefasta infraestructura y desorganización.
Insertada en todo este desastre, también realizan una reforma salarial que se convirtió en una inflación caótica que ha generado una mayor corrupción a todos los niveles, llevando al cubano de a pie a una miseria sin reparo. Muchos ancianos y ancianas desesperados no pueden comer lo que deberían porque no les alcanzan sus pensiones ni para una semana. He podido apreciar en los mercados agropecuarios abuelos y abuelas comprando dos o tres platanitos porque no pueden para más —también por los desproporcionados precios que le ponen a los productos—; precios que según los vendedores aumentan cada tres o cuatro días porque se trata del “sistema oferta-demanda”. Madres que no pueden calzar a sus hijos menores de edad porque no existen tiendas estatales que vendan calzado ni ropa y tienen que recurrir a un mercado privado en donde los precios de tan solo un par de tenis supera dos veces su ganancia monetaria mensual.
Una situación que se hace inconcebible es que cada día que pasa el Estado abre más mercados de alimentos y otros productos de primera necesidad para vender solo en MLC, moneda que no gana ningún trabajador en Cuba. El salario mínimo es de 2 100 CUP, lo cual equivale a 28 MLC (o euros) al mes; pero lo peor es que esta situación obliga a la mayoría del pueblo a delinquir porque es la única manera que tienen de sobrevivir aquellos que no reciben financiamiento de sus familiares y amigos que residen fuera del país.
El Banco Nacional de Cuba no vende euros ni dólares a los cubanos, por lo cual las personas que no reciben ayuda monetaria desde el exterior tienen que recurrir al mercado alternativo o como le llaman, la ilegalidad de cambio, comprar los dólares y luego los euros o directamente los euros, o el MLC por transferencia personal. Un pensionado o un trabajador asalariado tiene que pagar entre 70 u 80 pesos cubanos por un euro y después hacer cuatro o cinco horas de cola para comprar muy pocos productos.
Esto que he narrado es un país en ruina total, política, económica, social, humana, con una estructura judicial sumisa sin derecho a una autodeterminación que responde directamente a funcionarios gubernamentales y, por ende, injusta.
Todo esto también es Bienal, porque se va a hacer aquí —no en Groenlandia— bajo esta coyuntura.
Que Dios perdone a los artistas que separen el arte de la vida y la vida en sociedad es política, es condición humana, es solidaridad. Apoyar la Bienal es vetar y obviar el sufrimiento de los cubanos.
Me pregunto cómo es posible que un ser humano pensante —sin Alzheimer ni demencia senil— se le ocurra realizar una bienal de arte, que es algo festivo y costoso, bajo estas horribles circunstancias que está viviendo este pueblo.
Por qué en vez de desviar recursos y dinero para subvencionar esa Bienal no lo invierten en adquirir medicamentos,alimentos, leche para los niños, medios de protección para los médicos, enfermeras y personal de limpieza, equipamientos para los hospitales y policlínicos.
Por qué no lo invierten en cloro para que los cubanos puedan protegerse de la pandemia, que ya no hay con qué desinfectar en los hogares y establecimientos públicos.
Por qué no lo emplean en equipos e insumos para producir alimentos para el pueblo.
Por qué en lugar de comprar carros lujosos para el turismo —como acaban de hacer— no compran ambulancias condicionadas para que no mueran por la pandemia más personas que viven en lugares apartados en las diferentes provincias del país.
¿Será que es más importante aparentar ante la opinión pública internacional que no está pasando nada y que los artistas apoyan al Gobierno?
Por diversos medios de comunicación y redes sociales promueven todo el tiempo un psicótico exceso de ideología y mentiras desde que amanece, manipulando y contaminando las mentes masivamente, lo cual no es otra cosa que esa necesidad patológica prepotente de afianzarse y mantenerse en el trono a pesar del sacrificio de 11 millones de personas, de las cuales un porciento es obligado a apoyar al Gobierno —para no perder trabajos o estudios—; otro porciento lo apoya hipócritamente, esperando ansioso el momento de partir; y están los oportunistas y los que aún no han despertado, o prefieren no despertar.
Ahora Cuba es un país enfermo, destruido —estatal y masivamente financiado por esos mismos que viven en USA o Europa, y que se fueron de Cuba tildados de traidores y escoria—, lleno de gente mal alimentada enfermando —no solo de Covid— por falta de vitaminas, calcio y proteínas, desgastándose en enormes colas, buscando —como zombis— comida, medicinas y a quien estafar para seguir viviendo, qué robar, qué negocio montar, qué artículo de uso personal vender o revender para poder alimentar a sus hijos y ancianos.
La miseria enquistada por sesenta y dos años ha exacerbado el lado oscuro del ser humano en nuestro país (hipocresía,traición, oportunismo, mitomanía) en su intento por sobrevivir en una enorme prisión rodeada de agua, sin opciones ni esperanzas.
Como en el libro de Paul Auster, El país de las últimas cosas.
Plegaria a la No Bienal
Digo No a la Bienal de La Habana mientras haya un artista preso en cárceles cubanas o bajo detención domiciliaria.