Tras casi dos años de vivir en Nicaragua, regresé a Cuba en 2007 con la esperanza de que la larga “novela” social se terminaba o comenzaba algo diferente. El líder de la llamada Revolución cubana se retiraba y ocurría un cambio desde el bullpen de la nomenclatura cubana con una madeja de interrogantes, aún en voz baja, respecto a qué iba a suceder.
Pero el atontamiento social continuaba, o estaba ya “metido en sangre”, y era muy difícil desperezarse ante la aparente salida del juego del infiel y castrante personaje. Casi pisando la escalera para bajarme del avión en La Habana, confirmé mi sospecha de que todo lo que vendría tras ese año sería una extensión de las sombras largas del dios muerto —aunque pasaron más años para ese deceso físico, su mal influjo aún persiste como energía faraónica que parece llevarse a todos consigo a su “inferno”.
Es en ese retorno que Victoria (Vicky) M. Gallardo y yo ganamos el premio de curaduría de la Ciudad de La Habana con el proyecto VOSTOK —en relación con los remanentes del postsovietismo en Cuba—. Hamlet Lavastida fue de los artistas con los que trabajamos. Ya había hecho una muestra de videos en el ICAIC donde él había colaborado mediante un curioso dueto con Javier Castro; ambos ya se movían con ese sentido mordaz. Había impartido talleres en la Cátedra Arte de Conducta, convidado por Tania Bruguera, y Hamlet había sido parte de ella.
Pero con VOSTOK los dos nos vinculamos directamente en la edición de sus stop motions, la digitalización de muchos documentos que le eran necesarios para sus obras y la ayuda en la producción de algunas.
Durante el proceso de esta intervención y exhibición, un día que no estábamos trabajando en el lugar, enviaron una “brigada de respuesta rápida” que intentó romper las piezas de Ezequiel Suárez y cubrieron parcialmente con pintura la intervención de Hamlet, tildada de “contrarrevolucionaria”. No pudieron hacer más porque los mismos trabajadores del espacio donde realizábamos la parte interventiva, casi a golpes, lograron contenerlos y tuve una fuerte discusión con el “jefe” de la brigada.
La obra afectada era la transcripción de los textos publicados en la revista Bohemia, que registró el proceso de la llamada “microfracción” durante los años 60. Hamlet lo que hizo fue plasmar los textos en las paredes mediante su método de plantillas caladas. Tras todo lo ocurrido, un evidente acto de usual vandalismo disfrazado, el día de la inauguración logramos poner en ridículo público a los representantes del Gobierno y el PCC, quienes tuvieron el descaro de presentarse en el espacio junto a los representantes en esos momentos del Consejo Nacional de las Artes Plásticas (CNAP) de Cuba.
Ese vínculo con Hamlet no se detuvo, lo pensamos esencial para la muestra HOPE (2017), de Media, Post Media y New Media cubanos, en el Pacific Standard Time/LALA con el Getty Fund-artlab21-MATROSKA en El Segundo Museum of Arts, Los Ángeles, y en otras experiencias en Alemania y algunas potenciales en México. Porque es un artista imprescindible al referirnos al arte cubano contemporáneo. Y si nos remitimos a una sensibilidad indagatoria peculiar, en relación con los entresijos del poder y sus engaños.
Me duele lo que le sucede hoy a Hamlet, a quien le profeso un gran cariño y admiración por su inteligencia y capacidad artística. Y aunque reservo otras letras para otros espacios, he querido compartir lo que fue el resumen de mi trabajo como tutor de su tesis de grado, en la Facultad de Artes Visuales del ISA.
Durante la deliberación del jurado académico para determinar la nota final de su examen, el profesor de la Facultad y, sobre todo, el representante del PCC, abrió su expediente estudiantil y se propuso mencionar las “manchas en el expediente” de Hamlet para argumentar que no podía obtener la máxima calificación —la cual yo proponía y era apoyada, además, por parte del jurado. Fue cuando percibí que se le pretendía dar un escarmiento por ser un artista incómodo.
Evidentemente el “aparatische” intentaba hacer de las suyas. Perdí el control y sin importarme nada ni nadie, arremetí con un golpe sobre la mesa al tiempo que vomitaba el asco que me hacía sentir aquella escena amañada a lo oficialista y vulgar.
A continuación, ofrezco una copia de mi dictamen tutorial a la tesis de Hamlet Lavastida, un artista incómodo que trasciende desde hace años la condición de expresarse como investigador a través del arte, sobre las imposturas e injusticias escondidas. Esas y muchas otras razones me atraen a su obra. Como acá queda demostrado.
Galería
Hamlet Lavastida, «microtraición o macrofracción», Intervención en Taller Vostok 1. Muestra VOSTOK, noviembre de 2007.
Facultad de Artes Plásticas del Instituto Superior de Arte
Curso: 2008-2009
Dictamen de Tesis de Tutor
Título: El orden de las cosas
Estudiante: Hamlet Lavastida Cordoví
Tutor: MsC. Frency Fernández
He tenido el gusto de ver a un creador, Hamlet Lavastida, que en su calidad de estudiante que culmina sus estudios de nivel superior ha sabido investigar con casi total autonomía para fomentar una obra que recupera el criticismo acaso apagado hace unos años, dentro de los fueros de un arte cubano más dado a lo tropológico y a lo escurridizo. Hamlet, junto a otros recientemente, devuelve esa manera de hacer que refrescó una parte de los ochenta en nuestra plástica, más sabiendo de la importancia del arte como parte del terreno de la expresión poética y estética.
En su Tesis es notable ese grado de conciencia, derivado de una parte de sus obras, pues ha desarrollado producciones en relación, no solo, con el graffiti, el calado y el estarcido; sino además el video, la performance, la pintura. El cuerpo textual que propone responde a un afán investigativo notable, que se adecua de un modo muy coherente a las objetivaciones que se ha propuesto, con un grado de claridad que revela su capacidad de pensar, de intelectualizar y exteriorizar en obra una sensibilidad dada a percibir en los resquicios y las sutilezas de las trampas del discurso ideo-social y político, hasta erigirlo en temas aún posibles de ser comentados, recreados y puestos en evidencia —como contradicciones— dentro de un proceso de arte visual.
Hamlet respira bastante de una herencia del conceptualismo —duro— de los años sesenta y setenta, en simbiosis con otras ganancias provenientes del minimalismo. Es una persona a gusto con el valor de la escritura como texto e imagen. Juega dentro de ella con un sarcasmo que puede llegar a lo cáustico, por cuanto penetra en las contradicciones, paradojas e imposturas de nuestra Historia, de su manipulación y silenciamiento por parte del Poder para generar esa amnesia social que nos ha llevado hasta el punto de un trauma antropológico en el presente cubano. Es inclusivo de una estética que parodia con sorna lo épico de un kitsch oficialista. Y así se burla de la retórica y la tautología que, como aguja punzante y sigilosa, se mete en las cabezas de la masa para enmudecerla y maniatarla. Mas su metodología nos vuelve a situar ante un arte problemático, que recupera lo revolucionario para evidenciar la traición a esos mismos principios emancipadores, en nombre de un proceso congelado, escindido de su base, hasta expresarse en una presunta inmovilidad gerontocrática.
Y ese escollo en el que Hamlet nos sitúa, potenciando al espectador como ente acomodaticio, o subversivo, como ser que se debate ideológicamente, bien habla de un arte urgido de la conciencia y la ética. No obstante, Hamlet manipula al público que, entre perspicaz y prejuiciado, percibe su obra dentro de esos márgenes de lo problemático. Entonces él delata a ese espectador como el que realmente potencia o padece los llamados “problemas ideológicos”. Su obra muchas veces (re)visita momentos fundacionales de nuestra realidad casi como un copista, sin alterar nada del contenido discursivo que en ella se contenga. Entonces cualquier alarmado es, matemática y fácticamente hablando, el portador del problema a partir de lo que le atribuye a la obra. Esto lo he constatado en varias ocasiones. Hasta el punto de Hamlet jugar con otros niveles dentro del campo más especializado, porque revela la ignorancia, la mediocridad, la grisura de ciertos colegas, profesores, curadores o críticos de arte. Y esto me causa mucho placer: porque él con su molotov, como varios de nosotros, nos hartamos de la falta de riesgo, el miedo, el estancamiento y el oportunismo de unos cuantos artistas y de determinados (de)“formadores” —alguno hoy aquí presente— del campo del arte, que han mellado el valor del aprendizaje, la experimentación y el arte que se nutre de lo intelectual, la experiencia, el proceso y la realidad, para mover el piso de estos espacios de abulia que hoy pisamos.
He tenido la posibilidad de trabajar con él en varias ocasiones. De aprender con él sobre esos resquicios ocultos en la Historia. Notando su disciplina para trabajar en proyectos de exposiciones con una efectividad que me motiva siempre a tenerlo presente para propuestas futuras. Tras toda su apariencia de anarquista, se halla un creador que sabe cómo operar con los medios del arte, cuándo hacer stop en el desarrollo de sus series. Como esta, El orden de las cosas, que hoy cierra eventualmente un capítulo dentro de su producción.
Por ese grado de conciencia, que debe implicar a toda tesis e investigación, y a mucho arte, por esa manera suya de saber cómo ejecutar con independencia y resolución lo que le impulsa a crear, por esa armonía y claridad que le caracteriza en cuanto a saber fundamentar sus conceptos y modos de hacer su arte, es que esta Tesis adquiere una lucidez, honestidad y valentía que debe llamarnos la atención sobre la necesidad de recuperar espíritus o fuerzas adormecidas, como la de ese ademán crítico que se ha solapado dentro de la pasarela que se ha ido erigiendo en torno a una parte del arte contemporáneo nuestro.
Por todo eso, aunque falten más loas de mi parte, solicito la máxima calificación.
MsC. Frency Fernández Rosales
Ciudad de La Habana, 19 de junio de 2009
C.c. de archivo
© Imágenes de la galería por cortesía de Frency Fernández Rosales.
© Imagen de portada por cortesía de Raychel Carrión.
Caso Hamlet Lavastida (VI)
La Seguridad del Estado cambia la acusación a Hamlet Lavastida, de “instigación a delinquir” a “incitación a la rebelión”. Argumentos: algunos posts publicados en redes sociales durante el acuartelamiento de San Isidro.