Dejémosle a Luis Manuel Otero el silencio, es decir, el silencio de la Creación, y no nos azoremos tanto; la vida dirá.
¿Quién puede hoy —y desde hace tiempo— afirmar quién es artista o no, qué cosa es arte o no?
Si es un “mercenario” no lo sabemos. ¿Alguien puede probarlo? No son esas subjetividades las que condenan las autoridades cubanas hoy. ¿O sí?
En los últimos meses redacté más de una nota para avalar el ingreso en el Registro del Creador a personas que me lo pidieron. Si Luis Manuel me hubiera pedido una, se la habría hecho, más allá de que me guste o no su obra, de que la comprenda o no. En verdad creo que tiene piezas admirables.
¿El performance de Luis Manuel envuelto o tendido sobre la bandera cubana es más criminal que todo el tiempo que invierten nuestras autoridades en enjuiciarle, como si no tuviésemos otra cosa más productiva que hacer? ¿O de verdad hay que creerse que todo lo mal que andamos es culpa del bloqueo?
Nadie en su sano juicio dedicaría sesenta años de su vida a echarle la culpa de su desgracia al vecino —mucho menos invertir los exiguos recursos en ello—, porque sesenta años son, en efecto, la vida. Y acá todavía nos damos el lujo de ese devaneo.
Nosotros teníamos la tierra y teníamos el mar para salir adelante, teníamos, además, la fuerza y la fe; en sesenta años la culpa es nuestra, todita nuestra. O de ustedes. ¿Qué es la obra de Luis Manuel Otero comparada con este crimen mayor? ¿Y comparada, por ejemplo, con el crimen de escucharle gritar a un niño, como publiqué hace un par de días en un comentario a un amigo: “Pioneros por el Comunismo, seremos como el Che”? Eso no nos escandaliza ni lo condena nadie, y seguimos propiciando —o permitiendo— el activismo político de nuestros hijos cuando no tienen edad para ello, ni nos toca.
¿Y cuántos de nuestros artistas trabajaron ya la figura del héroe, o del símbolo patrio, que hoy es pecado? ¿Para qué hacer ese recuento? Sus piezas están en el Museo Nacional de Bellas Artes.
¿Y de qué va uno a hablar? ¿De qué se nos pide que hablemos? ¿O estamos volviendo al “cómo” hay que hacerlo?
Cuando en el 94 hice la foto de la bandera, que recién Magela Garcés ha publicado, y dicho sea de paso es mi primera foto, yo estaba muriendo de rabia. No exactamente por los que se lanzaron al mar, sino por las condiciones que los obligaron a lanzarse. La pieza, sin título, pertenece a una serie que nombré: Ojos que te vieron ir… ¿Tendría algo más qué explicar?
Esa misma rabia está hoy, ahora mismo, colgada en Factoría Habana, aun cuando la modelo es otra y sonría entre mariposas y flores. No todo es tirarse un cubo de mierda encima. ¿Será que estoy presa y no lo sé? ¿Cómo maniatar un sentimiento, una idea?
Por aquellos años guardé un recorte de una de nuestras revistas de turismo que ahora, lamentablemente, no pude encontrar. En la foto, a página completa, una modelo —debo decir que mulata—, miraba al horizonte envuelta en una toalla que era una bandera cubana. El mar, el sol, la arena, ya se sabe. Cuba como el producto en que, de manera desesperada, necesitaba convertirse. ¿Alguien le preguntó a Luis Manuel Otero acerca de su desesperación?
Entonces también aparecieron los pulóveres y las gorritas, todos con banderas cubanas, etc., para vendérselas a los turistas. Tuvimos que acostumbrarnos, porque aquello era lo nunca visto.
¿Por cuánto, años atrás, una bandera cubana habría sido impresa en una toalla, si la bandera no podía nunca tocar el suelo? Y eso no fue hecho por ninguno de nosotros. Lo hizo el Gobierno cubano.
Mi foto de la bandera era también la respuesta a todo eso. A ese no entender nada. A ese andar descolocado, hasta hoy. ¿Qué se le reprocha a Luis Manuel? ¿Cuántos de nosotros hemos sido formados en academias para que luego sirvan de garante a una praxis? ¿Si escogemos el camino “equivocado”, entonces la culpa es de la Academia? En ese sentido, y en lo que respecta a Luis Manuel, la Academia, hoy, podrá respirar de alivio.
Nuestra generación un día también dijo: “Dinos qué otra cosa tenemos que hacer”, pero no nos creyeron. Hoy nuestros padres ya están muertos, o muy viejos y cansados, y nuestros hijos se fueron. Aquí ya no queda nadie para soportar tanta chapuza.