En Francia, a fines del siglo XIX, el encarcelamiento y la condena del capitán Dreyfus provocó una ola de críticas y protestas de un gran número de escritores, los más conocidos de ellos Émile Zola, Anatole France, Léon Blum, y Marcel Proust. La postura de estos autores al lanzarse a la esfera pública y reclamar justicia fue el acto distintivo del nacimiento del intelectual como sujeto histórico.
El derecho al escándalo, al pataleo, representó el inicio de una larga tradición de interpelar al poder e intervenir el espacio público. En Cuba, este derecho tiene una larga historia de censura y represión. El Estado revolucionario posterior a 1959 convirtió la crítica intelectual en un problema político y en un acto cuasi criminal.
En 1961, la comisión de estudio y clasificación de películas del ICAIC censuró el cortometraje P.M, dirigido por Sabá Cabrera Infante y Orlando Jiménez Leal, porque podía “desfigurar y empobrecer la actitud que mantiene el pueblo cubano contra los ataques arteros de la contrarrevolución a las órdenes del imperialismo yanqui”.
En 1965, el poeta norteamericano Allen Ginsberg fue expulsado de La Habana —tras haber sido invitado a ser parte del jurado del premio literario de Casa de las Américas— por reunirse con autores de Ediciones El Puente y por comentarios críticos a la imagen de Fidel Castro.
En 1971, Heberto Padilla, después de haber sido apresado, comparecía ante un juzgado de semejantes por sus actitudes contrarrevolucionarias.
Entre 1974 y 1976, Reinaldo Arenas fue encarcelado en la prisión de El Morro.
En el año 2003, por “actos contra la independencia, estabilidad e integridad nacional y económica del país”, fueron condenadas 75 personas, en su mayoría periodistas independientes; el suceso es conocido como “la Primavera Negra de Cuba”.
Este mínimo recorrido permite situarnos hoy ante el caso de Luis Manuel Otero Alcántara. Primero, porque Luis Manuel Otero es un ARTISTA, y se inserta en una larga tradición de crítica social y política a través del arte y sus distintas expresiones. Segundo, porque lo que hoy está sucediendo con él no es un suceso único, singular o aislado: forma parte de una historia de dominación y violencia política, es un proceso típico y orgánico del sistema cubano y de sus prácticas totalitarias.
En todos estos casos, como en el de Luisma, se han utilizado rejuegos y artilugios penales para enmascarar el terror y la censura. A lo largo de sesenta años, las excusas se han movido entre “plaza sitiada”, “armas al enemigo”, “contrarrevolución”, “ultraje a símbolos patrios” o “daños a la propiedad”. La criminalización del sujeto crítico, intelectual o artista, ha sido una de las prácticas más recurrentes para eliminarlo del panorama público.
Luisma lleva tiempo golpeando los límites del poder, le habla de frente, lo enjuicia con una sonrisa que no pueden controlar. Es libre, sigue siendo libre aun en prisión, y eso es algo que un sistema totalitario ni comprende ni puede perdonar.
Cada vez que Luis Manuel Otero es encarcelado, injusta y violentamente, todxs estamos siendo encarcelados. Y no me refiero aquí al banal discurso de la unidad de la nación en tiempos de crisis: el juicio contra Luis Manuel es un juicio contra la voluntad de pensar y la necesidad de actuar.
Valdría la pena preguntarnos: ¿cómo podemos lidiar moral y personalmente con la represión, con el encarcelamiento de Luis Manuel Otero?
No tengo una respuesta. Lo que sí sé es que, ante la banalidad del mal que nos rodea, la empatía, los afectos y la decencia se vuelven actos de sublevación.
(Ciudad de México)