Del odio y el tonto útil

El discurso del odio está tipificado como una de las formas de minorización de un sector determinado de la sociedad. En Cuba, el racismo, la homofobia, la xenofobia y cualquier forma discriminatoria, están precedidos por la creación de las nociones culturales que definen la segregación. Los victimarios encierran en conceptos como nacionalismo, patria o revolución, la idea emocional de que cualquier tipo de crítica es en sí un acto contrario a dichos conceptos.

En la sociedad cubana, los grupos de vulnerabilidad son aquellos que buscan expresar un pensamiento diferente. No tienen que oponerse al sistema para ser catalogados como tal, da igual que sean ambientalistas o provida, defensores del bienestar animal o activistas a favor de los derechos de comunidades excluidas. El discurso del odio afecta a todos aquellos que de forma implícita o explícita manifiestan una verdad contraria a la narrativa de enfrentamiento del oficialismo.

La dictadura cubana ha utilizado el sentimiento de pertenencia para fomentar el odio por exclusión. Todo lo que se oponga es considerado enemigo y los procesos de manipulación de la conciencia han permeado casi todos los niveles del discurso público.  

Se dice que Lenin se burlaba de los pallezniy, aquellos simpatizantes del régimen que, críticos o no, ponían toda su fe en la viabilidad del sistema, aunque eran profundamente despreciados por las élites. La actitud del pallezniy favorece las formas de control dictatorial, las refrenda con su discurso y propicia la supresión de derechos y libertades fundamentales. 

La traducción más cercana del pallezniy leninista es la de “tonto útil”.

El proyecto socialista cubano ha disfrutado de un ejército de tontos útiles que van desde Jean Paul Sartre al movimiento Black Live Matters, pasando por García Márquez y no se sabe ya cuántos. Pero más allá del apoyo externo, el colaboracionismo interno es muchísimo más peligroso porque bajo ciertas circunstancias es capaz de manifestar apoyo a la dictadura a la que supuestamente se opone.  

Dentro del panorama intelectual cubano es muy común la participación de un sector colaborativo atrapado en las referencias simbólicas y emocionales que utiliza el discurso oficial. En Cuba, conceptos como soberanía, imperio, o bloqueo se han constituido como baluartes de pensamiento colectivo, desprovistos de todo vínculo con la realidad, pero afincados en la conducta social.  

Ante dichos conceptos se nubla el cuestionamiento, no hay análisis, se dan por válidos e inamovibles. Una intervención militar desde los Estados Unidos no ha sido contemplada al menos por las últimas ocho administraciones, sin embargo, el discurso de la dictadura ha calado tan profundamente que, incluso en la diáspora, unos la demandan mientras otros la condenan. El supuesto no existe, no ha lugar, está vacío, quien lo enarbola le hace el juego al régimen, con mejores o peores intenciones.

La narrativa de la dictadura tiene en la soberanía otro de sus pilares de odio. Es curioso que un país que entregó su soberanía económica al “campo socialista”, que no ha logrado la independencia productiva y que ha cedido constantemente espacios de decisión en virtud de los vaivenes políticos, enarbole el concepto ante cualquier fisura en la supuesta unidad del pueblo.  Unidad es también otro concepto vacío: “con todos y para el bien de todos”, la frase martiana, ya descubre la pluralidad de nuestro pueblo.

El Gobierno cubano ha cedido su responsabilidad y ha delegado el ejercicio pleno de la soberanía nacional a que los Estados Unidos de América eliminen el embargo. La dictadura cubana ha dejado en manos de las sucesivas administraciones estadounidenses el futuro de la Isla. Este discurso, eje de la política de hostilidad hacia la tierra de acogida de millones de cubanos, justifica la incompetencia de la cúpula inescrupulosa que hoy manda en Cuba.

Las diásporas se construyen desde la gratitud a la tierra de acogida, sin despreciar ni renunciar a la de origen. La cubanía no se mide por la adhesión a una ideología, nace del compromiso personal con el país en el que has nacido.

La emigración ha sido relegada al papel de suministradores de efectivo; cualquier otra iniciativa es vetada por defecto. En medio de la pandemia, la dictadura cubana ha impedido deliberadamente que la ayuda recogida por la emigración llegue al pueblo de Cuba que vive en condiciones de precariedad sanitaria. Antes, en enero de 2019, hizo lo mismo cuando un terrible tornado afectó parte de la capital cubana.

El ejercicio de discriminación de la dictadura hacia la emigración ha logrado que una parte de la conciencia popular nos prive del derecho al patriotismo. En uno de los muchísimos mensajes que he recibido de amigos en la Isla, uno de ellos me ha estremecido: “No se puede ser patriota del otro lado del mar”.

Nadie se pregunta por qué no vivimos allí.

Estoy con mi pueblo”, hoy no es suficiente. Pueblo es otro de los conceptos vacíos como consecuencia de la manipulación del aparato propagandístico de la dictadura. Yo también estoy al lado de mi pueblo, junto a los que se manifestaron en toda Cuba gritando “¡Libertad!” y “¡Patria y Vida!”, en contra de los verdaderos asalariados del odio: la policía política, los esbirros y la dictadura.

Los tontos útiles de la dictadura salen a justificar lo que ha pasado y se adhieren al discurso del odio que nos ha lastimado por más de 60 años. La ambigüedad y la equidistancia son colaborativas y el régimen lo sabe. No será suficiente en el futuro decir que han sido engañados, o que recibieron presiones. Los manifestantes del 11 de julio no midieron consecuencias, pusieron garganta y pecho frente a los antimotines.

No es la diáspora la que presiona y limita las libertades del pueblo cubano. La mano que tendemos es siempre cortada, negada y estigmatizada. Nos une el mismo dolor y la misma esperanza.

No fueron emigrados cubanos quienes dieron la orden y fusilaron a miles de compatriotas.

El exilio y la diáspora no crearon las UMAP.

No fueron los homosexuales humillados en los setenta y los intelectuales enviados a cortar caña quienes inventaron el odio entre cubanos. 

No fueron las madres y abuelas en Miami las que les impidieron conseguir trabajo a los cubanos en Cuba, solo porque su familia residía en el exterior.

No fue la Iglesia quien reprimió a los creyentes, únicamente por creer en Dios.

No fueron los marielitos quienes dividieron a la familia cubana.

No fueron los cubanos que tomaron las calles el 5 de agosto de 1994 quienes fracturaron al país.

No fueron los Hermanos al Rescate quienes derribaron dos aviones, provocando la muerte de cuatro hermanos cubanos.

No fue la madre de Diubis Laurencio Tejeda quien asesinó a su hijo.


© Imagen de portada: Diubis Laurencio Tejeda.




cuba

Dejen que todos opinen

César Vargas

¿Quién gobierna en Cuba al fin? Los mismos blancos elitistas que dicen que luchan para y por el pueblo. Ellos sí viven como reyes y al pueblo que se lo lleve el diablo.