“Sistema” y “Revolución” son dos términos que rechazo. Como bien diría Simone Weil, son conceptos vacíos, demasiado abstractos. ¿Qué es el Sistema? ¿Qué es la Revolución? ¿A quién sirven?
Es por ello que, para que ambos términos sirvan como medio de apropiación buscando comenzar una lucha, tienen que contextualizarse, deben tener una contundencia material y, a veces, física. Más prácticamente: debe haber algo a lo que podamos gritar; alguien a quien podamos culpar y reclamar; alguien que funja como chivo expiatorio. En este momento, el Sistema y la Revolución tienen un rostro para todos los cubanos: Miguel Díaz-Canel.
Sesenta y dos años de represión, de silencio, de velo de Maya, se encarnan en la figura de quien se presenta como la imagen actual de una “Revolución”, que en este caso se vuelve sinónimo de dictadura. Este, por lo menos, es mi sentir. Yo necesito un rostro a quien reclamarle las decisiones de Gobierno, y esta queja no me satisface vomitarla sobre policías, o militares, o agentes de la Seguridad del Estado vestidos de civil. Todos estos son abstracciones, conceptos vacíos, porque dentro de ellos hay una multiplicidad de seres humanos que responden a disímiles situaciones. Hemos visto en estos días, cómo muchos han sido forzados, han sido intimidados, les han enviado citaciones a su casa abogando por el Servicio Militar. Las acciones y actos represivos que han representado, se traducen en lo que un policía hizo, en lo que un militar hizo. Pero no hay nombres. No hay rostros concretos.
Quien sí es un rostro concreto y es una persona concreta para todos nosotros es “nuestro presidente”, capaz de salir en televisión nacional exhortando a los “revolucionarios” a tomar las calles, con el propósito de torturar, asesinar y amedrentar a la población. Un presidente que, supuestamente, desde que acepta el cargo deja de ser un ente individual para convertirse en un ser humano al servicio de su pueblo. Un ser humano con el compromiso moral de defender, proteger y apoyar a la nación. Un ser humano que debe velar por la seguridad y la armonía de su gente, pase lo que pase. Y este ser humano presidente que tenemos, exhorta a la guerra y a la muerte. Ello confirmó aún más mi idea del rostro a quien reclamarle.
Tras el anuncio hecho por el presidente, las manifestaciones se radicalizaron más y las peticiones se volvieron concretas y directas. El pueblo se lanzó a las calles porque tiene hambre, porque necesita medicinas, porque necesita que lo dejen de reprimir, porque necesita libertad de expresión. Todo eso recaía en la consigna “Díaz-Canel, deja el poder”.
La solución que ha encontrado él (y todo lo que encarna) ha sido cortar prácticamente todas las vías de comunicación existentes, para que no se pueda visibilizar lo que está ocurriendo. Esto, con el objetivo de desarticular las manifestaciones, bloquear el ímpetu y la solidaridad interna-externa.
Se ha dado cuenta de que la tecnología puede ser también un arma positiva, capaz de movilizar a millones de personas. Durante estos días, el cubano de Cuba no se ha sentido solo. Siente sobre sus hombros el amor, la empatía y el apoyo de la comunidad internacional. Eso llena de coraje a cualquiera. Entonces, la represión y la no-comunicación con el resto del mundo son las estrategias que durante tantos años ha usado el Consejo de Estado y que, una vez más, se muestran como las únicas soluciones al problema que tienen.
Incluso, con amenaza de intervención, el presidente decide ocultar lo que está pasando y no piensa en establecer un diálogo real con su pueblo. Más allá de las discrepancias que esto pueda traer, la posibilidad de que algo así ocurriera tampoco deja de ser posible. Una intervención puede provocar pérdidas de vidas, porque no distingue bandos. Una intervención siempre se ejecuta de forma violenta.
Por eso, encargo al presidente todas las muertes, accidentes y heridos que haya durante estos días de lucha. También la responsabilidad por los tiempos de hambruna y precariedad que se avecinan, si esto no genera un cambio contundente.
Encargo al presidente la culpa por la desilusión, la tristeza y la pobreza. Porque lo que está haciendo es matar a un pueblo en silencio. Y esas muertes serán las suyas, por ser quien representa toda la situación en la que se sume el país.
Aún habría tiempo de que el presidente recapacitara. Aún habría tiempo de que tomara las decisiones correctas. Aún habría tiempo de evitar un desastre mayor. Aún habría tiempo de que recordara su responsabilidad moral y vital con el pueblo. Aún habría tiempo de que al menos el presidente, pensando en todo el odio y el rencor que pesa sobre él, quisiera transformarse, limpiar su karma. Aún habría tiempo para que, de no saber qué hacer, de sentir que esto se le fue de las manos, se fuera en una balsa, o renunciara a pesar de las consecuencias para él. Esas serían formas de ayudarse tras todo lo que ha hecho y tras todo lo que ha dicho.
Aún podrían ocurrir esas cosas, pero no ocurrirán. No ocurrirán porque ese presidente que nosotros tenemos es un fantoche. Es un pusilánime. Ese presidente no es un presidente.
Contra el terror: por el pan y el derecho a la lengua, a la vida
Ustedes tuvieron y tienen el coraje que no tuve yo, ni tuvieron otras generaciones de cubanos antes que ustedes. Lo que han puesto en marcha, ya no lo para nadie.