Lo primero que suele visualizarse cuando se piensa en alguien cansado, es un desmayado, un desplomado inerte, imposibilitado de actividad muscular y mental. Menos común es visualizar a un cansado como un rabioso, como alguien que lanza un grito, que asume una posición como respuesta a un estado de cosas que lo agota, lo ahoga y que no lo deja participar de su realidad.
En la mañana del pasado 11 de julio, cientos de personas salieron a la calle en San Antonio de los Baños coreando “Patria y Vida”, y otras consignas que responden —desde cualquier tono— al sentimiento de desesperación, a la frustración ante la incapacidad del Gobierno cubano para gobernar.
Desde ahí se desató la reacción en cadena que llevó a muchos, en más lugares de la Isla, a protestar, a pasar por encima del miedo y exigir los derechos más elementales.
Desde La Habana, muchos de mis amigos coordinaban para hacer lo mismo. Una vez que quedó esclarecido el lugar de reunión, mi novia y yo nos alistamos y partimos. A menos de cien metros de la salida de nuestro edificio, nos alcanzó un agente de la Seguridad del Estado, que nos amenazó directamente con la patrulla. Ya la señal de Internet apenas funcionaba. Sabíamos que la iban a cortar. Decidimos regresar para evitar un suceso violento que implicaría nuestra detención. Pasamos algunos mensajes y compartimos algo de la información disponible con el último “jadeo” de datos que pudimos atrapar, activando y desactivando el “modo avión”, hasta que interrumpieron la comunicación completamente y nos quedamos rumiando impotencia, angustia e incertidumbre en nuestro apartamento.
Alcanzamos a ver algunos videos y fotos donde las “fuerzas del orden” (policías, efectivos del Ejército, agentes vestidos de civil) reprimían directamente al pueblo.
Afortunadamente, se mantenía el servicio de telefonía móvil, aunque no tuviéramos Internet. Hablé con algunos amigos que lograron llegar a las calles y narraban la brutalidad de las autoridades y la desproporción numérica entre los hostigantes y los hostigados.
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Un puñado de agentes de las tropas especiales se abalanzaron sobre un hombre solo y lo molieron a golpes y bastonazos, mientras un par de agentes de civil se sumaban a dar patadas y pisotones…
Policías, Boinas Rojas, y agentes de civil, entran a la fuerza en una casa. Un Boina Roja empuña una pistola y apunta a alguien…
Todo está en video.
La gente, por cientos y cientos, tomando la calle: en Artemisa, en Víbora Park, Cárdenas, en Bejucal, en Santiago. De pronto choco con la instantánea, en contrapicado, de un muchacho con una bandera cubana agitada y parado sobre una patrulla bocabajo, en plena calle.
Mientras, desde la televisión cubana, funcionarios, periodistas y algunos artistas, insisten de mil maneras en que estos actos fueron aislados, llevados a cabo por minorías, y alentados desde los Estados Unidos por organizaciones criminales, con amparo de ese Gobierno y mediante tecnología de punta a través de las redes sociales.
El presidente designado Miguel Díaz-Canel, autorizó a las fuerzas del orden a emplear todas sus herramientas en función de reprimir el clamor popular, e hizo un llamado a la guerra civil, usando expresiones como “perder la vida” y “la orden está dada”.
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Son impresionantes y terroríficas las imágenes de hombres y mujeres de las Brigadas de Respuesta Rápida armados con palos: muchachones, tipos maduros de pelo canoso, mujeres corpulentas con biotipo de atleta. Cerca de ellos está el personal uniformado: los policías, los reclutas del Ejército, los hombres de negro con escudos antidisturbios y rifles, para complementarse unos a otros.
Aquel sintagma de “La guerra de todo el pueblo” (con el que Fidel Castro se refería al estado belicoso en que mantuvo a Cuba), se transformó en “La guerra del pueblo contra el pueblo” de un momento a otro.
Los policías, Avispas Negras, Boinas Rojas, los miembros de las Brigadas de Respuesta Rápida y los agentes de la Seguridad del Estado, son hombres y mujeres como cualquier cubano, pero que decidieron poner un muro entre sí y el resto de sus conciudadanos. Contra ese muro chocan los cubanos; vale decir que el muro no es estático y avanza contra la gente para aplastarla.
Del otro lado de ese muro hay padres, hijos, madres, hermanos, primas. Poco importa, porque son personas que decidieron atacar y reprimir a sus semejantes (tampoco importa a cambio de qué), sin someter sus actos al más mínimo proceso racional o emocional.
Eso es la guerra del pueblo contra el pueblo: unos cubanos cumpliendo la orden de atacar a otros cubanos sin pensar; y esos otros cubanos diciendo, alto y claro, cómo se sienten mientras son reprimidos por ellos.
Mientras, un gobernante no gobierna: intimida y hace un llamado a que estas cosas sucedan. Porque como bien escribió Paul Valéry: “La guerra es una masacre entre gente que no se conoce, para provecho de gente que sí se conoce, pero que no se masacra”.
Un mal presidente
La sociedad cubana, expresada en quienes están saliendo a las calles, defiende la necesidad de un cambio; un cambio es una renovación; una renovación es una revolución.