El día amaneció tranquilo en Lavapiés. Yo mandando mensajes de amorcito a la muchacha, que se había ido a las islas a las 6:00 a.m., dejándome insomne. Siempre me pasa. Tengo el sueño delicado, quebradizo, y ella me lo roba a menudo. Otras veces es Cuba con sus dolores cíclicos, puntualísimos, como mi regla, que es normalmente el explote de todo lo que se viene cocinando durante el mes. El teléfono móvil se va llenando de notas… y ppppppttttsssss, la válvula de escape pitando duro, a modo de sangre y letricas en Arial, tamaño de fuente: 12.
Unas horas y cero siestas luego, veo en mi muro que el muchacho, desde la Sierra de Madrid, ha posteado imágenes de San Antonio de los Baños desbordado, honesto, lo más honesto que he visto salir de Cuba en los 35 años que llevo conociéndola. El corazón hecho un tambor removiendo todo por allá adentro. La sangre a mil. La sangre. ¡Palma Soriano, pinga! ¡Cárdenas se sumó al pary! ¡Palma Soriano, cojone! ¡Bonche en el Malecón! Hecha llama salgo para el bar de Malasaña donde trabajo.
“Ella va onfaya Embajadores arriba”, acoto mentalmente al guion de mi película particular. En el metro sigo viendo directas de Facebook. Es una fiebre. Pero en el bar todo es calma. Yo rompiéndome en mil emociones indefinidas, incendiarias todas, y ellos pidiendo Havana Club 7 años con Coca-Cola. Sacrilegio.
Llamada entrante. Es el muchacho. “Hay una manifestación en Sol”, me dice. Tambor a redoble en el pecho. Llamo a todos; envío mensajes a mi madre, que se preocupa.
Mensaje de voz de la muchacha. Lamenta la lejanía. Ese talento de ella para no estar en los momentos importantes… Abro un surco con mis pies en la parte de atrás del bar.
“Ella agita la coctelera mientras ve en una directa la manifestación en Sol”, mi película particular se complica. Estoy dividida entre hacer esta caipiriña y abandonar todo, salir corriendo Ruiz abajo hasta llegar a Sol. Por suerte la calma persiste en el bar y puedo cerrar temprano. Corro, ahora sí, corro.
A la salida del metro en Sol, los veo. Son muchos. Somos. Solo llegar y ya soy parte. Un trago de cerveza caliente y el tambor se calma un poco. No del todo. Veo de lejos al muchacho, iluminando a alguien. Veo a Juls. Veo a otros. En sus rostros la expresión común que da tener el mismo cóctel de emociones recorriendo las venas. Sin abrir la boca, mirándolo fijo, le pregunto a Juls: “¿Puedes creer lo que estamos viviendo, biatch?”. Impensable hasta ayer noche una cosa así. El abrazo por fin.
Me acerco al muchacho. Lo saludo con una caricia en alguna parte de su cuerpo que ya no recuerdo. “Esta noche no se duerme”, pienso. “¡Esta noche no se duerme, pinga!”, digo. Las noticias, falsas y verdaderas, van cayendo. El hombre del micrófono las suelta: “Tres aviones misteriosos han abandonado la Isla… ¡Bajanda! Han tomado el ICRT. ¡Están disparándole a la gente, caballero! ¡¡¡Oye policía, pinga!!! Cachita está en la calle…”.
Todas las emociones juntas dando el berro. Se le va el audio a mi película por un momento. Todo se detiene. Aunque sigo viendo movimiento a mi alrededor he dejado de escuchar… Luego de un rato vuelvo. Aldo rimando en el altavoz, partiéndome el tímpano y el alma en igual medida: “Cuando yo diga Díaz-Canel, ustedes dicen: Singao!”. “¡Singao!” repito. “¡Singao!”
Mensaje de la muchacha que me pregunta cómo está todo desde una noria en un parque de atracciones de Lanzarote. No hay palabras, muchacha. Hoy no. Solo imágenes.
A mi lado, el muchacho hace una directa. Lanza el teléfono por el aire. Está consciente del poder de su arma y juega con ella. Le gusta jugar al muchacho.
“¡Italia! ¡Italia! ¡Italia!”, gritan los hinchas que celebran, también en Sol, su victoria en la Eurocopa. Se golpean entre ellos. Gritan, violentos, cosas que no entiendo en italiano. Viene la police y se los lleva. La energía de la police hace que nuestro corro se disperse. Hay un último momento de comunión, reguetón, cerveza. Es tarde ya y el agua de las mangueras que limpian Sol termina de apagar la manifestación, pero este día sigue, larguísimo, partidor. Hoy no se duerme, pinga.
Hora: 9:00 a.m. El muchacho está tumbado en mi cama mientras mira su teléfono. “Están en la calle de nuevo. Esto sigue”, me dice. Salimos, un poco sin rumbo, para hacer tiempo y calmar el tambor en nuestros pechos hasta que sean las 7:00 p.m., que nos reuniremos frente al consulado de Cuba aquí en Madrid.
Un nardo, un girasol, un ave del paraíso. Compramos flores y desandamos por Los Austrias. Por momentos casi ni hablamos, cada uno en su teléfono, siguiendo el pulso de todo. Dando aullidos en Instagram.
Caminamos hasta Sol de nuevo. En Sol, el sol quemando la retina. La gente anda de un lado a otro, ajena a lo que hace solo unas horas era el vórtice de una energía demasiado hermosa. Nos metemos al metro. No sé él, pero aquí, en este vagón, siento que todos saben, que nos apoyan.
Llegamos, medio perdidos, al consulado. Entre que no permiten manifestarse delante del edificio y que todo está minado por la gente de VOX, se nos enrarece el aire e instintivamente ambos, sin decir mucho, nos vamos al final de la cola. Rocío Monasterio malbailando salsa es una imagen que quisiera borrar de todos mis archivos. Do you want to delete this file? FUCK YEAH!
Un sabor amargo reseca mi boca. “¿Y dónde está la izquierda?”, pregunto. No hay respuesta. Miro a mi alrededor. Esto nada tiene que ver con la fuerza nuclear que fue Sol. Nos piramos. Volvemos a Sol.
En la pantalla de mi teléfono el doble de gente, el doble de energía, el doble de euforia que la noche anterior. Mi girasol y mi nardo bailan entre carteles de reclamo por todas las libertades perdidas en Cuba. Le envío el video a la muchacha. “¡Maravilloso!”, me dice e imagino su pelo encrespado por el mar de las islas.
Nuevas noticias de Cuba siguen brotando del altavoz. No alcanzo a ver de quién es la voz metálica que las pronuncia hoy: “Cortaron el Internet. Bajandandanda… ¡Un muerto en la Guinera! ¡Un muerto, pinga! Hagamos un minuto de silencio… ¡De rodillas no!”.
Entiendo entonces que el día sigue, que no termina hoy. En mi película particular imagino que le digo al muchacho, toda épica yo: “Por mí este día pudiera durar una semana, un año, toda la vida, si al final nos espera la bien luchada libertad”. Pero la realidad es que este largo día no hace sino engordar, agrandarse, y con él la incertidumbre densa por lo que vendrá.
No, Díaz-Canel, no
Nadie en las calles gritaba “Abajo el bloqueo”. Gritaban “Abajo Díaz-Canel”. Tras 60 años de opresión por todos lados, el pueblo, que no es tonto, ha tenido que ver cientos de imágenes de familiares de la cúpula castrista gozando y bailando. ¿Dónde está aquello que decía el Che del ejemplo? ¿Dónde?