“El día que una mujer pueda no amar con su debilidad sino con su fuerza, no escapar de sí misma sino encontrarse, no humillarse sino afirmarse, ese día el amor será para ella, como para el hombre, fuente de vida y no un peligro mortal”.
Simone de Beauvoir
El cerebro humano está incapacitado para evitar la complicidad del espachurramiento mutuo, ya sea en una relación de pareja o en dispersión colectiva.
Todos somos asesinos potenciales, latentes, solo está en dependencia del contexto, el momento y la situación a la cual seamos inducidos o sometidos; pero, ojo, porque también podemos ser asesinados.
Generalmente, si no poseen una disfunción mental de origen genético, algunos de los abusadores y abusadoras (claro que las hay) han sido víctimas de otros victimarios en su pasado; victimarios que probablemente también hayan sido abusados. Es una cadena difícil de romper, y la forma de eximir a estos personajes de la oscuridad mental en la cual han caído y se regodean, es doblegándolos bajo un cauteloso y severo control, o intentar extirpar esa joroba mental para que puedan reincorporarse como seres sociales pacíficos. Parece utópico, pero no es imposible.
La llaga psicológica puede tener cura; pero, mientras tanto, podría coleccionar muchas víctimas si las autoridades y los profesionales de la mente no intervienen y se toman las medidas pertinentes: hombre contra mujer, pero también mujer contra hombre, madres o padres contra niños, hijos e hijas contra madres o padres, nietos o nietas contra abuelos, hermanos contra hermanas y viceversa. Se pueden encontrar un montón de variantes de agresividad física, verbal o psicológica; de víctimas y victimarios dentro de la convivencia familiar, y se han alcanzado extremos tales como: feminicidios, infanticidios, ancianicidios, en fin, todos los cidios posibles.
Es incuestionable que la mujer, a través de la historia, es la que más ha sido mancillada, vejada, amenazada, esclavizada, acosada, violada, humillada, golpeada, torturada y terriblemente asesinada.
En la familia latina, también la violencia psicológica es casi viral. Y puede ser muy peligrosa: muchas veces una acción violenta es la consecuencia de un complejo azote mental-verbal permanente. Las acciones violentas se van agravando y van creando adicciones, subconscientemente, hasta llegar al punto, en algunas víctimas y victimarios, de que ambos crean —una puesta en forma casi lúdica, pero macabra— una complicidad oculta y defensiva contra un tercero como adversario: aquel que intente interrumpir dichas acciones.
Existe un porciento elevado de hombres que cometen feminicidios, pero es indudable que si en la mujer no prevaleciera la conciencia de que tiene que obedecer y someterse al macho —además de un sentimiento de culpabilidad y vergüenza, de temor de expresar o denunciar los abusos—, quizás muchas podrían salvar su integridad física.
Por otro lado, ofender a las mujeres, gritarles, humillarlas, prohibirles realizar determinados trabajos y acciones de la vida común en equidad con el sexo masculino, negarles apoyo económico o el chantaje monetario, no dejan de ser manifestaciones que casi nunca son reconocidas como violencia y suelen ser justificadas por la familia, la sociedad y, lo peor: por la propia víctima.
El esclavismo de género aún existe, no solo contra las mujeres adultas, también contra las niñas y las adolescentes. Pero tan peligroso es el crimen como la sumisión ante él.
Si bien hacen falta, urgentemente, leyes más eficaces de protección hacia la mujer y de férreo castigo para el abusador, es importante crear más proyectos didácticos en donde se trabaje en contra de las normas nocivas tradicionales que generan las conductas pasivas o sumisas de las mujeres ante los hombres, ya sean maridos, hermanos, padres, hijos, primos, novios, jefes o amigos. La posición de la víctima femenina está condicionada por esta predisposición psicológica (casi psicocelular) en el subconsciente, que debería ser borrada de la palestra histórica, cognoscitiva y social.
Se necesitan más espacios para albergar a estas mujeres-víctimas bajo una eficaz protección, ya que suelen ser perseguidas, vigiladas y finalmente cazadas como animales, cuando deciden abandonar el patíbulo en el cual sobreviven. También deben recibir tratamiento profesional para su restauración psicológica, y una información vanguardista que anule los parlamentos moralistas desfasados y haga prevalecer sus derechos como ser humano integrado a una sociedad.
Por otro lado, desde pequeñas se les enseña —en un porciento elevado de la población— a usar su cuerpo sexualmente, por encima de su inteligencia innata. Así vemos a las niñas pequeñas bailando, maquilladas como prostitutas, y realizando rituales casi sexistas en las actividades escolares del nivel primario y secundario, o en fiestas familiares.
Las madres, los padres, la familia y los educadores deben tomar conciencia de que lo primero es el respeto propio, de que las mujeres no somos un trozo carne que se ofrenda al apareamiento animal. Y partir de este principio para una renovación del pensamiento, enriquecido por una autoestima equilibrada y una ubicación legítima y respetada dentro la familia y la sociedad.
Según la ONU, una de cada tres mujeres ha sufrido violencia física y sexual. En América Latina y el Caribe, al menos 3 529 mujeres fueron asesinadas en 25 países, durante el año 2018, debido a razones de género.
La Encuesta Nacional sobre Igualdad de Género en Cuba, realizada en 2016, mostró que el 39,6 % de las mujeres ha sido víctima de la violencia a lo largo de su vida.
Para justificar su pasividad ante los feminicidios constipados y la violencia doméstica explícita o enmascarada existente en Cuba —que dadas las circunstancias en la que estamos viviendo: pandemias, desastres naturales, hambre, miseria humana y económica, etcétera, se hace cada día más vírica— el Estado cubano no hace más que compararse con otros países (sin aplicar los porcentajes en concordancia numérica con cantidades de habitantes). Así no se resuelven los problemas internos.
La integridad física y mental de los seres humanos, en este caso de las mujeres, no se puede denigrar desparramándola sobre el terreno de una competencia comparativa constante —casi obsesiva— con el resto del mundo, como tapadera de la inefectividad conceptual y funcional de las autoridades, de las legislaturas blandengues y las deficientes metodologías y recursos.
Entonces hay que apelar, irremediablemente, a una crónica roja mediática alternativa que dinamite las redes sociales, para que al menos exista una justa denuncia de los hechos criminales, ya que los medios de difusión masivos estatales están férreamente controlados por la censura, con una amplia ramificación de prohibiciones, y los periodistas independientes son multados por difundir hechos verídicos violentos que el gobierno obvia.
Pero claro, siempre hay periodistas —asalariados del gobierno, o mejor: de la verborrea ideológica de los funcionarios cubanos— comprometidos con los eslóganes de las politiquerías baratas para mentecatos, que apelan —sin pruebas, por cierto— a las mismas acusaciones de siempre, que repiten y repiten las mismas frases ya caducas y obsoletas, culpando a otros de los propios errores. Todo lo convierten en política chovinista y financiamientos del gobierno de los Estados Unidos. Ejemplo:
Es penoso y ofensivo que se sigan publicando textos de este corte.
¿Osarán difamar también a las más de tres mil personas —artistas, escritores, cineastas, periodistas, actrices y actores, directores y directoras de teatro, de galerías y centros culturales, amas de casa, críticos de arte, curadores, músicos, bailarines, entre otros— que firmaron la carta y que publicaron textos críticos por la justa liberación del artista Luis Manuel Otero?
Y los muchos más que se unirían ante otra injusticia que se cometiera, ¿son también remunerados por gobierno norteamericano?
Los que defienden causas imprescindibles —evadidas o segregadas a últimos planos por el gobierno cubano—, es decir, los ecologistas, animalistas, los que luchan contra la homofobia y contra la violencia de género, ¿también están financiados por los Estados Unidos?
Si esto fuera así —claro, si tuvieran pruebas para demostrar que es así—, entonces habría que pensar que los Estados Unidos están actuando dignamente, porque están contra la homofobia, contra la violencia de género, favoreciendo los derechos de las mujeres y protegiendo la fauna y el medio ambiente de Cuba. Algo que debería hacer el gobierno de nuestro país.
La mediatización en redes sociales de las injusticias que se cometen en sentido general, pero en este caso en favor de las mujeres víctimas, que aún poseen una vida y que siguen ocultas, amenazadas y con miedo a denunciar —hecho este que impide realizar estadísticas reales—, se convierte indudablemente en un arma defensiva contra los criminales, y en una manera de exigir justicia.
Testimonio real de una víctima:
“(…) me amenazó de muerte cuando le dije que lo denunciaría y agregó: Del Tanque se sale, pero de la muerte no; te mato, me porto bien y en cinco años estoy jodiendo a otra. Más años le echan al que mata a una vaca”.
Cibersociedad, I love you
Mi perseverante autoaislamiento comenzó en 1972, cuando tenía 11 años de edad. En paralelo a un enquistamiento insular, ya que por muchos años a los cubanos se nos prohibió viajar a otros países, es decir, fuimos sometidos a una cuarentena de fronteras sin piedad y sin nasobuco: un castigo sin culpabilidad.