¡Abajo Fidel, arriba Edel y p’al carajo con Trump!

Con su nuevo libro de memorias gráficas, Worm: A Cuban American Odyssey, el artista cubanoamericano Edel Rodríguez declara: “Me crié en una dictadura y no quiero que lo mismo ocurra en los Estados Unidos”. Así deja claro su rechazo al populismo autoritario tanto de Fidel Castro como de Donald Trump.




Desde hace 6 meses en la primavera tardía de 2023 fui al Museum of the Moving Image en Astoria, Queens para ver el estreno neoyorquino del documental “El Caso Padilla”, del director cubano Pavel Giroud. Después del estreno, mi viejo compañero de lucha en la blogósfera cubana Orlando Luis Pardo Lazo me informó que Edel Rodríguez, el artista gráfico que había deseñado el afiche oficial de la película, estaba presente y me lo presentó junto a su esposa norteamericana Jennifer Roth.




Desde hace varios años yo ya había tenido un interés creciente en el trabajo gráfico original, elocuente y político de Rodríguez, especialmente por su crítica gráfica abierta en las redes sociales primero a la candidatura y después a la presidencia de Donald Trump. Mi interés y curiosidad en el trabajo de Rodríguez solo creció cuando descubrí que era cubano, y además que había escrito un libro de memorias gráficas contrastando su niñez como un “pionero” en Cuba con su transformación en un “gusano” por la propaganda castrista. Y conectando toda esa historia traumática con su nueva vida como refugiado cubano-americano, artista y activista en los Estados Unidos.

Resulta que el artista nació al sur de La Habana en un pueblo pequeño azucarero llamado “El Gabriel” en 1971, el mismo año de la auto-crítica teatral digno de un premio Oscar del poeta Heberto Padilla retratado en la película esencial de Giroud. No obstante, como narra Rodríguez con un lujo de dibujos detallados y una paleta de colores intencionalmente limitada al rojo, negro, verde olivo y – al final del libro – ¡amarillo y anaranjado!, cuando tenía solo ocho años huyó de Cuba junto a su familia como uno de los más de 125 000 refugiados que se fueron de la isla durante el éxodo de Mariel.




Aunque Rodríguez fue educado por el sistema socialista cubano para ser “como El Che”, o sea, “un pionero por el comunismo”, la primera parte de su libro relata cómo el rechazo creciente de sus padres a la falta de libertades básicas y la posibilidad para un futuro digno para sus hijos gradualmente los convirtió a todos en “gusanos”. 

Irónicamente, después de pasar un verdadero martirio esperando salir de Cuba en los campamentos temporales del puerto de Mariel en el verano de 1980, seguido por una travesía escalofriante por mar en el barco pesquero “Nature Boy” para llegar a los Estados Unidos, felizmente Rodríguez pudo dejar atrás las etiquetas de “pionero” y “gusano” de su niñez en Cuba, solo para ser rebautizado con la etiqueta denigrante “ref” (refugiado) por sus compañeros norteamericanos, en su escuela primaria de Miami ya hartos de nuevos inmigrantes desamparados. 

Esta odisea, tanto personal como familiar, que convirtió a Rodríguez y su familia en “gusanos-americanos” orgullosos (así la estrategia irónica de seleccionar “Worm” como el título del libro) es seguida en la segunda parte del libro por otro par de odiseas ahora profesionales y políticas. Es decir, aunque sus padres sacrificaron todo para darle a él y a su hermana nuevas oportunidades en un país libre y democrático, Rodríguez decide que tiene que dejar atrás a sus padres en Hialeah para ir a Nueva York y así alcanzar sus metas y ambiciones profesionales como artista. 




La tercera odisea de Rodríguez es política. Aunque desde su adolescencia sus dibujos gráficos y orientación política siempre habían tenido una carga de crítica “progre” (desde los años 80 había sido un fanático de grupos musicales sumamente políticos como Public Enemy, Rage Against the Machine, Metallica y U2), se volvió conocido y bastante controvertido más allá del mundo artístico solo a partir del año 2016. 

Como retrata en los dos penúltimos capítulos del libro, titulados “Enemy of the People” (enemigo del pueblo) y “The Big Lie” (la gran mentira), respectivamente, fue durante las primarias presidenciales de aquella primavera cuando Rodríguez empezó a usar su talento como artista para criticar las posturas autoritarias cada vez más evidentes y peligrosas de Donald Trump. “Un candidato republicano”, escribe, “se destacó como peligroso [dado que] muchas de sus características me acordaron de un totalitario”.  

En su provocación del miedo, en sus ataques constantes a sus “enemigos” (la prensa, las mujeres y las minorías étnicas y raciales) y en su tendencia de animar la violencia política, Trump se parecía mucho a Fidel Castro en los ojos (y dibujos) de Rodríguez. “Al escucharlo”, escribe Rodríguez, “pensé en el actuar del dictador del cual huimos mi familia y yo”. 

Además, al presenciar las agrupaciones masivas de los seguidores delirantes de Trump, no podía dejar de recordar las masas enardecidas y los actos de repudio animados por Castro en contra de la llamada “escoria” y los “gusanos” y “enemigos de la patria” en la Cuba de su niñez. 




Como refugiado de un país totalitario (y comunista), Rodríguez pensaba que tenía una perspectiva valiosa y que debía sonar la alarma sobre el peligro que representaba esta “amenaza anaranjada” para la democracia norteamericana. Así que, decidió inundar las redes sociales con sus imágenes burlones de Trump, reaccionando constantemente a las declaraciones fascistas y populistas del candidato. “Llegué a pensar en mi laptop como una especie de imprenta”, recuerda en su libro. “Fui mi propio editor y medio, y no tenía que pedirle ni el permiso ni la aprobación a nadie”. 

Como sus dibujos resultaron tan impactantes como ubicuos, Rodríguez rápidamente ganó mucha atención mediática junto a las alabanzas de la izquierda y las amenazas de la derecha americana —especialmente desde la franja Trumpista más empoderada y sinvergüenza—. Con su nombre ya en creces, algunas de las revistas más concurridas del mundo como Time (USA) y Der Spiegel (Alemania) le contrataron para deseñar sus portadas con sus imágenes sobre la amenaza que representaba el fenómeno Trump para la democracia norteamericana.   




Como muchos que vieron la posible reelección de Trump en 2020 como el principio del fin de la democracia norteamericana, Rodríguez celebró la victoria de Joseph Biden aquel noviembre. No obstante, el atentado contra la alternancia pacífica del poder ejecutivo que ocurrió el 6 de enero del 2021, le dio un susto tremendo, porque rompió la confianza que existía durante más de dos siglos en su país de refugio como una democracia ejemplar, guía y faro para el mundo. 

En su libro, estas escenas finales en el Capitolio norteamericano están retratadas con un poder escalofriante junto a palabras que comparan la Cuba de los primeros años de la Revolución con los Estados Unidos hoy en día: “Si se falla en salvaguardar la democracia, la pone en peligro. En cierto momento uno se olvida de qué se trata. Se pierde el conocimiento de la libertad”, sentencia. Eso es lo que pasó en Cuba. ¿Se puede pasar igual aquí?

Después de llegar a los Estados Unidos y hacerse norteamericano, Rodríguez llegó a creer que el sueño de un país democrático con oportunidades de trabajo digno y la libertad de expresar un criterio propio sin miedo podía ser una realidad. Así que, para él, el ataque al Capitolio —increíblemente animado por el propio presidente Trump— se parecía la muerte de un familiar cercano y la evidencia del crecimiento dentro del cuerpo político norteamericano del mismo nacionalismo ciego y culto a la personalidad canceroso que destruyó su país natal. 

Al final, el libro de Rodríguez es un espejo. Muestra una América que el artista no reconocía ni sabía que podía existir en el mismo lugar que le ofreció a él y a toda su familia una promesa de refugio, libertad, seguridad y un nuevo comienzo como inmigrantes. Pero al contar las dos partes de su historia —tanta la cubana como la norteamericana—, usando su talento como artista y su resistencia como activista, termina defendiendo los valores democráticos y antiautoritarios que todos debemos compartir como americanos, más allá de derechas e izquierdas. 




Aunque tu libro es una memoria gráfica de los 50 años de tu vida vivida entre Cuba y Estados Unidos, tambiéncuenta la historia de la vida de tu padre, Tato Rodríguez. ¿Quién es y cómo es que resultó junto a ti el protagonista principal de tu libro?

Mi padre nació en el año 1938 y vivió en Cuba durante los eventos más impactantes de la isla, los años de Batista, los ataques de sabotaje durante los años 50, la Revolución, la Crisis de los Misiles, el bloqueo, los años 70 y el Mariel. Él es como una enciclopedia de la historia de Cuba y me ha contado cuentos sobre estos eventos desde que yo era niño. Cuando tuve a mis hijas me puse a pensar un poco más como él. ¿Qué hubiera hecho yo en su lugar cuando él tuvo que tomar la decisión de irse del país, cosas así? Cuando estaba escribiendo el libro me entró la idea de formar esa relación entre él y yo. Mi papá es un tremendo personaje, así que lo quería poner más al centro de la historia.

Durante el proceso de redactar y dibujar el libro ¿cuánto del contenido se basó en las memorias personales de tu niñez y cuánto es el resultado de las entrevistas que hiciste a los otros miembros de tu familia?

El libro es una combinación de memorias e investigación. Tenía mi punto de vista, especialmente cuando se trata de las imágenes y lugares, pero había muchos otros puntos de vista, los cuales quería incluir en el libro, como la logística, la política, las cosas que estaban pasando detrás de la cortina, las cosas que mis padres no me querían decir para protegerme como niño. Hablamos de algunas de esas cosas desde que llegamos como refugiados, pero descubrí más de ellas durante las entrevistas que hice con la familia.




Aunque tu libro es una memoria gráfica que da prioridad a tu profesión y talento como artista, también es un texto que narra muchos acontecimientos clave de tu vida. ¿Cómo fue el proceso de producir el libro en cuanto a escribir una historia vs. dibujar esa misma historia?

Yo escribí el libro primero. Tiene cerca de 60 000 palabras. Después me puse a editar y decidir cuáles detalles iban a ir junto a las imágenes y que cuáles se quedarían como un texto aparte. Quería crear un libro que tuviera más detalles e información en sus palabras que la típica novela gráfica, un libro en el cual cada página te agarra y te hace prestar atención.




¿Podrías describir el proceso de transformar una idea o una historia específica en una imagen para el libro? Por ejemplo, estoy pensando en las imágenes que muestran la violencia del proceso de la salida de tu familia en los cuatro capítulos sobre el éxodo de Mariel: “Farewell” (Adiós), “El Mosquito” (El campamento), “The Wait” (La espera) y “Nature Boy” (el nombre del barco en que viajaron de Cuba a los EE.UU.). 

Estos son eventos que he tenido en mi mente desde que ocurrieron, cuando tenía 8 años, y los he dibujado en otras ocasiones. A veces mi madre me pregunta “¿Cómo tú te acuerdas de eso?”. Los padres piensan que los niños no le están dando caso a las cosas, pero muchos niños se recuerdan de todo, especialmente cosas traumáticas, como el dejar a sus abuelos detrás en otro país o pasar un tiempo en un campo de detención. Esas son cosas que no se olvidan. Me acuerdo de los espacios, los ángulos desde el que vi alguna situación y hasta de la luz del momento. Ya al tener todos esos detalles en mi memoria, en mi mente, me pongo a dibujar y todo me sale naturalmente, porque lo conozco y lo siento.




¿Por qué decidiste poner el título “Worm” (gusano) a tu libro? ¿Qué es un “gusano” en el contexto cubano?

Me ha interesado la palabra “Gusano” (Worm) desde que la escuché cuando era un niño. Es el nombrete que Castro y la gente del Partido Comunista les dieron a las personas que no estaban satisfechas con la Revolución. Se usaba como un insulto en esos tiempos. Con el tiempo, he aprendido que las palabras que degradan han sido usadas por regímenes dictatoriales en el pasado. Los nazis llamaban “ratas” a los judíos, y la palabra “cucaracha” fue usada en Rwanda durante el genocidio en ese país.  




Desde que era niño yo me preguntaba, ¿pero, por qué me llaman “gusano”? ¿Qué he hecho yo? Soy un niño cubano igual a muchos otros, ¿por qué esto de “gusano”? Ahí me entró la idea de dibujar mi retrato con el uniforme de pionero con la palabra “gusano” arriba. Me gusta la yuxtaposición, creo que lo dice todo. Muchos que se han ido de Cuba se autodeclaran “gusanos” con orgullo.

En buena medida, las partes de tu libro que retratan Cuba no se enfocan en Cuba como un “todo”, sino en lugares específicos donde creciste. Así que, ¿por qué diste tanto énfasis a tu pueblo natal “El Gabriel” y qué influencia especial tuvo ese pequeño pueblo azucarero en tu formación e identidad como persona?

El Gabriel era el mundo para mí. Es un pueblo de gente que se ayudan, gente trabajadora y honesta, pero muy pobre. Es exactamente el tipo de lugar que la Revolución decía que quería ayudar desde el principio, pero nunca lo hizo. El Gabriel es como una isla. Lejos de otros pueblos, tenía que subsistir a su propia manera, porque nunca llegaba la ayuda. Es una isla dentro de esa otra isla, que es Cuba. Fue donde aprendí a dibujar, a hacer juguetes con mis propias manos, a cazar pájaros y a fajarme con mis amiguitos en la calle. Tengo muchas memorias de mi pueblo natal y quería extender esos momentos al lector, para que entendiera lo difícil que fue para mi dejar atrás ese pueblo. 

Unos de mis partes favoritas del libro es el capítulo “The Kitchen” (La cocina), donde el protagonista principal es un puerco muerto y de contrabando. ¿Qué mensaje querías comunicar al lector con este capítulo?

Ese tipo de experiencia es algo que no existe en muchos lugares. Típicamente la gente fuera de Cuba va al mercado con sus ganancias y compra lo que necesitan. En Cuba, la gente se pasa el día “luchando” en ese tipo de cosa, buscando, preguntando dónde hay comida, haciendo colas y negociando. Quería dar un ejemplo de lo que es típico en ese país para que la gente entendiera las frustraciones cotidianas que causan las ganas de buscar una nueva vida en otro lugar fuera de Cuba.




Quizás todo libro sobre Cuba tiene que tener un capítulo titulado “Chevrolet.” Pero el enfoque de tu capítulo con este título no es el carro americano en sí, sino unos usos particulares y muy creativos del carro. ¿Para qué se usaba el carro Chevy de tu padre? 

A mí, me encantaba el carro de mi padre, un Chevrolet del 1951, rojo y blanco, donde me llevaba de viaje por las carreteras y los cañaverales. Descubrí que en ese carro era donde mis padres discutían lo que ocurría en el país y dondetomaron la decisión de irse. Estas conversaciones eran muy difíciles de tener en la casa, porque los vecinos los podían oír. Así que el carro era el lugar privado y seguro donde podían hablar.

Además, mi padre era chofer, y daba viajes entre el campo y La Habana. Estaba en uno de esos viajes, cuando supo sobre los primeros acontecimientos del Mariel y los sucesos de la Embajada de Perú. Tantas cosas importantes ocurrieron en ese carro que le di su propio capitulo.

Aunque la travesía principal retratada en tu libro es el viaje entre Cuba (Mariel) y los EE.UU. (Miami), que termina convirtiéndote en un refugiado y un (cubano) americano, me interesa igual tu decisión de dejar Miami e ir a estudiar arte en Nueva York, lo que termina convirtiéndote en un artista. Mirando esta decisión (que no agradó nada a tu madre en aquel momento), ahora, más de unos 30 años después, ¿cómo cambió la trayectoria de tu vida esta segunda mudanza?

Las oportunidades para artistas en Miami en esos tiempos eran pocas, por eso decidí ir a estudiar a Nueva York. Fue difícil para mis padres, porque ellos me querían cerca, pero yo quería aprovechar de toda la promesa de este nuevo país. Mi trayectoria cambió completamente. Estudié arte con algunos de los mejores profesores en la ciudad y conocí muchas personas que me ayudaron a prosperar en el mundo de arte. Cosas que no habrían ocurrido en Miami. El centro de arte, de las revistas y la publicación de libros era Nueva York y aproveché de todas las oportunidades.

Eres un “Triple A”: un (cubano) americano, un artista y un activista. ¿Puedes recordar un tiempo en que practicabas el arte sin mezclarlo con “la política” o sea, sin usar tu arte para promover tu activismo? ¿Por qué decidiste hacerte un activista político?

El trabajo que realiza, que se considera como activismo, es una parte de lo que hago en el estudio. También dibujo y pinto sobre otros temas para exhibiciones, escribo y dibujo libros para niños y hago dibujos para grupos de música, operas y teatros. Los trabajos de política o como activista son los que se notan más, porque aparecen en las portadas de revistas y en el noticiero. He trabajado así desde que estaba en la universidad, pintando temas personales e ilustrando temas políticos para el periódico del colegio. Creo que la última vez que no mezclé lo político con el arte fue en la primaria. Encierto momento, en los años 80, descubrí la música de grupos como Public Enemy, Rage Against the Machine, Metallica y otros y eso, junto con mi historia como refugiado e inmigrante, me animó a ser más activista con mis obras.




En los dos penúltimos capítulos de tu libro te enfocas en la llegada de Donald Trump a la presidencia de los EE.UU. y tus críticas a él por su actuar populista y anti-democrático. Además, haces una conexión directa entre este estilo autoritario y lo que recuerdas de Fidel Castro y su imposición de una dictadura comunista en Cuba. Hacer tal conexión y denuncia no es común entre otros cubanoamericanos. ¿Por qué haces esta comparación y por qué crees que otros cubanoamericanos no suelen hacerla también?     

A mí se me parecen Trump y Castro de muchas maneras. Sus formas de ser, de hablar y de denigrar a ciertas personas. Las palabras que usan: “scum” para Trump es la “escoria” de Castro. Sus insultos contra la prensa se parecen, junto con la forma en que guían o influyen a otros a cometer actos de repudio contra inocentes o a los que consideran “enemigos de la patria”. Hago la conexión para que el lector entienda de dónde vienen mis obras de activismo. 

Me crie en una dictadura y no quiero que lo mismo ocurra en los Estados Unidos. Algunos en la comunidad cubanoamericana no ven esta conexión, porque están cegados por la propaganda de Trump, por la misoginia, el racismo y el extremismo que él les ofrece. Son cosas muy atractivas para algunas personas, pero hay muchos en la comunidad que ven las cosas como yo. El pueblo cubanoamericano es más diverso que lo que se ve en los medios.




Hay un capítulo de tu libro titulado “The Return”, donde narras las historias de un par de visitas de regreso que hiciste a Cuba. La primera, junto a tu hermana y tu padre en 1994 (uno de los años más duros del Período Especial). Y la segunda, quince años más tarde, en 2009, ahora con tu esposa americana y dos hijas. ¿Cuál fue tu impresión de Cuba en 1994 comparada con la Cuba que dejaste en 1980? ¿Y cómo de distinto fue visitar Cuba como “el hijo de un padre” (en 1994) comparado con la experiencia de ir allá como “el padre de dos hijas”, en la visita de 2009?

Fueron dos visitas muy diferentes y me alegra que notaras la diferencia. Como hijo de un padre, en 1994, sentía cierta protección, con mi padre al lado. Catorce años después de marcharnos, nuestro pueblo había cambiado mucho. Las cosas ya eran un total desastre y era muy difícil conseguir lo más simple. Mis amigos se quejaban y hablaban verdades conmigo en cuartos escondidos. Noté por primera vez un cierto apartheid entre los cubanos y los turistas de afuera.  Tiendas en la cual gente como yo podían comprar cualquier comida con dólares, pero los cubanos no podían entrar. Era el “Período Especial” y la gente estaba muy triste y deprimida.

Cuando fui con mis hijas en el 2014, como padre, me sentía mucho más responsable por su bienestar. Por primera vez entendí lo que es vivir en Cuba y cuidar a sus hijos, cuando las cosas están complicadas. Una noche se despertó mi hija con dolores de barriga y le dije a la familia que tal vez teníamos que ir al doctor y me respondieron: “¿qué doctor? Ya aquíno hay policlínico. Y no hay carro tampoco”. Afortunadamente la niña se mejoró, pero me quedé con esa ansiedad en la memoria.




¿Por qué decidiste concluir el libro con el capítulo “The Promise” (La promesa), volviendo tu enfoque sobre la vida y las decisiones de tu padre?

Quería terminar el libro en un punto más personal, con la decisión que cambió la vida de tantos en mi familia. Creo que la gente no entiende bien las decisiones de los inmigrantes. Que es lo que le impulsa a alguien a dejar a sus padres, a poner a sus hijos en situaciones de peligro, en barcos, o llevarlos a la frontera. Muchas veces es que los padres se encuentran sin opciones. La historia de mi padre refleja muchas de las historias que ocurren ahora hoy en día, pero no les prestamos suficiente atención.




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01×11. Cuba en la telaraña de seda

Hypermedia Magazine

Un nuevo episodio, de este, tu podcast, La pastilla.