Abraham Jiménez Enoa: “Cuba es un país cada vez más invivible”

Ante el Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas, es decir, ante una organización internacional, ante una versión de la cultura que está dispuesta a oírlo, el gobierno cubano hace gala de su incontenible necesidad de ser admirado. Su obsesión, lo sabemos, es granjearse frente al mundo la estrellita de muchos colores de la democracia y los derechos humanos. Una estrella de papel maché.

El gobierno cubano quiere ser justo y está condenado a no serlo. Esa es su tragedia. Pondera la libertad de expresión, pero sus problemas ideológicos se resuelven en la mesa del interrogador; incita a la inteligencia nacional, pero mina la cotidianidad con sinsentidos; respalda el Decreto 349, pero tiene el Ministro de Cultura más kitsch de la historia. Un gobierno que no entiende a su sociedad civil, o el absurdo que significa mandar un operativo militar a perseguir periodistas, curadores, artistas, una noche habanera, cualquier noche, para colocar alambradas al pensamiento crítico.

Con Abraham Jiménez Enoa (La Habana, 1988), uno de esos periodistas cubanos “marcados” (“marcado”, aquí, quiere decir: detenido, sacado de su casa a la fuerza, esposado, vendado, desnudado y llevado a una oficina de Villa Marista para ser interrogado bajo amenaza) conversamos hoy en Hypermedia Magazine.

Hijo de esa orfandad que en otro tiempo llamaron Revolución Cubana, Abraham no ha confundido nunca, como sí lo hacen sus perseguidores, el pañuelito de la amada con la amada misma.



Abraham Jiménez Enoa.


Abraham, la primera pregunta es inevitable. ¿Por qué dejaste El Estornudo?

No me podía permitir traicionar a mi familia. El Estornudo es una casa que construimos un grupo de amigos cuando no teníamos dónde hacer periodismo en Cuba. No cabíamos en ningún sitio, o no nos sentíamos identificados con las opciones que existían en el momento en que decidimos emprender ese viaje. Fuimos amoldando poco a poco ese hogar que construimos con mucho trabajo, a nuestro gusto, con nuestras preferencias, y el grupo de amigos que ya éramos antes de fundar la revista, se convirtió en una familia. Cuatro años y unos pocos meses después de que empezáramos, sentí el peso de todo ese tiempo.

Es muy difícil hacer periodismo en Cuba, ya no porque aquí la prensa independiente es una especie de demonio, o porque las fuentes no hablan o porque la persecución de la Seguridad del Estado se siente cada vez más en la nuca, sino porque uno no tiene las condiciones mínimas para desarrollar la profesión en este país: la mayoría de los medios independientes no tienen ni siquiera oficinas; se trabaja desde un café, desde un bar, desde casa, y sabemos lo que son las casas en Cuba y sus complicaciones; el Internet es sumamente caro, y el poco dinero que uno gana con su trabajo tiene que destinarlo a costearse ese gasto imprescindible para trabajar… Pudiera mencionar un sinfín de cuestiones logísticas que son indispensables para hacer un periodismo de calidad.

Entonces, todo ese cansancio me cayó encima y me empezó a costar el día a día. Me salió un agotamiento tremendo y decidí parar y echarme a un lado, porque incluso estaba dejando de cumplir con mis obligaciones, y lo único que no podía permitirme era perjudicar el trabajo de la gente que yo quiero, y a su vez a la revista.

Cuatro años y unos meses se dicen fácil, pero es un montón de tiempo pasando trabajo. Y es un montón de tiempo sin refrescar. El cuerpo me pedía un “refresco”, pasar al menos un tiempo sin estar rastreando el mejor parque wifi con la mejor conexión a Internet para subir un video o unas fotos.

Fue sumamente difícil tomar esa decisión. Han sido los cuatros años más bonitos de mi vida, pero para seguir sintiendo la adrenalina del periodismo necesitaba un respiro, coger un diez, un cambio de aires para recobrar fuerzas y seguir.

En tu ficha de autor de El Estornudo, leíamos: “El fútbol le produce más orgasmos que las mujeres”. ¿Barça o Real Madrid?

Madrid, aunque ya no soy el fanático furibundo que en algún momento fui. Esa enfermedad pasó. Pero el fútbol sigue siendo una de mis pocas pasiones. Intento seguir todo ese universo, me da lo mismo el Colo Colo de Chile, que el Rubin Kazán de Rusia o el Aston Villa. Siento una especial curiosidad por desentrañar el devenir de las carreras de los jugadores que fueron importantes y que ya están en el ocaso de sus vidas como profesionales; entonces quizás por eso me la paso husmeando en ligas no tan apetecibles.

Todos los días, en la mañana, después de tomar café y revisar el mail, lo primero que hago es leer una serie de periódicos de fútbol que tengo predeterminados en mi laptop. Después de eso voy a mi Instagram, al que tengo configurado para que me muestre compilaciones de videos de jugadas de futbolistas viejos, de hace 20 o 25 años, de cuando yo empecé a ver fútbol. Y así le entro al día con ganas.

Te conocimos escribiendo sobre deportes, ahora tus columnas son de tema social. ¿Cómo se llega de la crónica deportiva en OnCuba a tener una columna en The Washington Post?

Dejé de escribir de deportes cuando me fui de OnCuba, aunque alguna que otra vez lo haya vuelto a hacer. El tema es que el deporte cubano se hundió, y eso provocó en mí un parteaguas. No quise seguir escribiendo el mismo texto de siempre: el de los deportistas exiliados, el del fracaso de la política deportiva cubana.

Después de OnCuba vino El Estornudo, y dio la casualidad de que Cuba se puso buena y atractiva y, desde entonces, me he dedicado a intentar contar esa realidad. Después de 2014, con el restablecimiento de las relaciones con Estados Unidos, Cuba se puso tan de moda que los más importantes medios de prensa del mundo empezaron a interesarse en lo que estaba pasando en la Isla. De ahí que comenzaran a buscar gente de aquí que les escribiera y les contara esa cotidianeidad.

Amén de escribir en El Estornudo, entre 2016 y 2019 colaboré con medios internacionales. Lo hice como una especie de experimento, intencionalmente: quería ver cómo es el trabajo en esos medios, qué piden, cómo editan, cuál es el rigor. Intenté probar si mis relatos cabían en esos grandes medios, que parecían tan lejanos para los cubanos. Quería probarme. Por eso en ese tiempo publiqué mucho fuera de Cuba. Nunca pensé hacerlo en medios tan prestigiosos.

Luego, el año pasado, una de las veces que la Seguridad del Estado me arrestó en mi propio domicilio, me escribió el editor jefe de The Washington Post en español, preocupado por mi situación. Me dijo que si necesitaba una denuncia internacional, ellos estaban ahí para cualquier ayuda. Nos conocíamos solo de nombre, y ese detalle me hizo tomarle estima, una estima que ha ido creciendo mucho más ahora que trabajamos juntos. También me dijo que si algún día me decidía a colaborar con ellos, las puertas estaban abiertas. Pasó el tiempo, un día les propuse un tema y les cuadró. Lo escribí y lo publicaron. Luego, seguí proponiéndoles cositas, y ellos aceptándolas. Hasta que me sorprendió con la propuesta de si quería ser columnista.

Tienes un pasado en el MININT, lo cual está relacionado con la prohibición de salir de Cuba que se te impuso desde hace unos años. Coméntanos un poco al respecto. ¿Cuál fue tu experiencia en el MININT, y por qué esa regulación?

Cuando estaba en el preuniversitario, se me metió en la cabeza querer ser comentarista deportivo de la televisión. El camino que encontré para ello fue estudiar Periodismo, y de ahí saltar a la televisión. Pero había un problema: la mayoría de las plazas de Periodismo, en mi tiempo, se las quedaban los estudiantes de la escuela Lenin, y yo estaba en una beca terrenal, tenía desventaja en la docencia para enfrentar las pruebas de aptitud y de ingreso. Entonces, siguiendo los consejos de mis padres, para acortar terreno decidí acogerme al programa de Cadetes Insertados del MININT, que me garantizaba pelear contra menos gente por esas plazas; aunque si la obtenía, luego tenía que pasar el servicio social en el MININT. En eso consistía ese programa.

Todo sucedió así mismo: una vez en el MININT, me ubicaron en un departamento que se encargaba de divulgar las labores del MININT en los medios de prensa. Éramos tres personas: un señor sin dientes que era el jefe, una señora cincuentona que era agradable, y yo. Mi tarea era archivar todo lo que se publicara en los periódicos nacionales sobre el MININT; o sea, lo que hacía era tomar una tijera, recortar las noticias y guardarlas en los archivos. Meses después me moví a un departamento más sofisticado, donde hacía lo mismo pero con Internet: la compilación de noticias era en Word, en vez de en papel.

Hastiado de perder el tiempo, pedí mi renuncia antes que se cumpliera el servicio social, lo que suscitó el arrebato de mi jefe, que terminó ofendiéndome y mandándome a mi casa a esperar mi “baja” de la institución. Mientras llegaba mi baja, nació El Estornudo. Eso provocó que se enfurecieran en el MININT. Entonces, cuando me otorgaron la liberación, para vengarse y lacerarme, me dijeron que no podía salir del país hasta junio de 2021, porque yo había trabajado con información clasificada. Una total mentira: con la única información que trabajé fue con información pública.

Hoy todavía no me dejan tener ni siquiera pasaporte.

Cuando por fin puedas salir de Cuba, ¿contemplarías la posibilidad del exilio?

Nunca he salido de Cuba, no puedo aseverar que quiera vivir en un sitio que no conozco. Primero tengo que salir y ver, para luego decidir. Pero por supuesto que es una opción. Cuba es un país cada vez más invivible.

En Los diarios de Emilio Renzi, Ricardo Piglia cuenta que Virgilio Piñera tenía la certeza de que la Seguridad de Estado lo seguía, que los sitios estaban llenos de gente encubierta, de micrófonos y personas grabando. A consecuencia de tu experiencia en el MININT, ¿alguna vez han jugado contra ti la carta del “agente encubierto”?

Obvio, todo el tiempo. Por un lado, cuando la Seguridad del Estado me ha llevado a interrogatorio, siempre me dicen que soy un excompañero de ellos y que mis colegas periodistas piensan que yo estoy infiltrado. Y por otra parte, siempre percibo la sospecha de algunos periodistas independientes cuando se relacionan conmigo: el sigilo los delata. Están en todo su derecho, me río de eso.

Recuerdo una vez que un amigo, que no tiene nada que ver con el periodismo y que vive en Miami, me llamó por teléfono y me dijo que estaba en casa de unas amistades y estaban hablando de mí: decían que yo era de la Seguridad del Estado y tal.

Yo nunca le voy a salir al paso a un rumor o chisme de ese tipo; ni me incomodan ni me molestan, no tiene sentido. A fin de cuentas, nadie puede huir de su pasado ni renegar de él.

Yo soy quien soy por todo lo que he vivido. La vida siempre se encarga de poner las cosas en su debido sitio. Mucha gente que dudó de mí antes, hoy tiene que entrar por el home,hablando en argot beisbolero.



Abraham Jiménez Enoa.


Eduard Limónov comenta en uno de sus libros sobre “esa costumbre tan soviética de la gente de pensar que un periodista podía resolverle los problemas”. ¿Cómo ha sido tu experiencia interactuando con la gente?

En Cuba la vida está tan tristemente jodida que muchas veces la gente que habla y le abre las puertas a un periodista independiente es para hacer una suerte de denuncia, porque están hastiados o porque no les queda otro remedio. Son como gritos de socorro. La fuente sobreentiende o deposita en el periodista unas esperanzas infundadas: hablo, y si hablo, se conoce, y si se conoce, se resuelve el asunto. Y no hay nada más lejano a concretarse, a resolver un asunto, que un periodista con un reportaje o un texto.

En las manos del periodista no hay soluciones. El periodista las puede dar, pero su fin último es mostrar, describir, narrar, relatar; nunca resolver, aunque sin dudas al tocar el asunto surge una posibilidad de solución. Todo eso es aclarable, y uno puede zanjarlo en la mente de las fuentes. Es lo que yo siempre hago, antes de encarar cada reportería, para evitar malos entendidos y desilusiones. Aunque han existido, pero por otros motivos.

En Cuba uno no solo está en riesgo por desarrollar una labor que la Constitución de la República solamente reconoce para los que trabajan al servicio del Partido Comunista, único partido en el país. Sino que además, al citar a tus fuentes, las pones en riesgo a ellas también, y entonces pueden sufrir el látigo inclemente del Estado.

Un ejemplo: en 2016 pasé casi un mes merodeando La Habana con unos carretilleros que vendían viandas y verduras; quería escribir una crónica sobre cómo el gobierno les hacía la vida un yogur y no los dejaba en paz. Aquel texto se publicó y, a los pocos días, el gobierno les quitó a los dos carretilleros sus licencias para operar. Aquellos dos pobres hombres, y sus respectivas familias, se quedaron sin trabajo. Salieron a buscarme, no para que les solucionara el problema en que los había metido, sino para golpearme y hacerme pagar por sus desgracias.

Dentro del periodismo que practicas, ¿cuáles son tus referentes en el ámbito cubano?

Contrario a lo que se cree, hay mucha gente buena en Cuba. Y sabemos que Cuba no solo se circunscribe a esta isla.

De hecho, El Estornudo nació porque se unió mucha gente a la que le interesaba la crónica de largo aliento: Jorge Carrasco, Maykel González —el de Miami—, Carla Colomé, Carlos Manuel Álvarez y el resto de la gente que se nos unió en el camino de esta aventura. En mi última etapa en la revista, también se sumó Mónica Baró, que venía de Periodismo de Barrio.

Yo me identifico con las piezas de periodismo narrativo que se han publicado en El Estornudo de 2016 a la fecha.

Y del ámbito internacional, ¿cuáles son tus autores preferidos? ¿Los que más influyen en tu escritura?

Sin dudas, los clásicos: Walsh, Capote, Talese, Kapuscinski.

¿Qué revistas o medios, cubanos y extranjeros, sigues con especial interés?

De Cuba, leo lo que me resulta atractivo y lo que pesco en redes sociales, que casi siempre son artículos de medios independientes. De los extranjeros: me informo por The Washington Post, The New York Times y El País; y para disfrutar, busco textos en The New Yorker, en Vice, en los magazines de esos periódicos que mencioné y en revistas del corte de Gatopardo, de Jot Down.

La tribu. Retratos de Cuba, de Carlos Manuel Álvarez, ha puesto el periodismo narrativo cubano —y en particular las voces de tu generación— en el mapa editorial hispanoamericano. ¿Has pensado reunir tus textos en un volumen?

El cuerpo me está pidiendo salir del articulismo. Pero si en definitiva me lanzo a hacer un libro, no creo que deba empezar por compilar lo que he escrito hasta ahora. Aunque en verdad, no lo sé, no lo tengo claro.

Una de tus columnas recientes lleva por título “Quizá la pospandemia fuerce los cambios necesarios en Cuba”. Si tuvieras que tirarte al agua ahora mismo, más allá del “quizás”: ¿crees que veremos cambios significativos en el futuro cercano?

Con Cuba no se puede ser terminante ni categórico. Es un Estado fallido, disfuncional, fatigado y, como tal, puede hacer aguas en cualquier momento y por cualquier lado. A eso me refería en esa columna, y es a lo que apuesto: a que el afán del gobierno por arreglar, por sobre todas las cosas, la economía del país, podría generar una especie de perestroika y eso, a la postre, termine por cambiar el statu quo de la nación.

Imagino que cada uno de esos parches que viven colocando alrededor de la estructura que sustenta a la dictadura cubana, a la larga van a jugarle en contra al propio gobierno y, sin que ellos se percaten, se modificarán las esencias del establishment.

El pasado mes de agosto nació tu bebé, lo cual es un gran cambio en tu vida. Pero si hay algo que no cambia, para un periodista independiente en Cuba, es la posibilidad de ir a la cárcel, la amenaza constante sobre tu persona, tu libertad y tu familia. Recientemente pudiste experimentar esta realidad en toda su crudeza. Haberte convertido en padre, y recibir estas amenazas, ¿cambiaría la forma en que practicas el periodismo? ¿Es esta una encrucijada real, o más bien un estímulo para continuar realizando tu trabajo?

Hacer periodismo en Cuba lleva aparejado soportar la ignominia del régimen. No puede ser de otra manera. Los periodistas —independientes, obviamente— son enemigos del gobierno, y el gobierno los trata como tal. Los agrede, los atropella, los avasalla, los mete en prisión para silenciarlos. Porque el periodismo verdadero, en Cuba y en Burundi y en donde sea, tiene que ser contra el poder. Es un altísimo costo que corremos los que nos dedicamos a ello, pero es un costo que desde el principio uno sabe que está ahí. No es algo que vine a descubrir o a meditar ahora con el nacimiento de mi hijo.

Mucho antes de ser padre, este gobierno me llevó a interrogatorio, me apresó en mi propio domicilio, acosó a mi familia y a amigos y aún me impide salir del país. Todas esas amenazas y toda esa represión contra mi persona estaban desde antes, y seguirán existiendo ahora con mi hijo.

Que un Estado, para callar a alguien, vaya encima de su familia, deja claro el carácter despótico y dictatorial de los que dirigen ese país. Es su propia delación.

No sé hacer otra cosa, que me salga relativamente bien, que no sea periodismo. Por lo tanto, por mi cabeza no pasa la idea de abandonarlo ni de modificarlo. El día que le baje el octanaje a lo que escribo, por miedo a alguna consecuencia, tendrá que ser mi último día en esta profesión. Porque esta profesión va de la franqueza, de contar verdades. Y si me miento a mí mismo, no tendré moral para levantar la cabeza, mirar a los ojos y enjuiciar a otro.

Mientras, sigo disfrutando de mi hijo, la cosa más hermosa del mundo.



Abraham Jiménez Enoa.




Mónica Baró: “Mi verdadera libertad proviene de crear”

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Jorge Enrique Lage & Gilberto Padilla Cárdenas

“La credibilidad es el patrimonio más importante de un periodista, cuesta muchos años crearla y se puede perder muy rápido.