Adonis Ferro y el arte de perder con espadas

Adelante. 

Silbidos de espadas, los pies que avanzan, y luego, el baile de reflejos. La punta que alcanza el torso, resbala. Tocado… 

El 20 de junio fue abierta al público Desconcierto 12. Oxígeno, del artista visual cubano Adonis Ferro (La Habana, 1986), en Galería-Taller Gorría (San Isidro no. 214 e/ Picota y Compostela, Habana Vieja) donde se estará exponiendo hasta finales del verano. Un conjunto de nueve obras que, sostenidas por una suerte de autoficción, experimenta con la memoria, la temporalidad y la derrota, sirviéndose de la esgrima como núcleo y metáfora. 



Espadas profesionales de esgrima de diferentes épocas. Una de latón, metal y fieltro, la otra de bronce.


Oxígeno integra el conjunto de Desconciertos de Ferro. Es válido aclarar que el artista no expone estos Desconciertos en un orden cronológico; por ejemplo, la última de sus presentaciones fue Desconcierto 10. Rectángulo, que se estrenó en marzo de 2020 en Factoría Habana. 

En palabras de la curadora Gabriela Rey: “Desconcierto 12. Oxígeno es un ensayo de arqueología sentimental”. No puedo evitar la cursiva, puesto que el término me remite a la lectura de La exposición como máquina de guerra del historiador de arte francés Georges Didi-Huberman, que concluye así: “En esto debería consistir una exposición, en un ensayo basado en relaciones entre imágenes que en principio son infinitas, que pueden ser repensadas una y otra vez”. 



Máscara de esgrima usada por el equipo nacional de Cuba, estructura de hierro, aureola antigua de bronce pulido, y luz de neón.


Me gustaría hablar sobre algunas imágenes de la exposición: Dos espadas de esgrima que se encuentran (Mi hermano dobló el tiempo), punta con punta, es decir, si se produce la muerte, es causada por un contacto mínimo. Las armas se conectan formando lo que pudiera entenderse como una espada que se dobla y concluye en sí misma. Un bucle. El final es el inicio, y viceversa. Todo es eterno. 

En Perdedor 1 y Perdedor 2, dos contrincantes han sido ubicados frente a frente, en una diagonal perfecta. Pareciese que esperan escuchar la palabra “adelante” para entrar en la pista (Residuos de un planeta sin dolor) y que el combate comience; pero las máscaras suspendidas por estructuras de hierro revelan que ya el combate ha terminado y esto que vemos ahora son sendos altares de pérdida. 



Máscara de esgrima usada, estructura de hierro, vegetación seca, flor de buganvilia y luz de neón.


Así era mi país en los años noventa. Una pecera. Un cubo de vidrio rectangular vuelto que estuvo en esa posición desde los años 90 acumulando suciedad. Ferro encuentra así la forma de trasladar hasta el presente las partículas de un período crítico de nuestra sociedad, tan cercano al actual, marcado por la precariedad y la zozobra. Un conector/contenedor de tiempos.



Pecera de cristal con churre acumulado desde los años 90, piedra dibujada con grafito, cuerno animal y luz de neón.


Otra vez al centro de la pista. La otra punta busca el otro torso, lo encuentra. Tocado. Otra vez en guardia.

Me gustaría, además, repensar algunas de estas imágenes una y otra vez, trenzarlas.

El capítulo 1 de Oxígeno es una ficción compuesta por objetos personales del artista y elementos reiterativos en su estética (piedras, púas, espinas de ceiba, cuerno de animal), reconstruida a través de vivencias en diálogos perennes con nuestro contexto: la crisis, la pérdida, el dolor, la muerte…, esa “arqueología sentimental” que tan bien declara Rey en sus palabras, porque aunque pareciera apuntar, por su visualidad de hierros, ruina y luces de neón, continuamente hacia un futuro, Oxígeno está yendo todo el tiempo al pasado. Al antes. A los que han perdido. A lo que se ha perdido. Lo que ya no está. Una excavación personal y social para armar una historia con restos.

Las espadas buscando el desquite, la gloria… 

Puntos. Puntos. Puntos. 

El rescate de una conflagración donde las fuerzas que se oponen no resultan victoriosas. Una guerra que solo deja perdedores. Perdedores que se encuentran en un espacio y un tiempo que no han conquistado. Que no dominan. Un tiempo eterno. Sin avances. 11: 59. El día que no acaba. El día que no comienza. Haciendo caer sobre el espectador la pesadumbre, el concierto mudo, posapocalíptico y apócrifo, que sucede a los combates. 



Mármol de carrara y luz de neón intermitente.


Quizá por esta atmósfera dramática de pasado y destrucción que centellea en las piezas de Ferro, engranadas para armar esta pieza total que es Oxígeno, la exposición pareciese, a primera vista, estar absolutamente truncada. Y en este hecho, en este artificio provocativo de mostrar un conjunto de “inacabados”, encontramos la medida de su infinitud. 

En medio de un panorama tan baldío como el que vivimos, a la sombra de una pandemia y un contexto que proyecta un porvenir titilante, de incertidumbres, Adonis Ferro incita a recordarnos como perdedores, acaso para construir con lo que nos queda otras posibilidades… Otro final. O simplemente para pensar con detenimiento en la derrota. 

Puntos. Puntos. Puntos. Son bellas las espadas en el aire. Brillan. Y pierden. 




Nara Mansur

Nara Mansur: “La poesía arde siempre”

Katherine Perzant

Soy, más que nada, una espectadora del teatro y de la performance social y política”.