Anežka Charvátová vive en la vieja Praga y allí, en la ciudad de las cien torres, justo en el corazón de Europa, lee Tres tristes tigres.
Ella ha traducido al checo —el idioma de Jan Neruda, Karel Čapek, Jaroslav Hašek, Josef Škvorecký, Bohumil Hrabal y Milan Kundera— varias novelas de Guillermo Cabrera Infante y de otros autores cubanos, entre ellos Reinaldo Arenas.
Nacida en 1965, graduada de Filología Hispana e Italiana en la Universidad Carolina, la mirada de Anežka Charvátová se ha enfocado hacia la literatura latinoamericana desde que leyó —deslumbrada y sobrecogida— La ciudad y los perros, del peruano Mario Vargas Llosa.
En La Habana de finales de la década de 1980, igualmente extasiada, Anežka leyó Tres tristes tigres sentada en el muro del Malecón. Es interesante figurarla allí: sobre el muro —¿de frente o de espaldas al mar?—, sumergida en una ciudad lejana e irrepetible, llena de clubes, música y noches bohemias, donde la grave voz de contralto de Freddy se esparce en el Bar Celeste como un dulce eco de sordina. Una ciudad que no se parece a La Habana en la que ella vivía entonces.
Cursaba una beca de intercambio en la Universidad de La Habana y las clases, confiesa Anežka, le aburrían. Cuando se fue de Cuba, viajó a Berlín a ver con sus propios ojos el Muro derribado y a estudiar literatura hispanoamericana en una prestigiosa biblioteca de Berlín occidental.
Catalogada por muchos como una “conocedora” de la llamada literatura cubana del exilio, Anežka Charvátová también ha traducido al checo la obra de otros escritores latinoamericanos y europeos, entre ellos Carlos Fuentes, Arturo Pérez-Reverte, Isabel Allende, Umberto Eco, Dany Laferrière, Ernesto Sábato y Luis Sepúlveda. Pero sus dos grandes pasiones —además de Vargas Llosa y Roberto Bolaño— han sido Cabrera Infante y Reinaldo Arenas. Poco después de la disolución de Checoslovaquia, Antes que anochezca fue su primera traducción publicada, de una larga lista que le ha valido importantes premios como el Magnesia Litera y el Josef Jungmann.
Acortamos distancias en la conversación gracias a Internet y con la excusa de la publicación por la editorial FRA, hace un par de años, de su traducción de Tres tristes tigres. Ella en su vieja y hermosa Praga —donde el río Moldava fluye imperturbablemente– y yo en una Cuba bañada por las aguas turbulentas del Caribe. Cabrera Infante, Reinaldo Arenas y la literatura cubana de por medio guían nuestro diálogo.
Anežka, ¿crees que el lector contemporáneo se puede sorprender todavía con la arriesgada estructura que propuso Cabrera Infante en su novela?
Tres tristes tigres (TTT) tiene una estructura muy moderna para la época en la cual fue escrita, pero en el siglo XXI ya los lectores están más acostumbrados a leer novelas complejas. Sin embargo, los jóvenes lectores de ahora están perdiendo la capacidad de leer libros de ese tipo; prefieren una trama lineal, con menos personajes, no tan enramada. Me doy cuenta en mis clases: los estudiantes no pueden leer, por ejemplo, La casa verde de Mario Vargas Llosa, se pierden.
Pero TTT tuvo éxito aquí, creo que sobre todo por la dosis de humor que tiene. Se publicaron 1000 ejemplares y se vendieron en seis meses: un gran éxito ahora para un autor latinoamericano. El libro publicado antes, La ninfa inconstante, con traducción de Petr Zavadil, no tuvo tan buena acogida. Hay que decir que TTT es la mejor novela de Cabrera Infante: si alguien quiere acercarse a él, tiene que empezar por allí.
Has dicho también que habría sido mucho mejor traducirla al checo inmediatamente después de que se publicara en español, en el año 1967. ¿Qué imposibilitó la publicación del libro en aquel entonces?
Fueron razones políticas obvias. GCI fue uno de los mayores enemigos de Fidel Castro y tampoco se podía publicar en Cuba. En la Checoslovaquia comunista nadie se atrevía a publicar una obra tan alegre, subversiva, y cuyo autor fue “un gusano”, un “amigo del imperialismo” y otras cosas que se decían en aquel entonces.
Había chance de publicar algo de GCI en la segunda mitad de los 60, cuando se aflojó la censura, pero con la llegada de los tanques rusos en agosto de 1968 esto se terminó. Y nadie tuvo tiempo para traducir una obra tan compleja antes de la nueva vuelta de tuercas.
Es una pena, porque en los 60 y en los 70, se publicaron en Checoslovaquia muchas novelas del boom: La ciudad y los perros (Mario Vargas Llosa) y La muerte de Artemio Cruz (Carlos Fuentes), en 1967; Rayuela (Julio Cortázar) y Cien años de soledad (Gabriel García Márquez), en 1971, entre otras; se sacaban miles de ejemplares y se vendían como pan caliente, no como ahora.
Pero, por otro lado, estoy contenta de que no se haya publicado entonces, porque así pude hacer yo la traducción, que fue el mayor reto de mi vida y a lo mejor también el trabajo más entretenido, que tuvo éxito y me ganó muchos lectores (bueno, no a mí, sino a GCI, pero en este caso el traductor sí tiene que tomarse en cuenta).
El libro se agotó, hubo varias reseñas, lecturas, debates, programas en la radio… Encontró a sus lectores, que son los mismos que leen Rayuela, de Cortázar, por ejemplo.
Has comparado a Cabrera Infante con el checo Josef Škvorecký. ¿Qué rasgos unen a ambos escritores?
Los dos trabajaban con el idioma de una manera muy parecida, se interesaban por la forma de hablar de gente de varios orígenes y estratos sociales; los dos tienen personajes que mezclan varios idiomas creando un dialecto imposible; los dos amaban el jazz y la música es muy importante en su literatura; los dos tienen un humor socarrón e irreverente; los dos eran grandes lectores de la literatura estadounidense, les gustaban las mujeres, los clubes, la buena vida; y en sus novelas, detrás del humor y la ironía, hay una cierta nostalgia por tiempos que ya no van a volver. Y ambos tuvieron que irse de su país por ansiar la libertad y no conformarse con un sistema autoritario, gris, lleno de policías secretos.
¿Cuándo leíste TTT por primera vez?
En 1987, sentada en el muro del Malecón cerca del hotel Riviera, y fue como subirme al convertible con Arsenio y Silvestre y recorrer la ciudad a un ritmo vertiginoso.
¿Qué te atrajo de la novela?
Me encantó su lenguaje, me encantaron los juegos y los “safaris semánticos” de Bustrófedon, me encantó ver La Habana por los ojos de GCI. Fue el mejor libro cubano de los que había leído hasta aquel momento. Además, tenía el aura de lo prohibido, que me atraía todavía más (de la misma manera leía en mi país a Škvorecký).
En aquel entonces estaba escribiendo mi tesis sobre Conversación en la Catedral, de Vargas Llosa, y también me gustó mucho la estructura compleja del libro, el laberinto de personajes, el rompecabezas que uno tiene que armar. En general me atrae ese tipo de novelas.
¿Qué fue lo más difícil en la traducción, las principales dificultades que encontraste a la hora de llevarlo al checo?
Lo más difícil no fueron los juegos de palabras de Bustrófedon, al contrario, fue lo que más me divirtió. Lo peor para mí fue traducir las parodias de los escritores cubanos, sobre todo la parodia de Carpentier; en general no tengo que consultar mucho el diccionario, pero allí tenía que consultar cada dos palabras, fue horrible.
Al comienzo tenía que establecer un estilo para cada personaje, pero cuando tienes esto, ya empiezas a convertirte en los personajes y hablas como ellos y resulta casi fácil. Me acuerdo que no dejaba de hablar como Bustrófedon, mis amigos pensaban que me estaba volviendo loca, no podía salir del personaje. No solo de él sino de todos los demás, hacía chistes a cada rato. Fue muy divertido.
¿Cómo fue enfrentarse al idioma habanero que utiliza GCI? No es precisamente el español regido por la Academia lo que predomina en sus juegos lingüísticos…
Como ya te dije, fue una experiencia placentera. Tuve que buscar varios estilos de checo; me inspiraba, entre otras cosas, en los diálogos de los personajes de Škvorecký.
A mí me gustan mucho los escritores que juegan con su idioma. Los franceses, por ejemplo, Raymond Queneau y sus Ejercicios de estilo (el título que GCI retoma paródicamente en sus Ejercicios de estío). Para el traductor de este tipo de obras se abre un gran campo creativo, puede (re)crear y (re)escribir mucho más que cuando traduce un libro escrito solo con las palabras del diccionario de la RAE. El idioma hablado siempre es muy rico, usa metáforas e imágenes chistosas que no se pueden traducir: hay que reinventarlas. Y esto, más que trabajo, es un placer.
Estudiaste Filología Hispánica en la Facultad de Letras de la Universidad Carolina de Praga. Has dicho que bajo el sistema comunista era imposible obtener una beca si no pertenecías al Partido, y mucho menos una beca en Europa Occidental. ¿Cómo eran las clases entonces? ¿Tenían libertad para estudiar la literatura hispana y sus autores, aunque estos fueran abiertamente anticomunistas?
Dependía del profesor. Yo tuve suerte de tener la mejor profesora de literatura hispanoamericana, Hedvika Vydrová, quien también me dio contactos para conocer a gente interesante en Cuba. Sus clases eran absolutamente libres y nos hablaba de los autores hispanoamericanos de tal manera que encendía nuestro interés, nos invitaba a la lectura. A ella se lo debo todo. Sus clases fueron excelentes, y ella como persona también lo es. En cambio, las clases de literatura francesa, por ejemplo, no valían nada en aquella época.
¿Cómo fue tu encuentro con la literatura latinoamericana? Sé que te interesó inicialmente Mario Vargas Llosa…
La ciudad y los perros fue el primer libro latinoamericano que leí, cuando me preparaba para los exámenes de ingreso a la Facultad de Letras. Y fue amor a primera vista. Luego descubrí a otros autores gracias a las clases de la profesora Vydrová, pero Mario Vargas Llosa ha sido mi gran amor hasta ahora. Escribí mi tesis sobre él y obtuve mi primer gran premio de traducción (Magnesia Litera) cuando traduje su novela El Hablador.
Ahora trato de mantenerme al tanto de lo que publican los jóvenes, pero hay muchas cosas, resulta imposible abarcarlo todo. Me oriento gracias a los amigos, las Ferias del Libro, siguiendo los catálogos de las editoriales de renombre (sobre todo Anagrama), etc.
¿Qué autores cubanos se traducían y se publicaban entonces en Checoslovaquia?
Sobre todo a Alejo Carpentier y a Nicolás Guillén.
¿Y cómo surge tu interés por la literatura cubana? ¿Qué otros autores cubanos te llamaron la atención?
Empecé a interesarme, lógicamente, cuando viví seis meses en La Habana. Y me atrajo más el lado oculto de la literatura cubana, los no oficiales, los marginados: además de GCI, Virgilio Piñera y Lezama Lima.
Leí Paradiso en la biblioteca de Casa de las Américas en vez de ir a las clases en la Universidad de La Habana (que eran bastante malas en 1987-1988). Después de 1989 fui a Berlín, para ver el Muro caído y para estudiar en la mejor biblioteca iberoamericana del mundo. Allí encontré a muchos autores exiliados y perseguidos y escribí un artículo sobre “la otra” literatura cubana, la disidente, desconocida en mi país. Y así me establecí como una “conocedora” de la literatura cubana disidente y gracias a esto me propusieron la traducción de Antes que anochezca, de Reinaldo Arenas, que fue mi primera traducción publicada.
¿Específicamente sobre qué era la beca que habías obtenido?
Fue una beca de intercambio, pero las clases me aburrían, casi no iba, en vez de esto leía mucho, trataba de viajar y conocer Cuba y escribir mi tesis sobre Vargas Llosa, que ya era persona non grata en Cuba. No había materiales ni nada, solo tenía los que me había llevado de Praga. Y allí, sentada en el muro de Malecón, me dejé deslumbrar por TTT.
¿Has regresado a Cuba después de esa ocasión?
Volví casi 30 años más tarde. Lo peor es que casi nada ha cambiado. Todo se veía mucho más deteriorado. Me dio una gran pena.
Tu traducción de Antes que anochezca, de Reinaldo Arenas, se publica en 1994, poco después de la disolución de Checoslovaquia. ¿Qué significó publicar esa novela en ese momento?
La publicación de Arenas no tuvo nada que ver con la disolución de Checoslovaquia, fue un proceso tranquilo, sin mayores repercusiones en la vida cultural del país. Antes que anochezca fue mi primera novela traducida (antes traducía ensayos, cuentos, etc.) y me la ofrecieron porque había escrito algunos artículos sobre él y sobre El mundo alucinante.
¿Qué retos encontraste como traductora en la obra de Arenas?
Sobre todo, las páginas donde habla abiertamente de sus relaciones homosexuales. Yo no tenía el vocabulario en checo, tenía que juntarme con amigos homosexuales y preguntarles cómo dicen esto y lo otro… Fue también el primer libro publicado en checo donde se trataba abiertamente el sexo homosexual, y además el primer libro que mostraba la cara oculta del sistema cubano. Tuvo mucho éxito.
El portero fue mucho más fácil de traducir, pero no tuvo tanta repercusión. Habría que publicar completa su pentalogía (de la cual, lo que más me gusta es El palacio de las blanquísimas mofetas), pero eso sí que es un gran reto.
¿Conoces lo que escriben actualmente los cubanos dentro y fuera de Cuba?
Bueno, trato de seguir lo que se publica fuera de Cuba, que es más fácil. Trabajo en el jurado del premio Franz Kafka Novelas de Gaveta, donde los escritores cubanos que no pueden publicar en Cuba mandan sus manuscritos, que es también una manera de enterarme de cómo se escribe ahora mismo en Cuba. A veces, los amigos me traen algún libro o me mandan informaciones; en la época del Internet uno puede enterarse de todo.
Has participado en la traducción al checo de la obra de otros autores como Carlos Victoria, Guillermo Rosales y Virgilio Piñera. ¿Cómo ha sido la recepción del público y la crítica en estos casos?
No han tenido tanta repercusión como Arenas o GCI, pero el círculo de conocedores los aprecia mucho. Claro que nunca se van a vender miles de ejemplares, son autores para la minoría de amantes de la buena literatura.
¿Qué otros libros cubanos te interesaría traducir?
Algo de la pentalogía de Arenas. Y El mundo alucinante, que es una grandísima novela. Y La Habana para un infante difunto, de GCI.
Has dicho que la traducción de Paradiso es una vieja deuda con la literatura hispanoamericana, pero emprenderla es una tarea inhumana que le dejarás a Petr Zavadil. ¿Por qué aseguras esto?
Traducir a Lezama Lima es muy difícil, uno tiene que tener un gran bagaje cultural (la antigüedad griega, la cultura china, la Biblia, la literatura barroca y muchas cosas más). También el libro tiene muchas páginas, y hay que conservar el ritmo, las metáforas, las imágenes… Claro, es una gran deuda, es uno de los mayores escritores del siglo pasado y todavía no lo tenemos en checo, mientras que todos los grandes clásicos del siglo XX de otros idiomas ya han sido traducidos.
Anežka, ¿existe alguna obra que no se pueda traducir al checo, o para ti no hay libros intraducibles?
No sé… En principio creo que todo se puede traducir, o “(re)crear”, pero es muy difícil en algunos casos, cuando el contexto es muy importante y a la vez desconocido en el otro idioma. El color de verano creo que es prácticamente intraducible (el libro pierde mucho si el lector no descifra la identidad de los personajes ridiculizados, por ejemplo).
En Cuba, escritores y lectores se pasan de mano en mano las ediciones extranjeras de Guillermo Cabrera Infante, Reinaldo Arenas, Severo Sarduy… Todas estas obras deben ser publicadas en el país para ser leídas en contexto, por su público primario…
Por supuesto. Hay que publicarlos en Cuba. Pero GCI prohibió la publicación de sus obras en Cuba mientras dure el castrismo, y hay que respetar su decisión.
¿En qué trabajas ahora? ¿Qué obsesiones literarias mueven tus días?
Imparto clases de traducción y literatura, así que tengo que dedicar mucho tiempo a prepararme y a corregir trabajos de los estudiantes. Además, corrijo y superviso traducciones para varias editoriales, preparo programas para la radio, etc. Pero lo que más me gusta es descubrir autores nuevos para el público checo y traducirlos.
Ahora estoy traduciendo a Juan Rodolfo Wilcock, escritor argentino poco conocido pero genial, amigo de Borges y Bioy Casares, un gran mistificador literario. Y preparo otras traducciones de Bolaño: ya llevo publicados cinco libros de él. Y tengo varios planes más. No me aburro.