Armando Abascal Serrano tiene 64 años. Nació en Perico, en la provincia de Matanzas, en 1956. Es miembro del Ejecutivo Nacional del Partido por la Democracia Pedro Luis Boitel Abraham y el pasado 11 de julio de 2021 se unió con su familia a los manifestantes que, en el parque de Carlos Rojas, el barrio del municipio matancero de Jovellanos donde reside, demandaron libertad para el pueblo de Cuba.
La familia de Abascal es bien conocida dentro de la oposición. Su esposa Annia Zamora y sus dos hijas, Lisy y Sissi Abascal Zamora, han sido por años opositoras al régimen comunista. Annia y Sissi son Damas de Blanco. Armando tiene además un hijo mayor, Carlos Armando Abascal Rodríguez, que vive en Estados Unidos; y Annia y él adoptaron, con apenas meses de nacido, a Michel Ricardo Ramírez, el mayor de los tres hijos del matrimonio.
Armando Abascal se formó como técnico medio en turismo. En los años 80 trabajó en la industria turística y poco después empezó en el Ministerio del Azúcar. En 1987 fue detenido por intento de salida ilegal del país y condenado a tres años de prisión, “pero al año y un mes salgo en libertad”. Su tiempo de prisión se repartió entre el Combinado del Sur, donde estuvo siete meses, y Agüica, donde pasó el resto del tiempo; “cuando aquello había muchas personas por salida ilegal”. Enamorado de Annia Zamora desde antes de entrar a prisión, fue durante su internamiento que se casaron. Ya en libertad continuó trabajando en el MINAZ, “fui chofer de rastra hasta 2001 o 2002, que viene el cierre de los centrales, mi empresa quebró y quedé desempleado”.
“Yo firmé el Proyecto Varela en los 90 ―cuenta Armando Abascal―, por medio de Emilio Bringas, que recogió firmas en Jovellanos. Emilio vive hoy en el exilio, fue preso político y plantado. Él recogió firmas aquí en Carlos Rojas”. Hacia 2003 comienza en la oposición y el activismo por los Derechos Humanos y la democracia. Más tarde conoce a Félix Navarro, presidente nacional del Partido por la Democracia Pedro Luis Boitel y héroe de la Primavera Negra y del 11 de julio, actualmente en prisión. Es entonces que ingresa en las filas de la organización política.
El 11 de julio la familia Abascal Zamora se presentó en el parque de Carlos Rojas. Estuvieron entre los primeros en llegar allí. Armando fue detenido y estuvo 45 días en prisión. Esta entrevista es un resumen de las agobiantes jornadas que vivió confinado hasta salir, por el cambio de medida cautelar, el pasado 27 de agosto. También sobre la suerte de sus compañeros de Partido (Félix Navarro, Francisco Rangel y Leylandis Puentes) que siguen en prisión todavía.
En prisión, sufre la muerte de su hermano Jesús Rafael Abascal como reacción a la vacuna Abdala contra la COVID-19. “No aparece así en el acta de defunción, pero ya fuera de prisión, cuando yo hablo con mi hermana, me doy cuenta que fue eso. A él lo vacunan ese día por la mañana. Después empieza a tener falta de aire y fallece hacia las 5 o las 6 de la tarde”. Jesús Rafael tenía 70 años al morir y numerosos padecimientos de salud. Armando cuidaba de su hermano con esmero.
Esta entrevista no deja de mencionar los abusos sufridos por sus hijas y esposa después de que se lo llevan detenido, pues la ira de la represión castrista no dejó de aprovechar estas jornadas para descargar su odio sobre una familia ejemplar; a la manera que lo hizo sobre el pueblo de Cuba.
¿Cómo llegas al parque de Carlos Rojas el 11 de julio?
Nosotros vimos por Internet la movilización que estaba teniendo lugar en distintos lugares de Cuba y salimos de inmediato para allí. Cuando llegamos aún había poca gente. Eran, aproximadamente, las 2:30 de la tarde. Demandábamos mejor atención para la población por el avance de la COVID-19, toda Matanzas estaba en crisis y las estadísticas oficiales mentían. Demandábamos alimentos, limpieza e higiene en los hospitales, y sobre todo un cambio político para el país, que nos devolvieran la libertad.
Diez minutos después de haber llegado me detienen unos oficiales de la Seguridad del Estado y me llevan para las oficinas del Sector de la policía que está al frente del parque. En ese momento no había violencia, todo había comenzado hacía muy poco y en ese parque se estaba manifestando el pueblo. Tampoco hubo violencia en mi detención porque yo nunca me resistí
Estuve sentado frente al buró del jefe de Sector por cerca de una hora. El parque comenzó a llenarse y eso les preocupó. Había, además, muchas personas reclamando mi libertad. Entonces pidieron una patrulla por teléfono que llegó quince minutos después.
Una ambulancia no habría llegado tan rápido…
¿Ambulancia? No llegaría nunca. Aquí han muerto personas por no llegar una ambulancia.
¿A dónde te conducen?
A la estación policial del municipio Jovellanos, allí me meten en uno de los calabozos. Esa estación tiene muchos calabozos, yo no los conozco todos. Siempre que me detienen, que me han detenido muchas veces, me ponen en los primeros. Estuve solo todo el tiempo. Después llegó gente de Jovellanos y de San Miguel de los Baños, que es otro barrio del municipio. No era gente que yo conociera, pero sabía que venían de las manifestaciones en los barrios porque lo decían en voz alta.
¿Qué tiempo estás en Jovellanos?
Llego sobre las 4 de la tarde y allí estoy hasta las 9 de la noche. A esa hora me sacan del calabozo y en el patio de la Unidad veo que hay una jaula blanca de trasladar presos, que pertenecía, por lo que me dijeron los presos que venían de Colón, a la prisión de Agüica; Agüica este en el municipio de Colón. La jaula es un camión Kamaz con un contenedor para trasladar presos. Es sellado y dentro hay una reja que separa la parte que lleva a los presos de la que lleva a los guardias.
Cuando subo a la jaula esposado, ya hay allí compañeros míos del Boitel, que son de Colón: Francisco Rangel y Lázaro Díaz. Además, había otros detenidos esposados que yo no conocía. Todos detenidos por la manifestación.
¿Sabes dónde comenzó el recorrido de esa jaula?
El recorrido comenzó en Colón, cuando tienen los presos en la policía de Colón no tienen cómo trasladarlos hasta Matanzas, entonces usan esa jaula, que es de prisiones. Pero la aprovechan para evacuar detenidos de todos los municipios.
Armando Abascal y su esposa Annia Zamora.
¿Para dónde te llevan?
Nosotros pensábamos que íbamos para Matanzas, pero en Coliseo el transporte se desvía para Cárdenas. Allí dimos una cantidad inmensa de vueltas, imprecisas, porque en la jaula no se puede ver para afuera. Pero en los lugares donde la jaula hizo paradas, que fueron como tres, subieron presos.
En Cárdenas montaron a un muchacho negro que no sé cómo no le sacaron el ojo izquierdo porque tenía un derrame muy grande en toda la cara. No se le veía el ojo. Cuando lo esposaron, lo tiraron en el piso y le dieron una patada en la cara, con una bota. El que lo golpeó le dijo: “Negro de mierda, tú en vez de agradecer lo que la Revolución ha hecho por ti, te manifiestas en contra del sistema”.
Como había muchas personas detenidas, en Cárdenas ellos crearon varios lugares para ir acumulándolas. Por eso demora tanto nuestro recorrido en ese municipio. Porque había que ir a los distintos puntos donde estaban concentradas.
¿Cárdenas es el lugar que más personas montó a la jaula?
Por supuesto. La gente que montaba en Cárdenas nos dijo que antes de que la jaula llegara allí ya habían salido varias guaguas cargadas de detenidos. Los que se montaron en la jaula fueron los que no cupieron en las guaguas. De Cárdenas salimos rumbo a Varadero, ya iban bastantes presos en la jaula, aproximadamente veinte. Llegamos a la unidad de Varadero y subieron nuevamente presos.
¿En Varadero salió también gente a la calle?
Ese dato no te lo puedo precisar, porque la jaula es un camión grande y esa gente fue detenida o en la calle o en sus casas, pero allí no iba nadie que no tuviera que ver con la manifestación. Todos eran jóvenes menores de 30 años. Los únicos que teníamos más años éramos Francisco Rangel y yo.
¿En el parque de Carlos Rojas también eran tan jóvenes?
En la mayoría de los casos.
¿Te atreverías a decir que fue una manifestación de jóvenes?
Sí, porque ya cuando estoy en el Combinado, que tengo la posibilidad de ver a casi todas las personas detenidas por el 11 de julio, están por debajo de los 30 años, personas muy jóvenes.
¿A dónde los trasladan primero?
De Varadero fuimos para Matanzas. Fíjate cuántas vueltas dimos que llegamos a Matanzas aproximadamente a las 5 de la mañana, a la prisión de mujeres La Belloté. Se llama así porque hay una textilera que se llamaba La Belloté, y cuando construyeron la prisión la gente empezó a llamarla de ese modo.[1]
Tuvimos que esperar cerca de dos horas porque ellos estaban procesando las guaguas de detenidos que habían salido de Cárdenas. Allí empezó a amanecer, los presos llevábamos rato pidiéndole a la guarnición de la jaula que nos dejara orinar, porque toda la noche habíamos estado en el tareco ese. Los guardias que iban al frente no querían. Decían que faltaba poco. Pancho y yo les dijimos que la gente necesitaba orinar, exigimos que lo permitieran, nos identificamos como opositores y entonces ellos comienzan a dejar bajar personas, de dos en dos, a que orinaran. Contando el chofer, el camión llevaba tres policías.
Estos guardias, que son policías, no sabían a qué pertenecíamos nosotros, la función de ellos era el traslado, no la situación de cada preso.
¿O sea, llevaron hombres a las celdas de la prisión de mujeres?
Sí, ellos crearon un lugar aparte para depositar a los presos. Allí también, aunque no en las mismas celdas, ponían a las mujeres que traían detenidas del 11 de julio. Después supe, por testimonios de presos que estuvieron en La Belloté más tiempo que nosotros, que cuando los sacaban para instrucción pasaban frente a los calabozos de mujeres y que allí estaban ellas en blúmeres y ajustadores del calor tan grande que había.
Yo soy como el tercero o el cuarto que bajan de la jaula y nos hacen una especie de ficha. ¿Nombre, edad, quién tu eres, de dónde vienes? De allí me llevan a un calabozo de entre cinco o seis personas.
Después de una hora nos llaman a los tres opositores exclusivamente; es decir, a Francisco Rangel, a Lázaro Díaz y a mí. Nos trasladan de este lugar a la Unidad de Operaciones de la Seguridad del Estado que está en Matanzas y se conoce como Versalles porque está en ese barrio. Ya son las 9 de la mañana aproximadamente del lunes.
¿Cómo los llevan?
En el mismo camión jaula que habíamos estado toda la noche, nos llevaron a nosotros tres a Versalles, pero en ese momento no nos esposan.
¿Cuándo comes algo por primera vez?
Todo ese tiempo sin comer nada, ni agua nos dieron. Porque en La Belloté no había agua. En Operaciones nos desnudan y nos hacen un chequeo minucioso, incluso nos dicen que desnudos hagamos una cuclilla. De ahí nos conducen a las galeras, la mía era la número 12. Cuando entré había cuatro personas. Estas galeras tienen una dimensión aproximada de tres por tres metros y cuatro literas.
¿Cómo sabes la dimensión de la celda?
Yo cuento las losas del piso, que son de 25 cm, cuatro losas son un metro. Yo tengo el hábito de contar cosas así en estos lugares, porque mejoran mi sentido de orientación. En total eran doce losas por todos los lados. Imagina un tablero de juego de damas.
Dentro de la galera hay un turco, que es el modo como llamamos los presos al lugar de hacer las necesidades. No es una taza de baño, sino un hueco en el piso. De arriba del turco sale una ducha. Cuando llego ya Lázaro Díaz estaba allí. A los diez minutos de yo llegar, sacan a Lázaro y meten dos personas más. Completaron ocho contándome a mí.
Es bueno que te describa las condiciones de esa galera; este elemento es uno de los más importantes y desgarradores que vas a escuchar de mi entrevista.
Yo no podía pensar que en 2021 podían existir lugares tan macabros, tan dantescos. Es una celda plenamente tapiada. Antes del triunfo de la Revolución no existían prisiones de este tipo, eran los vivacs que había en los pueblos, con sus celdas con rejas sin tapiado. Es un sistema que traen los rusos.
La Unidad de Versalles está hecha a principios de la Revolución. La galera donde yo estuve tenía dos orificios en el techo, de aproximadamente ocho pulgadas de diámetro, que originalmente era para extraer el aire caliente. Pero esos extractores no funcionan.
En ese pasillo donde yo estuve, las galeras empiezan por la 9 y llegan aproximadamente hasta la 18. Esto que te cuento no es mentira, los hombres que pasaron por este lugar podrán dar testimonio mañana. Cuando llegaban las 3 de la tarde, teníamos que turnarnos para la hendija que quedaba debajo de la puerta, de aproximadamente una pulgada y media, para poder respirar un poco de aire. Esto me recordó a mí la llamada Rastra de la muerte. La rastra hermética que cerró Osmani Cienfuegos llena de detenidos de la Brigada 2506 en abril de 1961 y la mandó de Matanzas a La Habana. Nueve de ellos no llegaron vivos. Yo hice esa historia allí, porque los que estaban eran jóvenes que no conocían historias semejantes a la que estábamos viviendo. Esta celda está por debajo del nivel de la tierra, aproximadamente a metro y medio.
¿O sea, hay que bajar una escalera al entrar a la celda?
No al entrar a la celda, sino al pasillo donde están todas estas celdas que te describo. Tal vez por eso, además de estar tapiadas, es que son tan calientes. Teníamos que rotarnos. Había momentos en que era muy difícil.
¿A media tarde se hacía más difícil?
Y por la noche, a eso de las 9 se hacía irresistible. Yo no sé las razones.
¿Cuántas personas podían estar pegando la cabeza al suelo para respirar?
Aproximadamente cuatro o cinco, que es el ancho de una puerta normal. Hacíamos una especie de abanico, los cuerpos se separaban, pero las cabezas se juntaban debajo de la puerta buscando el oxígeno.
¿Había unas cuatro o cinco personas buscando el oxígeno y los otros esperaban?
Exacto, esperando la rotación. Imagina el contraste cuando nos sacaban a Instrucción para interrogarnos, que nos llevaban a una habitación con aire acondicionado.
En esas condiciones yo estuve con la misma ropa, incluso interior, durante nueve días. Mi familia me daba por desaparecido porque los oficiales de la Seguridad no decían dónde yo estaba. Aproximadamente seis días después entra un muchacho joven que traía un jabón. Y con ese jabón pudimos bañarnos todos gracias a Dios. Hasta ese momento yo me daba unas siete duchas por día, pero con agua sola. Cuando regresaba de la ducha ya estaba bañado en sudor de nuevo.
¿Con qué te secabas en la ducha?
No había nada. No nos dieron nada, sin cepillo, sin jabón, sin pasta, sin nada. Yo le dije a los presos: “Yo quisiera que alguna vez en la vida esta celda sea un museo”, para que las personas sepan que cosas así han existido en esta época. Yo mismo soy opositor, he estado preso dos veces y detenido muchas, y no sospechaba que algo así existía.
Tengo entendido que Annia, tu esposa, te llevó ropa y aseo.
Sí, pero la entregó en Jovellanos, porque ellos nunca dijeron dónde yo estaba. Cuando mi esposa iba a la policía de Jovellanos en esos primeros días, los oficiales de la Seguridad le decían que yo estaba allí. Y ningún policía desmentía la información.
Lisy Abascal Zamora recibiendo atención médica por las lesiones sufridas el 11 de julio.
¿Tu esposa dejó la ropa en Jovellanos y nunca le dijeron “él no está aquí”?
Eso nunca se lo dijeron. Fíjate que esa ropa que Annia entrega al otro día de yo ser detenido, con aseo y ropa, no me la dieron hasta diez días antes de salir del Combinado del Sur, que es la prisión a la que me trasladan desde Versalles. Esa ropa me la llevan allí.
En Versalles, el día que me llevaron de allí para el Combinado, me sacaron sobre las 3 de la tarde y a la 1:00 p.m. me dieron un aseo que había llevado mi hija Lisy. Allí tuve por primera vez una toalla, cepillo, pasta, jabón, par de calzoncillos, un short y una sábana.
¿Cuándo supo tu familia a dónde llevar las cosas?
A los nueve días de estar en Versalles le dije a un oficial que yo llevaba esos días con la misma ropa puesta, que no tenía nada de aseo ni ropa. Que mi familia no sabía dónde yo estaba. Él me dijo que iba a llamar a mi familia y cumplió. Ese mismo día mi hija Lisy me lleva el aseo. Pero no me lo dieron sino hasta antes de irme para el Combinado.
Mi hija, cuando conoce donde yo estoy, viene a Jovellanos y acusa en la Fiscalía a la policía de haberse robado las cosas que ellas habían dejado en la Estación para mí.
¿Y le aceptan la denuncia?
Ellos no emiten ningún documento, de palabra aseguraron que lo iban a resolver. Unos días antes de yo salir del Combinado del Sur la citaron y le dijeron que el problema se había resuelto.
¿La citaron por teléfono o con una citación?
Por teléfono, no dejaron evidencia material de este proceso.
Al no tener sábanas, por supuesto, dormías sobre el colchón.
¿Sufriste dolores por dormir en el piso?
No, no sufrí de dolores; me ajustaba ahí, ponía las chancletas de almohada. A mí me detuvieron en chancletas en el parque de Carlos Rojas porque yo salí como estaba. Siempre tengo preparada en mi casa una mochila con cosas necesarias para la celda, cada vez que voy a una actividad política la llevo, pero el 11 de julio salimos yo, mi esposa e hijas, de manera tan inmediata, que dejé todo atrás. No podía perder la oportunidad de estar junto a mi pueblo.
¿Los que estaban en esa celda, por qué estaban allí?
Todos por lo mismo, habían salido el 11 de julio. Eran de la ciudad de Matanzas, Cárdenas y yo, de Jovellanos. Los castristas le llamaron “Operación Dignidad” a aquello.
¿Cómo era la alimentación en Versalles?
Muy mal elaborada, teníamos un chiste: “aquí los cocineros se mantienen porque cocinan mal, si cocinan bien los sacan”.
¿Salías de la celda?
Sí, para las entrevistas.
¿A un patio, a caminar un poco, a tomar el sol, los sacaron?
El soleador era una celda de 4 x 4 con cabillas en el techo. En once días me llevaron allí dos veces. Pero ahí solo da sol a las 12 del día y cae vertical. Las dos veces que me llevaron, aproximadamente media hora, el soleador tenía sombra.
¿Aun así aquello era placentero?
Por supuesto.
¿Hubo algún gesto de humanidad en esos días entre los carceleros?
Mira, las personas que estaban conmigo me preguntaban: “¿Por qué ellos son tan déspotas?”. Los que abrían los candados eran muchachos del servicio, casi niños, del Ministerio del Interior, que se comportaban con nosotros de manera dura. Entonces yo les explicaba que a esos niños, antes de empezar a trabajar, les hacían un matutino en el cual les decían que éramos mercenarios, terroristas, y por eso ellos tenían ese odio contra nosotros.
¿En qué consistían esos gestos de odio?
En la mala forma en general. Es bueno que te haga una salvedad. Las veces que me llevaron ante un oficial nunca fui maltratado. Pero eso pasaba conmigo, no sé si por mi condición de opositor o porque sabían que iba a hacer denuncias. Pero a los otros que estaban en mi celda los trataban con violencia y los amenazaban con golpearlos. A mí no.
¿Almorzaban en la celda?
Sí. Nos llevaban una bandeja, el agua era la que salía de la ducha. Agua fría o potable nunca. Es bueno que te hable del desayuno. Era casi siempre, salvo excepciones, un té, como una manzanilla, caliente, con la mitad de un pan que originalmente era de dos pulgadas de diámetro. Imagina que yo perdí treinta libras de peso en los 45 día de detención. Entré pesando 180 y salí pesando 150 libras.
¿Y comías todo el tiempo?
Sí, eso era comiendo lo que me daban.
¿Conversaban detalles de la manifestación?
Sí, hay uno que no quiero dejar de contar. En Versalles, uno de los muchachos que se hizo amigo mío en la galera me narró que cuando pasan las cosas en Cárdenas hay un niño de 7 años que se metió descalzo en una de las tiendas a la que le habían roto los cristales. Es la tienda que está en la calle Coronel Verdugo y Ayón. Él tiene eso filmado en su teléfono. El niño entra a la tienda, mira todos los estantes y empieza a coger jugos de cajita, era lo que él tenía deseos de tomar, pero no encuentra dónde echarlos. Entonces busca algo y encuentra en el piso una bandera Héroes del Moncada, que son esas que da el sindicato, pone los jugos sobre la bandera y la tira a su espalda. Cuando le da la espalda a mi amigo, es eso lo que se ve, un niño descalzo caminando entre cristales con la bandera que dice Héroes del Moncada llena de juguitos dentro. Cuando me hicieron ese cuento, pensé en mis nietos y lloré; no me avergüenza decir que lloré.
¿Cómo fue la relación entre los presos? ¿Hubo conflictos entre ustedes?
No, allí nos unía un sentimiento de fraternidad. Una muestra de eso es que cuando llega el jabón, todos lo usamos. Hubo una relación muy próxima, a pesar de la falta de madurez política.
¿A los cuántos días te sacan de Versalles?
A los once días. Me sacan a una jaula verde olivo, que es del Combinado de Matanzas, al sur de la ciudad de Matanzas, por eso se llama Combinado del Sur. Este camión era un Zil 130, el llamado V8, un camión ruso. Ahí me montan entre los primeros, después suben a Félix, a Pancho y a Leylandis Puentes, entre otros doce o treces presos.
¿Cuál es el estado físico y emocional general?
En general estábamos positivos, porque nosotros llevábamos mucho tiempo aspirando a que el pueblo se manifestara. Nos dio alegría vernos, felicidad que nos sacaran de ese infierno, aunque fuéramos a entrar en otros. De allí fuimos de nuevo a la prisión de mujeres. Recogieron a otros presos que fueron instruidos de cargo allí mismo, para sorpresa nuestra que no sabíamos que en La Belloté también estaban instruyendo. Las mismas investigaciones que se estaban haciendo en Versalles se estaban haciendo allí, por la Seguridad del Estado. Tanto los prisioneros que salían de La Belloté, como nosotros, ya llevábamos impuesta la prisión provisional, en mi caso por el cargo de desorden público.
De La Belloté fuimos para el Combinado.
¿En ese transporte coincidiste con alguno de los que llegaron contigo a La Belloté el 11 de julio?
No, para nada. Yo les decía a mis compañeros que cuando uno está en esa situación te metes la vida diciendo adiós. Porque te llevan a un lugar y allí conoces gente, y luego te sacan y dices adiós. Y así cada lugar al que te llevan.
Hijas de la familia Abascal Zamora.
¿Exactamente qué día llegaste al Combinado del Sur?
Me parece que el viernes 20 de julio. Yo te había dicho que en Versalles estuve veinte días, pero no puede ser, debo haber estado diez días. Es que fue tan intenso que me parecía más, pero hablando contigo me doy cuenta que fueron diez días.
¿Cómo llegaron al Combinado?
Félix y yo bajamos juntos de la jaula porque estábamos buscando la forma de permanecer juntos. Nos pelaron a rape casi, primero a mí y después a él. Con esa misma secuencia pasamos a hacernos el test rápido, el primer análisis de COVID, que se lo hacían a todos los que llegaban. Cuando me lo hacen a mí me pasan a un cuarto separado de los demás. Allí entra otro preso que veo que no es Félix y le pregunto por él, y es quien me responde: “dio positivo”. En el camión él no manifestaba ningún síntoma.
Me llevan al Destacamento No. 7, celda 4, del Combinado. Me dan dos uniformes de preso, una sábana, la toalla la rechazo porque traía la mía; me la habían dado poco antes de salir de Versalles.
¿Vuelves a ver al muchacho negro que tenía el ojo tan lastimado?
A ese muchacho no lo vi de nuevo, pero por compañeros de él que lo conocen de Cárdenas supe que había estado en La Belloté, que nunca fue a Versalles. Después lo llevaron al Combinado, pero no sé a cuál destacamento, porque eso es muy grande. Estos destacamentos todos tienen seis celdas. Cada celda tiene entre 14 y 16 reclusos.
Lo que arroja unos cien presos.
Así es, en cada Destacamento podía haber entre ochenta y cien presos, como eran dos destacamentos destinados a los presos del 11 de julio, había entre 160 y 200 presos. Eso era en el Combinado, La Belloté y Versalles tenían los suyos.
¿Tu celda era toda de presos del 11 de julio?
Sí.
¿Cómo era el acceso al agua en el Combinado del Sur?
A diferencia de Versalles, donde había agua todo el tiempo, aquí no. Después que pasa el recuento de la madrugada y el desayuno, la ponen quince minutos, es toda el agua que hay en el día. Entonces, en la celda hay un tanque grande de 55 galones, en la parte del baño, que es el agua que se usa para las necesidades y para el baño.
¿Un tanque para toda la celda?
Sí.
¿Y eso alcanza?
No siempre, a veces a las 2 de la tarde no hay agua hasta el otro día.
¿Cuántos cubos tienen allí?
Los cubos son de los presos, cuando yo llegué no tenía cubo porque mi familia no lo había llevado.
¿Y cómo tomabas agua?
Hay un lavadero, que se supone que es para lavar los presos sus cosas, pero está sellado y en él se deposita el agua para tomar. Aunque después mi familia me llevó unos pomos plásticos y ahí guardaba la de beber. Unos pomos de esos de refresco. Es el mismo sistema que usan muchos presos. Tenía vaso que mi familia me había llevado; antes tomaba agua con el vaso de algún preso, que me lo prestaba. Por ese tipo de necesidades que hay en la prisión, el uso de un mismo útil por varios presos, es que hay tantos problemas de salud y tanto contagio de COVID. También por la higiene, que es muy mala; las bandejas de comida venían sucias desde antes de servirnos, se veían los residuos de comidas anteriores.
¿Era un método higiénico el lavadero para el agua de tomar?
No, imagínate que eso estaba destapado ahí. Pero todo esto es musical.
¿Tú conoces lo que es la chinche? Yo con la edad que tengo no la conocía personalmente. Hay una cantidad de chinches en todas las celdas que a mí me hicieron un daño tremendo. Yo me llené de nacíos, de tumoraciones, en la cara, en los brazos, en los pies, tengo marcas todavía. A eso añádele el mosquito y el jején. A mí me hizo un daño tremendo sobre todo la chinche, pero no te hablo de una, te hablo de que cuando caía la noche, que tú te acostabas, te caía una cantidad que no se podía soportar. Ellas se meten en las grietas de la cama, en la tabla de bagazo que está debajo del colchón; esa tabla se hincha con la humedad y se hacen hendiduras donde ellas viven a su antojo. Era un tormento. Qué pasa, hay presos a los que pican y no les hace nada, pero a mí me hizo mucho daño. Me dieron antihistamínicos, pero no sirvieron. Llegué al extremo de que se me hizo una infección.
¿Eras el mayor en esa celda?
A excepción de Francisco y yo, todos los demás eran jóvenes.
¿Además de ti, a quién más afectó la chinche?
La chinche no dejaba vivir a nadie, pero el daño que me hizo a mí no se lo hizo a nadie más. Esto me pasó en los primeros días de llegar al Combinado. Pancho y yo, a los dos días de llegar, fuimos trasladados de la Celda No. 4 a la 1. Al otro día del traslado le solicitamos al pasillero que me cambiara la tabla de la cama, que la mía estaba partida y mi cuerpo no se sostenía arriba de ella. Se hundía.
¿A quién le solicitaste el cambio de la tabla?
Al pasillero. En el Combinado los que imponen la disciplina no son los guardias, son los presos, muchas veces con un historial delincuencial grande, esos son los pasilleros. Estos pasilleros no deben tener llaves de las celdas, cuando necesitan abrir una, llaman al guardia y él viene con la llave. Cuando él me trae la otra tabla yo acomodo mi cama, pongo el colchón, la tiendo. Pero como a los veinte minutos él viene con la llave, abre la celda y me dice: “Coño puro, tú me engañaste porque esa tabla tiene problemas”. Si la tabla no hubiera tenido problemas yo no la habría cambiado. Es como un pretexto que él asume para tener problemas conmigo. Él tiene una llave que no debe tener. Yo le digo: “Ven acá, yo te planteé el problema de la tabla, tú me la cambiaste”, y él me dice: “No, porque tú lo que eres un maricón”. Entonces le doy un gaznatón, ahí nos fajamos, se mete la gente de la celda, él sale y entonces en el pasillo me empieza a gritar todo tipo de frases degradantes, entre ellas “opositora”. Me dice que cuando yo saliera a la hora de la comida iba a ver lo que me iba a pasar. Yo le respondí: “No me va a pasar nada porque yo soy un cojonú”. Entonces él sigue diciendo cosas. Francisco Rangel, que está conmigo, me dijo: “Tranquilo que tú no estás solo”.
Ahora yo te pregunto: ¿qué tú deduces cuando piensas que esto es un problema que el pasillero no tiene una razón para que pase y tiene una llave que no puede tener?
Eso está mandado a hacer por la Seguridad del Estado.
Por supuesto. Pero la Seguridad llevó la situación hasta ahí porque era lo que le convenía. Después él regresa, como a la hora, y me dice: “Puro, acércate aquí a la reja que yo quiero hablar contigo”. Le dije: “Contigo no tengo nada que hablar”. Y él me dijo: “Yo fallé contigo, fue un malentendido, yo necesito hablar contigo”. Le repito: “No tengo nada que hablar con usted”. Él abre la celda otra vez, entra, los presos lo rodean. Entonces yo sí voy a donde está él, porque en caso de que me tirara algo no se me podía ir de adentro. En la prisión hay formas muy degradantes de agresión, como tirar excrementos y cosas así. Camino hasta él y me dice: “Discúlpame porque yo fallé contigo y esto yo quiero que quede aquí”, me estira la mano y yo se la doy. “A mí se me olvidó también”, le digo. Entonces él sale de la celda y a la hora de eso vienen los guardias y me dicen: “Abascal, recoja todo lo suyo”. Y me trasladan a la celda No. 6 del Destacamento 6. Recuerda que cuando ocurre el problema yo estoy en la 1 del destacamento 7. En esta celda había una sola persona. Era el pasillero del Destacamento 6, y me llevan allí para aislarme completamente.
Todo esto pasa estando yo muy intoxicado con las chinches, tengo nacíos en la cara, en el pecho. Hablo con la doctora y le digo que necesito algo para echarme, por lo menos una pomada. Ella me explica que tengo una infección y me iba a recetar Cefalexina, pero que no tenía pomada para echarme en la piel. Al otro día empiezo a medicarme.
¿Qué día pasas del Destacamento 7 al 6?
El día 24, porque fue cuatro días después del veinte, que fue cuando llegué al Combinado.
¿Qué pasa con la Cefalexina?
Empiezo a consumirla y se me aguanta la infección. Luego se curaron y me dejaron marcas en el cuerpo, pero nada más.
¿En esa celda las chinches eran muchas también?
No. Porque en esa celda este muchacho estuvo siempre solo, la limpieza era mejor.
¿Cómo fueron las relaciones con ese pasillero?
Muy buenas, él está esperando juicio hace nueve meses por la comisión de un delito de lesiones graves. A él le dicen “Guayabo”, tenía muchas cosas porque se las traían y siempre me brindaba; los presos viejos tienen muchas cosas porque ya llevan tiempo, él llevaba nueve meses ahí. Yo no le acepté nunca nada, pero siempre me brindaba. Él se quejaba porque tiene un abogado nombrado y en nueve meses nunca había ido allí. Los abogados, por la COVID, no tuvieron acceso a los presos. No fue hasta agosto que empezaron a tener acceso de nuevo a la prisión.
Pero imagina una gente que si le hubieran hecho un juicio al mes siguiente del supuesto delito habría salido en libertad y lleva nueves meses ahí. Eso es una violación de todos los derechos jurídicos.
Además de la separación por destacamentos, ¿qué diferencias había entre el tratamiento dado a los presos comunes y a los del 11 de julio?
El Combinado es una prisión de tránsito donde la gente está esperando juicio. Allí se hacen conteos hacia las 5 de la tarde, las 12 de la noche y las 5 de la mañana, sin mucha puntualidad. Cuando los grupos de vigilancia hacían el conteo, preguntaban: “¿Este es del Combinado o de la Operación Dignidad?”. Y cuando preguntaban sobre mí, decían: “Este es del Combinado”; o sea, que yo tenía puesto algo en los papeles que me diferenciaba. Yo pienso que podía ser que la Fiscalía había dispuesto ya mi prisión preventiva.
Los otros estaban allí como en una especie de depósito. Como la Seguridad del Estado y los otros lugares que tenían para instruir cargos estaban tan llenos, ellos estaban allí sin ninguna medida cautelar aún. Si los necesitaban, venían a buscarlos y los llevaban a los lugares de Instrucción. Eso les ofrecía mucha duda a los guardias que hacían el conteo. La llamada Operación Dignidad les suponía una situación nueva que les establecía rutinas irregulares.
Yo tenía dispuesta la “prisión preventiva” y eso me daba los derechos de los presos: la llamada de cinco minutos y la jaba con alimentos. Los presos de la Operacion Dignidad no tienen derecho a llamadas de cinco minutos, sino de uno, y los familiares no les pueden llevar alimentos, solo aseo. A mí no me cambiaron de destacamento, pero yo no lo reclaméporque habría perdido esta celda con un solo preso, limpia, y podría estar expuesto nuevamente a las malas condiciones y las chinches. Pero perdí con eso el acceso al televisor y una mayor frecuencia al soleador.
¿Era igual el soleador del Combinado al de Versalles?
No. Este soleador tiene dos canchas deportivas separadas por un muro alto. La cancha tiene un terreno de básquet con sus aros y los postes del voleibol, pero no hay mallas ni pelotas. Ahí los presos caminan, conversan y hacen sus ejercicios. Pero los deportes que se podrían hacer no hay cómo practicarlos.
¿Y los destacamentos 6 y 7 salían menos al soleador?
Sí, los presos del Combinado tienen derecho de ir al soleador a diario; esto no se cumple exactamente, pero es lo que está establecido. Los de la Operación Dignidad íbamos mucho menos. Yo fui al soleador dos veces en todo el tiempo que estuve allí.
¿La llamada telefónica con qué frecuencia se hacía?
Nosotros teníamos derecho a llamadas telefónicas de un minuto nada más, pero cuando se nos daba. Había varios que llevábamos allí seis, siete días, y nunca se nos había dado chance a una llamada telefónica. Mi primera llamada la hice a los dos días de estar en la 6; es decir, seis días después de llegar al Combinado. Me dicen: “Abascal, vístase correctamente que van a hablar con usted”. Salgo al cabezal del destacamento y el oficial me conduce frente a una teniente coronel. Es la política de todo el Combinado. Ella me identifica y me dice: “¿Desde cuándo tú no hablas con tu familia por teléfono?”. Le dije que hacía siete días, que fue mi primera llamada posterior a la detención del 11, una llamada de un minuto. Ella llamó al oficial de guardia y le dice: “A este hombre hay que darle el teléfono para que llame a su familia”, es entonces que me dan la primera llamada que hice de cinco minutos.
¿Cómo te sientes cuando llamas a tu familia y tienes cinco minutos para hablar?
Me siento contento porque en la otra llamada apenas pude saludar. Estas llamadas se hacen con un oficial cerca de ti. Si hablas de problemas que tienes, pues el oficial automáticamente te quita el teléfono. Yo sabía que eso era así y por tanto no hablé de los problemas de la prisión. Pero ya en esta fase yo tenía derecho a una jaba cada quince días. De hecho, ya a mí me habían hecho llegar la primera, con aseo y alientos. Entonces Annia me pregunta que cuándo yo tengo derecho a la otra jaba, yo le pregunto al oficial y él me dice que el día 26 de ese mismo mes de agosto.
El 21 de agosto falleció mi hermano, a mí no me lo dicen hasta el 24, dos días antes de que me tocara la jaba.
¿Murió tu hermano estando tú en prisión?
Sí, el 24 de agosto me dicen: “Abascal, vístase correctamente que va a salir a una entrevista”. Yo salgo a la entrevista, pero me esposan. Me doy cuenta de que era algo importante porque las veces anteriores no me habían esposado. Me llevan por varios pasillos abriendo muchas rejas, cerca de cinco. Entonces llego donde hay un oficial con grados de coronel. Me saluda, me quitan las esposas y me llevan a una oficina. Después de preguntarme cómo me siento, si no tenía problemas de salud, me dice que si yo había tenido posibilidades de hablar con mi familia. Le dije que hacía cuatro días que no hablaba con mi familia. Y él me dice que mi hermano había fallecido unos días antes.
En ese momento me puse mal porque sabía que mi hermano estaba enfermo, pero no esperaba una noticia de ese tipo. Él me dijo que no me llevaron al velorio por el problema de la COVID. Pero ellos violaron conmigo un derecho que es el de asistir al velorio cuando a un preso le fallece un hermano, hijo o padre. Cuando él me da la noticia, no especifica la forma como muere mi hermano. Ahora que estoy afuera, sé que mi hermano murió por una mala práctica médica.
¿Cuál fue la mala práctica médica?
Que mi hermano fallece porque le ponen la vacuna contra la COVID. Yo pienso que ellos no me traen al velorio de mi hermano porque habría conocido la causa de su fallecimiento y ellos temieron una situación producto de eso. Siempre he denunciado los problemas del sistema de salud, las malas prácticas médicas, la falta de medicamentos.
¿Qué vacuna fue?
Abdala. No aparece así en el acta de defunción, pero ya fuera de prisión, cuando yo hablo con mi hermana me doy cuenta que fue eso. A él lo vacunan ese día por la mañana. Después empieza a tener falta de aire y fallece hacia las 5 o las 6 de la tarde. Esos detalles no los he precisado mucho porque mi hermana cuando empieza a hablar de esto se afecta, entonces yo evito seguir hablando. Pero él fallece el mismo día que lo vacunan.
Mi hermano era diabético. Tenía 70 años. Yo era quien lo cuidaba, lo bañaba, lo afeitaba, porque tenía miedo que se cortara. Cuidaba mucho que él no se hiciera cualquier lesión involuntaria.
Él vivía en Jovellanos, a cinco kilómetros de donde yo vivo; pero yo iba todos los días allá. La Seguridad del Estado sabe de ese cuidado mío con mi hermano porque ese oficial que me da la noticia es de Enfrentamiento, de la provincia.
¿Qué es Enfrentamiento?
Es el departamento que nos reprime directamente a los opositores. En muchas ocasiones en que a nosotros los opositores no nos dejaban salir de nuestras casas, a mí me dejaban ir a atender a mi hermano.
¿Ese día que te dan la noticia no te dejaron llamar a la casa?
No. Al otro día, el miércoles 25. Ellos me ratifican que al día siguiente me tocaba la jaba con alimentos y aseo. Eso me lo dicen a la hora de almuerzo. Cuando yo salgo a la hora de la comida, me dirijo al oficial de guardia y le digo que tengo necesidad de llamar a mi casa porque mi hermano había muerto y yo necesitaba hablar con mi familia para que el día 26 no me llevaran la jaba. La muerte de mi hermano tenía que haber ocasionado gastos y solo el viaje, desde la casa hasta el Combinado del Sur, ida y vuelta, vale 1 000 pesos, y mi familia iba a hacer lo imposible por llevarme la jaba. Yo podía esperar hasta la fecha en que me tocara la próxima.
Él me dice que teníamos que ver en el otro destacamento, porque el teléfono del mío estaba cerrado con llave. Fuimos hasta el Destacamento 7 y es allí que hablo con mi familia un minuto. Les pedí que esperaran una fecha nueva para la jaba. Les di confianza en que no pasaba nada. Les dije que había sabido de la muerte de mi hermano, ellos me dijeron rápido cómo fueron las cosas, fue un instante. Yo no les dije que era para que no incurrieran en gastos por la muerte de mi hermano. Porque si yo les decía que esa era la causa, probablemente no iban a obedecerme.
Yo traté de que no se preocuparan, pero después me dijeron que pensaron que como ya Félix estaba en huelga de hambre, yo me iba a declarar en huelga también. O sea, que se preocuparon.
¿Tú sabías que Félix Navarrro estaba en huelga de hambre?
Sí, en ese momento yo lo sabía. Porque los presos me lo dijeron, los que llevan el desayuno y todas esas cosas. Pero no se lo quiero decir a mi familia. Yo no sabía que ellos lo sabían y no quería decírselos para que no se sintieran más angustiadas, temiendo que yo pudiera declararme en huelga de hambre.
Pero aquí afuera tenían más elementos de todas las cosas que pasaban que nosotros allá adentro, y en el caso de la huelga de Félix lo sabían porque él, antes de entrar en huelga, se lo comunicó a su familia.
Cuando Félix se declara en huelga de hambre, ¿en qué destacamento estaba?
Él estaba en la enfermería, porque recuerda que él regresa de la COVID, que pasó una situación muy delicada, y por eso sigue en la enfermería del Combinado.
¿Tú no lo ves a él?
Nunca.
Descríbeme la celda, su extensión aproximada.
La celda tiene aproximadamente cinco metros de largo por tres y medio de ancho. Es en la parte ancha donde está la puerta. Sin incluir la dimensión del baño, que contempla una bañadera, un lavadero para lavar ropa, el turco y una tasa.
¿Hay ventana exterior?
No hay ventanas. Las paredes son piezas prefabricadas con hendiduras largas de un ancho de cuatro pulgadas. A cada lado de la puerta están las hendiduras, que dan al pasillo; al otro lado del pasillo hay una pared que tiene más hendiduras que dan al exterior de la prisión.
¿Si tú querías mirar al exterior desde dentro de la celda, qué hacías?
No podía, estas hendiduras empiezan desde un metro y medio de altura hasta el techo de la prisión.
¿Estabas en ese calabozo cuando te dan el cambio de medida?
Cuando me dan el cambio de medida es un día lluvioso, porque el huracán Ida estaba arrojando mucha lluvia sobre Matanzas. Llega un oficial, a las 5:00 p.m., se para frente a mi celda y me dice: “¿Usted es Armando Abascal?”. Le respondí que sí y entonces me preguntó que cuál era mi segundo apellido. Una vez que le respondí bien, me dijo: “Recoge todas tus cosas que estás en libertad”.
Yo estaba desconfiado porque a Omar Rodríguez, un muchacho de Jovellanos, preso el 11 de julio, le dijeron que estaba en libertad, le hicieron todo el procedimiento para que saliera y cuando ya iba a salir le dijeron que era un error.
¿Te parece que eso haya sido intencional, para dañarlo psicológicamente?
Yo pienso que fue un error, porque ya te digo, hay mucho descontrol; a veces ellos llaman a personas que ya salieron en libertad. No lo tienen bien definido.
¿Cómo sigue la salida?
Me llevan a la parte del almacén de vestuario, porque cuando llegué al Combinado me dieron dos uniformes, el colchón, una sábana y una cuchara, y todo eso quedó registrado allí.
Llego a la parte de la Dirección, se me entrega la carta de libertad, que es como le dicen al documento que comunica el cambio de medida.
¿Todavía tú desconfías ahí de que te viren para atrás?
Ya no, porque veo que la cosa es seria. Pero entonces les digo: “¿Cómo voy a salir en estas condiciones? Está lloviendo y yo no tengo dinero”. Y me dicen: “Allá afuera hay un auto que lo está esperando”.
Cuando salgo, ellos llaman a los guardias de la prisión para que me abran la puerta principal, una cerca corrediza que se abre por un motor. Entonces veo que hay una patrulla. Uno de ellos, lloviendo, se baja del carro y me pregunta: “¿Usted es Armando Abascal Serrano?”, y le digo que sí. Me dijo: “Por favor, entre”. Cuando entro, ponen en el maletero el saco con mis cosas.
¿Te esposan?
No. Pero me dice el oficial que va al frente del operativo (son tres oficiales) que voy a ser conducido al Departamento de la Seguridad del Estado.
¿Vas a ser conducido a Versalles?
Sí. Yo estoy temiendo ser instruido nuevamente, porque no veía el motivo de ser conducido allí; el Combinado está más cerca de mi casa que de Versalles, y cuando voy a Versalles me estoy alejando de mi casa. En Versalles estaba lloviendo torrencialmente. El carro entra a la instalación, a la izquierda de esa entrada están las oficinas, y a la derecha el lugar donde están las celdas, donde yo fue instruido. El carro entra, se para frente a donde están las celdas; pero yo observo que de la parte donde están las oficinas le dicen que el carro vaya para ese lugar. Ahí me doy cuenta que no voy a ser encerrado nuevamente en ese primer momento. Hay un oficial vestido de uniforme con grados de teniente coronel, que cuando voy a bajar me dice: “Abascal, cuidado no resbale que esto está mojado y usted está en chancletas”; ellos no acostumbran a esas frases amables. Me lleva hasta un salón, donde hay once sillas. Ya te dije que tengo la manía de contar todo en esos lugares. Eso me ayuda a mantener la memoria de los elementos. Él me dice: “Ha sido conducido hasta aquí porque yo personalmente lo voy a llevar a su casa, pero estoy esperando la guagüita de la unidad que fue a echar combustible”. Después que él sale de ese lugar, entra una persona vestida de civil; pero yo sé que es mayor, desde los días que estuve allí antes de ir al Combinado del Sur.
Entonces él me dice que tengo unas pertenencias allí y me pregunta que cuáles son. En Versalles se había quedado mi cartera, el cinto, 80 pesos y la licencia de conducir. Todo eso me lo devolvieron. Este oficial, con dos miembros más del MININT y otro preso que es de Jovellanos, que no estaba en el Combinado sino en Versalles, nos montamos en la guagüita y me trajeron para mi casa.
¿A ese otro preso lo conocías?
No, ni lo conocía ni sé si había sido detenido el 11 de julio. Me traen a mi casa y la guagüita se va. Era el 27 de agosto a las 6:30 de la tarde y todavía llovía. Toda esa lluvia era por la tormenta Ida. Hay un refrán indio que dice que cuando los hombres regresan a su casa, o mueren, llueve mucho.
¿Sabía tú familia que tú llegabas?
No, para nada.
¿Cómo reaccionaron?
Bueno, llovía y mi esposa salió bajo el agua a abrazarme. Estaba Sissi, que es la que toma el video de mi llegada. Lloraron y todo al verme tan delgado. Tú sabes cómo son esas cosas…
Al otro día de yo estar en mi casa fui a ver a mis hermanas; ellas viven en el mismo municipio. Entonces, cuando regreso, un oficial de la Seguridad del Estado se comunica por teléfono conmigo. Me dice que yo estoy bajo medida cautelar pero que no puedo salir de mi casa, que en caso de que tenga una emergencia tengo que pedir permiso. Entonces yo le pido a Lisy, mi hija mayor, que vaya con el documento del cambio de medida a Jovellanos, a la estación policial, y pregunte cuáles son los derechos que yo tengo, para que se los den por escrito.
¿Te mandaron por escrito la información?
No, ellos dicen que no, que no hacen esos documentos. Y confirmaron que no podía salir. A los dos días de esto aquí en el barrio, cerca de mi casa, ellos hacen una especie de feria a cien metros de mi casa.
¿Cuando dices feria, a qué te refieres?
A que iban a vender cosas de comer y realizan una especie de acto político; traen payasos para los niños y otras cosas.
¿Son habituales esas actividades?
Nunca, en todo el tiempo que llevo viviendo aquí, desde los años 80, se había hecho eso. Pero ahí no está el problema. Esto te lo narro porque frente a mi casa empiezan a desfilar todos los funcionarios del municipio, el jefe del Partido, la del gobierno, el Intendente, todo ese tipo de personajes. Entonces Sissi rápidamente empieza a tomarle videos, porque además de estos personajes, empiezan a pasar los que golpearon a mi familia el 11 de julio. Y yo empiezo a llamar a todos los lugares y alerto que si entran en lo que es mi propiedad privada no iba a aceptar que mi familia fuera nuevamente agredida.
¿Cuándo agredieron a tu familia?
Hasta que yo llego a mi casa el 27 de agosto, no supe lo que había pasado después que a mí me sacaron de Carlos Rojas. El 11 de julio a mí me llevan sobre las 4 de la tarde. Aproximadamente a las 6 de la tarde llega una guagua de Jovellanos y un camión donde ellos traen civiles y militares, todos vestidos de civil. Eso me lo cuentan después. Esas personas son las que mandó Canel para que, con palos y todo lo que encontraran, agredieran al pueblo. Porque del pueblo de Carlos Rojas no salió nadie a reprimir, ni verbalmente. Por medio de esas personas comienza la represión violenta de la manifestación.
Uno de los que golpea a mi mujer es el jefe de comunales de Jovellanos. La tira en el piso y la golpea salvajemente. Él no llega en esos vehículos porque estaba desde la tarde. Es de los que ayuda a meterme en la patrulla. La primera que golpea a mi hija Sissi es una muchacha que trabaja en el Partido. Mis hijas pelean con estas bestias y reciben muchos golpes. En un momento que mi hija Lisy está inmovilizada por tres mujeres, un hombre con una piedra le da en la cabeza. Ese hombre no aparece en los videos de la manifestación al principio, cuando yo llego al parque con mi familia, ni después cuando me montan en la patrulla; de todo eso hay videos y esa persona no aparece allí. Ese hombre viene en esas guaguas que llegan para reprimir la manifestación.
Esa es la orden de combate de Canel, ¿no? Agarrar a mujeres indefensas, inmovilizarlas y de esa manera golpearlas, entre hombres y mujeres.
Por supuesto. Mi mujer llevaba un mes y pico de operada de vasectomía. De aquella golpiza tuvieron que sacarla para el policlínico. Ella no, pero Lisy sí sangró mucho. A Lisy le pusieron cuatro puntos en la cabeza. En el policlínico no había con qué coser y las personas trajeron todas las cosas para darle esos primeros auxilios, hilo, anestesia y todo lo que hacía falta. Pero la mandan para el hospital de Jovellanos, donde las atendió un cirujano, y allí la cosieron.
¿Qué se gritaba en Carlos Rojas?
En Carlos Rojas la gente decía: “Díaz-Canel” y Carlos Rojas entero respondía: “Singao”. También se gritó mucho “Patria y Vida”. Pero debes saber que cuando ningún pueblo había salido en Cuba, ya Carlos Rojas se había manifestado varias veces. El 25 de marzo de 2016 salimos para la calle gritando: “Agua, luz y caminos”. Por esa manifestación ellos echaron una carretera aquí.
El 27 de marzo de 2016 salieron las Damas de Blanco y fueron reprimidas. Eso fue un motor de apoyo aquí en Carlos Rojas, porque nos reprimió gente que no era del pueblo y eso hizo que la gente empezara a apoyarnos. En 2017, el 15 de septiembre, llevábamos ocho días sin agua ni corriente, por una tormenta, y salimos a las calles por la noche; fue impresionante ese pueblo completo gritando: “Agua y luz”. Imagina que este pueblo tiene aproximadamente seis mil y pico de habitantes y aquella noche había cerca de mil personas.
El 6 de noviembre de 2020, el pueblo salió solo porque faltaba el fluido eléctrico, entre otros problemas. Cuando Sissi y yo llegamos al parque, ya el pueblo de Carlos Rojas estaba allí. Nuestro trabajo les ha demostrado que ellos pueden exigir sus derechos.
¿Además de las agresiones a tu esposa e hija, qué otras agresiones considerables hubo a vecinos de Carlos Rojas?
Hubo más agresiones, lo que pasa que la gente no las denuncia para que no las encausen; se fueron a recuperarse en su casa. Están citando personas todavía aquí.
¿Se llevaron gente presa después del 11 de julio?
No, pero están citando.
¿Qué pasa cuando citan?
Toman declaraciones. A Sissi la citaron y le preguntaron si había agredido a una militar que estaba vestida de civil entre los represores. Es la política de la unidad policial de Jovellanos, que se llama Silvia. Sissi le dijo que la conoce, pero que no la agredió; la conoce porque ella ha estado frente a nuestra casa reprimiendo muchas veces. Sissi preguntó que por qué vino vestida de civil y que por qué no investigan quién le rompió la cabeza a su hermana.
¿Lisy se recuperó del golpe, se encuentra bien?
Sí, no ha tenido ninguna afectación después, gracias a Dios.
Con posterioridad a esta entrevista, Armando Abascal y Annia Zamora fueron multados con 1 000 pesos por el delito de desorden público por su participación en las protestas del 11 de julio. La menor de las hijas del matrimonio, Sissi Abascal Zamora, espera juicio con una petición fiscal de seis años de prisión por los delitos de desorden público, desacato y atentado. Los agresores de Annia Zamora y Lisy Abascal Zamora el 11 de julio permanecen en libertad, arropados por la impunidad del régimen castrista.
Nota:
[1] Armando Abascal se refiere a la antigua textilera Betroma, cuyo nombre actual es Empresa Textil Eddio Teijeiro (Bellotex). La Belloté o La Bellotex es el nombre con el que popularmente se conoce la prisión de mujeres de la ciudad de Matanzas. Consultada para esta entrevista, la líder nacional de las Damas de Blanco, Berta Soler, declaró: “En La Belloté cumplió un año y medio de privación de libertad Nieves Matamoros González, ella fue Dama de Blanco; también la Dama de Blanco Xiomara de las Mercedes Cruz Miranda”. Otra presa política que estuvo confinada allí fue Deisy Talavera.
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“El performance se me estaba viendo un poco complicado fuera de mi casa por la persecución de la Seguridad del Estado y demás. Y tú sabes que uno es un animal procreativo”.