Demián Rabilero, el camino del hambre

Estamos en un café santiaguero. Para quien no lo sepa: en Santiago de Cuba se toma mucho café y mucho alcohol. La bohemia se mueve entre la ceremonia cafeinómana y el “cervezatorio” y cualquier excusa sirve para dar de plano contra la puerta de un brebaje y caerse a mentiras. Tal vez por eso sea bueno aclarar que este diálogo es, en alguna medida, fruto de la palabra imaginada y (re)creativa que rodea siempre a un escritor.

La primera mentira de esta conversación salta a la vista. El rubio de ojos claros que responde al nombre de Demián Rabilero, ¿es santiaguero? Todo parece indicar que sí, aunque los policías de Plaza de Marte lo señalen como turista y a esta entrevistadora como jinetera.

Rubio, introduce yourself, por favor…

Mi forma de expresión es la escritura, así que básicamente soy poeta, pero como de la poesía no se vive, he tenido que trabajar en muchas otras cosas; hasta hace poco trabajaba en un taller de videojuegos, dándole rienda suelta a la piratería: desbloqueando consolas, grabando juegos de todo tipo: PlayStation 1, 2, 3 y 4, X Box, etc. Me volví un experto en videojuegos. Estuve en ello 5 años.

Pero luego de haber desaparecido por tanto tiempo de la vida literaria y creativa, acabas de volver… y tanta curiosidad genera que es ese el pretexto para esta entrevista.

Sí, una vez que me divorcié, el sacrificio monetario no tenía ningún sentido para mí y retorné a lo que llamo “el camino del hambre”. Ahora empiezo a trabajar como especialista principal en el Museo de la Imagen, porque además de la poesía me interesa el cine. He hecho documentales, cortos de ficción, un guion, y diseño gráfico de carteles.

Cuéntanos de esa primera película amateur, ¿cómo fue el proceso?

Temporal (2006) es una deuda y yo soy muy sensitivo. Salgo de la prisión en el 2003 y todo el mundo se estaba yendo. Quedaban muy pocos de mi generación, o de mi grupo, para mayor precisión. Y mientras trabajaba en la Oficina del Conservador de la Ciudad fluyó esa idea en mi cabeza y tenía que resolver de algún modo la problemática del sentimiento de que todos mis amigos se estuvieran yendo, muy dramática en aquel momento; no como ahora que la gente va y viene porque tiene permiso de salida, sino que era definitivo. La guayaba sigue estando dura, pero no tanto como en los 90, por eso hice el corto. Fue la manera que encontré para resolver el conflicto. Algo que después dejé escrito en uno de los poemas de Palabra de suicida (Ediciones Santiago, 2012), mi segundo libro.

¿Por qué el tratamiento onírico de la desaparición?

Hay una señorita que es una gran lectora de mis poemas, se llama Branca Novoneyra, y me lo describió muy bien. “Temporal se parece a uno de tus poemas”, me dijo. Y es exactamente eso, ella le hizo la mejor lectura posible, lo leyó como un poema cinematográfico. Hay gente que lo interpreta mal porque intenta hallarle la lógica de la narrativa propiamente fílmica; pero en ese tono experimental, me interesaba la superposición de planos narrativos (entre el documental y la ficción). Y fue impactante porque hubo quien creyó la historia como real, tomó el sexo por real; además, era 2006 y ver a dos tipos templando en la pantalla, desde la primera escena, fue algo impactante. Ahora es normalito, pero en el 2006 sonó.

Por otra parte, Temporal no trata solo de la aniquilación física, sino también de la espiritual de mi generación, la de los pioneritos que nacimos en los 70 (ni siquiera somos una generación teóricamente hablando porque, como dijera Aymara Aymerich, es la generación más antigrupal que existe, creo que ni revista tuvimos).

En el corto hay, no obstante, un interés por mostrar lo grupal asociado a lo tribal…

Sí, pero en cuanto al grupo de amigos, socios. De cualquier forma, muchos de mi generación llamaron para decirme que el filme les había gustado. No estoy hablando de intelectuales, sino de gente de muy diversa profesión y gustos. Hasta Carlitos Barba, que vio una mala copia en su casa, me llamó… y mucha otra gente que uno cree que no consume ese tipo de audiovisual, más allá de las escenas de desnudos y algunas ingenuidades de tono político que contiene. En fin, localmente tuvo una recepción digamos que exagerada para una película tan amateur.

¿La censura?

Todo es contexto. El director del Centro Provincial de Cine de Santiago en ese momento era José Armando Estrada, realizador, y él llamo incluso a su consejo asesor e hicimos un visionaje de la película. El consejo dijo que le gustaba, pero que no era para la exhibición ante el público general, sino para su consumo en ámbitos privados. ¡La tontería de que el pueblo es imbécil y no puede ver esto! Estrada les dio las gracias por su opinión y dijo que él, como jefe, decidía ponerla. Después se puso hasta en ciclos de diversidad sexual. 

Como yo trabajaba en la Oficina del Conservador, hice el cartel de la película y lo coloqué en la vitrina de una librería de Enramadas, antes incluso de filmar el corto, anunciando la fecha, junio de 2006. Eso me obligaba a terminarla y a implicar a mucha gente que tuviera deseos de pinchar sin dinero porque solo teníamos 20 dólares para comprar los almuerzos. 

¿Te gusta enfrentar a los poderes o simplemente eres dado a los discursos contestatarios en tus conversaciones publi-privadas? 

En estas situaciones del mundo del humo, el licor y la madrugada, solemos hablar mucho, es algo consustancial a los escritores y más si estamos borrachos. Los escritores hablamos mucha mierda y hacemos muchos chistes intelectuales. En ese contexto a lo más que llegas es a producir literatura de abanico. Eso no quiere decir que todo sea moco de pavo, ahí muchas veces está la génesis de algo que vas a escribir luego, de manera seria. Porque la escritura no puede resolverse a base de ingenio y el humor típico del trasnoche. Recuerda que mucho de lo que dices ahí está viciado por la referencia cómplice del grupo y, además, estás borracho, así que mejor no te tomas muy en serio.

¿Guardas rencor por tus años de prisión?

Guardé rencor cuando salí de la prisión, ese fue el problema: quise recuperar el tiempo perdido, hasta que me di cuenta de que eso no se recuperaba. Por otra parte, también guardo momentos agradables de la prisión, muchas memorias. Pero hubo tiempo para leer y escribir. Hice mi primer libro estando allí. Recuerdo que era el momento del boom de las imprentas provinciales y, en uno de mis pases, lo entregué.

Edel Morales, quien era vicepresidentedel Instituto Cubano del Libro buscó una solución salomónica para no generar un escrutinio innecesario sobre el libro, ni marcarlo con el apelativo de libro escrito en una prisión cubana (que tanto contamina), propuso posponerlo, puesto que me faltaba solo un año para salir en libertad condicional, así que el libro se publica en 2004 y se presenta en la Feria del Libro en La Habana. Y tuvo razón Edel.

El delito por el que fui preso es cohecho, en términos no legales soborno. Pero no se correspondió lo dictaminado en el juicio con la gravedad del hecho, 8 años, casi lo que le echan a un asesino. De hecho, vi a homicidas con sanciones menores que la mía. Todo el que sabe los pormenores de mi caso saben que fue una hijeputá lo que me hicieron. Recuerda que soy abogado.

¿Tuviste intenciones de irte del país?

Soy del 72, viví el Periodo Especial, ¿quién no quiso irse en esa época? Estuve a punto de irme, aunque nunca a cualquier precio. Soy incapaz de prostituirme y no lo digo con tono despectivo hacia quienes lo hacen. Tampoco me prostituyo intelectualmente, también porque soy el autor de un libro escrito en la cárcel, sobre la cárcel, y para mí hubiera sido muy fácil salir de la cárcel y escribir una novela sobre los “horrores de las prisiones castristas” y ganar con eso una salvajá de dinero. Con una mediana calidad y una buena construcción mediática hubiera sido un boom, pero no lo hice. Han pasado quince años desde que salí de prisión y por ahí andan unos borradores de novela y qué va, no hay manera de que encuentre el tono exacto. Yo no trafico con ese tipo de cosas, ni para convencer ni para enamorar. Un día me encontré un amor y casi me caso con ella y me voy, pero por lo que era ella. Con otras relaciones que tuve ni siquiera me pasó la idea por la cabeza; tampoco me iba a tirar en una lancha.

Menos mal que a estas alturas del campeonato, si te vas o te quedas ya no tiene la menor importancia. Mi patria es donde me encuentro bien, más allá de que soy santiaguero antes que cubano. 

Hay un libro, La Gran Estafa de Eudocio Ravines, en el que se hace la pregunta de cómo tú luchas por el socialismo dentro del socialismo. Eso sí es difícil. No creo en el capitalismo, pero tal vez esté mañana en Nueva York ganándome la vida. Además, emigrar, como hacer el amor, es consustancial al ser humano, está en nuestro ADN; todavía no entiendo, más allá de los contextos tan específicos de nuestra nación, que le impusieran un halo de traición al acto simple de emigrar, aunque fuera por querer ver qué había más allá del horizonte.

Eres de los que hablan sin ambages y ejerce el criterio. ¿La gente en Santiago teme a tus intervenciones públicas? 

Me gusta discutir porque me gusta pensar. Recibí como cualquier otro hijo de vecino una educación de primera (buena parte autodidacta, pero la base ha sido la escuela cubana) que ha hecho que me pueda sentar sin rubor al lado de un graduado en cualquier universidad top del mundo. Pero cuando llegó el momento de alzar la voz me dijeron que me callara. Todavía no se sabe lo que le costó a este país la reticencia de nuestros viejos a escucharnos. Está ahí en el Guillermo Tell de Carlos Varela. Algo que Pablo Milanés reclamaba antes y lo resolvió elegantemente: “No ha sido fácil tener / una opinión que haga valer mi vocación / mi libertad para escoger”. Y añade: “ámame sin temor alguno / que yo he de prometer / fidelidad a mi modo de ser”. 

La cuestión es que pretendían que fuéramos como el Che, en lugar de ser cada uno como sí mismo. Yo tengo serios encontronazos filosóficos con el Che, pero eso no quiere decir nada, bien mirado está más cerca de lo que se pretendía, pero se interpreta como que eres el ahijado de Donald Trump y vendrás con la Séptima Flota. De hecho, recomiendo la lectura de Evocación, el libro de Aleida March, donde hay un fragmento de una carta muy esclarecedora acerca de esta cuestión de la consigna.

En esta nueva Cuba (el nuevo presidente, la nueva constitución, los nuevos decretos leyes) estás apostando por un trabajo estatal. ¿Por qué?

Es esa una pregunta que delata tu edad. El asunto no es que sea un trabajo estatal, sino uno que me resulte placentero. Si en el sector privado alguien me ofrece un trabajo mejor pagado que este, pero que me genere placer intelectual, lo tomaría. Pero ahora no tengo esa oferta. No tiene nada que ver con el sector ni hay ninguna vergüenza en trabajar para el Estado, porque mi entrenamiento básico fue para eso y no para la mercachiflería. Y el Museo de la Imagen, más allá de toda la carestía que azota al sector patrimonial cubano, es un sitio que puede cumplir esa función. 

Pienso en imágenes y regreso a tu filme de 20 dólares, a las escenas de consumo explícito de marihuana y se me ocurre alguna explicación para eso de las drogas en el segmento intelectual: ¿dopaje colectivo ante la hipnosis? ¿Nihilismo?

Mira, los artistas son seres privilegiados en ese sentido. Nadie les hace pruebas antidopaje. A nadie le importa que Toulouse Lautrec se ponía de vino y otras cosas para pintar, o si Lord Byron se fumó diez cigarros y Allen Ginsberg se pasaba tres rayas o escribía en un fumadero de opio. Lo que importa es la obra y no se dice que obtengas ventaja de ello para hacerla. Por ejemplo, los deportistas; la marihuana, que según el vademécum de medicina legal necesita de entrenamiento para su uso, al igual que el alcohol y el tabaco, no es doping propiamente dicho, pero no pueden consumirla y no solo en el sector deportivo. 

En muchos países si eres médico o policía te hacen tests y si das positivo a la calle. ¿Te imaginas a Pollock o a Warhol sancionados por el consumo de LSD? ¡Señor Pollock, su cuadro está descalificado porque lo pintó en un estado de alucinación! 

En Cuba no hablamos mucho de esto, pero ciertamente a los intelectuales y los artistas se les tolera. Mira el caso de Santiago Feliú, la causa directa de la muerte puede ser un paro, pero los que lo conocieron saben que el suyo fue un cuerpo maltratado por las drogas; todo el mundo no es Keith Richards. 

Lo que se muestra en Temporal está acorde con lo que yo viví en el Santiago de los noventa, el que como toda Cuba estaba a oscuras. Había drogas, y muchas. Tantas que entre todas las eticidades que se resquebrajaron en ese periodo, se fracturó también la ética del delincuente y la droga llegó a las escuelas y el Estado dijo hasta aquí y sacó la Operación Coraza, que bien mirada desde el punto legal se las traía, pero que indudablemente contó con el respaldo mayoritario de la población que no quería eso para sus hijos. Fíjate que no han tenido tanto apoyo con el sacrificio ilegal de ganado mayor, ¿será porque sí quieren eso para sus hijos?

En este momento está por entrar en vigor el polémico Decreto Ley 349 del Ministerio de Cultura. ¿Qué opinas sobre los pronunciamientos de intelectuales y artistas? 

Lo que yo creo sobre el Decreto 349 está en un artículo que publiqué en El Toque. No creo en manifiestos porque generalmente no llevan a ningún lado. Los intelectuales se han pasado la vida enunciando contra el hambre, contra las armas, ¿y qué? Aun así, creo que como individuos debemos hacer oír nuestra voz. Me resulta muy extraño cuando contemplo lo sucedido en la década del setenta del siglo pasado con su parametración de la cultura tan nefasta y que gente de peso no se hiciera escuchar contra aquello de modo explícito. ¿Dónde estuvo la voz de Alejo Carpentier, la de Lam, la de Alfredo Guevara, la de Titón? Seguro que en círculos cerrados debe haberse criticado mucho. Claro, las circunstancias, el enemigo, la mentalidad de asedio. Aunque una voz sabia y revolucionaria me dijo hace poco con respecto a este nuevo y absurdo decreto: “hay leyes que se dictan para no cumplirse”, lo cual está a tono con lo que somos nosotros y nuestro viejo adagio de que se acata, pero no se cumple.

Tengo una última pregunta para ti, Demián. La batería se acaba y ya vamos por tres cafés. ¿Quién es Demián Rabilero ahora mismo?

Un papá.