“He censurado todo lo que debo censurar, y seguiré haciéndolo”

“Para el riguroso visitante, padre, la fruta más jugosa”.
Delfín Prats

Llegar hasta Lourdes González Herrero (Holguín, 1952) es un camino peligroso. Los que le rodean la mitifican. Sus alumnos de narratología la veneran como a una maga. De ella depende el destino de numerosos escritores holguineros. Además de ser una de las poetas mejor “colocadas” dentro del panorama literario cubano, desde 1998 es directora del sello provincial Ediciones Holguín. Y eso tiene un coste. 

Empezó a escribir, como oficio, ya entrada en los cuarenta. Desde la barra de su negocio, el paladar llamado Paradiso, escribió Papeles de un naufragio (Ediciones Holguín, 1999), su mejor poemario hasta el momento; entre las múltiples reediciones cuenta con una en francés: Dossier d´ un naufrage (2002), prologada por el hispanista Claude Couffon, quien también importara textos de Lezama Lima

Después vino María Toda (Editorial Oriente, 2003), una novela casi pornográfica, de aprendizaje, ¿autobiográfica? “Descarga lírica”, dice la autora. En 2007, El amanuense le dio una mención en el Premio Casa de las Américas, y Las edades transparentes (Editorial Oriente, 2006) obtuvo el Premio de la Crítica de ese mismo año. 

A los 67 años, Lourdes González concentra mucho sobre sí. Conviene aproximársele sin la gravedad del elogio: entonces se le puede preguntar de todo. Responde con una franqueza a veces irritante. 

¿Con qué ambiciones escribe?

Esa es una pregunta muy rara. El acto creativo es desgarrador. La ambición viene después, cuando el acto ha sido consumado. Es más o menos como en el sexo: después es que llega la ambición. Te preguntas: ¿Esta obra gustará? ¿Quizás guste tanto que pueda ganar un concurso relevante y de momento ser…, no sé, “la diva de la literatura cubana”? 

¿Se considera “la suprema” de la literatura local, como dicen que usted misma presume en ocasiones?

No soy la suprema de nada. No quiero serlo. Es muy difícil llegar a esos planos viviendo en una provincia donde no hay seres superiores; en la literatura nunca hay seres superiores y en una provincia menos. No me gustan los segundos lugares, pero me agrada un primer lugar discreto. 

Desde que practico la escritura como oficio, sé que debo escribir constantemente. Como produzco, las editoriales admiten mis libros; de vez en cuando me gano un premio, por eso quizá mi nombre suene un poquito más.

Ahora, si me preguntas si yo, para mí, soy suprema, entonces la respuesta es sí. Por el esfuerzo diario que hago, al llevar tantas cosas al mismo tiempo: la casa, la editorial, las actividades sociales, las amistades. En eso sí: yo, para mí, soy suprema. 

Pero dicen que es demasiado dura con los escritores en ciernes…

Tengo un carácter mortificante para mucha gente. Ese mismo carácter ha hecho que otros avancen muchísimo, sobre todo en el recorrido de la poesía. He sido muy dura con ellos. Sigo siéndolo, pero creo que es la única manera de que entiendan que la vida es una roca. Si uno no se prepara para tallarla, sencillamente no va a lograr nada.

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¿Cuánto le beneficia, como escritora, ser directora de una editorial?

Es muy complejo. Sobre todo, porque no puedo publicar en esa editorial. No me une ninguna cadena natural de autor-creación-editorial-venta. No es que todo el mundo tenga ganas de aprovecharse del cargo, si no que un día uno puede decir: “ay, este libro lo voy a poner aquí mismo”, y luego eso se va incrementando y resulta fatal. Pero también me gusta mucho editar. Dirigiendo la editorial, nunca he dejado de editar. 

¿Usted ha censurado muchos libros en Ediciones Holguín?

Sí. Desde que dirijo la editorial he censurado todo lo que como directora de una editorial debo censurar. Sí, todo. Pero, además, eso jamás me ha quitado el sueño. Siempre he dormido muy bien, muy cansada, extenuada de un día fatigoso. 

No solo he censurado, sino que seguiré haciéndolo. Es una de mis labores. Creo que es muy tonto hablar mal de algo que justamente es lo que te paga una publicación. El libro en Cuba no es autofinanciado, es presupuestado. Son cosas que a la gente se le olvida. 

También la mala calidad la he censurado siempre con mucho ahínco. Lo seguiré haciendo.  

En Papeles de un naufragio parece como si le asistiera un ansia de exorcizarse de la miseria y el caos de los años noventa. Y, por otra parte, hay en el libro una contemplación nostálgica de aquella época. ¿Cuánto le queda de entonces?

Queda todo. Donde tenía el paladar tengo ahora un cuarto de renta. El restaurante se llamó Paradiso, por Lezama, y la habitación se llama Habitación 2666, por Bolaño. Sigo siendo literaria incluso en mis negocios. Pero no he salido de la pobreza, para nada. 

Ahora los tiempos son otros. Estos tiempos no tienen ya la angustia del Período Especial. Es otra angustia, son otras cosas… Pero no como aquello, cuando éramos seres fantasmales. Nos estábamos desapareciendo poco a poco, como una vieja fotocopia. Por primera vez me enfrenté a esa pobreza, tan terrible. Pero las cosas ocurren por primera vez, una sola vez. Ya esto es la segunda vez, y no es igual.

¿A quién le confía sus textos en preparación?

A nadie. Mis amigos se fueron a otras tierras. Me acostumbré a revisarlos yo sola. En caso de que me guste mucho un texto y esté muy segura de él, se lo mando a Mireya Piñeiro, en Guantánamo, que tiene un ojo espectacular. 

¿Su vida es tan orgiástica como María Toda?

Hay diferentes orgías. No todas son de los cuerpos. Tengo una vida muy entretenida. Me suceden cosas singulares. De momento me estoy tranquilizando. Pero tengo, sí, una vida muy movida. En algún momento fue orgiástica, del tipo de orgías de María Toda, y después ha sido orgiástica de otra manera.

¿Y qué es lo que más le gusta de los hombres?

Que no sean brutos, pero que tampoco sean muy inteligentes. Los intelectuales, para el amor, son detestables. Y son muy aburridos.

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