El periodista exiliado cubano Abraham Jiménez Enoa (La Habana, 1988).
A finales de junio de 2024 hice un viaje a Barcelona[1] para poder entrevistar por una tercera vez al periodista exiliado cubano Abraham Jiménez Enoa (La Habana, 1988). La reunión que sostuvimos durante mi visita fue nuestra primera oportunidad para conocernos en carne y hueso dado que todas las otras veces habíamos comunicado por correo electrónico, WhatsApp o Zoom, él estando en Cuba y yo en Nueva York.
Estoy publicando la entrevista ahora para arrojar luz sobre la obra impresionante que Jiménez Enoa ha producido desde que llegó al exilio en España en enero de 2022. Esta incluye dos libros de periodismo narrativo, La isla oculta (enero de 2023, Libros del K.O.) y Aterrizar en el mundo (marzo de 2024, Libros del K.O.), un documental que hizo junto a su pareja, la cineasta Claudia Calviño, Isla familia (2024) y la publicación desde hace dos meses de una traducción al inglés de su primer libro, The Hidden Island (agosto de 2025, Ig Publishing).
Además, ya lleva más de un año laborando en el manuscrito del último tomo de su trilogía planificada: un volumen que relata la historia de Nicolás Sirgado, el padre de uno de los mejores amigos de su niñez y un doble agente cubano que pasó diez años infiltrado en la CIA.
De hecho, nuestra última entrevista —facilitada por un largo cuestionario que él terminó de contestarme la mismísima mañana del 11 de julio del 2021— se publicó aquí en Hypermedia Magazine el 28 de aquel mes histórico. Como aquella entrevista se enfocaba en su experiencia como cofundador y director de El Estornudo, y como uno de los periodistas cubanos más activos e incisivos durante los años del “boom” de las plataformas independentes digitales entre 2014 y 2021, esta vez quería aprender directamente de él como había vivido su destierro en España en los dos años y medio, desde su llegada en enero de 2022 después de toda una vida de 33 años en la Isla.
¿Qué ha hecho ahora con esa libertad?
Aunque ha pasado tanto por una crisis de identidad profesional, como por las secuelas psicológicas dejadas por años de represión sufridas en Cuba por practicar periodismo narrativo libremente, no ha dejado de escribir y publicar en España. De hecho, su primer libro, La isla oculta, es una colección de sus crónicas periodísticas de largo aliento.
Aunque el libro ya estaba prácticamente terminado cuando llegó a España, dado que su intención fue dar nueva vida a una selección de historias que ya había publicado originalmente en El Estornudo, y un par de otras revistas, el editor de Libros del K.O. le pidió que agregara un epílogo en primera persona, donde relata su “viaje al otro mundo”: el drama de su salida forzada de Cuba y su llegada a Barcelona.
Como relata aquí en nuestra entrevista, resulta que aquel epílogo fue la semilla que brotaría en marzo de 2024 en la publicación de su segundo libro, Aterrizar en el mundo, cuya publicación fue posible gracias a la Fundación Gabo, que le concedió el premio Michael Jacobs de crónica viajera.
Si bien Jiménez Enoa se distinguió tanto en OnCuba —donde publicó más de 200 historias sobre deportistas cubanos entre 2012 a 2016— como en El Estornudo, entre 2016 y 2020, como un cronista de las vidas de otros, este nuevo libro es completamente autobiográfico y cuenta los detalles de su propio viaje de Cuba para “aterrizar en el mundo”.
Se trata de veinte capítulos que alternan entre La Habana y Barcelona –contando los muchos éxitos y las luchas duras de una década como un periodista independente cada vez más perseguido en Cuba, y los choques de haber renacido en España a los 33 años, en un nuevo mundo lleno de libertades y oportunidades, pero también minado por los lobos inesperados del capitalismo y del racismo.
“Son fenómenos distintos”, sentencia en nuestra entrevista, “aunque uno vive dentro del otro”. Agrega: “Yo me he redescubierto negro aquí. He vivido distintos tipos de racismo en Cuba, […] pero no era tan insoportablemente crudo como este”. Y asegura, “aquí no he tenido ni un solo día sin que pase un episodio racista, un gesto, una mirada, algo que te dicen”.
Aunque este segundo libro está lleno de detalles del via crucis que significaba para Jiménez Enoa trabajar como periodista independiente en Cuba (vigilancia constante, bloqueo cibernético, interrogatorios, secuestros exprés, difamación, chantaje familiar, arresto domiciliario, amenazas de prisión, regulación del derecho de viajar y exilio), quizás lo más impactante del libro son tres elementos particulares de su caso.
El primero es el fenómeno de pasar a ser un desterrado tras haber sido un “regulado” durante cinco años (2016-2021), dado su pasado trabajo en el MININT: “si sigues escribiendo, jamás vas a poder salir del país”, le dijeron; “si no sales, te vamos a meter preso” y “si te vas, más nunca vas a poder regresar”, sentenciaron.
El segundo elemento único del libro es el retrato vívido de la destrucción paulatina, pero definitiva, de la relación afectiva familiar que tenía con sus padres y abuelos, casi todos militares u oficiales del MININT y revolucionarios convencidos. De hecho, su abuelo paterno fue escolta tanto de Fidel Castro como de Ernesto Guevara, quien fue además el padrino de la boda de sus abuelos.
Encima de esto, su querida abuela paterna –con quien vivía durante una buena parte de su niñez– lo rechaza categóricamente en la triste última conversación que tuvieron antes de que él saliera de la Isla, en enero de 2022.
“¿En qué tú andas? Pero, ¿qué revistas, qué periódicos son esos? ¿De afuera? ¿Americanos? ¿Pero tú estás loco? […] No puedo con la idea de que tú seas un contrarrevolucionario. […] ¿Te están pagando para escribir esas cosas en contra del gobierno? […] ¿Te parece justo, Abraham? Que nos hagas esto a tu familia, a tu abuelo que está descansando en su tumba, ni siquiera a mí, a tu abuela que era quien más te quería. […] Me voy a morir y no me vas a ver más y vas a cargar con ese peso para el resto de tu vida. Y tú lo que eres es un periodista de mierda” (158—160).
Si la propia familia de uno denigra, descalifica y difama así, ¿qué se puede esperar de la Seguridad del Estado? Así que, romper con la llamada “Revolución” y tildarla de “dictadura” —como suele hacer Jiménez Enoa en sus escritos— también significaba una ruptura con —y un rechazo por— sus seres más queridos.
Un tercer elemento revelador del libro –algo que Jiménez Enoa profundiza aún más en nuestra entrevista– es la descripción de los origines de El Estornudo y los esfuerzos, cada vez más represivos, del régimen por bloquearlo y descalificarlo como algo subversivo y mercenario.
De hecho, Jiménez Enoa pasa de una postura inicial donde pensaba ingenuamente que “quizás Yoani era una mala persona, pero nosotros no. Nosotros no queremos hacerle mal a nadie, solo contar un país, no nos va a pasar nada”, a una realización de que “el fantasma era real”.
Mientras se daba cuenta de esa realidad, la represión del régimen lo volvió cada vez más paranoico y desconfiado de sus propios colegas en El Estornudo, conduciendo a una fractura dentro del medio entre los que estaban dentro de Cuba —como él— y la mayoría del equipo que ya estaba afuera.
Nuestra primera entrevista fue hace tres años en el verano de 2021, pero no en persona, sino por correo, ¿no?
Sí, recuerdo que me mandaste muchas preguntas. No eran rápidas de contestar. Pasé bastante tiempo escribiendo las respuestas.
Habíamos comunicado en mayo, junio y julio de 2021. Y terminamos la última ronda de la entrevista la mismísima mañana del domingo 11 de julio, justo antes del comienzo de las protestas de aquel día y semana. ¿Y tengo entendido que tú saliste de Cuba como seis meses después, en enero o febrero de 2022?
El 8 de enero de 2022 salí de Cuba y llegué a Barcelona el 9.
¿Cómo fueron esos últimos seis meses en Cuba? ¿Cómo llegaste a la decisión de irte? ¿Cuánto influyó la presión de la Seguridad del Estado y tu decisión y pensando en el bien de tu familia?
Es el ejemplo clásico que encontrarás con más detalles en mi segundo libro, Aterrizar en el mundo, porque ahí lo cuento todo. Básicamente, yo no tenía pasaporte. Esa era una de las represalias que el gobierno tenía contra mí desde que fundé El Estornudo. Además de la intervención de mis comunicaciones, las presiones domiciliarias y las detenciones exprés, una de las estrategias del régimen era declararme “regulado”.
Yo no podía salir del país. En los interrogatorios me decían: “Si sigues escribiendo, nunca te vas a ir de Cuba”. Vivía, en la práctica, en una prisión política.
Con las protestas de julio, Cuba se pone en ebullición. Yo fui de los pocos periodistas de mi generación que logró cubrir lo que estaba pasando, porque el gobierno apagó el internet en todo el país.
En el libro cuento cómo logré conectarme: yo tenía un vecino que trabajaba en ETECSA y yo le alquilaba el internet, supuestamente para ponerle muñequitos a mi hijo. Era mentira. Él abría la WIFI, colgaba su teléfono en la ventana del edificio de al lado, y yo me subía a la azotea, brincaba, le robaba el teléfono y me conectaba. Luego volvía a brincar la azotea para devolvérselo. Unos días después, me pusieron bajo prisión domiciliaria.
Tiempo más tarde, recibí una llamada anónima, sin identificación. Una persona comenzó a gritarme. Solo entendí las palabras “pasaporte”, “familia”, y “cárcel”. La conversación terminó con una especie de ultimátum: me darían el pasaporte, pero debía irme. Esa llamada termina con la proposición o el canje de que si no me iba, “te vamos a meter preso”.
Tú pasaste de regulado a desterrado.
La gente a veces me pregunta si me prohibieron volver. Formalmente no lo dijeron, pero queda claro. Si alguien te echa de su casa, ¿qué sentido tiene intentar regresar?
En ese momento, estábamos en plena pandemia. Tramitar un pasaporte normalmente toma quince días, pero las oficinas solo abrían dos horas al día. Aun así, el régimen sabía cada paso que daba. Finalmente lo obtuve a finales de julio, después de las protestas, pero no pude salir hasta enero, porque volvieron a cerrar las fronteras.
Mis últimos seis meses fueron de una angustia total. Mi plan inicial era irme a Holanda para asistir a un evento, y desde allí mudarme a España, donde había más cubanos. Con el pasaporte cubano no puedes irte a casi ningún lugar, ni siquiera a Nicaragua. Las opciones eran Serbia, Rusia, un par de países africanos, pero ninguno era una opción realista para mí. Con las restricciones de la pandemia, no me fue posible viajar yo solo primero a Holanda.
Al final, esa demora y ese tiempo del cierre fue bueno, pues como mi pareja, Claudia Calviño, es productora de cine, ella consiguió un contrato en Barcelona. Nos casamos corriendo y así logramos salir juntos con nuestro hijo Teo, con residencia.
Llegamos los tres en el mismo avión. Barcelona no fue una decisión planificada, fue simplemente lo que salió. Podíamos haber llegado a Dublín o a Puerto Príncipe, pero como decimos en Cuba: uno come lo que aparece, y también emigra a donde aparece.
En este caso nos salió bien, porque pudimos llegar los tres juntos, con papeles y a un mismo lugar donde establecernos.
En el libro no aparece esta parte, ¿verdad?
No, a nivel narrativo decidí no incluirlo porque complicaba la historia. El libro empieza con mi llegada a Barcelona y termina con aquella llamada telefónica en Cuba. Pero en entrevistas lo he contado. No es un secreto, solo una decisión narrativa.
En el documental que hiciste con tu pareja, ¿ella también filmó?
Sí, filmamos los dos. Durante cuatro años registramos nuestra vida: con el teléfono, desde dentro de la casa, con la Seguridad del Estado en la puerta, cuando me detenían, cuando me gritaban. Todo quedó grabado. Ese material se convirtió en un documental. Son escenas del libro, pero documentadas en audiovisual.
En nuestra primera entrevista también hablamos de que estabas regulado por tu trabajo con el Ministerio del Interior. ¿Eso desapareció?
Sí, aunque ya había pasado tiempo. La verdadera razón de mi regulación era mi trabajo con El Estornudo, el periodismo independiente, no lo otro. En el libro cuento cómo era mi trabajo anterior en la oficina de información del MININT: revisaba los periódicos oficiales del día y recortaba con tijeras cualquier noticia que mencionara a esta institución. Después, pasé a hacer lo mismo en internet, donde teníamos un poco más de trabajo, pero la ventaja de estar conectados.
La última vez publicamos una entrevista tuya en el verano de 2021 usamos el título: “Hay que estar en el lugar”, porque enfatizabas la importancia de narrar Cuba desde Cuba. ¿Sigues pensando así ahora que llevas un buen tiempo fuera?
Sí, lo sigo pensando. Para contar un lugar tienes que estar ahí. No significa que desde fuera no se pueda hacer, pero es mucho más difícil. Lo que otros te cuentan no lo ves con tus propios ojos, no lo estás palpando y necesitas verificarlo con más fuentes. La información se vuelve engorrosa y no la puedes tantear.
Por eso creo que la prensa independiente cubana ha perdido fuerza: la mayoría está hoy en el exilio y ha tenido que enfocarse más en temas de migración. Medios que antes producían textos muy potentes y frecuentes, como El Estornudo, Periodismo de Barrio, que casi está extinguido, o El Toque, ahora sobreviven con proyectos alternativos.
Hacer periodismo puro desde fuera es muy complicado. Periodismo desde el exilio se hace, incluso a través del teléfono, pero es bien difícil, por el desconocimiento de la realidad, donde hay una brecha que no se puede cubrir.
Entonces, ¿cómo te defines ahora? ¿Escritor, periodista, periodista independiente cubano?
Más que reinventarme, diría que estoy pasando por una crisis de identidad. No solo profesional, sino personal. Viví 33 años en Cuba [1988-2021] bajo una sola realidad, y de pronto llegué a otro planeta. Eso me movió el piso y también mi manera de trabajar.
Mi profesión se ha movido, porque hoy no pertenezco a ningún espacio específico, no estoy trabajando en ningún medio cubano. Me he dedicado a escribir mi segundo libro, Aterrizar en el mundo, y hacer un documental, Isla familia. Sigo informándome y sintiéndome periodista, pero ya no llevo la vida de un periodista.
Salí muy desgastado de Cuba, tanto física como mentalmente, y eso me hizo dejar El Estornudo en 2020, porque era yo solo desde dentro, con todo el equipo afuera.
Desde entonces, mi vida se ha reconfigurado. Ahora estoy trabajando en una trilogía: ya publiqué dos libros (La isla oculta y Aterrizar en el mundo) y tengo la idea para el tercero. De vez en cuando, escribo algún artículo para medios como El País, pero de forma puntual.
¿Cómo has vivido el contraste entre el exilio y esa experiencia de encierro dentro de Cuba?
Fue un choque. En Cuba, vivía vigilado, amenazado, con un círculo muy pequeño. De repente, llegué a un lugar donde nadie me conocía, donde podía moverme libremente, donde nadie me decía lo que podía o no podía hacer. Al principio, es una sensación de alivio enorme, pero después viene otra etapa: ¿qué hago ahora con esa libertad?, ¿cómo se trabaja desde aquí?, ¿cómo me reconecto con Cuba si ya no estoy allá?
He tenido que reconstruir mi identidad profesional y personal desde cero.
Mencionabas que tu pareja también es cineasta y que hicieron juntos un documental. ¿Qué papel jugó ese proceso creativo en tu adaptación al exilio?
Fue fundamental. Cuando llegamos, teníamos muchas horas de material grabado en Cuba: detenciones, vigilancia, la vida cotidiana bajo represión. Todo estaba en nuestros teléfonos.
Trabajamos durante meses, organizando y editando ese archivo, hasta convertirlo en un documental. Fue nuestra manera de procesar lo que habíamos vivido y también de explicarlo al mundo.
Ese proyecto me ayudó a no perder el vínculo con mi trabajo como periodista y a darle un sentido a la experiencia del exilio.
En dos años y medio fuera de Cuba, entre enero de 2022 y junio de 2024, ¿cómo ha cambiado tu perspectiva sobre la problemática cubana y sobre ti mismo como emigrante en Europa, negro y periodista? ¿Tienes otros temas de los que hablar ahora?
Al principio estaba muy enfocado en seguir escribiendo sobre Cuba. Pero con el tiempo me di cuenta de que necesitaba tomar distancia. Ya no estoy en la inmediatez del periodismo diario. Ahora trabajo más con la memoria, con el testimonio, con lo narrativo.
Sigo siendo un animal periodístico, porque mi mirada es la misma, pero no ejerzo el periodismo clásico. Mi día a día ha cambiado. Cuando hablo de racismo, siempre lo combino y lo comparo con lo que ocurre en Cuba en esos temas. Me interesa más escribir libros y hacer proyectos a largo plazo, como el documental. El periodismo que yo hacía en Cuba, estar en la calle, reportar en tiempo real, ya no lo puedo hacer desde Barcelona.
El país físico no tiene culpa de nada, el espacio Cuba no es culpable. Yo salí muy dolido. He pasado por un proceso de desintoxicación. Salí con muchas heridas, odiando aquello y no podía controlarlo.
Durante un año, yo no quería estar rodeado de cubanos. No quería leer nada de Cuba, ni escuchar música cubana. Me fui de Facebook. Fue un proceso por el que pasé. Si me hubieras entrevistado en ese tiempo, mis respuestas iban a ser completamente distintas.
Háblame un poco de los tres libros. El primer libro es una colección de escritos publicados tanto en El Estornudo como en otros lugares. El segundo libro refleja la salida de Cuba y tu nueva vida aquí. ¿Cuéntame más sobre eso?
El enfoque de estos dos libros es distinto, aunque hay similitudes.
El primer libro, La isla oculta, surgió mientras yo estaba en Cuba. Me parecía importante, porque temía que algún día El Estornudo desapareciera de la web, y consideraba que los textos que había escrito capturaban ese momento del país, aproximadamente cinco años de una Cuba que había cambiado mucho (2016-2021).
Entonces me puse a hacer una especie de curaduría de todo lo que había escrito en varios medios y añadí un par de crónicas más, escritas exclusivamente para el libro, con el objetivo de ofrecer una reflexión sobre Cuba.
Este primer libro no incluye mi presencia directamente. Es un trabajo periodístico y de análisis. Sin embargo, cuando llegué aquí, mi editor me sugirió escribir un epílogo, dado que el libro ya estaba prácticamente listo en Cuba. Ese epílogo, titulado Viaje al otro mundo, incluye mi testimonio y funciona como un aterrizaje personal. Sin darme cuenta, se convirtió en la semilla del segundo libro.
El segundo libro no surgió de inmediato. Durante ese tiempo, lidiaba con el dolor de Cuba y con heridas personales relacionadas con mi salud mental, lo que dificultaba escribirlo. Empecé a estructurarlo, hacer entrevistas y recopilar información, pero no podía concentrarme plenamente.
Un día decidí dedicarme a escribir de manera más intensa y, en un mes, terminé el manuscrito principal, el grueso del segundo libro, porque necesitaba expresar lo que tenía reprimido, atragantado. Esto me dio un gran alivio y puso en pausa el proyecto que sería el tercer libro.
El tercer libro narra la historia de mi abuelo y de una familia involucrada en el régimen cubano. Mi abuelo era escolta de Fidel y del Che. En un momento de mi vida, viví en su casa con él, pero en esa cuadra solo residían militares. Al frente de nuestra casa, vivía uno de mis mejores amigos, que ahora está en Valencia y que, además, asistió a la presentación del libro, lo cual fue bonito. Su padre, Nicolás Sirgado, es el mayor espía que ha habido en Cuba.
Este hombre incluso aparece en una serie de televisión y fue desclasificado por Fidel en un discurso en la Plaza, en octubre de 1976, cuando se derribó el avión de los esgrimistas de Barbados. Fidel dijo tener información y mencionó a Posada Carriles y a Mas Canosa. También mencionó que la tenía porque este tipo estaba infiltrado allí y que era de la CIA, en una posición que le permitió recabar información durante diez años (1961-1971), como doble agente.
La CIA pensaba que tenía a alguien infiltrado en Cuba, pero en realidad fue doble agente y era vecino de mi abuelo, ya fallecido. Era el padre de mi amigo. Su hijo ahora vive en Nueva York. Entonces, quiero contar la historia de este hombre como espía doble en Cuba, cómo vivía y cómo, de pronto, alguien que entregó todo a la Revolución, terminó con sus hijos fuera del país.
Al final, esta persona terminó sin recursos, sin un colchón donde dormir y sin medicamentos. La historia se relata desde la emigración, a través de mi relación con su hijo. Otro punto importante es que su hijo llegó a este país solicitando asilo político, algo que no había previsto al principio, pero que terminó generando una relación y una dimensión muy importante, que será parte del tercer libro.
Obviamente, todo está conectado: el primer libro con el segundo y, de alguna manera, con el tercero. No sé cómo será el futuro de Cuba, pero creo que siempre estará presente en estos relatos.
En los últimos días, he estado muy conectado con mi país. He ido al otro extremo, escuchando mucha música cubana, y me pasé un día completo viendo entrevistas de Cabrera Infante sobre el exilio y la censura. La emigración te lleva a unos caminos que uno no puede prever.
¿Cómo es trabajar como freelance en comparación con trabajar como parte de un equipo o ser jefe de un equipo, como hacías en El Estornudo?
Mi experiencia es diferente porque, cuando dejé el ámbito cubano, ya tenía un nombre reconocido. Había publicado en los grandes medios y fui columnista del Washington Post.
Esto me dio respaldo y visibilidad, aunque también implicaba riesgos y atención de la Seguridad del Estado cubano. Incluso cuando llegué aquí, firmé un nuevo contrato [con el Washington Post] que me garantizaba un pago que, probablemente, nunca volvería a recibir. En ese tiempo, hasta el Secretario de Estado de Estados Unidos bajo la administración de Trump se pronunció en un evento de persecución y me menciona.
La sección en español del periódico se cerró y fui asignado a la sección en inglés, donde solo duré seis meses, debido a dificultades de adaptación con el idioma, nuevos editores y el demasiado estrés. Aun así, tener un nombre reconocido y colaboraciones previas, me permitió continuar trabajando sin tocar puertas nuevas y recibir pagos en dólares que no habría obtenido de otra manera.
Me pagaban mil dólares por una cuartilla y a veces menos de una cuartilla. Hoy cobro 150 euros. Me pagaban 10 veces más y mi vida era más fácil en ese sentido, me sentía privilegiado.
¿Ser escritor aquí es la misma tarea? Escribir algo en Cuba y escribir algo estando aquí: ¿la experiencia es similar o distinta?
La experiencia es similar y, a la vez, muy distinta. Sentarse a escribir aquí no es lo mismo.
Ahora que lo reflexiono, te agradezco mucho la pregunta. Es una pregunta bonita. Tengo la sensación de que aquí me cuesta más. Creo que lo asocio directamente a estar lejos de esa realidad.
No es lo mismo: tu trabajo puede ser un párrafo, salir al balcón y escuchar a alguien hablando en cubano. O ver algo que sucede y que esa escena te inspire para lo que estás escribiendo. O un vecino que prende el televisor y ves alguna barbaridad del gobierno.
Antes tenía muchas otras musas potenciales que no están aquí. Yo no hago lo que hacía allá: no trabajo con información, no hago actualidad, escribo sobre el pasado. Pero me cuesta más, porque al final sigo hablando de lo mismo. Creo que allí era más fácil, creo yo.
La represión entonces sería, supuestamente, desde afuera. Sería más fácil ser escritor aquí. Esto me lo preguntan mucho, y yo no tengo la respuesta exacta.
Porque no tenías ese policía en la cabeza, ¿no?
Exacto, no lo tengo.
Ya había hablado con mi psicólogo y hecho terapia sobre mis problemas y mis traumas, porque nunca tuve conciencia plena de lo que estaba viviendo. Para mí era normal, y obviamente no lo era.
Mi pareja me lo recuerda todo el tiempo: “Tu vida no era normal”.
No es normal tener un bebé de pocos meses y no poder cambiarle los pañales porque estás rodeado de policías. O salir de la casa y no poder regresar al ir a buscar medicina o comida. Yo normalizaba todo eso, aunque no debería.
Por mucho tiempo, no me daba cuenta. Incluso antes de que pasara todo eso, solo sentía miedo o nervios cuando sucedían cosas, ni siquiera después. A veces, al leer noticias en el periódico o recordar el día, me he dado cuenta de que conté cosas mal en el libro.
En el libro, yo cuento el día más heavy: el día que me secuestraron, me desnudaron, me hicieron pasar por Seguridad del Estado, me bajaron la cabeza, unos hombres me golpearon, y luego filmaron y lo transmitieron en la televisión, y dicen que yo soy un agente de la CIA, como si todo eso hubiera sido normal.
Yo lo relato en el libro tal cual ocurrió. Yo lo cuento como que yo sentí miedo, y eso es verdad, pero tampoco es tan así.
El miedo lo sentí después, cuando ellos me sueltan y empiezo a rememorar lo que había pasado. Pensé: “Wow, ¿qué han hecho estas personas?”.
El momento del desnudo, quizá, fue el más intenso. El momento de las esposas en el carro, cuando me llevaban con la cabeza abajo, yo no sabía a dónde me llevaban. Era como: “Bueno, está pasando esto, no está bien, pero no puedes hacer más nada”.
No recuerdo haber sentido mucho miedo en ese momento.
¿Y eso fue en el otoño de 2020, un poco antes de la protesta en el Ministerio de Cultura?
Sí, fue en octubre de 2020. Publiqué una crónica en el Washington Post donde lo cuento: “Si esta es mi última columna aquí, es porque estoy preso en Cuba”.
Ellos me decían: “Si vuelves a publicar, vas a ir preso”. Al salir, llamé a mi editor y le dije que la única defensa que podía hacer era contarle al mundo lo que me pasaba. Fue arriesgado, pero era lo único que podía hacer. Los editores no querían publicarlo, para protegerme.
Ah, por ética, para cuidarte.
Sí, pero tuve que convencerlos de que esta era la única defensa que tenía.
Hablando ahora de tu vida aquí en Barcelona, ¿cuáles han sido los choques o sorpresas más importantes que has encontrado en tu nueva vida en Europa?
Bueno, si lo pienso, sí, ha habido cosas inesperadas. Es raro, porque yo sabía de antemano sobre algunas situaciones, pero es muy distinto verlas de frente. Creo que hay dos cosas que siguen marcando mi día a día: dos lobos a enfrentar, el capitalismo y el racismo. Son fenómenos distintos, aunque uno vive dentro del otro.
El capitalismo me impacta porque, aunque Cuba tiene elementos de capitalismo de Estado, aún en ciernes, la vida aquí tiene otro ritmo. Entender las lógicas del consumo, cómo todo es mercancía, todo se compra y se vende, y cómo uno mismo también se convierte en una especie de mercancía. Ha sido un choque muy duro para mí.
En las primeras páginas de tu segundo libro hablas de la propaganda.
Sí, nunca había visto propaganda como la de aquí. Antes solo había conocido la propaganda política de Cuba. Aquí todo el tiempo estás viendo que te venden algo. Además, tú mismo también tienes que “venderte”. Llegar a los 33 años en este entorno es muy duro.
A su vez, cuando viajo a Cuba, siempre me choca la propaganda tan burda y constante.
Sí, pero lo interesante es que lo de aquí no es solo propaganda, sino cómo el capitalismo individualiza a las personas. Extraño la cultura cubana de interactuar, de dar un poco de azúcar al vecino, de la cordialidad. Aquí no conoces a tus vecinos, nadie saluda, y todo está directamente relacionado con la lógica del capitalismo: para sobrevivir, cada persona debe competir, cuidar su bienestar y pasar por encima de los demás, si es necesario.
Mucha gente extraña el “tiempo socialista”. También hay distintos niveles, no es lo mismo New York que Barcelona, no se asimila igual. Yo me encerré en un hotel en el medio de Manhattan, a cuatro cuadras de Times Square, porque no resistí el nivel de locura.
Yo me he redescubierto negro aquí. He vivido distintos tipos de racismo en Cuba. Había escrito incluso del tema allá, pero no era tan insoportablemente crudo como este. Aquí no he tenido ni un solo día sin que pase un episodio racista, un gesto, una mirada, algo que te dicen.
Quizás por no estar en Miami, tu experiencia y tu habilidad de hablar de esto son distintas, porque hay mucho racismo allí también, pero los cubanos casi no lo reconocen. Has experimentado y escrito sobre esto, ¿verdad?
Sí, me ha llamado mucho la atención. Me han escrito cubanos por interno diciéndome que exagero, deslegitimando, que regrese a Cuba, y cosas así. No estoy exagerando nada. Lo curioso es que son cubanos que no entienden la realidad de la vida aquí, igual que con el capitalismo: te dicen “vete allá, va a pasar hambre”, sin comprender nada. Al principio, eso me condicionó, hasta que entendí que cada quien decide su camino ideológico, y yo también soy libre.
La comunidad cubana, incluso en Miami, tiende a ser muy de un solo lado. Por ejemplo, aquí la derecha es muy fuerte, y yo no me identifico con eso, porque soy de izquierdas. Lo mismo pasa con Pedro Sánchez en España: algunos lo llaman dictador, y tú, que vienes de una dictadura, sabes cómo es realmente.
Lo mismo pasa con Biden en Estados Unidos, ¿no?
Sí, la gente dice que es dictador, pero no lo es. Tiene sus problemas, sí, pero no puedes llamar dictadura a algo que no lo es. Y en dictadura, tampoco puedes llamarle por su nombre.
Cuéntame algo. Leí tu reflexión sobre el racismo. ¿Puedes dar ejemplos de tu experiencia directa, interpersonal y estructural?
El otro día salía de mi casa y había un cartel como los que ponen en Cuba, diciendo “Cierren bien las puertas y ventanas, no están en cuevas, montañas o favelas. Aquí somos buenos ciudadanos”.
También en transporte público: a veces suben inspectores, y a mí casi siempre me piden el boleto, a otros no. Igual a la salida del metro, fila de 120 personas, y a mí nada más me lo piden… Y pienso: “¿Casualidad?”
Otro caso: iba a buscar a mi hijo a la escuela, salí corriendo por una calle céntrica, muchas patrullas, y una me paró. Me pidieron identificación de manera extraña, me preguntaron qué llevaba en la bolsa, como en Cuba. Fue raro.
También en bares, en los periódicos impresos: alguien me quitó uno en el bar de aquí al doblar, como entendiendo que él tiene más derecho que yo.
Esos son ejemplos claros de racismo estructural e interpersonal.
Tú escribiste, recién llegado: “No debemos salir de Cuba para sentirnos personas” y cuentas esa situación horrible. Ahora, en junio de 2024, ¿cómo ves la situación en Cuba desde aquí? Y respecto a la posibilidad de cambios políticos, ¿ves alguna salida?
Está peor que cuando la dejé, según me cuenta mi familia. Es lamentable. Tener una aspirina, un huevo o papel sanitario es un lujo. No hablo de política, sino de derechos humanos básicos: acceso a comida y medicinas. No disponer de eso es lo más bajo en lo que puede caer un país. Y que un gobierno no pueda hacer nada por garantizar un plato de comida y medicina a un pueblo. A partir de ahí, ya todo lo demás sobra. Todo lo demás se vuelve ridículo, lo de Díaz—Canel, etc.
Yo creo que ese país se hundió ya. Yo creo que en ese país van a pasar décadas para poderlo reconstruir.
Va a pasar mucho tiempo en que no sé, de hecho, si se va a poder reconstruir. Yo creo que, cuando se reconstruya, será otra cosa, obviamente. Y no le veo una salida clara.
Yo creo que la muerte de Raúl puede cambiar algo, en el sentido de cómo no lo cambió la de Fidel. Yo creo que la muerte de Raúl sí, porque ahora mismo ya sería como el rostro más visible dentro del régimen. Y ahí sí se podría dar una pugna entre los civiles, liderados por Díaz Canel, y todos los que han ascendido entre la cúpula del poder comunista y los militares, GAESA, que sabemos que tienen el poder. El control de la economía.
Es el poder de las armas contra el poder del dinero. Podrían darse discrepancias entre un bando y otro, y gradualmente se puede dar una especie de perestroika, de reparto de oligarquía a pequeña escala, como es todo en Cuba, pero desde dentro.
Con la muerte de Raúl, por simbolismo, por historia y porque es jefe de todo eso, podrían surgir discrepancias internas en el régimen, quizá un reparto de poder a pequeña escala entre civiles y militares, y eso podría mover el sistema. Y que empiecen a modificar cosas: los militares a quedarse con cosas, lo que ya está pasando.
No creo que venga de afuera; ni la ciudadanía ni la oposición tienen la capacidad de dañar al régimen. Las protestas del 11 de julio lo dejaron claro: es una lucha de un león contra un mono con las manos atadas. El 11 de julio fue el nacimiento de la esperanza. Y ya en noviembre fue la muerte de esa esperanza.
¿Has podido o has querido, estando aquí, integrarte y asimilarte a la vida? Ya hablaste un poco de eso, pero, ¿te ves flotando al margen o estás inmerso en la vida europea y catalana? Como inmigrante siempre se pasa por un proceso, especialmente si uno emigra a los 33 años. Es un proceso muy distinto al que está viviendo tu hijo, ¿no? Porque él no va a tener casi memoria de Cuba, pero va a tener su recuerdo biológico. Para él, otro será su mundo.
Yo creo que, con respecto a aquí, totalmente desde el primer día me integré, porque me ha salido natural. Incluso participé en una emisora catalana. Trabajo en un programa de radio que es de los más escuchados en toda Cataluña.
¿Y ya aprendiste catalán bastante bien?
Sí, hablo, entiendo y puedo decir cosas. Consumo la cultura de aquí, la música. Mi relación con Cuba ha sido más bien de distancia. Intencionalmente, durante los dos primeros años, no quería saber nada de cubanos ni de Cuba. Si me encontraba a alguien lo saludaba, pero si podía evitarlo, lo evitaba. Si sabía que había una fiesta de la comunidad cubana, no iba. A mucha gente que yo sabía que estaba aquí, ni siquiera le escribía.
Luego, he ido retomando poco a poco. Ha sido más bien hacia la comunidad cubana aquí, no tanto hacia Cataluña o España. Y eso también ha sido por mi hijo, porque él no tiene ni acento cubano. Habla en catalán porque la escuela es en catalán. En ese sentido, todo bien.
No he tenido problemas con lo poco que uno se puede integrar cuando es padre. Además, estamos solos los tres, solo nosotros. No salimos de noche. Cuando yo no estoy con mi hijo, tiene que estar mi mujer, y viceversa. Tampoco tengo mucha vida social. La gente me dice “vamos a un concierto”, y yo no puedo, porque tengo un hijo. Y aquí no hay abuelos ni tíos que ayuden. Mi vida está restringida por eso.
Poco a poco, hemos hecho una comida, un congrí, hemos traído gente a la casa, han venido cubanos. Me he ido soltando un poco en ese sentido. Pero ya te digo: hacia los cubanos, no hacia aquí. Con la sociedad catalana he estado bien.
Abraham Jiménez Enoa, junto a su esposa, la cineasta Claudia Calviño, y su hijo.
Háblame de tu familia en Cuba y de tu familia acá. La familia que creaste con tu pareja. Yo recuerdo la parte de la despedida de la familia en casa de tu abuela, en el libro. Pero también sé que, dada la trayectoria política de tu familia, la historia y la integración revolucionaria, siempre había un roce ahí. Yo sé que ellos querían lo mejor para ti, pero el camino que escogiste no fue el de ellos. ¿Cómo ha sido eso desde que te fuiste?
Ha sido un proceso. Yo me fui en muy malos términos con la mayoría de mi familia. Esa despedida que leíste en el libro es con la familia materna, que en teoría es la menos politizada. Los militares y tal, es la parte del lado paterno: mi padre y mi abuelo.
Igual hubo problemas, porque está mi hermana y tal. Pasé de no querer saber nada de ellos a retomar poco a poco la relación. Hoy tenemos una relación cordial: hablamos de vez en cuando, hacemos una videollamada, pero yo creo que hubo un antes y un después. Se rompió algo irreparable, al menos para mí, yo no me siento igual ya hacia ellos.
La parte paterna era más pequeña, porque mi abuelo ya había muerto. Mi abuela, con quien yo viví, es la que aparece en el libro. Yo me voy de Cuba sin poder despedirme de ella, porque me decía que yo era un gusano, un traidor. Eso está relatado en el libro.
Estando aquí, ella muere y no pude despedirme. Era la madre de mi padre, y con ella viví gran parte de mi vida. Para mí fue duro, porque ella fue la que llevó la voz cantante diciendo que yo iba a manchar el legado de mi abuelo.
Ella escogió la ideología y la institución por encima de ti.
Sí. Eso está clarísimo en el libro, porque lo cuento con todos los detalles. Hay una parte con la que mucha gente ha conectado: cuando ella muere, yo estaba en Copenhague. Mi familia me avisa de que van a lanzar sus cenizas al mar en el Malecón de La Habana. Yo quise hacer lo mismo y lo cuento en el libro: voy al mar Báltico y pongo una flor allí. Pero al mismo tiempo, estoy viendo un video de ellos en el Malecón. Esa fue mi despedida de mi abuela.
Ustedes tienen un hijo de casi cuatro años que se llama Theo, igual que mi hijo de tres años.
Sí, nuestro Teo va a cumplir cuatro en agosto.
Y vinieron cuando él tenía un año y medio.
Sí.
Entonces, como familia, tienen ya más tiempo aquí que allá.
Sí, él tiene más tiempo aquí que en Cuba. Ha sido duro a nivel físico y logístico, pero también una súper experiencia. Estar tan lejos y solos nos ha hecho más fuertes y nos ha unido más como familia. Haber pasado todo lo de Cuba, la migración, y criar a nuestro hijo aquí nos ha endurecido como familia.
Eso no significa que no hayamos sufrido. Por ejemplo, yo no tengo relación con la familia de Claudia, porque son súper politizados. Para mí, la Semana Santa del año pasado (2023) fue la más dura, cuando Claudia regresó con nuestro hijo a Cuba y yo no pude regresar. Por primera vez, estuve completamente solo.
Los acompañé al aeropuerto. En el camino me puse sentimental, triste. Claudia me dijo: “aguanta por el niño”.
Los despedí y se fueron. Hasta ahí, todo bien. Pero cuando me bajé del autobús y empecé a caminar en Barcelona me cayó encima la realidad: estaba totalmente solo. Literalmente. Pensaba: “si me pasa algo aquí, no hay nadie”.
Me daba miedo. Pensaba: “si me da un infarto, si me suicido, lo que sea, estoy aquí solo”.
Nunca había estado tan solo en mi vida. Estaba a un océano de distancia de todos mis seres queridos. Llegaba a mi casa y me preguntaba: “¿qué hago ahora?”. Además, era Semana Santa, la ciudad estaba alterada, todo vacío, una locura. Y lo primero que dije a mi familia fue: “No me manden fotos hasta que yo pueda estar allí”, porque mi mamá estaba con el niño y yo no estaba. Todo eso está en el documental.
Yo no seguí muy de cerca cuando saliste de El Estornudo, pero quisiera saber si sigues conectado al grupo, a esos colegas y amigos: Carlos Manuel, Carla y los otros, algunos de los cuales están aquí en España.
Sí. Mario Luis está en Madrid. Cuando voy, lo veo porque suelo viajar por trabajo. El resto está en Estados Unidos, muchos en Nueva York y algunos en México. De hecho, nos encontramos allá en México, en 2022, en un evento organizado para periodistas cubanos en el exilio.
Con Mónica Baró, también. Fue muy lindo ver a Carla de nuevo. Con Carlos Manuel mantengo contacto, aunque más esporádico, ya no tanto profesional. Los fundadores fuimos básicamente Carlos, Carla y yo. Luego se unió Maykel González, aunque él participaba más desde afuera. Jorge Carrasco, también. Ellos eran más periodistas, no tanto de la parte de la construcción del periódico.
Entre 2014 y 2016 hubo un “boom” en el periodismo independiente digital en Cuba y luego un declive bajo la represión. Pero primero vino un florecimiento: gente con talento que quería aprovechar el terreno, la tecnología y crear medios propios. ¿Cómo viviste, en tu experiencia, este boom y el declive del periodismo independiente dentro de Cuba?
Yo el boom lo viví como una fiesta, un sueño. Éramos jóvenes que queríamos hacer periodismo. Además, periodismo narrativo y tener lectores, ganar premios como el García Márquez. Era un sueño. En ese sentido era como estar jugando a algo que nosotros no sabíamos que podía terminar como terminó.
Yo seguía pensando en ese momento que había una parte fantasmagórica en muchas de las amenazas o mitos, y exageraciones de la Seguridad del Estado. Yo creía quizás que Yoani era una mala persona, por ejemplo, pero nosotros no. Yo pensaba: “Nosotros no queremos hacerle mal a nadie, solo contar un país, no nos va a pasar nada”.
No era que pensara que no iba a pasar nada; simplemente no me detenía a pensar en eso. Vivía sin estar pendiente de que alguien me vigilara.
Yo me acuerdo de la entrevista que hice con Carlos Manuel en 2016 para un artículo que salió en 2017: ustedes eran atrevidos, pero buscaban ser profesionales y equilibrados. Carlos me lo resumió muy claro: “Queremos hacer periodismo y punto”. Marcando la diferencia. No activismo, no disidencia; sino periodismo. Pero obviamente, eso no fue posible.
Sí, creo que todo empezó a cambiar cuando comenzaron las presiones y el acoso. Yo fui el primero del grupo de El Estornudo al que le pasó algo.
Cuéntame esa experiencia: ¿cuándo fue y cómo ocurrió?
Está en el libro, en el segundo. La primera vez que me pasó algo fue en noviembre de 2017. El Estornudo había nacido en 2016. Bloquearon la revista en febrero de 2018. Pero unos meses antes del bloqueo, yo quería escribir una crónica sobre la final de la Serie Mundial entre los Dodgers y los Astros, que la gente en Cuba veía clandestinamente, por los peloteros cubanos Yasser Puig y Yuliesky Gurriel.
Yo quería contar la noche habanera. Así que la noche del séptimo juego, el primero de noviembre de 2017, me fui a un solar en La Habana Vieja a contar esa noche. Salió publicado el 7 de noviembre, bajo el título, “Serie Mundial de Béisbol: I live for this”.
Al día siguiente, cuando regresé a casa y me senté a escribir, se fue la luz y no tenía la laptop cargada. Decidí ir a casa de mi madre para conectarme. En el camino, me llamó un número desconocido: “Soy el mayor Roberto Carlos. Estamos en la puerta de tu casa y tú no estás aquí, ¿a dónde vas?”.
Les dije: “estoy en un almendrón, voy a casa de mi mamá”. Y lo más raro: llegaron a casa de mi mamá, aunque nunca les di la dirección.
Me dijeron: “Tenemos que hablar contigo, pero tranquilo, vamos a avisarle a tu abuelo”. Yo entré, subí corriendo y llamé a mi papá, que todavía era militar. Le dije: “Papi, me quieren llevar”. Y mi papá vino. Fue una escena muy fuerte: yo sentado en la sala, mi padre discutiendo con el oficial de la Seguridad del Estado.
Él les decía:
“Yo sé cómo ustedes actúan, porque yo también lo hice, se lo llevan y quizá no lo devuelven”.
El agente le prometía que sí. La discusión se alargó tanto que al final me levanté y dije: “llévenme ya, vamos a ver qué quieren”.
Fue mi primera detención. Me subieron al carro, subieron los cristales, y vi a mi familia despidiéndose de mí. Me llevaron a Villa Marista. Me quitaron el teléfono y la laptop. Estuve 11 horas detenido.
Allí entendí que el fantasma era real: sabían con quién había comido tres meses antes, contigo mismo, con quién salía, con quién me relacionaba. Yo estaba soltero. Me intimidaban diciendo: “¿quieres que le digamos a fulana lo que hiciste?”.
Incluso me llevaron a un comedor y me sirvieron comida fría, burlándose: “¿no está tan rica como la que comiste con los diplomáticos?” En esas once horas, con todo lo que me dijeron, me di cuenta de que sí tenía seguimiento y no era que yo estaba enfantasmado (paranoico).
Al final me soltaron, pero me quitaron el teléfono y la laptop. Desde ese día entré en paranoia. Cambiamos la forma de reunirnos en El Estornudo: lugares secretos, nada por teléfono. Me volví desconfiado, incluso dejé de hablar con mis colegas, porque durante esas 11 horas me preguntaron cosas de la revista y pensé: “alguien está hablando”.
Empecé a usar teléfonos públicos y actuaba con total paranoia. Me aislé. Eso marcó una diferencia entre los que estábamos dentro de Cuba y los que estaban fuera, como Carlos Manuel.
Los de afuera gozaban de ese privilegio de no estar siendo perseguidos. Los que estábamos adentro —yo, Mario y los otros— vivimos otro tipo de Estornudo. Cuando empezó ese tipo de represión, la revista se fracturó mucho.
Esta pregunta es obligatoria, aunque quizás sea llover sobre mojado. Aquí en España, en Europa, ¿has encontrado que la gente entiende que en Cuba hay dictadura, un pueblo oprimido? ¿O más bien apoyo a la idea de una revolución bloqueada por el imperio?
Yo creo que hay más gente que, por la relación histórica del colonialismo, por lo que Cuba representó para España, sobre todo en Cataluña y en Barcelona específicamente, ven las cosas de otra manera.
Toda la hermosura de esta ciudad está construida con el dinero que se traficó con los africanos y las plantaciones de azúcar en Cuba. Todo el modernismo catalán, la Sagrada Familia, el Park Güell… todo se construyó con ese dinero.
Ahora, con el antirracismo y el revisionismo histórico, ha empezado a salir a la luz que toda la Rambla, los grandes edificios, los levantaron esclavistas que vivieron en Cuba.
Más allá de esa relación, Cataluña es una zona muy de izquierdas. Allí muchos ven a Cuba como una causa justa y cuesta mucho que te entiendan. Si te encuentras con alguien entendido y con sentido común, puede decir: “Bueno, es cierto que allí las cosas no van bien”. Pero la mayoría te responde: “El bloqueo, el imperialismo: tú exageras, eres un disidente”. Me encuentro más esto que lo otro.
O sea, te descalifican. Subestiman lo que dices, como si no supieras tanto como ellos.
Exacto, quieren darme lecciones. Me encuentro más eso, incluso en las veces que me han entrevistado aquí sobre Cuba. Recuerdo una en particular por mi primer libro, en mayo de 2023, en el periódico de izquierda Público. La entrevista salió con un título crítico sobre Cuba: “La izquierda tiene un serio problema si cree que Cuba es de izquierdas”.
El periodista me escribió después: “Esto se ha vuelto loco, la gente está escribiendo al periódico y en redes con lanzas”. A ese nivel.
Claro, es una medicina que no quieren tomar. ¿Y en los lanzamientos de tus libros?
En general, la gente escucha. Pero siempre aparece alguien agresivo. Lo más fuerte fue en marzo de 2022, en Ámsterdam. Un tipo casi me golpea, me lo tuvieron que sacar de encima. Me gritaba: “mentiroso, manipulador”. Eso está grabado y lo cuento en el libro. Aunque, por lo general, las discusiones han sido desde los argumentos, no desde la violencia.
Quiero volver a las detenciones. La que más se comenta no fue la primera, sino aquella en la que te desnudaron y esposaron en octubre de 2020.
Sí, fue la más dura físicamente. Fue la única vez que cruzaron esa línea, porque desnudarte y esposarte es una agresión.
¿Y eso fue en reacción a algo, o simplemente quisieron hacerlo?
Me dijeron, según ellos, aunque no hay que creerles, pero citándolos, que estaban esperando el nacimiento de mi hijo. Y, si lo piensas, tenían razón: pasó cuando el niño estaba a punto de cumplir un mes de nacido. Fue en octubre del 2020.
Me llevaron una citación oficial, firmada por Kenia María Morales Larrea, una mujer de la Seguridad del Estado que solía entrevistar solo a los llamados “cabecillas”, como Luis Manuel Otero o Tania Bruguera. Yo incluso bromeaba con Tania después: “Oye, estoy en tu liga, me atiende tu entrevistadora”.
Al día siguiente, me presenté. Dejé mi teléfono en casa, ya iba preparado para no darles nada. La citación era para una estación de policía cercana, pero al llegar vi que estaba en obras. De pronto, cinco hombres vestidos de civil me rodearon: “Síguenos”. Me metieron en un cuarto y cerraron las persianas. Entró un tipo grande, se puso guantes de látex delante de mí, todo muy cinematográfico. Y me ordenó: “Desnúdate”.
Me negué al principio: “Yo no me voy a desnudar”. Pero eran seis contra uno. No iba a caerme a piñazos con seis tipos. Al final, cedí.
Me revisaron, me empujaron contra la pared y me metieron la mano en el pelo. Luego me vistieron y me esposaron, y me llevaron en un carro, la cabeza siempre hacia abajo, dándome vueltas sin rumbo, como para marearme.
Me parece que dábamos vueltas a una rotonda. Finalmente, llegamos a Villa Marista. Estuve 11 horas detenido. Usaron la técnica del “policía bueno y malo”: entraba la mujer, me gritaba, casi me golpeaba; luego otros dos me hablaban suavemente. Ese día me filman.
Querían que firmara un papel comprometiéndome a no publicar más en The Washington Post. Me negué. Ella perdió los papeles, me gritaba y golpeaba la mesa.
Eso confirma algo: la oposición y el periodismo independiente en Cuba son auténticos, no inventos extranjeros.
Claro, pero ellos siempre intentan jugar la carta de que hay dinero del gobierno de los Estados Unidos detrás.
¿Tú crees que ellos lo creen de verdad o lo hacen solo para consumo público?
Algunos lo creen. En mi familia lo creen. Mi abuela me decía: “te están utilizando, apuntan a la juventud”. La familia de Claudia, mi esposa, decía que el dinero que yo ganaba en The Washington Postvenía del gobierno de Estados Unidos. No entienden nada de cómo funciona ese periódico.
En esa detención, cuando no firmaste, ¿qué pasó?
Se enfurecieron. Me amenazaron con meterme preso “de verdad”. Me dijeron que iban a joder a mi hijo, a mi padre. Fue muy duro. Después, manipularon mis palabras en la televisión: cuando me preguntaron por los fondos de El Estornudo, editaron lo que yo digo. Yo respondí lo que ya era público porque Mónica había publicado todo en una carta, haciendo públicos los fondos. Pero ellos, los cabrones, editaron para que pareciera que yo estaba delatando a Mónica. Eso, dentro del gremio, siempre genera tensiones.
¿Cuándo escribes el texto para el Washington Post describiendo esa detención? ¿Justo después que te sueltan?
Sí. Esa misma noche. El texto sale al otro día. Yo estaba en mi casa, medio aturdido, esperando que tocaran a la puerta… pero no pasó nada.
A raíz de las protestas del 11 de julio, escribiste en The Washington Post: “De ahora en adelante nada será igual en Cuba”. Ya vamos a cumplir tres años de aquel 11 de julio (2021—2024). En el sentido de esa frase: “Nada será igual”, ya es otra Cuba. ¿Cómo es distinta: mejor o peor?
Yo creo que lo que cambió fue que las protestas funcionaron como un espejo. Fue como levantar el telón y mostrar de lo que era capaz el gobierno. Claro, se sabía: lo había hecho durante sesenta años, pero nunca se había transmitido en vivo y en directo. Hubo disparos, 1500 presos políticos, menores de edad encarcelados. Fue desnudar todo aquello que se sabía, pero llevarlo a una escala mucho mayor, con más audiencia y con mucha más violencia.
A eso me refería, y también a que la gente perdió la máscara. Los que no eran opositores, ni periodistas, ni artistas, la gente común, se preguntaba: ¿cómo es posible que haya un niño preso?, ¿cómo es posible que haya un anciano preso?
Eso se ha visto en todas las pequeñas réplicas de manifestaciones que hubo después.
Eran 62 lugares, en todo el país. Casi todas las provincias. Ya no eran tres opositores, tres periodistas o tres artistas. Literalmente, todo un país entero en la calle. Eso le dio una connotación distinta. No se podía negar.
La gente se vio reflejada en ese espejo. Antes se decía una cosa en la casa y otra en la calle. Ahora esa barrera de la doble moral se suspendió.
Claro. Pero eso no significa que el gobierno fuera a cambiar. No, ese es otro punto. Eso no cambia la estructura del poder.
En tu artículo en Gatopardo, en julio de 2021, enfatizas el impacto de la llegada de internet a Cuba como un “ábrete sésamo” para esa sociedad civil conectada e informada. ¿Cómo viviste esa llegada y cómo cambió la batalla entre la ciudadanía y los periodistas independientes por un lado y con el régimen por el otro?
Creo que cambió por completo la fisonomía del país. No solo permitió que nacieran todos estos proyectos periodísticos de los que hemos estado hablando, sino también un abanico muy diverso: desde medios comunitarios como Periodismo de Barrio, dedicados al medio ambiente, hasta narrativos ciudadanos como El Toque. Y el de Maykel González Vivero, Tremenda Nota, que era más LBGT.
También permitió que los artistas se dieran a conocer, que se hicieran convocatorias, que la gente contara su día a día. Y ese día a día, en sí mismo, era subversivo: “No tengo electricidad”, “Hay una cola infinita para el pan”. Eso, contado por una viejita o un niño, tenía un impacto enorme.
Más allá de la prensa, internet dio la capacidad de conectar con lo que pasaba en otros ámbitos: activistas, artistas, gente que yo ni siquiera sabía que existía. Yo, por ejemplo, no sabía que existía Luis Manuel Otero Alcántara. Lo descubrí gracias a internet. Y no solo lo conocí, sino que pude interrelacionarme con él.
Además, pude leer todo lo que había pasado con la prensa independiente antes de mí, que yo desconocía. Pensaba que estábamos descubriendo el agua tibia, y había toda una historia anterior. Y ese empoderamiento saltó de la virtualidad a las calles, y eso fue lo fundamental. Y eso cambió el país. Y la manera de comunicarse también. Ese flujo de información lo cambió todo.
No es lo mismo vivir en un sitio donde no sabes lo que está pasando que vivir en un lugar con esa capacidad de información y conocimiento. Eso cambió a todo el mundo, incluso a los menos implicados políticamente y, por supuesto, a los más activos.
En nuestra primera entrevista, dijiste: “Yo crecí en este ambiente, amé a Fidel y a la Revolución. Crecí dentro del automatismo revolucionario”. También contaste que fue a través de observar la realidad y después tratar de narrarla, que empezaste a despertar. ¿Puedes hablarme un poco de ese proceso de despertar que te llevó a tu ruptura?
Sí, es un proceso. Ahora lo tengo más claro porque lo cuento en mi segundo libro.
Yo crecí admirando a todos los líderes de la Revolución, especialmente a Fidel y al Che, porque fueron con los que mi abuelo estuvo más cerca. En Cuba, se habla de los “cuentos de Pepito”. Yo no tenía a Pepito, tenía a Fidel y al Che.
Yo le pedía a mi abuelo: “Hazme cuentos de Fidel y del Che”. Y él me los contaba como quien cuenta historias a un niño. Crecí con esa épica, rodeado de cuadros y militantes comunistas.
Esos cuentos eran recuerdos de tu abuelo, cosas que observó directamente como guardaespaldas…
Sí, eran anécdotas de él con ellos, siempre contadas de forma graciosa.
La que más me gusta es una que define muy bien a Fidel, aunque mi abuelo no la contaba con ese sentido. Ya de grande, entendí el pedazo de dictador que era. Se trata de un día en que García Márquez, de visita en La Habana y luego ya viviendo allí, salió de pesca con Fidel.
Estaban solos en el yate, pescando en la noche. García Márquez sacaba peces, uno tras otro, mientras Fidel no pescaba nada. Pasaban las horas y nada. En un momento, García Márquez se levantó para ir al baño. Mi abuelo aprovechó y le dijo: “Mira, si quieres regresar a tierra, reza para que Fidel pesque uno más que tú, porque si no, nos vamos a quedar aquí hasta mañana”.
Eso da la medida de lo que era ese hombre.
Yo crecí con esas historias, lo admiraba mucho. Lo veía de niño, porque vivía cerca de mi casa. En el libro cuento la primera vez que lo vi, una conversación que tuve con él.
En una ocasión, en un colegio electoral, Fidel pasó, saludó al pueblo y mi abuelo me presentó. Fidel me puso la mano en la cabeza y le preguntó a mi abuelo: “Y este, ¿qué va a ser cuando sea grande?”. Mi abuelo respondió: “Revolucionario, y después lo que sea”. Y todos asentían: “Revolucionario, y después lo que sea”.
El segundo libro trata precisamente de eso: de lo que fui después. A mí me quedaban muy cerca todos ellos. Para mí fue muy difícil ir destapando las flaquezas del régimen. Eso empezó sobre todo en la universidad, cuando leía más, y luego cuando empecé a hacer periodismo, y a observar para poder narrar.
Ahí comencé a despertar, aunque relativamente tarde: con 22 o 23 años, ya para 2010—2011.
¿La editorial que publicó tus dos libros es española?
Sí, es española, pero está en Madrid. Se llama Libros del K.O.
¿Es “caos” o “K.O.”?
Juega con los dos sentidos. Está escrito como “K.O.” de boxeo, pero evoca el caos también.
¿Y cómo te conectaste con Libros del K.O.?
Conocí a un periodista español estando en Cuba. Le escribí y le dije: “Tengo este proyecto con el primer libro; en Cuba no me lo van a publicar. Estoy buscando editorial y supongo que España es el lugar”.
Le pregunté si conocía a alguien y me dijo que era socio de una editorial. Leyó el proyecto, le gustó, y así tuve la suerte de no tener que salir a buscar mucho más.
Está muy bien posicionada. Es la editorial de periodismo aquí, independiente. Pequeña, pero especializada en periodismo.
Hay algo que tengo en mente hace tiempo. Leí y usé en mi curso sobre Cuba una colección de doce historias sobre Cuba, donde está incluida una tuya sobre un tal “cazador”. El libro se llama Cuba en la encrucijada y es editado por Leila Guerriero. Hay ediciones en español e inglés.
Ese mismo texto es original de El Estornudo y aparece luego en mi primer libro.
Es un relato fantástico, tanto en lo que cuentas como en cómo lo cuentas. También leyendo tu historia “La revolución de los acuáticos” (también de El Estornudo e incluida en tu primer libro, pensé: como reportero y escritor, ¿cuál es tu método para investigar, observar, recordar y narrar? Lo que me impresiona en esas historias no es solo el tema. Yo soy sociólogo, entonces me identifico con el contenido social, pero lo veo desde un análisis frío. Tú, en cambio, pintas para el lector con detalles, citas, colores.
Yo no creo tener un gran talento literario. Hay mucha gente que escribe mejor que yo. Pero tengo la capacidad de pasar suficiente tiempo con la gente para lograr ver en todo ese tiempo lo que otros no ven, empatizar y entender. Observar con paciencia.
No es que tenga más sensibilidad, sino que puedo dedicar un mes entero a mirar lo mismo y descubrir matices. Eso es lo que sustenta mi escritura: pasar tiempo. Por ejemplo, con los acuáticos, me fui a vivir con ellos más de un mes, conviviendo de verdad, no solo un fin de semana.
Sabes, por ejemplo, esa crónica del Jinetero [“El cazador”] fue una de las más largas que escribí. No por la extensión del texto, sino por el tiempo que me tomó trabajarla, porque solo podía hablar con él cuando pasaba por La Habana. En un año pasaba muchas veces, pero a veces no coincidíamos. Entonces era pasar tiempo con él, escucharlo, lograr ver escenas, acompañarlo a los lugares.
Me demoré quizás casi dos años con esa historia. Lo primero que hago siempre es pensar en algo, o a veces surge espontáneamente la idea de contar una historia. Pero casi siempre intento buscar el tema, decidir que quiero contar algo y, a partir de ahí informarme, leer, investigar. Luego, en el proceso, surgen otras cosas que me obligan a volver a buscar más.
Lo que más disfruto es pasar mucho tiempo con los personajes. Ese primer libro es muy de personajes. Hay temáticas, pero casi siempre son los personajes los que encarnan esos temas.
Eso es justamente el don del periodismo narrativo: contar un tema a través de la vida de un personaje.
Eso es lo que yo intento hacer. Trato de ganarme la confianza de la gente, porque para este tipo de trabajo es necesario. Fíjate que nunca vas a encontrar en mis crónicas un antagonista. Si quiero pasar tiempo contigo y lograr que me abras tu vida, no puedo hacerlo desde la confrontación.
Claro, y lo humano de la persona se ve porque tú has invertido tiempo y energía en eso, y no importa si la persona es polémica o no.
Exacto. Eso es lo que más me interesa: qué sienten y qué piensan las personas. No lo superficial, sino lo de adentro. Eso es lo que más me atrae de la vida y de la escritura.
Por ejemplo, en mi tercer libro, el del espía, no me interesa contar una historia de espionaje al estilo James Bond. A mí me interesa todo lo contrario: cómo es ser espía en Cuba.
Alguien podría imaginarse glamour, acción, pero en realidad era un hombre que no tenía comida, ni medicinas, y estaba infiltrado por la CIA. Qué hay detrás de eso. Ese contraste es lo que me interesa siempre. Cómo todos sus hijos se fueron del país.
Hay toda una generación de viejos con esa misma historia: entregaron su vida a una causa y al final se quedaron con cenizas. La lección aparece sola, aunque no la busques. Esa parte de “Losacuáticos” me encanta: no hay una moraleja clara, no hay una radiografía cerrada.
Exacto. Yo no digo “esto está mal” o “esto está bien”, ni que “hay que ir al médico” o no. Yo solo digo: estas son las personas, estas son sus vidas.
Y existen, viven en Cuba, y al final se perciben las consecuencias reales. Claro, negativas. Esa es la vida que llevan.
Sabes, durante mucho tiempo mi idea con Cuba era esa: mostrar el país tal cual es. Ese es el periodismo que me gusta hacer. Yo le decía al lector: este es el país, ustedes hagan con esto lo que quieran, yo solo muestro lo que pasa. Pero cuando todo empezó a caer, las palabras empezaron a tener otro peso. Ya no era solo contar, sino que inevitablemente aparecían términos como “dictadura” o “régimen”, o contar lo que me hicieron cuando me desnudaron. Entonces el texto adquiría otra connotación.
Entonces, sin darte cuenta, empiezas a evolucionar. Eso no necesariamente significa que sea para mejor o para peor, pero cambias.
Exactamente. En el primer libro no apareces. En el segundo libro eres el personaje principal, y tienes una opinión y haces un juicio de tu entorno. Pero con razón, o con alguna evidencia. La historia del cazador describe una realidad muy común en el mundo y en Cuba, pero de una manera desde adentro.
Sí. Sin juzgar tampoco. Mira, por ejemplo, hubo una intención. Cuando planteo un proyecto, digo: “quiero hacer esta crónica, tengo tal historia…”
Obviamente, si quiero contar la prostitución, está súper contada aquí, pero quería contarla de una manera distinta, ¿qué es lo que no está contado? Entonces dije: “Mira, vamos a verlo desde otro ángulo”.
Normalmente se cuenta desde la mujer en Cuba. Como es un mundo machista, un país machista, nunca está contado desde el hombre. Así que salí a buscar a ese tipo.
Para mí era mucho más difícil, porque me encanta meterme en otro mundo como sociólogo, recopilar información, entrevistar… pero al final de un par de meses, tengo tanta información… Y para ti, escribir algo fresco, escoger las escenas y las conversaciones debe ser dificilísimo, ¿o te vienen a la mente?
Sí. Muchas veces me pasan cosas mientras reporto y digo: “Acabo de ver cómo empieza”. Pero no sabría decirte qué siento exactamente; solo sé que esto es el principio, estoy viendo el principio del texto. No sabría explicarlo, qué siento, es como una intuición.
También, el proceso más duro es cuando transcribes todo, ese cúmulo de información, y tienes que ordenar qué es lo importante y qué se descarta. Es la parte más difícil. Pero ya tienes un ejercicio interesante: si entrevistaste a siete personas, qué recuerdas, cuáles son tus apuntes, cuál personaje es más importante y por qué. A partir de ahí, todo puede cambiar o no.
Sí, como investigador y escritor, a veces voy por un camino y descubro que no es el correcto; entonces busco otro.
Por ejemplo, en el segundo libro, tengo una agente literaria que lo leyó. También se lo doy a leer a Claudia, me da consejos; también se lo doy a alguien que no sea cubano, un catalán, me da otra perspectiva. La agente literaria me dice: “El libro tiene que empezar en el pasado, no en el presente”.
Y lo cambié. Antes empezaba en el presente; ahora empieza en el pasado. Cuando terminé la última revisión, algo me decía: “Tiene que empezar con alguien que el lector no conozca, que tenga 33 años y no sepa montarse en un metro”. Y eso te lleva a descubrir todo lo demás.
Después de llegar aquí a salvo, a Barcelona, a empezar de nuevo, yo leí que, como desde hace un año en agosto de 2023, unos tipos te persiguieron y te hablaron para avisarte que estás siendo observado. Explícame exactamente.
En ese momento, todavía Teo estaba en la guardería y yo lo buscaba. Yo me encargo de todo lo infantil en casa. Yo venía de la guardería con el carrito, estaba pequeño. Todavía no andaba, bueno, andaba, pero se cansaba. Venía con el carrito. Y de pronto me pasan dos personas por al lado y me dicen con acento cubano: “Abraham, sabemos dónde tú vives…”, y yo me quedo así.
Me lo dicen aquí, como en el oído, y siguen caminando. Me detengo, miro, me da un poco de vértigo, de miedo. No me viro, porque no supe qué hacer. Pasaron como unos segundos. Y cuando me viré, yo estaba como a media cuadra. Ellos ya estaban en la esquina y yo los miro.
Me doy cuenta de las dos personas que fueron porque me estaban mirando, se estaban riendo y vestían como la seguridad, los diplomáticos, esa ropa clásica de los cubanos. No cruzaron mirándome y se fueron luego.
Llego a casa, le hago el cuento a Claudia y como ella estaba justo en el proceso de regresar a Cuba por Semana Santa, ella tenía que ir a renovar el pasaporte. Y me dice: “¿Tú les viste la cara?”
Le dije: “Bueno, sí, les vi la cara”. Ella dice: “Bueno, vamos a entrar a la página de Facebook de la embajada y a lo mejor ahí los podemos ver”.
Y cuando entramos a la página de Facebook, había fotos de actividades del que era el vicecónsul. Le dije: “Ese era uno de los dos”. Eso fue lo que pasó.
Entonces pudieron hasta saber su nombre.
Sí, lo tengo anotado ahora mismo. No me acuerdo cómo se llama. Bueno, fue cómico. Porque, cuando yo hago esa denuncia pública, un sector de la oposición decía: “Te estás inventando, estás paranoico”.
Una semana después, Susana Gaviña, una periodista que lleva el tema de Cuba en el periódico ABC, me contacta y me dice: “Leí esto tuyo y tal, quiero seguir investigando”. Y resulta que publicó un reportajedonde Hamlet Lavastida, Carolina Barrero y Yunior García Aguilera contaban escenas similares, pero no lo habían hecho público.
Entonces sí, hay como un patrón.
Exacto. Lo que nadie lo había dicho. Uno piensa que es paranoia, pero pasa incluso en los EE.UU., como en el caso de José Jasán Nieves Cárdenas, el editor de El Toque.
El último capítulo del primer libro, La isla oculta, termina con esa narración biográfica, Viaje al otro mundo, ¿no? Y dices aquí: “No estaba preparado para mi último arresto domiciliario en Cuba”. Y de ahí arrancas cuando hablas de tu último arresto domiciliario, ¿a cuál arresto te refieres?
Fue el último que viví, en noviembre de 2021, que fue el de la marcha de Yunior y él no logra salir de su casa. Ya yo tenía mi pasaporte. En mi cabeza ya me estaba yendo de Cuba. Ahí ya pierdo la salud. Parece que ya ahí no estaba preparado para eso. Mi cabeza ya se había ido de Cuba. La detención fue en noviembre. Y luego yo me voy del país en enero.
Sí, la marcha estaba prevista para el 15 de noviembre. Algo que me impactó en este capítulo final del primer libro fue tu sufrimiento psicológico. Ellos saben aplicar esa tortura psicológica que no deja huellas visibles, que no se puede filmar: lo más macabro es esa presión constante, esas llamadas, esos gritos por teléfono, esa sensación de que “te vas para adentro”. Eso es lo más brutal y tú lo describes con fuerza, porque te impactó incluso más que todo lo demás, aunque enumeras muchas cosas que te hicieron, pero dices que lo peor fue estar encarcelado dentro de Cuba y no poder salir. Y después, cuando finalmente te dejan salir, lo hacen como castigo y viran el guion: “Ahora te mandamos al destierro”. Es una locura. A ti te expulsaron y a otros, como a Karla Pérez, no les dejaron regresar. Increíble.
Eso está más explicado en el segundo libro, con más detalles. Tuve que buscar un psicólogo y todo. Honestamente, soy otra persona después de todo eso. Me han quedado secuelas muy fuertes. Todavía sigo en tratamiento. Hubo un momento en que me mediqué. Al final de mi vida en Cuba caí en cama, no tenía fuerzas para levantarme, a ese nivel.
Cuando se habla del impacto de la represión en Cuba, muchas veces se olvida lo psicológico.
Sí, porque también hay una idea en la oposición y en los proyectos independientes de que somos los mártires, los héroes. Y yo creo que fui uno de los primeros en Gatopardo que empecé a hablar de la salud mental. A decir: “Estoy mal, me han quebrado”.
Hay que hablarlo. No por eso eres menos.
Abraham Jiménez Enoa.
Nota:
[1] Doy gracias a Lia Villares por transcribir esta entrevista y a Baruch College por facilitarme los fondos para viajar a Barcelona en junio de 2024 para realizar esta entrevista con Abraham Jiménez Enoa.