Jorge Arrastía: “Mi generación no fue perversa, creía en Dios”

Hace pocos meses se publicó Derribados, pero no vencidos. De cuando sobrevivir no importa. (Ediciones Logos, Rosario, Argentina, 2020). Su autor, Jorge Arrastía, desarrolla una doble línea narrativa: lo personal/político y lo religioso.

Nacido en 1934, Arrastía se unió a sus colegas oficiales de la Marina de Guerra en una conspiración contra el régimen de Fulgencio Batista. Escapó de ser arrestado, en 1957, porque se hallaba en el extranjero. Años más tarde, se rebeló contra el sistema implantado por Fidel Castro. En 1964, la policía política y un delator lo sorprendieron en su casa. Salió de Cuba en el mismo año de la excarcelación, en 1979. Desde entonces radica en Miami.

En cuanto al aspecto religioso, Arrastía reconoce que la lectura del libro Camino, de Josemaría Escrivá de Balaguer, fue una suerte de epifanía que cambió por completo su perspectiva acerca de la conducta que adoptaría para enfrentar las penas, dolores y desafíos del presidio político. Aquella revelación o presencia numinosa tuvo lugar en una de las circulares de la penitenciaría de Isla de Pinos.

En ese mundo silenciado por la prensa y la ideología oficial, donde abundaron toda clase de abusos y violaciones de los derechos humanos, Jorge Arrastía asumió plenamente la fe cristiana y la convirtió en actos de fortaleza mental y espiritual, en respaldo solidario con sus hermanos reclusos, y en dignidad ante las vejaciones, las palizas y los asesinatos cometidos por los carceleros. Esa resistencia se la debe a Dios, y así lo manifiesta en varias páginas de su obra.

Este es, precisamente, el rasgo distintivo del libro: incluye las informaciones que ya conocimos en los textos de Armando Valladares, Jorge Valls y Ana Lázara Rodríguez, pero añade la meditación cristiana. Una especie de nuevo Camino, emprendido esta vez por un condenado.

Gracias a unos familiares míos, vecinos de Arrastía, pude ponerme en contacto con él y conseguir su testimonio. Leí su libro y le mandé unas preguntas, que él respondió amablemente. Sus respuestas conseguirán, quizás, que Derribados, pero no vencidos cuente con un número considerable de lectores.

¿Cuál es el origen del título del libro?

Está tomado de un guerrero, de un Saulo heroico y pendenciero: “Llevamos este tesoro en vasos de barro, para que la excelencia del poder sea de Dios y no parezca nuestra. En mil maneras somos atribulados, pero no nos abatimos; en perplejidades, no nos desconcertamos; perseguidos, pero no abandonados; derribados, pero no vencidos; llevando siempre en el cuerpo la mortificación de Jesús, para que la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo. Mientras vivimos estamos siempre entregados a la muerte”.

El título busca hacer vívida la insuperable manera con la que Saulo dibuja al Cristo, y en Él al hombre que se decida a tomar un trozo de su cruz: al oprimido, al preso, al hambriento, al sufrido, bienaventurados todos ellos.

Ese tesoro en vasos de barro lo plasmaría siglos después Escrivá de Balaguer en una audaz sentencia: “Yo te voy a decir cuáles son los tesoros del hombre en la tierra para que no los desperdicies: hambre, sed, calor, frío, dolor, deshonra, pobreza, soledad, traición, calumnia, cárcel…”.

Cuando escribí el libro, me lo pidieron, anhelé que fuera un mensaje de amor con pinceladas de buen humor y de optimismo.

Esperaba que los árboles no ocultaran el bosque. Cada relato, cada árbol en sí, podría resultar crudo: pero el bosque (y es el mensaje que trata de abrazar el título) Dios lo hizo aireado, fresco, de aromas de jacintos, fresias y glicinas: Él solo prodiga, a sus magistrales modos, la felicidad más plena al que se aferre a su costado.

¿Y la portada?

Se abre a una celda del monasterio de San Pedro de Rocas: ecclesía construida entre montañas, como la llamaban al comenzar el siglo XI, constituye el testimonio más antiguo de la vida eremita de Galicia. Arquitectura excavada en la roca, está directamente vinculada con el movimiento eremítico y anacorético. Es un monasterio que entronca con una tradición de fuerte impronta llamada Ribeira Sacra.

Esa celda retadora clava sus pupilas en el que aferre el libro, antes de que alcance a hojearlo; un capricho gallego. Imaginada antes, costó encontrarla para enseñorear el libro: el suelo agujereado de tumbas; las paredes incrustan, piedra de canto, dos grandes nichos de guerreros. No es un calabozo, ¡es luz! De la del que huye del mundanal ruido.

Hablaré de tres celdas. Empiezo por esta, la del adusto monje que decide recogerse en su afilado abrigo, a lo Luis de León, para retirarse del bullicio atolondrado que conlleva el humano atajuelo. Otra, una segunda celda en la cual te arrojan, te escupen, te encadenan: celda de cárcel, y como la gallega Ourense que irrumpe en la portada, sus sombras brillan ajenas al agrietado suelo, a los enterramientos. Sorbido por su luz, sabes de Dios, vives y rezas. Celda erigida con bayonetas, sus puertas alambradas te entrelazan al Hijo y a María en gozosos vuelcos…

Monacal, la celda donde te incrusta amor devorador, sublime, heroico. La otra, celda también, de ascos y de odios. Adentro, cuando te piensas solo, chocan en el postigo los nudillos de Dios; y si le abres, y si le abrazas, y si le aprietas, surte una magia que vuelcas en un libro.

Te funden ellas. Y te rehúndes. Monje o prisionero, la haces tuya; huesos que revisten de piel la celda, no importa si iglesia o calabozo. Y si te sueltan, si un día vuelas, construyes la tercera celda. Si rompen la jaula en mil pedazos y te ves libre también por fuera, engolfas en ti una celda, huyes con ella. Sin fijar el sitio donde vayas, la arrastras contigo: contigo va Dios, en tus adentros, en lo más hondo de lo más tuyo. Los otros no logran verlo. Vela de barquichuela sin los mares, surca en el ruido.

Ceñido en ella, invisible y hermosa, avanzas aplastando el suelo, la frente rozando los luceros. Es la tercera de las tres celdas, de albores sin oscuros, de tumbas y de resurrecciones, una más entre ellas.

¿En qué lugar de Cuba nació y a qué se dedicaban sus padres?

Tratemos el recuerdo, porque como señala el refranero, desde entonces han corrido más de ochenta aguadas bajo el puente.

Nací en el Cerro, en lo que había sido un aristocrático barrio de San Cristóbal de La Habana, pero al momento de mi venida al mundo estaba poblado por una clase media no alta. Marcado desde el vientre de mi madre por el catolicismo hondo, vi la luz en la clínica de Las Damas Católicas.

Después nos trasladamos a la Víbora, otro suburbio, donde transcurrió mi juventud, en la calle Vista Alegre. Una calle que recogía a la iglesia de los Padres Pasionistas y al Colegio Maristas de Marcelino Champagnat, los tres núcleos en los que se desarrollaría mi juventud entera.

¿Mis padres? Él, un guerrero; ella, la lumbre: “¡Depón el ceño y que tu voz me arrulle! / ¡Consuela el corazón del que te ama! / ¡Dios dijo al agua del torrente: bulle! / ¡y al lirio de la margen: embalsama! / ¡Confórmate, mujer! Hemos venido / a este valle de lágrimas que abate, / tú, como la paloma, para el nido, / y yo, como el león, para el combate”.

¿Dónde estudió? ¿Cuál fue su carrera profesional antes y después de 1959?

Antes del ya citado colegio de los Maristas, estuve en el seminario de los Salesianos de San Juan Bosco, entre los diez y los doce años. Quiero detenerme, en un necesario paréntesis, en esos años de mi niñez.

¡Qué vida tan de frescor aquella! ¡Qué Orden religiosa tan hermosa! Desde esa temprana edad: latín y griego antiguo, mezclados con el fregar de los platos, limpieza de inodoros, rezos y deportes rudos. ¡Con cuánta añoranza rememoro aquellos curas rectos, severos, tiernos! ¡24 horas al día a nuestro lado, vigilando hasta el sueño! Tantos compañeros buenos. Por las noches, antes de acostarnos, rezábamos las últimas oraciones en dos filas ante la gruta de la Virgen, en el patio interior de aquel caserón antiguo de tiempos de la bendita, bien recordada Colonia. Acabada la oración, el rector se subía a un banquito y nos volteábamos hacia él para escuchar sus buenas noches. Lo menciono porque no sé en cuantas ocasiones le oímos decir: “Recen, muchachos, porque no tenemos nada para comer mañana”.

Nunca dejamos de comer, incluyendo tremendos hartazgos de garbanzos con gorgojos que una vez bien cocinados, son una delicia. ¡Cuánta regalada preciosura!

Otra fortuna ante mis manos: la Academia Naval de la Marina de Guerra. Me empujaron a ella; fue mi destino el que me abalanzó a un centro al que acudían cientos y solo lograban entrar 25: trazado estaba en mi camino. Cuatro años dedicados a aprender a obedecer. Acuñado para toda mi vida: católico y militar; Iglesia y ejército, las dos únicas instituciones que han perdurado y perdurarán hasta el fin de los siglos; mi orgullo, mi torreón. Eso, y el amor por lo bello, me definen.

Mis años transcurrieron entre la dedicación a mi familia, a mi Iglesia, y a mi carrera como oficial de la Marina hasta el mismo comienzo de 1959. No puedo continuar sin precisar una cuarta faceta: la política, en la que desde muy joven fui activo profesional y serio militante. Comencé conspirando en mi adolescencia contra el golpista Fulgencio Batista, continué luchando contra los Castro, y aún ando por esos empolvados caminos… Ahora contra los mismos enemigos, que se cubren con ropajes antiguos que parecen nuevos, “porque nuestra lucha no es contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los poderes de este mundo de tinieblas, contra las huestes espirituales de maldad…”.

Poco tiempo después de aquel irritante primero de enero de 1959, renuncié a la Marina y me dediqué a la enseñanza. Siempre había sido un apasionado de la Matemática y de la Física; constituíamos un club de estudios con Aurelio Martínez Ferro, un preclaro profesor universitario, entrañable amigo, que años más tarde sería condenado en nuestro mismo juicio, y fusilado.

Un día me ofrecieron abrir la Escuela Superior para capitanes y maquinistas de buques de pesca; acepté sin pestañear: me iban a poner en las manos docenas de jóvenes para formarlos. Allí enseñaba cuando me detuvieron, el 16 de agosto de 1964.

En Estados Unidos, fundado en mi carrera, me dediqué al seguro marítimo (Ocean Marine Insurance) en dos prestigiosas compañías. Me envolví en la aseguranza de buques, aviones, y carga aérea y marítima hasta mi jubilación. Siempre enfrascado entre los libros; leía y escribía.

¿Por qué empieza a conspirar contra el gobierno de Fidel Castro?

Una lección histórica conocida e ignorada: la volubilidad de las masas. Al Cristo, vitoreado en Jerusalén como a rey y mesías: mantos y palmas; cinco días después colgaba de un madero: clavos y bofetadas. La misma turbamulta que aclamaba a Batista en la última noche de un año, lo haría con los Castro horas después, al amanecer del primer día del año siguiente. No necesitaron tantos días, como en Jerusalén: sobraron cuatro.

Los muchos vociferan y se doblan. Los pocos actúan y se alzan. Los mismos locos que lucharon contra Fulgencio, después lucharon contra Fidel. Lo descubrimos al abrazarnos, idénticos, en la cárcel. Al primero lo enfrentamos por golpista, al segundo por desenfrenado comunista. Ahora, con el curso de la historia y del tiempo, comprendemos que Batista era un santo.

¿Por qué causa lo condenaron? ¿Cuántos años de sentencia recibió y qué tiempo cumplió?

Un remedo de tribunal (la sentencia la dicta con meses de antelación la Seguridad del Estado) me condenó a 20 años el mismo día, y en el mismo juicio, en que condenaron a fusilamiento a Martínez Ferro. Le preguntaron si deseaba apelar la sentencia. Apeló. En ese mismo instante, el mismísimo tribunal ratificó la sentencia. Unas horas más tarde, un 17 de diciembre de 1964, le arrancaron la vida con un diluvio de gritos jubilosos y de balazos. Era una fiesta.

Sentenciado a 20 años de prisión, 15 cumplí. En 1978 Castro propuso establecer relaciones diplomáticas con los Estados Unidos. Para probar su “buena fe”, dijo que iba a liberar a los presos políticos y a permitir que los integrantes de la comunidad cubana (estrenó el nombre) visitaran la Isla. Esta vez cumpliría su palabra. Estados Unidos rehusó las relaciones.

¿Fue usted preso plantado? ¿Qué significa ser preso plantado?

A los presos políticos nos entregaban uniformes amarillos con tres enormes “P” negras pintadas en los muslos y la espalda; a los comunes, uniformes azules, sin pintarrajear. Un día decidieron que todos llevarían el uniforme azul, así confundirían unos con otros. Muchos nos negamos. Nos regresaron a las mazmorras, más hacinados que antes, en calzoncillos y con una toalla y una cuchara. Muchos presos se habían “plantado” verticalmente. Muchos nunca cedieron.

¿En qué prisiones cumplió sentencia?

Honestamente, perdí la cuenta. Estuve en todas las provincias, menos en Las Villas y en Oriente. Entre las más sombríamente famosas: La Cabaña, las Circulares de Isla de Pinos (cuatro enormes edificios atestados con millares de presos), Kilo 7, y el llamado Combinado del Este.

¿Escribió poesía y prosa en presidio? ¿Qué asuntos trataba en sus poemas y relatos?

Prosa en poesía. Me enamoré de una niña en mis ensueños. Me dijo que se llamaba Gitanilla. Corrí con ella por los pasillos de la imaginación; tenía que tomarla de la mano al cruzar cada calle, en cada esquina; aunque vivió en rurales la mayor parte de su vida. Relatos míos nacieron para mí y para ella, en redención de amores que me arrancaban de aquella deliciosa pesadilla.

Lo entenderían adultos que fuesen muy niños, que creyeran en hadas y duendecillos. Absurdo para los muy crecidos que no usan bombachas ni pantalones cortos, de voz ya grave. Tristezas y alegrías se escapaban en menudas letrillas y “papel de china”; se las llevaba Gitanilla en evasiones clandestinas por muchos sitios: me aguardarían hasta que a mí, quizá, me libertaran.

Ah, y algún loco poema al Dios tan mío.

¿Qué importancia tienen la fe y las enseñanzas religiosas como parte de su experiencia de presidio?

La fe tiene toda, o ninguna importancia: es alas, o ausencia de plumaje. O pones fe en no tenerla, o te abres al más allá que la sostiene, para que no se precipiten las estrellas.

La fe se siembra hondo, o en desesperanza te la arrancas: no hay medias tintas. Es don que agarras con fruición, o pasa y solo alcanzas a verle las espaldas.

La fe es dignidad y es hombría. Es hoy, es el ayer, es el mañana; es tiempo y es espacio, es galanura. Es ángel que te trepa al monte erguido, para que en firmeza constates que existen horizontes que se mueven cada vez que creces al estirarte, si atinas a encumbrarte a puro filo de la espada.

Nunca se está menos solo que cuando estás más solo, le enseñaron a Newman: entonces la fe es compañía, resguardo, garra.

¿Fue la religión importante en el presidio político de su generación?

¿Sin religión? ¿Existe eso? Existe Dios, existe la religación, y no hay más nada.

Mi generación no fue perversa, creía en Dios, y Dios creía en ella. El presidio exudaba religión. En ese entonces había caballeros, había damas, había héroes, había santos, hidalguías; primaban los valores y principios, había honras y duelos, prioridades y jerarquías. María estaba. La religión era urgente, era locura preñada de razones… en ese entonces. En el presidio: el único asidero. Allí te hincas, sufres, lloras y clamas a Dios para amarrarte. ¡Crees! Por supuesto que crees. Había sed, había hambre en el pecho, desapego absoluto de materialidades. Allí también, tensados el torso y el músculo, la fe mueve montañas.

¿Fue en el presidio donde se familiarizó con la obra de Josemaría Escrivá? ¿Qué impacto tuvo en su vida y escritos?

Un día, lo cuenta la contraportada del libro, antojo suyo, no hacía mucho que estrenaba la prisión en la Cabaña donde me enterraba la KGB cubana, cuando me encontré con Pepín. Lo narro:

Me extendió un cuaderno. Era Historia de Cuba elemental.

“Esto no es interesante para mí; hace ya mucho que lo sé”, le dije.

“Sigue leyendo”.

Continué por unas pocas páginas con aire displicente, hasta que de pronto me hirió una frase: “Que tu vida no sea una vida estéril. Sé útil. Deja poso. Ilumina, con la luminaria de tu fe y de tu amor. Borra, con tu vida de apóstol, la señal viscosa y sucia que dejaron los sembradores del odio. Y enciende todos los caminos de la tierra con el fuego de Cristo que llevas en el corazón”.

Algo extraño me estremeció. ¿Iluminar, yo, allí? ¿Encender todos los caminos de la tierra en medio de aquella soledad? Me sacudía el reto y lo sentía directo, al pecho.

Devoré el resto de las páginas siguientes con furia y hambre. Tendría que haber un medio de lograrlo. Una intuición profunda me golpeaba, me removía. Aquel cuaderno, esa inquietud, marcarían mi vida para siempre.

¿Mi vida, mis escritos?, me pregunta usted… Había tropezado con una joya, lo más grandioso que he encontrado: Escrivá y Camino, su libro abultado, pequeño. ¡Y ya no fui más yo!: ser y hacer el Opus Dei.

Camino es golpes en el alma. Estremece ese libro que cabe en un bolsillo; en el otro caben los Evangelios. Eso es virilidad, eso es hombría, acero al rojo vivo, y me marcó mi vida.

Cuándo fue excarcelado? ¿Cuándo salió de Cuba?

Excarcelado un martes 13 de marzo de 1979. Habían transcurrido quince años desde aquella noche en que un tal Pancho tocó a la puerta de mi casa, y entraron muchos, entraron rifles y entraron bayonetas, y con cada uno se introducía un ángel, triste, callado: el mío con un abrazo, entrechocar de vuelos, los recibía. Ignoro qué sucedió con aquellos soldaditos.

Aquella tarde de aquel martes, mi ángel me abría las puertas. Perennemente me había cubierto con sus nervudas alas. Yo había crecido.

Preparé documentos, solicité asilo en la embajada de los Estados Unidos. En el Departamento de Estado extrajeron un grueso expediente. El 6 de abril tomaba un gigantesco avión, así me parecía, que de Estados Unidos nos enviaron. Aterrizaba en Miami con mi Custodio amigo, feliz, en paz, tranquilo.

¿Continúa su labor literaria actualmente?

En la prisión abandoné las Ciencias. Sin olvidarlas, me desposé con las humanidades. A Gitanilla y a unos pocos poemas religiosos sueltos, los incité a escaparse entre las rejas. En el exilio nació Indiana, y tras sus mocasines, Contracorriente, Derribados, pero no vencidos, Radicalmente. Cinco libros de poemas que agrupo en De ilusiones, Amores y Temores. Y van surgiendo a borbotones Tú y yo somos jóvenes, Acorazados en la verdad, y algún que otro ensayo.

Sí, continúo. Ya no me paro.




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“Tratar de dialogar tiene un precio en Cuba. No creo en ese diálogo, nunca te pondrán de igual a igual… Pero aun así siento la necesidad de seguir pidiendo el diálogo. Si tuviera que volver a sentarme frente al Ministerio de Cultura para que seamos escuchados, lo volvería a hacer”.